La Isla Desconocida navega en pos de sí misma, la utopía en pos de la utopía, buscándose y hallándose siempre a medias, en mares cercanos a los dominios reales.
domingo, 25 de junio de 2017
Los intocables
Anoche volví a ver la película Los intocables que supuestamente
narra la manera en que unos policías incorruptibles capturan al mafioso
Al Capone. Estos hombres pelean sin tregua contra la Mafia, la
verdadera, la que nunca será juzgada en los tribunales del sistema
porque son los que lo sostienen. Solidarios, incansables, lúcidos, en
fin, estos hombres son los imprescindibles de los que hablara Bertolt Brecht.
viernes, 23 de junio de 2017
Las antítesis de la guerra: izquierda o derecha
A propósito del debate sobre el centrismo político, reproduzco este epígrafe de mi libro Cuba, ¿revolución o reforma? (La Habana, Casa Editora Abril, 2012) cuya segunda edición, a cargo de la Editorial Ocean Sur, aparecerá este año. Eliminé las fuentes citadas, que se encuentran en la edición impresa del libro.
Enrique Ubieta
Gómez
(…) A veces el
recorrido de los que abandonan la Revolución es sinuoso: de militar en la
izquierda, pasan a un declarado pero imposible apoliticismo o a un centro que
nadie puede ubicar —disfrazado a veces de ultraizquierdismo— y que nadie
reconoce, para finalizar en la derecha abierta, militante.
La explicación
quizás se halle en un extraño «pecado» de pertenencia: si el proyecto
victorioso de nación en un país es más radical que el proyecto personal de
alguno de sus ciudadanos, estos no pueden reclamar para sí las banderas de la
izquierda. Las circunstancias conducen a tales individuos trascendidos hacia el
extremo opuesto, a la renuncia de todo lo «aprendido»: de la solidaridad como modo
de vida al individualismo más feroz; del «seremos como el Che» al desenfadado
«somos yanquis»; de la guerra contra el imperialismo a la guerra del
imperialismo: soldados de la pluma
en la contienda
universal, eterna, contra «los sesenta oscuros rincones del planeta».
A propósito de la
absolución de Luis Posada Carriles en un juicio-farsa celebrado en El Paso, los
Estados Unidos, Hernández Busto publica un esclarecedor artículo de Juan Carlos
Castillón, habitual colaborador suyo con un largo historial de militancia
ultraderechista, en el que explica con admiración la extraña ciudadanía
política de este terrorista:
“Una sociedad (la norteamericana) a la
que Posada Carriles, por mucho que eso moleste a sus críticos de La Habana,
Caracas o los Estados Unidos, pertenece por derecho propio. Los franceses, para
hablar de los legionarios que se convierten en ciudadanos al licenciarse,
suelen decir que son franceses de sangre, no por la sangre recibida sino por la
sangre derramada. Este es el caso. Pocos luchan mejor por sus países de
adopción que los inmigrantes. La historia norteamericana está llena de ejemplos
[…] Posada Carriles ha sido soldado estadounidense en tiempo de guerra y eso le
da derecho a estar en Estados Unidos. Porque Posada, a pesar de haber luchado
en un campo de batalla diferente, no es tan distinto de todos esos otros
soldados. Porque aunque nos hayamos olvidado de ella y la hayamos relegado a
ese cajón en que se guardan los recuerdos molestos, la Guerra Fría fue una
guerra real. Una guerra en la que participaron numerosos exiliados en contra de
los estados que dirigían sus naciones. […] La razón por la que muchos exiliados
cubanoamericanos simpatizan con Posada Carriles es porque fue un combatiente en
esa guerra”.
Fueron hombres,
confiesa finalmente Castillón, «que se alistaron en “La Compañía”, o la
apoyaron, para luchar por sus países combatiendo por los Estados Unidos». «La
Compañía», así suelen llamar a la CIA. Ninguna explicación más transparente,
que involucra al propio Hernández Busto y reafi rma el criterio de que no se
trata de una simple contienda entre cubanos: amparados en una identificación
ideológica que los hace suponer que «defienden» a su país si defienden a los
Estados Unidos, los contrarrevolucionarios cubanos, como los venezolanos o los
centroamericanos, suelen ser soldados estadounidenses.
La toma de
posición de la contrarrevolución cubana en el conflicto histórico entre Cuba y
Estados Unidos —que no difiere en esencia de la que existe entre los pueblos
latinoamericanos y del Tercer Mundo, con los centros de poder del capital—, ha
sido muy clara: a favor del imperialismo estadounidense, por supuesto. Los
ingenieros cubanos de la pequeña y mediana burguesía que emigraron a ese país
en los sesenta, fueron utilizados por las trasnacionales norteamericanas en
Puerto Rico, porque en cualquier conflicto laboral estarían a su favor. Incluso
un autor como Rafael Rojas, siempre escondido tras los estantes de la Academia,
al comentar la avalancha de gobiernos «izquierdistas» en la región, se preocupa
por el amenazado predominio imperialista: «Los estudiosos más serenos de la
región, empeñados en calmar los ánimos, insisten en que la diversidad de esas
izquierdas hace virtualmente imposible la conformación de un bloque
subcontinental contra la hegemonía de Estados Unidos y, mucho menos, contra la
democracia representativa y la economía de mercado».
Y Carlos Alberto
Montaner defiende el derecho imperialista de interferir en los asuntos internos
de su país de origen: «El pecado no está en que Estados Unidos intente
subvertir el orden en Cuba —afirma—, algo perfectamente predecible tratándose
de un país enemigo al que el gobierno cubano ha tratado de perjudicar
incesantemente desde 1959».
martes, 20 de junio de 2017
Venezuela, aparta de mí este cáliz
Enrique Ubieta Gómez
La Jiribilla
“¡Defiéndannos, ustedes que saben escribir!”, le pedía una anciana a Carpentier y a los intelectuales que lo acompañaban, en julio de 1937, a su paso por un pequeño pueblo castellano, muy cerca de la asediada capital española. El escritor cubano recogería la anécdota en las crónicas sobre el II Congreso Internacional en Defensa de la Cultura que publicaría en la revista Carteles [1]. La exigencia tenía un fundamento: el pueblo español nos defendía a todos con las armas en las manos.
No hay cultura sin hombres y mujeres concretos. Bertolt Brecht lo había dicho durante el I Congreso, celebrado dos años antes en París: “Compadezcámonos de la cultura, ¡pero compadezcámonos primero de los hombres! La cultura estará salvada si los hombres se salvan”. Aquel primer encuentro atisbaba el peligro: el nazifascismo amenazaba con desbordarse, mientras las burguesías “democráticas” de Europa apostaban a que el golpe fuese en dirección a la entonces joven Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Ser de izquierdas, para los intelectuales del 30 —como en los 60 o en la primera década del siglo XXI, tras la esperanza de la revolución bolivariana—, era una toma de partido por la cultura, por los seres humanos, que se aferraba a proyectos concretos. Pero en el París de 1935 todavía un segmento de la izquierda intelectual divagaba en reclamos abstractos y oponía o al menos incomunicaba, la libertad de los seres humanos y la de los creadores.
Contaba André Malraux, el gran novelista que había alcanzado los grados de teniente coronel en la Aviación republicana —según la narración de Carpentier— que vio a un señor caminar indiferente con un gran rollo de papel bajo el brazo, mientras caían las bombas en Madrid, y quiso saber qué tramaba, pero este le precisó: “Es papel encolado para cambiar el que tapiza mi habitación”; entonces, apoyándose en esa metáfora, sentenciaba: en tiempos decisivos para la Humanidad, “hay demasiados intelectuales que solo piensan en cambiar los papeles que tapizan sus habitaciones”. Pero la izquierda tenía sus propias divisiones: comunistas, socialdemócratas (aunque reformistas, aún reivindicaban el marxismo como base teórica de sus análisis), estalinistas, trotskistas, anarquistas, librepensadores, surrealistas.
Todavía en 1936 tendría lugar una fallida conferencia intermedia en Londres, más centrada en intereses gremiales, que tuvo un colofón de opereta: la recepción de frac en la residencia de su organizadora. Pocas semanas después desaparecerían las excusas para el despiste: la sublevación del general Franco contra la república española y la apertura en Alemania del campo de concentración de Sachsenhausen, situaban el conflicto moral en un punto crítico [2].
Un poeta inglés del siglo XVII, John Donne, había expuesto las razones más profundas:
Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda
disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus
amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta,
porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca
preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.
Ernest Hemingway retomaría la idea para defender la causa republicana en la novela que recoge sus vivencias de la llamada guerra civil española. Las alternativas en España eran, sin embargo, más radicales: de un lado el fascismo, es decir, la violencia capitalista más extrema; del otro, el socialismo, la República de trabajadores, con sus contradicciones y gemidos de recién nacida. En España no se luchaba por la sobrevivencia, como se lucharía en lo adelante; allí se luchaba por la vida, porque existía un proyecto alternativo en construcción. Por eso fueron hombres y mujeres de todos los confines a defenderlo. Por eso también, César Vallejo, uno de los grandes poetas hispanoamericanos que participó en el Congreso de 1937 —estuvieron también, entre otros, Nicolás Guillén, Pablo Neruda y Octavio Paz, sí, el mismo Paz que luego repudiaría toda causa popular— le habla simbólicamente a los niños, al futuro, en un extraordinario poema titulado “España, aparta de mí este cáliz”:
Niños,
hijos de los guerreros, entretanto,
bajad la voz, que España está ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las florecillas, los cometas y los hombres.
(…)
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja,
si las férulas suenan, si es de noche,
si el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin punta; si la madre
España cae —digo, es un decir—
salid, niños del mundo; id a buscarla!...
Apenas habían transcurrido algo más de tres décadas de culminada la larga y sangrienta contienda por la independencia del yugo español —después de siglos de coloniaje—, pero eso no importó: cerca de mil cubanos acudieron a defender a España, a la Humanidad, como soldados de la República. Algunos, como Pablo de la Torriente Brau, cayeron en combate.
El fascismo cobró millones de vidas —deshumanizó a los victimarios hasta límites insospechados— y entró física y moralmente al interior de cada hogar. Era imposible ignorarlo, incluso para una burguesía bien pensante, que aceptaba como un “mal inevitable” la pobreza y la muerte ajenas, siempre que no irrumpieran en su entorno aséptico. Cuando la guerra terminó, se establecieron otras alianzas “más civilizadas”, menos públicas —como la Operación Gladio en Europa, o la Operación Cóndor en América Latina, o la Operación Mangosta y los ataques biológicos en Cuba—, ejecutadas por sicarios a los que no había que conocer, con los que no era preciso almorzar o sonreír en público, a los que se pagaba en secreto.
Es decir, la violencia capitalista adoptó otras formas: en la década siguiente a la supuesta victoria, fueron asesinados decenas de dirigentes comunistas y antifascistas en Europa. La “guerra fría” trasladó la violencia de Estado, el fascismo, una enfermedad indeseable en el bárbaro mundo civilizado —como la malaria, o el cólera, casi olvidadas allí, pero activas en el Sur, donde cobran cada año cientos de miles de vidas—, hacia el orbe colonial y neocolonial: África, Asia, América Latina. ¿O acaso no fueron, no son expresiones de extrema violencia imperialista, las guerras coloniales en África, las armas químicas, las bombas de napalm lanzadas sobre Vietnam, las dictaduras militares en América Latina con sus desaparecidos, las guerras de misiles y drones “inteligentes” en el Medio Oriente, la “de baja intensidad” en Venezuela?
Sin embargo, algunos que saben escribir prefieren conservar honores y premios, ediciones y aplausos. También ocurre, a veces, que solo repiten lo que leen de otros, intoxicados de prejuicios y faltos de sol en la piel. La conjura mediática en los países “democráticos” —todavía sin el alcance y la sofisticación que alcanza hoy, pero decididamente opuesta a cualquier experiencia anticolonial y socialista— nos vendía una España republicana inexistente. Como suele decirse, y nos recuerda Venezuela, la primera víctima de la guerra es la verdad. Alejo Carpentier intenta revelárnosla, al describir su paso por la ciudad española de Gerona:
"Nos llevan a la Catedral. (…) Un edificio lateral, transformado en museo público, guarda las pinturas y piezas de orfebrería del tesoro ritual. (…) Un restaurador trabaja minuciosamente, con sus oros y barnices, entregado a la tarea de hacer revivir una cabeza de virgen descolorida por el tiempo… ¿Dónde hay huellas aquí, de ese vandalismo de masas enloquecidas de que tanto hablan los periódicos de derecha del mundo entero?" [3]
En otra de sus crónicas, esta vez sobre Valencia, escribe:
"Hasta ahora hemos encontrado el orden y la paz en todas partes. Nunca hemos visto escenas parecidas a las que llenaban aún, en otros países innumerables rotograbados sensacionalistas. (…)
Y me parece importante insistir sobre este particular, porque es increíble hasta qué punto ciertos relatos pueden llegar a extraviar el juicio de hombres que no son perfectamente tontos. En un artículo reciente, Paul Claudel, nada menos, afirmaba intrépidamente —sin haber estado en España— que todas las iglesias, sin excepción, habían sido incendiadas en el territorio republicano… Si yo fuese miembro del Gobierno de Valencia, invitaría al señor Claudel a darse un paseo por estas regiones. Se convencería de que el único crimen cometido con ciertas iglesias —¡bien pocas!— ha consistido en transformarlas en hospitales de sangre o en museos públicos…" [4]
Siempre hubo y habrá intelectuales dignos, que no negocian su compromiso con la Humanidad. Los hubo cuando España los necesitó, los hay ahora que Venezuela los necesita.
Cómo no pensar en Venezuela, 80 años después de aquel Congreso efectuado, sucesivamente, en Valencia, Madrid, Barcelona y París, en julio de 1937, bajo los estruendos de las bombas, en una España que se tragaba a su otra mitad, y con ella, toda esperanza, preámbulo de la Segunda Guerra Mundial. El cubano Alejo Carpentier, que había vivido aquellos intensos días de guerra y solidaridad, por un capricho de la historia, se establecería a partir de 1945 y hasta 1959, en Venezuela. Allí encontraría, en la selva amazónica, en el tempestuoso Orinoco, en sus pueblos y ciudades, como sucedió con José Martí, el corazón de Nuestra América.
En las primeras décadas del siglo XIX, el Libertador Simón Bolívar había conducido un ejército de libertadores, para fundar o ayudar a fundar repúblicas independientes. Soñó con un solo y gran país, del Río Bravo a la Patagonia. Dos siglos después, en las primeras décadas del XXI, Venezuela encabezaría, una vez más, la cruzada libertadora. Alí Primera, cantor popular, le daría otro sentido al redoble de campanas, en los años más difíciles previos al triunfo de Hugo Chávez:
Los que mueren por la vida
No pueden llamarse muertos
Y a partir de este momento
Es prohibido llorarlos
Que se callen los redobles
En todos los campanarios.
Hoy, como en la España republicana, en Venezuela se defiende la vida, es decir, un proyecto antineocolonial y antimperialista. Como en España, el triunfo o el fracaso del Poder Popular democráticamente elegido, tendrá consecuencias telúricas impredecibles para todos los latinoamericanos, para la Humanidad. Nuestra España hoy —la frontera y también la trinchera que delimita el Pasado y el Futuro— es Venezuela.
Como en aquellos años previos a la Segunda Guerra Mundial, hay gobiernos corruptos que —instruidos desde Washington— estimulan, en nombre de la Democracia, la creación de grupos fascistas, con la irresponsable esperanza de que estos reviertan el proceso revolucionario. Desde cómodas atalayas, algunos sabios (como en España) dictan recetas, critican a los que toman las decisiones, están más a la izquierda en sus teorizaciones, que la propia Revolución; tanto, que marchan codo a codo con la derecha. La izquierda sigue dividida: los que piensan que sí, los que creen que no, los heterodoxos, los ortodoxos, los divinos, los terrestres…
Las imágenes que se difunden muestran a un país en guerra civil, pero los disturbios, las llamadas guarimbas —capaces de generar crímenes de odio, como el asesinato de jóvenes chavistas—, en sus momentos más álgidos, ocurrían en 17 municipios de los 335 que tiene el país (en el instante en que escribo estas líneas, solo ocurren en siete de esos municipios, y tres de ellos son los barrios de la burguesía capitalina, porque en Caracas existe un Este y un Oeste, que son como el Norte y el Sur).
Como en los tiempos de la España insurgente, las convocatorias a intelectuales y artistas se hacen en nombre de la Cultura y de la Humanidad. Pero no es suficiente con que declaremos nuestra pertenencia a “la izquierda” y asistamos de frac interior a eventos gremiales. Hay que escribir para defender al pueblo venezolano, hay que denunciar la conjura, como pedía, como nos pedía, aquella anciana española, porque el pueblo venezolano nos defiende a nosotros hoy, todos los días. Si fuese necesario, habrá que jugarse la vida junto a ese pueblo. Si un día, esperemos que no, se produce una invasión imperialista o mercenaria —que el escenario de violencia provocada y de mentiras repetidas prepara—, tendrán que reinventarse las Brigadas internacionales. Entonces, pido estar allí.
Si la madre
Venezuela cae —digo, es un decir—
salid, niños del mundo; id a buscarla!...
Notas:
1. Alejo Carpentier: “España bajo las bombas, I, II, III y IV” (revista Carteles, septiembre – octubre de 1937), en Crónicas, tomo II, La Habana, Editorial Arte y Literatura, 1976, pp. 205 – 244;
2. Eliades Acosta Matos: Siglo XX: intelectuales militantes, La Habana, Casa Editora Abril, 2007, p. 153;
3. Alejo Carpentier: Ob. cit., p. 210;
4. --------------------: Idem, p. 226 – 227.
La Jiribilla
“¡Defiéndannos, ustedes que saben escribir!”, le pedía una anciana a Carpentier y a los intelectuales que lo acompañaban, en julio de 1937, a su paso por un pequeño pueblo castellano, muy cerca de la asediada capital española. El escritor cubano recogería la anécdota en las crónicas sobre el II Congreso Internacional en Defensa de la Cultura que publicaría en la revista Carteles [1]. La exigencia tenía un fundamento: el pueblo español nos defendía a todos con las armas en las manos.
No hay cultura sin hombres y mujeres concretos. Bertolt Brecht lo había dicho durante el I Congreso, celebrado dos años antes en París: “Compadezcámonos de la cultura, ¡pero compadezcámonos primero de los hombres! La cultura estará salvada si los hombres se salvan”. Aquel primer encuentro atisbaba el peligro: el nazifascismo amenazaba con desbordarse, mientras las burguesías “democráticas” de Europa apostaban a que el golpe fuese en dirección a la entonces joven Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Ser de izquierdas, para los intelectuales del 30 —como en los 60 o en la primera década del siglo XXI, tras la esperanza de la revolución bolivariana—, era una toma de partido por la cultura, por los seres humanos, que se aferraba a proyectos concretos. Pero en el París de 1935 todavía un segmento de la izquierda intelectual divagaba en reclamos abstractos y oponía o al menos incomunicaba, la libertad de los seres humanos y la de los creadores.
Contaba André Malraux, el gran novelista que había alcanzado los grados de teniente coronel en la Aviación republicana —según la narración de Carpentier— que vio a un señor caminar indiferente con un gran rollo de papel bajo el brazo, mientras caían las bombas en Madrid, y quiso saber qué tramaba, pero este le precisó: “Es papel encolado para cambiar el que tapiza mi habitación”; entonces, apoyándose en esa metáfora, sentenciaba: en tiempos decisivos para la Humanidad, “hay demasiados intelectuales que solo piensan en cambiar los papeles que tapizan sus habitaciones”. Pero la izquierda tenía sus propias divisiones: comunistas, socialdemócratas (aunque reformistas, aún reivindicaban el marxismo como base teórica de sus análisis), estalinistas, trotskistas, anarquistas, librepensadores, surrealistas.
Todavía en 1936 tendría lugar una fallida conferencia intermedia en Londres, más centrada en intereses gremiales, que tuvo un colofón de opereta: la recepción de frac en la residencia de su organizadora. Pocas semanas después desaparecerían las excusas para el despiste: la sublevación del general Franco contra la república española y la apertura en Alemania del campo de concentración de Sachsenhausen, situaban el conflicto moral en un punto crítico [2].
Un poeta inglés del siglo XVII, John Donne, había expuesto las razones más profundas:
Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda
disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus
amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta,
porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca
preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.
Ernest Hemingway retomaría la idea para defender la causa republicana en la novela que recoge sus vivencias de la llamada guerra civil española. Las alternativas en España eran, sin embargo, más radicales: de un lado el fascismo, es decir, la violencia capitalista más extrema; del otro, el socialismo, la República de trabajadores, con sus contradicciones y gemidos de recién nacida. En España no se luchaba por la sobrevivencia, como se lucharía en lo adelante; allí se luchaba por la vida, porque existía un proyecto alternativo en construcción. Por eso fueron hombres y mujeres de todos los confines a defenderlo. Por eso también, César Vallejo, uno de los grandes poetas hispanoamericanos que participó en el Congreso de 1937 —estuvieron también, entre otros, Nicolás Guillén, Pablo Neruda y Octavio Paz, sí, el mismo Paz que luego repudiaría toda causa popular— le habla simbólicamente a los niños, al futuro, en un extraordinario poema titulado “España, aparta de mí este cáliz”:
Niños,
hijos de los guerreros, entretanto,
bajad la voz, que España está ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las florecillas, los cometas y los hombres.
(…)
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja,
si las férulas suenan, si es de noche,
si el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin punta; si la madre
España cae —digo, es un decir—
salid, niños del mundo; id a buscarla!...
Apenas habían transcurrido algo más de tres décadas de culminada la larga y sangrienta contienda por la independencia del yugo español —después de siglos de coloniaje—, pero eso no importó: cerca de mil cubanos acudieron a defender a España, a la Humanidad, como soldados de la República. Algunos, como Pablo de la Torriente Brau, cayeron en combate.
El fascismo cobró millones de vidas —deshumanizó a los victimarios hasta límites insospechados— y entró física y moralmente al interior de cada hogar. Era imposible ignorarlo, incluso para una burguesía bien pensante, que aceptaba como un “mal inevitable” la pobreza y la muerte ajenas, siempre que no irrumpieran en su entorno aséptico. Cuando la guerra terminó, se establecieron otras alianzas “más civilizadas”, menos públicas —como la Operación Gladio en Europa, o la Operación Cóndor en América Latina, o la Operación Mangosta y los ataques biológicos en Cuba—, ejecutadas por sicarios a los que no había que conocer, con los que no era preciso almorzar o sonreír en público, a los que se pagaba en secreto.
Es decir, la violencia capitalista adoptó otras formas: en la década siguiente a la supuesta victoria, fueron asesinados decenas de dirigentes comunistas y antifascistas en Europa. La “guerra fría” trasladó la violencia de Estado, el fascismo, una enfermedad indeseable en el bárbaro mundo civilizado —como la malaria, o el cólera, casi olvidadas allí, pero activas en el Sur, donde cobran cada año cientos de miles de vidas—, hacia el orbe colonial y neocolonial: África, Asia, América Latina. ¿O acaso no fueron, no son expresiones de extrema violencia imperialista, las guerras coloniales en África, las armas químicas, las bombas de napalm lanzadas sobre Vietnam, las dictaduras militares en América Latina con sus desaparecidos, las guerras de misiles y drones “inteligentes” en el Medio Oriente, la “de baja intensidad” en Venezuela?
Sin embargo, algunos que saben escribir prefieren conservar honores y premios, ediciones y aplausos. También ocurre, a veces, que solo repiten lo que leen de otros, intoxicados de prejuicios y faltos de sol en la piel. La conjura mediática en los países “democráticos” —todavía sin el alcance y la sofisticación que alcanza hoy, pero decididamente opuesta a cualquier experiencia anticolonial y socialista— nos vendía una España republicana inexistente. Como suele decirse, y nos recuerda Venezuela, la primera víctima de la guerra es la verdad. Alejo Carpentier intenta revelárnosla, al describir su paso por la ciudad española de Gerona:
"Nos llevan a la Catedral. (…) Un edificio lateral, transformado en museo público, guarda las pinturas y piezas de orfebrería del tesoro ritual. (…) Un restaurador trabaja minuciosamente, con sus oros y barnices, entregado a la tarea de hacer revivir una cabeza de virgen descolorida por el tiempo… ¿Dónde hay huellas aquí, de ese vandalismo de masas enloquecidas de que tanto hablan los periódicos de derecha del mundo entero?" [3]
En otra de sus crónicas, esta vez sobre Valencia, escribe:
"Hasta ahora hemos encontrado el orden y la paz en todas partes. Nunca hemos visto escenas parecidas a las que llenaban aún, en otros países innumerables rotograbados sensacionalistas. (…)
Y me parece importante insistir sobre este particular, porque es increíble hasta qué punto ciertos relatos pueden llegar a extraviar el juicio de hombres que no son perfectamente tontos. En un artículo reciente, Paul Claudel, nada menos, afirmaba intrépidamente —sin haber estado en España— que todas las iglesias, sin excepción, habían sido incendiadas en el territorio republicano… Si yo fuese miembro del Gobierno de Valencia, invitaría al señor Claudel a darse un paseo por estas regiones. Se convencería de que el único crimen cometido con ciertas iglesias —¡bien pocas!— ha consistido en transformarlas en hospitales de sangre o en museos públicos…" [4]
Siempre hubo y habrá intelectuales dignos, que no negocian su compromiso con la Humanidad. Los hubo cuando España los necesitó, los hay ahora que Venezuela los necesita.
Cómo no pensar en Venezuela, 80 años después de aquel Congreso efectuado, sucesivamente, en Valencia, Madrid, Barcelona y París, en julio de 1937, bajo los estruendos de las bombas, en una España que se tragaba a su otra mitad, y con ella, toda esperanza, preámbulo de la Segunda Guerra Mundial. El cubano Alejo Carpentier, que había vivido aquellos intensos días de guerra y solidaridad, por un capricho de la historia, se establecería a partir de 1945 y hasta 1959, en Venezuela. Allí encontraría, en la selva amazónica, en el tempestuoso Orinoco, en sus pueblos y ciudades, como sucedió con José Martí, el corazón de Nuestra América.
En las primeras décadas del siglo XIX, el Libertador Simón Bolívar había conducido un ejército de libertadores, para fundar o ayudar a fundar repúblicas independientes. Soñó con un solo y gran país, del Río Bravo a la Patagonia. Dos siglos después, en las primeras décadas del XXI, Venezuela encabezaría, una vez más, la cruzada libertadora. Alí Primera, cantor popular, le daría otro sentido al redoble de campanas, en los años más difíciles previos al triunfo de Hugo Chávez:
Los que mueren por la vida
No pueden llamarse muertos
Y a partir de este momento
Es prohibido llorarlos
Que se callen los redobles
En todos los campanarios.
Hoy, como en la España republicana, en Venezuela se defiende la vida, es decir, un proyecto antineocolonial y antimperialista. Como en España, el triunfo o el fracaso del Poder Popular democráticamente elegido, tendrá consecuencias telúricas impredecibles para todos los latinoamericanos, para la Humanidad. Nuestra España hoy —la frontera y también la trinchera que delimita el Pasado y el Futuro— es Venezuela.
Como en aquellos años previos a la Segunda Guerra Mundial, hay gobiernos corruptos que —instruidos desde Washington— estimulan, en nombre de la Democracia, la creación de grupos fascistas, con la irresponsable esperanza de que estos reviertan el proceso revolucionario. Desde cómodas atalayas, algunos sabios (como en España) dictan recetas, critican a los que toman las decisiones, están más a la izquierda en sus teorizaciones, que la propia Revolución; tanto, que marchan codo a codo con la derecha. La izquierda sigue dividida: los que piensan que sí, los que creen que no, los heterodoxos, los ortodoxos, los divinos, los terrestres…
Las imágenes que se difunden muestran a un país en guerra civil, pero los disturbios, las llamadas guarimbas —capaces de generar crímenes de odio, como el asesinato de jóvenes chavistas—, en sus momentos más álgidos, ocurrían en 17 municipios de los 335 que tiene el país (en el instante en que escribo estas líneas, solo ocurren en siete de esos municipios, y tres de ellos son los barrios de la burguesía capitalina, porque en Caracas existe un Este y un Oeste, que son como el Norte y el Sur).
Como en los tiempos de la España insurgente, las convocatorias a intelectuales y artistas se hacen en nombre de la Cultura y de la Humanidad. Pero no es suficiente con que declaremos nuestra pertenencia a “la izquierda” y asistamos de frac interior a eventos gremiales. Hay que escribir para defender al pueblo venezolano, hay que denunciar la conjura, como pedía, como nos pedía, aquella anciana española, porque el pueblo venezolano nos defiende a nosotros hoy, todos los días. Si fuese necesario, habrá que jugarse la vida junto a ese pueblo. Si un día, esperemos que no, se produce una invasión imperialista o mercenaria —que el escenario de violencia provocada y de mentiras repetidas prepara—, tendrán que reinventarse las Brigadas internacionales. Entonces, pido estar allí.
Si la madre
Venezuela cae —digo, es un decir—
salid, niños del mundo; id a buscarla!...
Notas:
1. Alejo Carpentier: “España bajo las bombas, I, II, III y IV” (revista Carteles, septiembre – octubre de 1937), en Crónicas, tomo II, La Habana, Editorial Arte y Literatura, 1976, pp. 205 – 244;
2. Eliades Acosta Matos: Siglo XX: intelectuales militantes, La Habana, Casa Editora Abril, 2007, p. 153;
3. Alejo Carpentier: Ob. cit., p. 210;
4. --------------------: Idem, p. 226 – 227.
lunes, 19 de junio de 2017
DECLARACIÓN DE BLOGUEROS CUBANOS
Cuba existe también en la blogosfera. Es el testimonio cotidiano y el pensamiento libre de una nación y de un pueblo en toda su variopinta cultura de resistencia y de vida. Justamente por ese patriotismo que nos identifica como comunidad, es que denunciamos las recientes declaraciones del presidente de los Estados Unidos por ofensivas e insultantes con nuestro pueblo. Trump frena, retrocede, se descoloca en la historia, asume la peor de las posiciones y lo hace rodeado de sujetos con un amplio prontuario criminal.
Los blogueros cubanos que suscribimos esta declaración, así como en su momento seguimos y animamos el acercamiento entre las dos naciones, a pesar de sus diferencias, rechazamos la vuelta al discurso ofensivo y la política de las cavernas, tantas veces derrotada; reprobamos toda intención de fuerza contra la Isla, al tiempo que descalificamos a terroristas y políticos tramposos como interlocutores válidos para los cubanos.
El presidente Trump ha de saber que su mandato no se extiende a Cuba y sus ofensas en el show de la “era del hielo” solo sirven para reforzar el sentimiento antiimperialista, como una razón más de unidad.
El trazo del camino seguido, y las cualidades de la rueda que le transita, son legítimos por la génesis popular que le dio vida, sin presión de ningún tipo, forjada desde el pueblo al que pertenecemos, y al cual se debe nuestro relato- sorprendente e impetuoso- de la vida tenaz en esta tierra, que lucha día a día por una sociedad y un mundo mejor.
Quienes deseen sumarse a esta declaración lo pueden hacer a través de las diversas plataformas de Redes Sociales donde ha sido publicado o, reblogueándola en sus páginas personales.
Rafael Cruz / Turquinauta
Karina Marrón / Espacio Libre de Cuba
Enrque Ubieta Gómez / La Isla Desconocida
Iroel Sánchez / La Pupila Insomne
Manuel H. Lagarde / Cambios en Cuba
Jorge A. Hernández Pérez / Ogun cubano
Jorge Jeréz / Jorgito por Cuba
Luís E Ruíz Martínez / Visión desde Cuba
Recetas naturales de la abuela cubana
Julio César Moreno / Kokacub@
Carlos García / CubaEconomía
Susana Acea / Una Profe en Centrohabana
Norelis Morales / Islamia
Daniel Guerra / Sin Oropel ni Garufa
Elier Ramirez Cañedo / Dialogar Dialogar
Raiza Martín Lobo / La Guantanamera
Daynet Rodriguez Sotomayor / Mundo en Crisis
Roberto Suarez / Cuba en Fotos
Daylin Sordo Peláez / Cuando Nadie me ve
TOMADO DEL BLOG TURQUINAUTA
Los blogueros cubanos que suscribimos esta declaración, así como en su momento seguimos y animamos el acercamiento entre las dos naciones, a pesar de sus diferencias, rechazamos la vuelta al discurso ofensivo y la política de las cavernas, tantas veces derrotada; reprobamos toda intención de fuerza contra la Isla, al tiempo que descalificamos a terroristas y políticos tramposos como interlocutores válidos para los cubanos.
El presidente Trump ha de saber que su mandato no se extiende a Cuba y sus ofensas en el show de la “era del hielo” solo sirven para reforzar el sentimiento antiimperialista, como una razón más de unidad.
El trazo del camino seguido, y las cualidades de la rueda que le transita, son legítimos por la génesis popular que le dio vida, sin presión de ningún tipo, forjada desde el pueblo al que pertenecemos, y al cual se debe nuestro relato- sorprendente e impetuoso- de la vida tenaz en esta tierra, que lucha día a día por una sociedad y un mundo mejor.
Quienes deseen sumarse a esta declaración lo pueden hacer a través de las diversas plataformas de Redes Sociales donde ha sido publicado o, reblogueándola en sus páginas personales.
Rafael Cruz / Turquinauta
Karina Marrón / Espacio Libre de Cuba
Enrque Ubieta Gómez / La Isla Desconocida
Iroel Sánchez / La Pupila Insomne
Manuel H. Lagarde / Cambios en Cuba
Jorge A. Hernández Pérez / Ogun cubano
Jorge Jeréz / Jorgito por Cuba
Luís E Ruíz Martínez / Visión desde Cuba
Recetas naturales de la abuela cubana
Julio César Moreno / Kokacub@
Carlos García / CubaEconomía
Susana Acea / Una Profe en Centrohabana
Norelis Morales / Islamia
Daniel Guerra / Sin Oropel ni Garufa
Elier Ramirez Cañedo / Dialogar Dialogar
Raiza Martín Lobo / La Guantanamera
Daynet Rodriguez Sotomayor / Mundo en Crisis
Roberto Suarez / Cuba en Fotos
Daylin Sordo Peláez / Cuando Nadie me ve
TOMADO DEL BLOG TURQUINAUTA
domingo, 18 de junio de 2017
Trump: manotazo de ahogado en el Caribe
Atilio A. Boron
A Donald Trump lo acechan tiempos difíciles. Sus bravatas de campaña siguen en el plano de la retórica y no se traducen en hechos. Lo esencial de su promesa: el retorno de los empleos que emigraran a China y otros países de bajos salarios ha caído en oídos sordos de los CEOs de las grandes transnacionales estadounidenses que pagan en aquellos países la décima parte del salario que deberían oblar en Estados Unidos para obreros que, además, trabajan más de ocho horas diarias y están expuestos a muchos más accidentes de trabajo.1 El muro que dividiría la frontera entre México y Estados Unidos tiene remotas posibilidades de concreción, y no sólo por su fenomenal costo cinco o seis veces superior al que anunciara Trump en su campaña. Aparte, fue condenado públicamente por el Papa Francisco y Angela Merkel en su reciente visita a México. El escándalo del “rusiagate”, aunque sea una farsa montada por sus enemigos dentro de Estados Unidos se yergue como una letal amenaza a su permanencia en la Casa Blanca. En el Congreso suenan tambores de guerra reclamando un juicio político al nuevo presidente. Tampoco lo ayudan los oscuros negocios de su yerno y la clara incompatibilidad de intereses entre su emporio empresarial y su función como presidente.
La ruta de escape ante tantas tribulaciones internas ha sido la usual en estos casos: un gesto de reafirmación de su autoridad en la escena mundial, para demostrar que el gigante todavía está allí y que en cualquier momento puede pegar un zarpazo brutal. Un bombardeo sin sentido –y con sorprendente mala puntería- a un aeropuerto en Siria como para decir “aquí estamos” en un escenario cada vez más dominado por la presencia de Rusia e Irán o arrojar sin ton ni son la “madre de todas las bombas” en una zona remota y despoblada de Afganistán. Por último, un amenazante desplazamiento de la Flota del Pacífico hacia las proximidades de Corea del Norte en represalia por sus experimentos misilísticos, movida que quedó sólo en eso Japón ni bien Tokio y Seúl advirtieron al bocón de Washington que la capacidad retaliatoria de Pyongyang podría provocar enormes daños en varias ciudades de Japón y Corea del Sur.
Y ahora Cuba, esa vieja y enfermiza obsesión que frustró a once presidentes norteamericanos y que ahora está a punto de cobrarse una nueva víctima en la persona del magnate neoyorquino. Con su nueva política, atizada por la mafia no sólo anticastrista sino sobre todo antipatriótica de Miami, esa que no tiene reparo alguno en provocar sufrimientos a su pueblo con tal de promover su ilusoria agenda contrarrevolucionaria, Trump comienza a desandar el camino iniciado por Barack Obama. Lo hace, hasta ahora, de manera parcial: las embajadas quedan abiertas, muchas operaciones comerciales seguirán su curso y los cubano-americanos continuarán visitando la isla. Pero esta estúpida regresión a los tiempos de la Guerra Fría, a un pasado que ya no volverá, ocasionará nuevas complicaciones para el ocupante de la Casa Blanca. Por una parte, porque reavivará las llamas de la tradición antiimperialista de Martí y Fidel, profundamente arraigada en el pueblo cubano que cualesquiera sean sus opiniones sobre la Revolución rechaza visceralmente las ambiciones coloniales de su vecino. Por otra parte, al reinstalar trabas a las relaciones económicas entre las empresas norteamericanas y Cuba Trump abrirá un nuevo frente de conflicto al interior de Estados Unidos. Y esto es así porque son muchos los empresarios –en la agricultura, comercio, hotelería, aviación, informática, etcétera- que consideran a los trogloditas de Miami una rémora impresentable e irrepresentativa de la gran mayoría del exilio económico cubano cuyas absurdas pretensiones les cierran una atractiva fuente de negocios y favorecen a sus competidores de otros países. Habrá que ver lo que pueda ocurrir con la nueva política de Trump cuando estos poderosos actores locales de la política norteamericana presionen sobre la Casa Blanca para defender sus intereses. O cuando el estadounidense común y corriente se dé cuenta de que de ahora en más podrá seguir viajando sin restricciones a Corea del Norte, Sudán, Siria e Irán, países incluidos como “estados fallidos” por el Departamento de Estado, pero no a Cuba. Lo más probable será que se fastidie y que piense que tenían razón los 35 profesionales de la Asociación Psiquiátrica Americana cuando dieron a conocer una carta abierta en el New York Times asegurando que el nuevo presidente “muestra indicios de una severa enfermedad mental.”2
NOTAS
1 Cf. http://www.huffingtonpost.com/2012/03/08/average-cost-factory-worker_n_1327413.html
2 http://www.excelsior.com.mx/global/2017/02/16/1146714
A Donald Trump lo acechan tiempos difíciles. Sus bravatas de campaña siguen en el plano de la retórica y no se traducen en hechos. Lo esencial de su promesa: el retorno de los empleos que emigraran a China y otros países de bajos salarios ha caído en oídos sordos de los CEOs de las grandes transnacionales estadounidenses que pagan en aquellos países la décima parte del salario que deberían oblar en Estados Unidos para obreros que, además, trabajan más de ocho horas diarias y están expuestos a muchos más accidentes de trabajo.1 El muro que dividiría la frontera entre México y Estados Unidos tiene remotas posibilidades de concreción, y no sólo por su fenomenal costo cinco o seis veces superior al que anunciara Trump en su campaña. Aparte, fue condenado públicamente por el Papa Francisco y Angela Merkel en su reciente visita a México. El escándalo del “rusiagate”, aunque sea una farsa montada por sus enemigos dentro de Estados Unidos se yergue como una letal amenaza a su permanencia en la Casa Blanca. En el Congreso suenan tambores de guerra reclamando un juicio político al nuevo presidente. Tampoco lo ayudan los oscuros negocios de su yerno y la clara incompatibilidad de intereses entre su emporio empresarial y su función como presidente.
La ruta de escape ante tantas tribulaciones internas ha sido la usual en estos casos: un gesto de reafirmación de su autoridad en la escena mundial, para demostrar que el gigante todavía está allí y que en cualquier momento puede pegar un zarpazo brutal. Un bombardeo sin sentido –y con sorprendente mala puntería- a un aeropuerto en Siria como para decir “aquí estamos” en un escenario cada vez más dominado por la presencia de Rusia e Irán o arrojar sin ton ni son la “madre de todas las bombas” en una zona remota y despoblada de Afganistán. Por último, un amenazante desplazamiento de la Flota del Pacífico hacia las proximidades de Corea del Norte en represalia por sus experimentos misilísticos, movida que quedó sólo en eso Japón ni bien Tokio y Seúl advirtieron al bocón de Washington que la capacidad retaliatoria de Pyongyang podría provocar enormes daños en varias ciudades de Japón y Corea del Sur.
Y ahora Cuba, esa vieja y enfermiza obsesión que frustró a once presidentes norteamericanos y que ahora está a punto de cobrarse una nueva víctima en la persona del magnate neoyorquino. Con su nueva política, atizada por la mafia no sólo anticastrista sino sobre todo antipatriótica de Miami, esa que no tiene reparo alguno en provocar sufrimientos a su pueblo con tal de promover su ilusoria agenda contrarrevolucionaria, Trump comienza a desandar el camino iniciado por Barack Obama. Lo hace, hasta ahora, de manera parcial: las embajadas quedan abiertas, muchas operaciones comerciales seguirán su curso y los cubano-americanos continuarán visitando la isla. Pero esta estúpida regresión a los tiempos de la Guerra Fría, a un pasado que ya no volverá, ocasionará nuevas complicaciones para el ocupante de la Casa Blanca. Por una parte, porque reavivará las llamas de la tradición antiimperialista de Martí y Fidel, profundamente arraigada en el pueblo cubano que cualesquiera sean sus opiniones sobre la Revolución rechaza visceralmente las ambiciones coloniales de su vecino. Por otra parte, al reinstalar trabas a las relaciones económicas entre las empresas norteamericanas y Cuba Trump abrirá un nuevo frente de conflicto al interior de Estados Unidos. Y esto es así porque son muchos los empresarios –en la agricultura, comercio, hotelería, aviación, informática, etcétera- que consideran a los trogloditas de Miami una rémora impresentable e irrepresentativa de la gran mayoría del exilio económico cubano cuyas absurdas pretensiones les cierran una atractiva fuente de negocios y favorecen a sus competidores de otros países. Habrá que ver lo que pueda ocurrir con la nueva política de Trump cuando estos poderosos actores locales de la política norteamericana presionen sobre la Casa Blanca para defender sus intereses. O cuando el estadounidense común y corriente se dé cuenta de que de ahora en más podrá seguir viajando sin restricciones a Corea del Norte, Sudán, Siria e Irán, países incluidos como “estados fallidos” por el Departamento de Estado, pero no a Cuba. Lo más probable será que se fastidie y que piense que tenían razón los 35 profesionales de la Asociación Psiquiátrica Americana cuando dieron a conocer una carta abierta en el New York Times asegurando que el nuevo presidente “muestra indicios de una severa enfermedad mental.”2
NOTAS
1 Cf. http://www.huffingtonpost.com/2012/03/08/average-cost-factory-worker_n_1327413.html
2 http://www.excelsior.com.mx/global/2017/02/16/1146714
sábado, 17 de junio de 2017
En Santa Ifigenia, con los Padres de la Patria (FOTOS)
Una breve visita a Santiago de Cuba me permitió rendirle honores al Comandante en jefe y al Apóstol de Cuba, Fidel Castro y José Martí. También me acompañó mi amigo, el doctor Graciliano, uno de los médicos del Ébola en África, y pude conocer a su familia.
viernes, 9 de junio de 2017
Miguel D'Escoto: "Estamos en el borde de una nueva era"
Enrique Ubieta Gómez
Esta entrevista, nunca publicada de manera independiente, forma parte de mi libro La utopía rearmada (2002), que documenta mi recorrido por Nicaragua, Honduras, Guatemala y Hatí, entre 1999 y el 2000, después del paso de los huracanes Mitch y George, y de la refundación del internacionalismo por Fidel, en época de deserciones y arrepentimientos. Gobernaba el país centroamericano el presidente Alemán, del Partido Liberal. Es mi homenaje póstumo a un hombre que nunca abandonó a los pobres, ni pactó con los supuestos vencedores.
Esta entrevista, nunca publicada de manera independiente, forma parte de mi libro La utopía rearmada (2002), que documenta mi recorrido por Nicaragua, Honduras, Guatemala y Hatí, entre 1999 y el 2000, después del paso de los huracanes Mitch y George, y de la refundación del internacionalismo por Fidel, en época de deserciones y arrepentimientos. Gobernaba el país centroamericano el presidente Alemán, del Partido Liberal. Es mi homenaje póstumo a un hombre que nunca abandonó a los pobres, ni pactó con los supuestos vencedores.
El
13 de julio de 1999, visité en su casa de Managua al Padre Miguel D’Escoto,
ex-Ministro de Relaciones Exteriores de la Nicaragua sandinista y actual
miembro de la Dirección Nacional del FSLN. Me abrazó al entrar, sin conocerme,
solo por ser cubano. La conversación tuvo como eje la solidaridad médica
cubana, pero sus palabras respondían, sin él sospecharlo quizás o quizás
sabiéndolo, cada argumento del autoderrotado Vargas Llosa: “Mira –me dijo apenas llegué–, cuando yo estaba viendo la llegada del Santo Padre
a Cuba, yo me sentía orgulloso de Fidel como sandinista, como latinoamericano y
como ser humano, Fidel comportándose con toda la delicadeza y el tacto. Cuando se
llega a Cuba, se está en presencia de seres moralmente superiores y un
cristiano tiene que reconocer eso, tiene que reconocer la superioridad moral,
la superioridad que nace de las vivencias de la fraternidad. No quiero decir
que en Cuba no exista el pecado, estamos en la era del pecado. Hay pecado, hay
imperfecciones, pero dentro de la imperfección que es la humanidad, en Cuba
hemos alcanzado los más altos niveles de perfección y seguiremos luchando para
elevarlos más.
“Ahorita Cuba con tantos problemas, está pensando en ayudar a otros y lo hace en unas dimensiones increíbles. Enfrenta dificultades, escasez de cosas y sin embargo, se lleva a una gran cantidad de estudiantes para prepararlos. Nuestro Señor quería que la Iglesia fuera la sal, y Cuba es sal y levadura. Y ojalá que siempre se mantenga porque en el resto del mundo lo que impera, lo que predomina es el egoísmo, un egoísmo que termina siendo obsesivo”.
Entonces se me acercó, invirtiendo los roles, como si fuese a confesarse conmigo: “Te voy a hablar de las cosas que pienso más íntimamente –afirmó–. Para mí lo único totalmente importante, lo único capaz de salvar este mundo, es Cristo y su mensaje. El mensaje de amor, de fraternidad, de lucha por la justicia, de lucha por la igualdad. Recuerdo que hace poco un estudiante me preguntó: dígame qué es lo más importante que falta en el mundo. Nos hace falta, le dije, una inyección de locura divina. La ‘locura’ divina de la Cruz. Eso es lo que se necesita: un mundo más loco, más gente que haga cosas así, ‘locas’, que los demás le digan estás loco, para qué te estás preocupando del otro, preocúpate de vos mismo, mirá que vos sos inteligente, mirá que vos podrías ser un millonariazo. Ojalá que nos consideren a todos locos por estar pensando en cómo hacer un mundo mejor y dejar un mundo mejor para los que están naciendo y van a nacer”.
En su conversación “confesional”, abordó el tema de la violencia como forma de lucha. Admirador sincero de dos revolucionarios aparentemente distantes en sus contextos históricos y métodos de lucha, expuso su criterio con amplitud: “Yo fui un canciller muy itinerante porque no teníamos embajadas en todas partes y para contrarrestar la información de los gringos teníamos que viajar muchísimo. Me tocó conocer a muchos jefes de estado. La persona que más me impresionó en todo ese tiempo fue Fidel. Para mí es el hombre del siglo. Yo el siglo lo comparto con dos personas: Mahatma Gandhi y Fidel Castro. Es que yo creo que ser revolucionario implica muchas cosas y una de ellas –afirmó– es la búsqueda de nuevos métodos de lucha. No es lo mismo la no violencia que el quietismo. El quietismo es una aberración, simplemente cruzarse de brazos, no hacer nada. No me gusta hablar de no violencia. Prefiero hablar de lucha no violenta, porque es lucha. Creo que la humanidad tiene que saltar a esa modalidad, porque lo no revolucionario, lo convencional, ha sido el uso de la violencia. La Iglesia la justifica, porque habla de la guerra justa. Pero es un método que no ayuda a la gran meta, a la creación de la nueva humanidad. Creo que si hubiesen más personas con capacidad de liderazgo y anuentes a vanguardizar esto, saldríamos adelante. Son muchísimas las cosas que hay que cambiar, todo el sistema de justicia por ejemplo. La vía armada puede hacer bastante, pero después siempre queda mucho por hacer. Admiro a Gandhi como defensor de esa idea.”
“Cuando me piden que me incorpore al Frente Sandinista –continuó el Padre D’Escoto– yo estaba ya radicalmente convencido de que el Evangelio es radicalmente no violento. Pero a mi pueblo le han enseñado todo lo contrario. La Iglesia misma ha sido la institución más violenta de la humanidad; en su historia hay torturas y asesinatos espantosos. A los disidentes, que ellos llamaban herejes, no sólo les quemaban sus libros, también a ellos los quemaban, para que no se les ocurriese escribir otro. Entonces, ¿cómo le van a decir al pueblo que busque otra vía? Además, la Iglesia critica la violencia cuando la guerra se hace a favor de la justicia, cuando se hace violencia revolucionaria. Y debería haber otra palabra para definirla, porque no es lo mismo cuando se trata de una agresión que cuando es violencia revolucionaria, cuando ya no queda otra alternativa. Pero yo creo en la fuerza del amor, que el amor será lo que cambiará el mundo. Estamos en el borde de una nueva era. Ese es el reto para los grandes revolucionarios de nuestro tiempo.”
D’Escoto, sencillo y apasionado, sin etiquetas, dueño de sí, convencido y convincente, es de los hombres imprescindibles, aquellos que según el poeta alemán Bertold Bretch luchan toda la vida. “Tenemos que abrirnos a un auténtico ecumenismo –aseguró– Cuando yo era chico aquí en Nicaragua era costumbre y se consideraba excelente ir a tirar piedras a un templo bautista. Y eso era entre cristianos, ya no se diga lo que ha existido siempre entre cristianos y mahometanos, o entre cristianos y budistas. O entre cristianos y ateos, y entre cristianos y los que yo llamo santos ateos. Porque muchos de los más grandes santos del mundo han sido ateos. Esto puede parecer una idea novedosa, pero nuestro Señor es el primero que nos lo advierte. Él hablaba siempre en parábolas. Cuando alguien le preguntó qué es lo que había que hacer para salvarse, Él contesta: ama a tu prójimo. Pero, ¿qué es eso de prójimo?, dice uno. Entonces Él desarrolla una parábola: por el camino de Jerusalém a Jericó asaltaron a un hombre para robarle y lo dejaron sangrando a la orilla del camino. Pasa un alto funcionario religioso –en aquel contexto era de la Sinagoga, ahora podríamos pensar en un obispo– pasa y da la media vuelta como para no tropezar (es decir, que claramente lo vio) y sigue a Jericó, porque tenía una reunión muy importante. No comprende que son más importantes las oportunidades que se te presentan en el camino. Después pasa otro hombre, de esos que van a la iglesia y se golpean el pecho diciendo que creen en Dios, y sigue. Y después, dice Cristo, viene un samaritano. Hay que recordar que los judíos que estaban escuchándolo no le llamaban samaritanos a la gente de Samaria, les decían perros ateos, los trataban con desprecio porque no creían en el Dios de Israel. Pero Cristo dice: viene un samaritano, se baja de la bestia y echa aceite de oliva en sus heridas y coge unas telas y lo limpia y se lo lleva a un hospedaje y le dice al dueño que lo cuide y le da dinero para tres días, pero si necesitás más, gastás más, yo te lo pago, porque en tres días regreso. Ni lo conocía, era un señor que vio ahí tirado. Cristo les estaba diciendo: para salvarte seguí el ejemplo de los santos ateos, de los que no andan haciendo gran alarde
pero cumplen la voluntad del Padre, de los que saben extender una mano fraterna en momentos de gran dificultad. Eso es lo que vive Cuba, esa parábola tan importantísima y tan central en el Evangelio. Cuba, bajo la conducción de Fidel, está mucho más encaminada en esa dirección espiritual que otros países que se proclaman cristianos”.
“Ahorita Cuba con tantos problemas, está pensando en ayudar a otros y lo hace en unas dimensiones increíbles. Enfrenta dificultades, escasez de cosas y sin embargo, se lleva a una gran cantidad de estudiantes para prepararlos. Nuestro Señor quería que la Iglesia fuera la sal, y Cuba es sal y levadura. Y ojalá que siempre se mantenga porque en el resto del mundo lo que impera, lo que predomina es el egoísmo, un egoísmo que termina siendo obsesivo”.
Entonces se me acercó, invirtiendo los roles, como si fuese a confesarse conmigo: “Te voy a hablar de las cosas que pienso más íntimamente –afirmó–. Para mí lo único totalmente importante, lo único capaz de salvar este mundo, es Cristo y su mensaje. El mensaje de amor, de fraternidad, de lucha por la justicia, de lucha por la igualdad. Recuerdo que hace poco un estudiante me preguntó: dígame qué es lo más importante que falta en el mundo. Nos hace falta, le dije, una inyección de locura divina. La ‘locura’ divina de la Cruz. Eso es lo que se necesita: un mundo más loco, más gente que haga cosas así, ‘locas’, que los demás le digan estás loco, para qué te estás preocupando del otro, preocúpate de vos mismo, mirá que vos sos inteligente, mirá que vos podrías ser un millonariazo. Ojalá que nos consideren a todos locos por estar pensando en cómo hacer un mundo mejor y dejar un mundo mejor para los que están naciendo y van a nacer”.
En su conversación “confesional”, abordó el tema de la violencia como forma de lucha. Admirador sincero de dos revolucionarios aparentemente distantes en sus contextos históricos y métodos de lucha, expuso su criterio con amplitud: “Yo fui un canciller muy itinerante porque no teníamos embajadas en todas partes y para contrarrestar la información de los gringos teníamos que viajar muchísimo. Me tocó conocer a muchos jefes de estado. La persona que más me impresionó en todo ese tiempo fue Fidel. Para mí es el hombre del siglo. Yo el siglo lo comparto con dos personas: Mahatma Gandhi y Fidel Castro. Es que yo creo que ser revolucionario implica muchas cosas y una de ellas –afirmó– es la búsqueda de nuevos métodos de lucha. No es lo mismo la no violencia que el quietismo. El quietismo es una aberración, simplemente cruzarse de brazos, no hacer nada. No me gusta hablar de no violencia. Prefiero hablar de lucha no violenta, porque es lucha. Creo que la humanidad tiene que saltar a esa modalidad, porque lo no revolucionario, lo convencional, ha sido el uso de la violencia. La Iglesia la justifica, porque habla de la guerra justa. Pero es un método que no ayuda a la gran meta, a la creación de la nueva humanidad. Creo que si hubiesen más personas con capacidad de liderazgo y anuentes a vanguardizar esto, saldríamos adelante. Son muchísimas las cosas que hay que cambiar, todo el sistema de justicia por ejemplo. La vía armada puede hacer bastante, pero después siempre queda mucho por hacer. Admiro a Gandhi como defensor de esa idea.”
“Cuando me piden que me incorpore al Frente Sandinista –continuó el Padre D’Escoto– yo estaba ya radicalmente convencido de que el Evangelio es radicalmente no violento. Pero a mi pueblo le han enseñado todo lo contrario. La Iglesia misma ha sido la institución más violenta de la humanidad; en su historia hay torturas y asesinatos espantosos. A los disidentes, que ellos llamaban herejes, no sólo les quemaban sus libros, también a ellos los quemaban, para que no se les ocurriese escribir otro. Entonces, ¿cómo le van a decir al pueblo que busque otra vía? Además, la Iglesia critica la violencia cuando la guerra se hace a favor de la justicia, cuando se hace violencia revolucionaria. Y debería haber otra palabra para definirla, porque no es lo mismo cuando se trata de una agresión que cuando es violencia revolucionaria, cuando ya no queda otra alternativa. Pero yo creo en la fuerza del amor, que el amor será lo que cambiará el mundo. Estamos en el borde de una nueva era. Ese es el reto para los grandes revolucionarios de nuestro tiempo.”
D’Escoto, sencillo y apasionado, sin etiquetas, dueño de sí, convencido y convincente, es de los hombres imprescindibles, aquellos que según el poeta alemán Bertold Bretch luchan toda la vida. “Tenemos que abrirnos a un auténtico ecumenismo –aseguró– Cuando yo era chico aquí en Nicaragua era costumbre y se consideraba excelente ir a tirar piedras a un templo bautista. Y eso era entre cristianos, ya no se diga lo que ha existido siempre entre cristianos y mahometanos, o entre cristianos y budistas. O entre cristianos y ateos, y entre cristianos y los que yo llamo santos ateos. Porque muchos de los más grandes santos del mundo han sido ateos. Esto puede parecer una idea novedosa, pero nuestro Señor es el primero que nos lo advierte. Él hablaba siempre en parábolas. Cuando alguien le preguntó qué es lo que había que hacer para salvarse, Él contesta: ama a tu prójimo. Pero, ¿qué es eso de prójimo?, dice uno. Entonces Él desarrolla una parábola: por el camino de Jerusalém a Jericó asaltaron a un hombre para robarle y lo dejaron sangrando a la orilla del camino. Pasa un alto funcionario religioso –en aquel contexto era de la Sinagoga, ahora podríamos pensar en un obispo– pasa y da la media vuelta como para no tropezar (es decir, que claramente lo vio) y sigue a Jericó, porque tenía una reunión muy importante. No comprende que son más importantes las oportunidades que se te presentan en el camino. Después pasa otro hombre, de esos que van a la iglesia y se golpean el pecho diciendo que creen en Dios, y sigue. Y después, dice Cristo, viene un samaritano. Hay que recordar que los judíos que estaban escuchándolo no le llamaban samaritanos a la gente de Samaria, les decían perros ateos, los trataban con desprecio porque no creían en el Dios de Israel. Pero Cristo dice: viene un samaritano, se baja de la bestia y echa aceite de oliva en sus heridas y coge unas telas y lo limpia y se lo lleva a un hospedaje y le dice al dueño que lo cuide y le da dinero para tres días, pero si necesitás más, gastás más, yo te lo pago, porque en tres días regreso. Ni lo conocía, era un señor que vio ahí tirado. Cristo les estaba diciendo: para salvarte seguí el ejemplo de los santos ateos, de los que no andan haciendo gran alarde
pero cumplen la voluntad del Padre, de los que saben extender una mano fraterna en momentos de gran dificultad. Eso es lo que vive Cuba, esa parábola tan importantísima y tan central en el Evangelio. Cuba, bajo la conducción de Fidel, está mucho más encaminada en esa dirección espiritual que otros países que se proclaman cristianos”.
Le
comenté el apoyo que habían recibido las brigadas cubanas de parte de algunos
sacerdotes de base y me narró dos anécdotas de los años 80: “Por el norte de
Nicaragua, por el lado de Jalapa, andaban unos periodistas americanos
haciendo un reportaje para una revista de televisión que se llama 60 minutos.
Uno de sus segmentos era sobre Nicaragua. Entonces aparece una señora con un AK
haciendo vigilancia revolucionaria en la frontera. Ellos la entrevistan y le
preguntan, bueno, ¿usted es norteamericana? Sí. ¿Y además es monja? Sí. Pero bueno,
¿usted es comunista? La verdad es que no soy comunista –responde– pero la gente
cree que lo soy, porque los comunistas, estos muchachos, hacen cosas buenas, y
entonces yo digo que nosotros también debiéramos hacer esas cosas, lo lamentable
es que no las hacemos. Ojalá que nosotros también hiciéramos cosas así. Eso
apareció en la televisión norteamericana y fue un escándalo. La mujer es la
Madre Juana, que vive aquí todavía.
“Algo muy similar ocurrió con la Hermana Patricia en Ciudad Sandino.
Esta Hermana era la encargada por la Revolución de todo lo relacionado con la salud desde Ciudad Sandino hasta la Brasilia, una región de más de cien mil habitantes. Ella, que es enfermera, trabajaba con un médico cubano. Llega la televisión gringa y le pregunta: usted es norteamericana y monja, ¿qué está haciendo aquí con este comunista? ¿Qué comunista? –pregunta ella-- ¿usted se refiere al doctor Álvarez? Bueno, ese que usted menciona como comunista es una maravilla de médico. Yo como enfermera puedo distinguir un buen médico del que no lo es y éste es de lo mejor. Quisiera que en otros lugares hubiesen médicos así, tan dispuestos a venir a compartir la pobreza con el pueblo de Nicaragua. Pero usted me ha dado una clave, usted lo llama comunista, entonces en mis oraciones voy a pedirle a Dios que nos mande más comunistas, porque eso es lo que necesitamos, gente como él. Te cuento esto porque es natural que un cura reconozca a un hermano espiritual en alguien comprometido con la solidaridad y la fraternidad. Yo quisiera apoyar más a los médicos cubanos. He hecho algunas cositas, muy pocas. Por lo menos estuvimos aquí juntos en mi casa para fines de año, celebrando los 40 años de la Revolución cubana”.
Le pregunté finalmente por la situación actual de Nicaragua, a veinte años del triunfo sandinista y a diez años de la derrota electoral: “Le doy gracias a Dios por el privilegio de haber vivido un momento tan importante para mi país” –respondió con la vista fija en algún lugar del tiempo. “Creo que ha sido el momento más importante, el más glorioso, donde más se apreció la generosidad del pueblo. Yo no lo busqué, pero se me llamó para que participara de una forma bastante directa, de mucha responsabilidad y eso también fue un privilegio. Creo que la Revolución sin embargo, está en un momento ahorita como de receso, esperando que venga otro capítulo, que será mejor precisamente porque ya vivimos el primero. Como Fidel ha dicho, nosotros tuvimos un Bahía de Cochinos todos los días por muchos años. Y como consecuencia de un cansancio generalizado –hubo un número de personas sumamente importante que se mantuvo hasta el final– perdimos las elecciones.
“Pero, ¿elecciones libres? No, elecciones con una pistola en la sien de los votantes. Los Estados Unidos lo habían dicho claramente: si votan otra vez seguimos la guerra. Y eran ellos los que hacían la guerra, ellos organizaban, financiaban, armaban a la contra. Una guerra mercenaria. Sin embargo, son tan torpes los aliados del imperio que no se dan cuenta de que para que no haya una Revolución, un cambio, tienen que aliviar el sufrimiento del pueblo, y aquí estamos retrocediendo a niveles de pobreza tan altos como los que había en el somocismo. Supongo que así tiene que ser, porque no van a ser capaces nunca de ver la realidad desde la óptica de los intereses populares.
“Los muchachos americanos, como juego, te agarran el brazo, te dan vuelta y te lo retuercen, lo que duele mucho, hasta que dices “tío” y te sueltan. Quiero ver hasta dónde aguantás. Una vez un periodista le preguntó a Reagan que hasta cuando iba a seguir esa política hostil contra Nicaragua: “hasta que griten tío”, contestó. Es decir, los voy a seguir torturando hasta que se rindan. El pueblo de Nicaragua fue y sigue siendo tremendamente castigado por haberse atrevido a soñar con un mundo más justo, más fraterno, más solidario.
“Para que no nos engañemos miremos siempre a personas, a pueblos como el cubano, que viven en la lucha, tratando de mantener encendida la antorcha. La más grande antorcha en América y en el mundo es Fidel. Por favor, si ustedes ven que tiene alguna falla –es imposible que no la tengamos– no seamos como los chanchos que sólo miran para abajo, miremos para arriba, veamos la grandeza. Ustedes nos hacen pensar que es posible. Es el testimonio que ustedes como nación nos dan. Por eso es importante mantener la antorcha cubana encendida, siempre presente. Sería un mal día para América y para el mundo si algo hiciera extinguir esa antorcha.”
“Algo muy similar ocurrió con la Hermana Patricia en Ciudad Sandino.
Esta Hermana era la encargada por la Revolución de todo lo relacionado con la salud desde Ciudad Sandino hasta la Brasilia, una región de más de cien mil habitantes. Ella, que es enfermera, trabajaba con un médico cubano. Llega la televisión gringa y le pregunta: usted es norteamericana y monja, ¿qué está haciendo aquí con este comunista? ¿Qué comunista? –pregunta ella-- ¿usted se refiere al doctor Álvarez? Bueno, ese que usted menciona como comunista es una maravilla de médico. Yo como enfermera puedo distinguir un buen médico del que no lo es y éste es de lo mejor. Quisiera que en otros lugares hubiesen médicos así, tan dispuestos a venir a compartir la pobreza con el pueblo de Nicaragua. Pero usted me ha dado una clave, usted lo llama comunista, entonces en mis oraciones voy a pedirle a Dios que nos mande más comunistas, porque eso es lo que necesitamos, gente como él. Te cuento esto porque es natural que un cura reconozca a un hermano espiritual en alguien comprometido con la solidaridad y la fraternidad. Yo quisiera apoyar más a los médicos cubanos. He hecho algunas cositas, muy pocas. Por lo menos estuvimos aquí juntos en mi casa para fines de año, celebrando los 40 años de la Revolución cubana”.
Le pregunté finalmente por la situación actual de Nicaragua, a veinte años del triunfo sandinista y a diez años de la derrota electoral: “Le doy gracias a Dios por el privilegio de haber vivido un momento tan importante para mi país” –respondió con la vista fija en algún lugar del tiempo. “Creo que ha sido el momento más importante, el más glorioso, donde más se apreció la generosidad del pueblo. Yo no lo busqué, pero se me llamó para que participara de una forma bastante directa, de mucha responsabilidad y eso también fue un privilegio. Creo que la Revolución sin embargo, está en un momento ahorita como de receso, esperando que venga otro capítulo, que será mejor precisamente porque ya vivimos el primero. Como Fidel ha dicho, nosotros tuvimos un Bahía de Cochinos todos los días por muchos años. Y como consecuencia de un cansancio generalizado –hubo un número de personas sumamente importante que se mantuvo hasta el final– perdimos las elecciones.
“Pero, ¿elecciones libres? No, elecciones con una pistola en la sien de los votantes. Los Estados Unidos lo habían dicho claramente: si votan otra vez seguimos la guerra. Y eran ellos los que hacían la guerra, ellos organizaban, financiaban, armaban a la contra. Una guerra mercenaria. Sin embargo, son tan torpes los aliados del imperio que no se dan cuenta de que para que no haya una Revolución, un cambio, tienen que aliviar el sufrimiento del pueblo, y aquí estamos retrocediendo a niveles de pobreza tan altos como los que había en el somocismo. Supongo que así tiene que ser, porque no van a ser capaces nunca de ver la realidad desde la óptica de los intereses populares.
“Los muchachos americanos, como juego, te agarran el brazo, te dan vuelta y te lo retuercen, lo que duele mucho, hasta que dices “tío” y te sueltan. Quiero ver hasta dónde aguantás. Una vez un periodista le preguntó a Reagan que hasta cuando iba a seguir esa política hostil contra Nicaragua: “hasta que griten tío”, contestó. Es decir, los voy a seguir torturando hasta que se rindan. El pueblo de Nicaragua fue y sigue siendo tremendamente castigado por haberse atrevido a soñar con un mundo más justo, más fraterno, más solidario.
“Para que no nos engañemos miremos siempre a personas, a pueblos como el cubano, que viven en la lucha, tratando de mantener encendida la antorcha. La más grande antorcha en América y en el mundo es Fidel. Por favor, si ustedes ven que tiene alguna falla –es imposible que no la tengamos– no seamos como los chanchos que sólo miran para abajo, miremos para arriba, veamos la grandeza. Ustedes nos hacen pensar que es posible. Es el testimonio que ustedes como nación nos dan. Por eso es importante mantener la antorcha cubana encendida, siempre presente. Sería un mal día para América y para el mundo si algo hiciera extinguir esa antorcha.”
martes, 6 de junio de 2017
Intelectuales y Artistas del Mundo con la Revolución Bolivariana
Relevantes intelectuales de América Latina, Canadá, Estados Unidos, Europa y el resto del mundo han respondido al comunicado injerencista de la derecha universal contra la República Bolivariana de Venezuela.
Justo antes de que la OEA se reuniera con el propósito de crear condiciones para intervenir en Venezuela, un grupo de académicos y políticos que hace el juego a la derecha internacional, se sumó a la agresión mediática y a la construcción de descrédito global del proceso bolivariano, que ha cobrado particular intensidad en estos últimos meses, aunque jamás ha cesado, desde que surgiera el indiscutible liderazgo de Hugo Chávez Frías.
La Declaración de Intelectuales y Artistas del Mundo con la Revolución Bolivariana revela que tales actitudes se hacen cómplices de las guarimbas violentas de la oposición, del asesinato y la quema de simpatizantes chavistas en el campo y la ciudad, la infiltración de paramilitares por la frontera colombiana, la ilegalidad de la Asamblea en desacato, compuesta en su mayoría por participantes en el Golpe de Estado de 2002 contra el propio Presidente Constitucional Hugo Chávez Frías, la intensificación del golpe continuado, y la intervención de la OEA en los asuntos internos de la nación venezolana, en abierto servilismo a los dictados del imperio norteamericano.
El documento de los intelectuales y acádémicos leales a la Revolución Bolivariana, llama a reflexionar acerca de las categorías y consensos de legitimación democrática que han dominado la Historia y aportan además importantes directrices para reconstituir esta agenda de análisis. El proceso bolivariano, destaca la Declaración, “como ningún otro proyecto, supo tomar, profundizar y radicalizar la democracia liberal formal con mecanismos consultivos, plebiscitarios y revocatorios absolutamente inéditos”.
Hasta ahora, entre otros, han firmado el documento los Cinco Héroes Cubanos: Gerardo Hernández Nordelo, Fernando González Llort, René González Sehwerert, Ramón Labañino Salazar, Antonio Guerrero Rodríguez.
Así mismo, Adolfo Pérez Esquivel (Argentina); Pablo González Casanova (México); Álvaro García Liniera (Bolivia); Miguel d’Escoto Brockmann (Nicaragua); Roberto Fernández Retamar (Cuba); Frei Betto (Brasil); Gisela López, (Bolivia); João Pedro Stédile (Brasil); Nidia Díaz (El Salvador); Silvio Rodriguez (Cuba); Atilio Borón (Argentina); Luis Britto García (Venezuela); Raúl Vera López (México); Cynthia McKinney (EE.UU); Ignacio Ramonet (Francia); Graziella Pogolotti (Cuba); María Augusta Calle (Ecuador); Gianni Minà (Italia); Armand Mattelart (Bélgica); Carmen Bohórquez (Venezuela); Piedad Córdoba (Colombia); Samin Amin (Egipto); Carlos Fernández Liria (España); Stella Calloni (Argentina); Emir Sader (Brasil); Daniel Viglietti (Uruguay); Dany Rivera (Puerto Rico); James Petras (EE.UU); Hector Diaz Polanco (México); Marta Harnecker (Chile); Michael A. Lebowitz (Canadá); Jorge Veraza (México); Theotonio dos Santos (Brasil); Fernando Rendón (Colombia); Omar González (Cuba); Hildebrando Pérez Grande (Perú); Raúl Suárez (Cuba); Farruco Sesto (Venezuela); Angel Guerra (Cuba/México); Thierno Diop (Senegal); Michel Collon (Bélgica); Osvaldo León (Ecuador); Camille Chalmers (Haití); Belén Gopegui (España); Aldo Diaz Lacayo (Nicaragua); Arturo Corcuera (Perú); Fernando Morais (Brasil); Ismael Clark Arxer(Cuba); Irene León (Ecuador)
Justo antes de que la OEA se reuniera con el propósito de crear condiciones para intervenir en Venezuela, un grupo de académicos y políticos que hace el juego a la derecha internacional, se sumó a la agresión mediática y a la construcción de descrédito global del proceso bolivariano, que ha cobrado particular intensidad en estos últimos meses, aunque jamás ha cesado, desde que surgiera el indiscutible liderazgo de Hugo Chávez Frías.
La Declaración de Intelectuales y Artistas del Mundo con la Revolución Bolivariana revela que tales actitudes se hacen cómplices de las guarimbas violentas de la oposición, del asesinato y la quema de simpatizantes chavistas en el campo y la ciudad, la infiltración de paramilitares por la frontera colombiana, la ilegalidad de la Asamblea en desacato, compuesta en su mayoría por participantes en el Golpe de Estado de 2002 contra el propio Presidente Constitucional Hugo Chávez Frías, la intensificación del golpe continuado, y la intervención de la OEA en los asuntos internos de la nación venezolana, en abierto servilismo a los dictados del imperio norteamericano.
El documento de los intelectuales y acádémicos leales a la Revolución Bolivariana, llama a reflexionar acerca de las categorías y consensos de legitimación democrática que han dominado la Historia y aportan además importantes directrices para reconstituir esta agenda de análisis. El proceso bolivariano, destaca la Declaración, “como ningún otro proyecto, supo tomar, profundizar y radicalizar la democracia liberal formal con mecanismos consultivos, plebiscitarios y revocatorios absolutamente inéditos”.
Hasta ahora, entre otros, han firmado el documento los Cinco Héroes Cubanos: Gerardo Hernández Nordelo, Fernando González Llort, René González Sehwerert, Ramón Labañino Salazar, Antonio Guerrero Rodríguez.
Así mismo, Adolfo Pérez Esquivel (Argentina); Pablo González Casanova (México); Álvaro García Liniera (Bolivia); Miguel d’Escoto Brockmann (Nicaragua); Roberto Fernández Retamar (Cuba); Frei Betto (Brasil); Gisela López, (Bolivia); João Pedro Stédile (Brasil); Nidia Díaz (El Salvador); Silvio Rodriguez (Cuba); Atilio Borón (Argentina); Luis Britto García (Venezuela); Raúl Vera López (México); Cynthia McKinney (EE.UU); Ignacio Ramonet (Francia); Graziella Pogolotti (Cuba); María Augusta Calle (Ecuador); Gianni Minà (Italia); Armand Mattelart (Bélgica); Carmen Bohórquez (Venezuela); Piedad Córdoba (Colombia); Samin Amin (Egipto); Carlos Fernández Liria (España); Stella Calloni (Argentina); Emir Sader (Brasil); Daniel Viglietti (Uruguay); Dany Rivera (Puerto Rico); James Petras (EE.UU); Hector Diaz Polanco (México); Marta Harnecker (Chile); Michael A. Lebowitz (Canadá); Jorge Veraza (México); Theotonio dos Santos (Brasil); Fernando Rendón (Colombia); Omar González (Cuba); Hildebrando Pérez Grande (Perú); Raúl Suárez (Cuba); Farruco Sesto (Venezuela); Angel Guerra (Cuba/México); Thierno Diop (Senegal); Michel Collon (Bélgica); Osvaldo León (Ecuador); Camille Chalmers (Haití); Belén Gopegui (España); Aldo Diaz Lacayo (Nicaragua); Arturo Corcuera (Perú); Fernando Morais (Brasil); Ismael Clark Arxer(Cuba); Irene León (Ecuador)
Sgt. Pepper, el rock (y el mundo) de mi adolescencia
Enrique Ubieta Gómez
Sí, por supuesto, estuve en el concierto que conmemoró en La Habana el medio siglo de vida de uno de los álbumes emblemáticos del siglo XX: Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band (1967) de Los Beatles. Yo tenía ocho años cuando apareció, así que no puedo considerarme parte de aquella generación de jóvenes rebeldes, pero cuatro o cinco años después —ya desintegrada la banda, pero apenas iniciado el mito—, era un adolescente de la Secundaria Básica Guido Fuentes, en el Vedado, que junto a sus amigos de aula escuchaba discos de vinilo o grabaciones de cinta traídos “de afuera” por algún padre complaciente. El tiempo en la primera adolescencia es lento, viscoso, así que nos sobraba para sentarnos en el piso, y disfrutar de aquella música —que ensordecía e irritaba a las abuelas, a los padres que la habían traído y a los vecinos— al máximo volumen. Para qué contar lo que todos los (que son o fueron) adolescentes saben: imitábamos con las manos el supuesto golpear del baterista y los alardosos punteos de la guitarra “líder”. Mi pésimo inglés y mi incapacidad para afinar me mantuvieron ajenos a las letras.
No eran solo los Beatles, estaban los Rolling Stones, pero más a mi gusto de entonces —un gusto conformado por padres desconocedores que compraban en tiendas del extranjero, en cortas visitas de trabajo, lo que los vendedores sugerían, y por grupos “no oficiales” de rock que pululaban en la ciudad—, se ajustaban Led Zeppelin, Chicago, Santana, Sangre, sudor y lágrimas (Blood, Sweat & Tears), Aguas claras (Creedence clearwater revival), Deep Purple, Simon y Garfunkel y alguna que otra banda o combo asociados por lo general a una o dos piezas de éxito, como Iron Butterfly y aquella interminable canción llamada “In a gadda da vida” (1968). Para mis padres, pertenecientes a una generación inmediata anterior al boom rockero de los 60 y 70, aquella música era escandalosa. Hoy, muchas de aquellas canciones —y no hablo de los Beatles, cuya obra ha sido interpretada por orquestas sinfónicas— pueden ser acogidas en versiones instrumentales por Radio Enciclopedia.
Por algún extraño designio compensatorio se difundían en la radio cubana los más banales grupos y cantantes españoles —espacios radiales como Nocturno o Sorpresa nos los clavaron en la memoria afectiva—, algunos mejores, otros infames. El segundo de esos programas fue más selectivo en la producción de sus emisiones. En ellas también aparecía la música de Serrat, cuyas letras enormes, hermosas —algunas de poetas fundamentales como Machado y Hernández—, acostumbrados como estábamos a las vacías, volátiles, de otras agrupaciones de moda, parecían sobrepasar la melodía. La Massiel —dándole voz a Aute— insistía en que era más fácil encontrar rosas en el mar que un bello amor, o que se escuchara su pedido de libertad. Silvio, sin embargo, sostenía que la era estaba pariendo un corazón.
Unos años después —tendría 17 o 18 años y aún cursaba el Pre—, publiqué una entrevista a Franco Carbón, el locutor de Sorpresa —en coautoría con el poeta Osvaldo Sánchez Crespo—, en El Caimán Barbudo. En 2016 visité en Barcelona una extraña exposición de carátulas de discos de vinilo de los años 70. Durante el franquismo, cada disco comercializado en España era revestido con una carátula parecida a la original pero diferente: los desnudos eran suplantados o cubiertos pudorosamente. La exposición presentaba, una al lado de la otra, la versión anglo y la española. Pude comprobar que para mis coetáneos del Estado español, el universo sonoro que los acompañó en los años de iniciación amorosa se parecía al nuestro, pero ellos no tuvieron a los Van Van.
Los segundos 60 y primeros 70 del siglo XX fueron convulsos: el mismo año en que se editaba el extraordinario disco de Los Beatles, asesinaban al Che Guevara en Bolivia. Recuerdo que fui a la Plaza de la Revolución de la mano de mis padres, y no puedo vanagloriarme de haber tenido la suficiente madurez para entender a plenitud lo que ocurría, pero la emoción es como la electricidad, no repara en edades. Y deja huellas. La década de 1965 a 1975 fue turbulenta, pero ¿cuál no lo ha sido en nuestra época?: en los Estados Unidos se intensificaba la lucha contra el apartheid a la comunidad afroamericana y contra los atropellos a los homosexuales, considerados como enfermos mentales —hitos en esa lucha fueron el asesinato de Malcolm X (1965) y de Martin Luther King Jr. (1969), la creación del Partido Pantera Negra de Autodefensa (1966 – 1982), que tuvo un episodio internacionalista en la guerra de Argelia, los disturbios de Stonewall (1969), un club de homosexuales que repelió a tiros una redada policial—, y las protestas, cada vez más intensas contra la intervención estadounidense en la guerra de Vietnam, en la que se experimentaron armas químicas y se emplearon los más modernos aviones de guerra. El movimiento hippie en los Estados Unidos retaba al sistema, pero su rebeldía fue progresivamente encerrada en islotes de sexo, música y drogas. John Lennon, sin embargo, ya en solitario o junto a Yoko Ono, siguió retando a los poderosos y nos legó, entre otras canciones, ese himno que es “Imagine” (1971), hasta que fue asesinado en Nueva York. Hoy nos acompaña, sentado en un banco de un parque del Vedado, en La Habana. Y en muchas casas cubanas —como en la mía— hay un grabado de Ares, en el que aparecen juntos los rostros de Lennon y del Che.
La proyección del imperialismo, a escala universal, fue igualmente traumática: los disturbios de mayo en París (1968) y la masacre de estudiantes en Tlatelolco, México (1968), el triunfo electoral de Allende en Chile (1970) y el golpe de estado de Pinochet, auspiciado por el gobierno estadounidense (1973) que extendió o mantuvo dictaduras militares en todo el Cono Sur y auspició la llamada Operación Cóndor, y su secuela de crímenes de lesa humanidad, el asesinato de Amílcar Cabral (1973), el inicio de la intervención sudafricana en Angola, recién liberada, y de una larga guerra en la que intervendrían de forma decisiva y solidaria cientos de miles de internacionalistas cubanos (1973), la victoria vietnamita y la reunificación del Norte y del Sur en un solo estado (1975), marcaron esos años.
Mi visión era la de un adolescente de la capital, en los primeros 70. No me permitían tener el pelo ni discretamente largo —ni la Escuela, ni mis padres—, aunque a veces lográbamos burlar el límite exigido, sobre todo en los períodos de “escuela al campo”, del que regresábamos con la aureola de haber sobrepasado una prueba de “adultez” y una novia nueva (del campamento vecino, ya que estos no eran mixtos). Recuerdo a un compañero de aula que se mojaba mucho el cabello y lo peinaba de atrás hacia alante, para luego cubrirlo con una gorra. El truco le duró unos meses, pero al fin fue descubierto y enviado sin compasión a la barbería. El hijo de un diplomático anglo (no sé de qué país) empezó a asistir a clases en nuestra Secundaria. Hablo de los años 71 o 72. Era muy rubio y tenía un corte de pelo similar al del Príncipe Valiente. Un joven profesor de inglés de mi curso discutió con él en su lengua frente a todos los alumnos, sobre la pertinencia o no de llevar el pelo largo, una discusión sin dudas absurda, prevista por el profesor para impresionar —así lo entendimos todos— con su solvencia en ese idioma, a las muchachas de la Escuela.
No podía saber en aquellos años de mi adolescencia que los revolucionarios cubanos —hombres y mujeres de su tiempo— empeñados en construir una sociedad más sana y un hombre/mujer “nuevos” cuya realización individual no fuera ajena y menos aún opuesta a la colectiva, atenazados a veces por carencias culturales, compartían el sentimiento homofóbico de las sociedades machistas y algunos gustos mediocres heredados del pasado. Como en cualquier otro país —aunque es cierto que la Cuba justiciera no era cualquier país—, en el nuestro hubo excesos represivos contra aquella comunidad. Y no fue hasta mi ingreso en la enseñanza superior, muy lejos de mis padres, en la antigua Unión Soviética, que pude dejarme crecer el pelo hasta los hombros. Mi hijo, en cambio, siempre lo ha usado a su manera, a veces largo, a veces corto, como ha querido.
Pero quiero rectificar un malentendido: durante el transcurso de la semana, los alumnos de la Secundaria nos enterábamos (el rumor era tan exacto como cualquier noticia de la prensa) de cuáles serían las fiestas de 15 en las que tocaría alguno de los grupos de rock de la capital. Ninguno era reconocido de manera oficial, no aparecían en la televisión o en la radio, ni interpretaban canciones propias, solo imitaban a los grandes grupos anglosajones de rock de la época y cantaban en inglés sus éxitos. Recuerdo los nombres de tres agrupaciones de ese corte: Los Kent (que duran hasta hoy, ya profesionalizados), Los Almas Vertiginosas y Los Sesiones Ocultas. El rock anglosajón —asociado únicamente a la enajenación y la droga— era entonces valorado como una forma de distorsión ideológica en los jóvenes. Sin embargo, esos grupos no eran clandestinos, como algunos autores se complacen en repetir.
Para realizar una fiesta escandalosa en aquellos años —y no cabe dudas de que tener a un grupo de estos dentro de la casa, clasificaba en este rango—, había que solicitar un permiso en la Estación de Policía más cercana, usualmente expedido hasta las 12 de la noche, aunque si se trataba de unos 15 o de una boda, las autoridades solían hacerse de la vista gorda hasta la una, poco más o menos. Es decir, que cada fin de semana se realizaban al menos uno o dos conciertos “privados” de rock en la ciudad, que no solo conocían todos los adolescentes y jóvenes (y sus padres), sino además las autoridades locales y muy especialmente los vecinos. El precio que los dueños de casa pagaban por traer a casa a esos intrépidos intérpretes oscilaba entre los 800 y los 500 pesos cubanos (entre 32 y 20 cuc, según los cambios de hoy, aunque en aquella época el dinero parecía sobrar).
Lo cierto es que los sábados salíamos a la caza de fiestas a las que no habíamos sido invitados, y a las que intentábamos entrar de cualquier manera. Algunos padres de quinceañeras imprimían invitaciones y colocaban parientes en la puerta de sus viviendas para controlar el acceso que casi siempre era burlado, con paciencia y perseverancia. ¡A cuántas fiestas-conciertos asistí en aquellos tres años de Secundaria! Mi hermana, enferma de nacimiento, tuvo sus 15 rockeros: mi padre ahorró con esfuerzo el dinero necesario para contratar a una banda que tocó durante dos horas en el comedor de la casa. Creo que los vecinos de la cuadra debieron haber sentido el retumbar de aquella música “endemoniada”, como si los músicos tocaran estuviesen dentro las suyas; ese, realmente, no puede ser el significado de la palabra “clandestino”. Entre fiestas, novias y fugas de la escuela durante el receso de media mañana, para bañarme en las aguas del Malecón habanero, mi destino quizás hubiese sido otro. Sin embargo, el décimo grado lo inicié en la Escuela Vocacional Lenin y las cosas cambiaron. Pero ya esa es otra historia.
Sí, por supuesto, estuve en el concierto que conmemoró en La Habana el medio siglo de vida de uno de los álbumes emblemáticos del siglo XX: Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band (1967) de Los Beatles. Yo tenía ocho años cuando apareció, así que no puedo considerarme parte de aquella generación de jóvenes rebeldes, pero cuatro o cinco años después —ya desintegrada la banda, pero apenas iniciado el mito—, era un adolescente de la Secundaria Básica Guido Fuentes, en el Vedado, que junto a sus amigos de aula escuchaba discos de vinilo o grabaciones de cinta traídos “de afuera” por algún padre complaciente. El tiempo en la primera adolescencia es lento, viscoso, así que nos sobraba para sentarnos en el piso, y disfrutar de aquella música —que ensordecía e irritaba a las abuelas, a los padres que la habían traído y a los vecinos— al máximo volumen. Para qué contar lo que todos los (que son o fueron) adolescentes saben: imitábamos con las manos el supuesto golpear del baterista y los alardosos punteos de la guitarra “líder”. Mi pésimo inglés y mi incapacidad para afinar me mantuvieron ajenos a las letras.
No eran solo los Beatles, estaban los Rolling Stones, pero más a mi gusto de entonces —un gusto conformado por padres desconocedores que compraban en tiendas del extranjero, en cortas visitas de trabajo, lo que los vendedores sugerían, y por grupos “no oficiales” de rock que pululaban en la ciudad—, se ajustaban Led Zeppelin, Chicago, Santana, Sangre, sudor y lágrimas (Blood, Sweat & Tears), Aguas claras (Creedence clearwater revival), Deep Purple, Simon y Garfunkel y alguna que otra banda o combo asociados por lo general a una o dos piezas de éxito, como Iron Butterfly y aquella interminable canción llamada “In a gadda da vida” (1968). Para mis padres, pertenecientes a una generación inmediata anterior al boom rockero de los 60 y 70, aquella música era escandalosa. Hoy, muchas de aquellas canciones —y no hablo de los Beatles, cuya obra ha sido interpretada por orquestas sinfónicas— pueden ser acogidas en versiones instrumentales por Radio Enciclopedia.
Por algún extraño designio compensatorio se difundían en la radio cubana los más banales grupos y cantantes españoles —espacios radiales como Nocturno o Sorpresa nos los clavaron en la memoria afectiva—, algunos mejores, otros infames. El segundo de esos programas fue más selectivo en la producción de sus emisiones. En ellas también aparecía la música de Serrat, cuyas letras enormes, hermosas —algunas de poetas fundamentales como Machado y Hernández—, acostumbrados como estábamos a las vacías, volátiles, de otras agrupaciones de moda, parecían sobrepasar la melodía. La Massiel —dándole voz a Aute— insistía en que era más fácil encontrar rosas en el mar que un bello amor, o que se escuchara su pedido de libertad. Silvio, sin embargo, sostenía que la era estaba pariendo un corazón.
Unos años después —tendría 17 o 18 años y aún cursaba el Pre—, publiqué una entrevista a Franco Carbón, el locutor de Sorpresa —en coautoría con el poeta Osvaldo Sánchez Crespo—, en El Caimán Barbudo. En 2016 visité en Barcelona una extraña exposición de carátulas de discos de vinilo de los años 70. Durante el franquismo, cada disco comercializado en España era revestido con una carátula parecida a la original pero diferente: los desnudos eran suplantados o cubiertos pudorosamente. La exposición presentaba, una al lado de la otra, la versión anglo y la española. Pude comprobar que para mis coetáneos del Estado español, el universo sonoro que los acompañó en los años de iniciación amorosa se parecía al nuestro, pero ellos no tuvieron a los Van Van.
Los segundos 60 y primeros 70 del siglo XX fueron convulsos: el mismo año en que se editaba el extraordinario disco de Los Beatles, asesinaban al Che Guevara en Bolivia. Recuerdo que fui a la Plaza de la Revolución de la mano de mis padres, y no puedo vanagloriarme de haber tenido la suficiente madurez para entender a plenitud lo que ocurría, pero la emoción es como la electricidad, no repara en edades. Y deja huellas. La década de 1965 a 1975 fue turbulenta, pero ¿cuál no lo ha sido en nuestra época?: en los Estados Unidos se intensificaba la lucha contra el apartheid a la comunidad afroamericana y contra los atropellos a los homosexuales, considerados como enfermos mentales —hitos en esa lucha fueron el asesinato de Malcolm X (1965) y de Martin Luther King Jr. (1969), la creación del Partido Pantera Negra de Autodefensa (1966 – 1982), que tuvo un episodio internacionalista en la guerra de Argelia, los disturbios de Stonewall (1969), un club de homosexuales que repelió a tiros una redada policial—, y las protestas, cada vez más intensas contra la intervención estadounidense en la guerra de Vietnam, en la que se experimentaron armas químicas y se emplearon los más modernos aviones de guerra. El movimiento hippie en los Estados Unidos retaba al sistema, pero su rebeldía fue progresivamente encerrada en islotes de sexo, música y drogas. John Lennon, sin embargo, ya en solitario o junto a Yoko Ono, siguió retando a los poderosos y nos legó, entre otras canciones, ese himno que es “Imagine” (1971), hasta que fue asesinado en Nueva York. Hoy nos acompaña, sentado en un banco de un parque del Vedado, en La Habana. Y en muchas casas cubanas —como en la mía— hay un grabado de Ares, en el que aparecen juntos los rostros de Lennon y del Che.
La proyección del imperialismo, a escala universal, fue igualmente traumática: los disturbios de mayo en París (1968) y la masacre de estudiantes en Tlatelolco, México (1968), el triunfo electoral de Allende en Chile (1970) y el golpe de estado de Pinochet, auspiciado por el gobierno estadounidense (1973) que extendió o mantuvo dictaduras militares en todo el Cono Sur y auspició la llamada Operación Cóndor, y su secuela de crímenes de lesa humanidad, el asesinato de Amílcar Cabral (1973), el inicio de la intervención sudafricana en Angola, recién liberada, y de una larga guerra en la que intervendrían de forma decisiva y solidaria cientos de miles de internacionalistas cubanos (1973), la victoria vietnamita y la reunificación del Norte y del Sur en un solo estado (1975), marcaron esos años.
Mi visión era la de un adolescente de la capital, en los primeros 70. No me permitían tener el pelo ni discretamente largo —ni la Escuela, ni mis padres—, aunque a veces lográbamos burlar el límite exigido, sobre todo en los períodos de “escuela al campo”, del que regresábamos con la aureola de haber sobrepasado una prueba de “adultez” y una novia nueva (del campamento vecino, ya que estos no eran mixtos). Recuerdo a un compañero de aula que se mojaba mucho el cabello y lo peinaba de atrás hacia alante, para luego cubrirlo con una gorra. El truco le duró unos meses, pero al fin fue descubierto y enviado sin compasión a la barbería. El hijo de un diplomático anglo (no sé de qué país) empezó a asistir a clases en nuestra Secundaria. Hablo de los años 71 o 72. Era muy rubio y tenía un corte de pelo similar al del Príncipe Valiente. Un joven profesor de inglés de mi curso discutió con él en su lengua frente a todos los alumnos, sobre la pertinencia o no de llevar el pelo largo, una discusión sin dudas absurda, prevista por el profesor para impresionar —así lo entendimos todos— con su solvencia en ese idioma, a las muchachas de la Escuela.
No podía saber en aquellos años de mi adolescencia que los revolucionarios cubanos —hombres y mujeres de su tiempo— empeñados en construir una sociedad más sana y un hombre/mujer “nuevos” cuya realización individual no fuera ajena y menos aún opuesta a la colectiva, atenazados a veces por carencias culturales, compartían el sentimiento homofóbico de las sociedades machistas y algunos gustos mediocres heredados del pasado. Como en cualquier otro país —aunque es cierto que la Cuba justiciera no era cualquier país—, en el nuestro hubo excesos represivos contra aquella comunidad. Y no fue hasta mi ingreso en la enseñanza superior, muy lejos de mis padres, en la antigua Unión Soviética, que pude dejarme crecer el pelo hasta los hombros. Mi hijo, en cambio, siempre lo ha usado a su manera, a veces largo, a veces corto, como ha querido.
Pero quiero rectificar un malentendido: durante el transcurso de la semana, los alumnos de la Secundaria nos enterábamos (el rumor era tan exacto como cualquier noticia de la prensa) de cuáles serían las fiestas de 15 en las que tocaría alguno de los grupos de rock de la capital. Ninguno era reconocido de manera oficial, no aparecían en la televisión o en la radio, ni interpretaban canciones propias, solo imitaban a los grandes grupos anglosajones de rock de la época y cantaban en inglés sus éxitos. Recuerdo los nombres de tres agrupaciones de ese corte: Los Kent (que duran hasta hoy, ya profesionalizados), Los Almas Vertiginosas y Los Sesiones Ocultas. El rock anglosajón —asociado únicamente a la enajenación y la droga— era entonces valorado como una forma de distorsión ideológica en los jóvenes. Sin embargo, esos grupos no eran clandestinos, como algunos autores se complacen en repetir.
Para realizar una fiesta escandalosa en aquellos años —y no cabe dudas de que tener a un grupo de estos dentro de la casa, clasificaba en este rango—, había que solicitar un permiso en la Estación de Policía más cercana, usualmente expedido hasta las 12 de la noche, aunque si se trataba de unos 15 o de una boda, las autoridades solían hacerse de la vista gorda hasta la una, poco más o menos. Es decir, que cada fin de semana se realizaban al menos uno o dos conciertos “privados” de rock en la ciudad, que no solo conocían todos los adolescentes y jóvenes (y sus padres), sino además las autoridades locales y muy especialmente los vecinos. El precio que los dueños de casa pagaban por traer a casa a esos intrépidos intérpretes oscilaba entre los 800 y los 500 pesos cubanos (entre 32 y 20 cuc, según los cambios de hoy, aunque en aquella época el dinero parecía sobrar).
Lo cierto es que los sábados salíamos a la caza de fiestas a las que no habíamos sido invitados, y a las que intentábamos entrar de cualquier manera. Algunos padres de quinceañeras imprimían invitaciones y colocaban parientes en la puerta de sus viviendas para controlar el acceso que casi siempre era burlado, con paciencia y perseverancia. ¡A cuántas fiestas-conciertos asistí en aquellos tres años de Secundaria! Mi hermana, enferma de nacimiento, tuvo sus 15 rockeros: mi padre ahorró con esfuerzo el dinero necesario para contratar a una banda que tocó durante dos horas en el comedor de la casa. Creo que los vecinos de la cuadra debieron haber sentido el retumbar de aquella música “endemoniada”, como si los músicos tocaran estuviesen dentro las suyas; ese, realmente, no puede ser el significado de la palabra “clandestino”. Entre fiestas, novias y fugas de la escuela durante el receso de media mañana, para bañarme en las aguas del Malecón habanero, mi destino quizás hubiese sido otro. Sin embargo, el décimo grado lo inicié en la Escuela Vocacional Lenin y las cosas cambiaron. Pero ya esa es otra historia.