Enrique Ubieta Gómez
La Jiribilla
Mi primera visita a México —la primera a un Estado capitalista— ocurrió en 1989, en el borde de dos épocas: acababa de consumarse el más evidente fraude electoral de la historia mexicana y, a lo largo del año, el gobierno sandinista caería en elecciones condicionadas por la guerra sucia; la Alemania occidental se tragaría a la oriental para derribar la pieza decisiva de un juego de dominó puesto en fila, al que —como se vería después— Cuba no pertenecía, y entre otros hechos trascendentes, Panamá sería allanado como si fuese una casa en un barrio estadounidense para apresar a su presidente (y en la acción morirían masacrados miles de panameños “colaterales”). En Cuba comprobaríamos con dolor que algunos héroes también pueden degradarse hasta anular su pasado de glorias.
Yo era un simple estudiante de posgrado con una beca de investigación de tres meses, pero aquella estancia me obligaba a cargar con una representación que no había buscado ni recibido: para mis colegas sería, simplemente, el cubano (una definición de pertenencia a la Revolución, no una simple ubicación territorial), y como tal, debía responder todas las preguntas y ofrecer todas las explicaciones.
Recuerdo que en una de aquellas discusiones políticas un profesor estadounidense abandonó la argumentación para situarse retadoramente en una posición de fuerza: “Ok, no se trata de si tienes razón o no. Los Estados Unidos son más fuertes. Así es la política y la vida, y en ello no valen criterios morales. No te dejo avanzar y punto, ¿qué vas a hacer?”.
Cerca de la capital federal, en el México profundo, un campesino “desinformado” me haría una pregunta desconcertante que, sin saberlo, respondía a la del yanqui, porque anunciaba el nacimiento del mito: “¿Es verdad que Fidel existió?”. Si escribo estas líneas casi 30 años después, es porque la Revolución Cubana avanzó pese a todo. El sabio campesino intuía que Fidel no solo resistía, sino que junto a su pueblo vencía y vencería el acoso del guapetón del barrio, del Gigante de las Siete Leguas, al que paró en seco con su honda de ideas, con su actitud consecuente, con su desdén al miedo.
Traigo esta anécdota a colación porque la escalada injerencista del gobierno estadounidense vuelve a retomar, en la segunda década del siglo XXI, el espíritu de la Guerra Fría. El discurso contrarrevolucionario que siempre se proclamó anticastrista —porque negaba la adopción en Cuba de un sistema y de una ideología, en su intento de reducir el cambio social a la voluntad de un hombre— ha topado con una realidad: para restaurar el capitalismo, antes necesita liquidar, en la conciencia social, la versión del socialismo que se asocia al horizonte comunista. Mientras avanza en un laborioso proceso desideologizador —“necesitamos comer, no defender ideologías”, suele decir—, teje en revistas teóricas y en programas ligth la ideología sustituta. “¡Abajo los viejos dogmas!”, grita en tanto inocula verdaderos dogmas que son aún más viejos y rotundamente fracasados, pero nuevos para los que no vivieron el capitalismo. Quieren “vaciar” de ideología a las instituciones de la Revolución; es el camino que llevaría a su destrucción.
El debate de hoy es ideológico, aunque las motivaciones sean económicas. Hay una arista del conflicto que suele escamotearse: lo que nos sitúa como enemigos (del imperialismo) no son nuestras diferentes concepciones sobre la democracia y los derechos humanos; el conflicto real es de carácter económico y geopolítico. Nuestra diferente comprensión de la democracia es aborrecida por el poder global porque impide la neocolonización de Cuba, la sumisión de la Isla al orden internacional imperialista; porque atenta contra ese orden y lo cuestiona de raíz. Por eso nos llaman radicales.
Y el imperialismo, ¿respeta la democracia burguesa cuando falla en su función revitalizadora del poder burgués? Nadie ha seguido con más empeño en el continente americano las reglas de juego de esa democracia que la Revolución bolivariana. Al mismo tiempo, nadie ha despreciado más esas reglas que el imperialismo, ante el evidente descalabro de sus intereses: mienten, satanizan, organizan golpes de Estado (militares, parlamentarios, judiciales) y magnicidios, y asesinan física o moralmente. Han construido la matriz mediática, por solo citar un ejemplo, de que los venezolanos huyen de su país en crisis mientras silencian o criminalizan a las decenas de miles de centroamericanos que avanzan en caravana hacia la frontera estadounidense.
Sucede que los mecanismos tradicionales de la democracia burguesa para sostener en el poder a la burguesía trasnacional ya son inoperantes en las naciones del sur, por ello recurre a posiciones de fuerza abiertamente antidemocráticas o a la puesta en escena de actos fraudulentos, que la prensa a su servicio intenta legitimar. Cuando una farsa, impuesta a la fuerza, pretende ser tomada en serio —ya sea en la Cumbre de Panamá, en la de Lima, o en la sede de Naciones Unidas en Nueva York—, hay que abuchear a los timadores.
Estos, desde luego, dueños de las empresas trasnacionales para la conformación de estados de opinión —me refiero a lo que hoy llaman prensa—, se ofenden cuando quedan en ridículo, cuando un país rebelde o un niño dice, como en el clásico infantil: “El Rey está desnudo”, y añade: “Con Cuba no te metas”. Quieren que los que parecen menos fuertes callen y den por serio aquello que definitivamente mueve a la risa. Se molestan cuando los diplomáticos cubanos deciden (ante la negativa de otorgársele la palabra, lo cual permitiría revelar el absurdo tramado) dar golpes en la mesa, corear consignas y cantar himnos, mientras cipayos vestidos de doctores intentan actuar. Y aparecen, ya sabemos que siempre aparecen, los analistas que llaman a la mesura, al debate de argumentos. Pero, ¿realmente se trata de un debate académico?, ¿al imperialismo le interesa la verdad?
Desde luego, esos analistas son decentes. En un texto de fina arquitectura,[1] Arturo López Levy valida los desplantes cubanos ante la insolencia imperial, pero rechaza por inútil la confrontación, y se molesta con Trump, el presidente obtuso, y con la percepción de que esos jóvenes irreverentes se han comportado como héroes. La victoria, advierte, no sería la ya predecible votación, casi unánime, de los Estados miembros de Naciones Unidas contra el bloqueo; la victoria se alcanzaría solo si Estados Unidos —el “más fuerte” del barrio, que no hará caso del reclamo universal— accede benévolamente a levantar el bloqueo. ¿Cómo lograrlo? Los héroes de nuestro tiempo no serían los que “denuncian”, sino los que “anuncian” (son los verbos que emplea) los cambios que tanto desea: “que el Gobierno cubano se acabe de comprometer con un nuevo modelo económico y político”. Por eso le resulta incomprensible e irritante que los cubanos insistamos en “construir el comunismo”.
Entre dos políticas de fuerza —al parecer queda fuera de la discusión el “derecho” del imperialismo a ejercer una política de fuerza, como decía el profesor yanqui que hallé en aquella lejana visita a México—, como cualquier hijo de vecino, prefiere la más suave: “las acciones persuasivas de corte hegemónico” al estilo obamista, antes que la “estrategia de coacción imperial por sanciones y financiamiento directo de opositores”, según había escrito en un texto anterior.[2] El Padrino de Ford Coppola era “muy persuasivo”, dicho sea de paso. Obama fue el presidente que más dinero destinó a la subversión en Cuba; su gobierno tramó y respaldó los golpes de Estado en Honduras y Paraguay, calentó los disturbios callejeros en Venezuela y atizó la guerra en Irak y Siria. López Levy nos recomienda la discreta y negociable aceptación de los requerimientos del más fuerte, no porque los exija, aclara, sino porque nos conviene.
Esto lo que pide también James Williams, presidente de Engage Cuba, una coalición bipartidista que lucha por abrir compuertas a la “normalización” de las relaciones (la cual es bienvenida, aunque sus motivaciones no sean exactamente las nuestras) desde la frase que da título a su entrevista: “La esperanza es que el cambio venga desde el gobierno cubano”.[3] La diferencia es que Williams no es cubano, y su percepción está atravesada por el supremacismo yanqui: “Estados Unidos cree que tiene la responsabilidad de defender determinados valores e ideales. Y eso no quiere decir que todo el mundo vaya a seguir lo que decimos. Obviamente no lo hacen. China no está siguiendo nuestro ejemplo. Cuba no está siguiendo nuestro ejemplo. Pero creo que es nuestro imperativo moral intentarlo. No quiere decir que siempre estemos en lo correcto, nosotros cometemos muchos errores aquí. Pero creo que es importante que mostremos liderazgo”.
Williams se opone al bloqueo económico, financiero y comercial, porque es inoperante para lograr que Cuba adopte los “valores e ideales” estadounidenses. “Hay asuntos terribles en Cuba que necesitan ser atendidos”, afirma convencido. Su argumentación descarta, como es natural, los intereses imperialistas que subyacen tras esos “valores e ideales”.
Es difícil el camino a recorrer. No son simples naciones vecinas con espacios culturales e históricos comunes; una alberga al imperialismo hegemónico, y la otra simboliza la resistencia a la dominación imperial. ¿Cómo establecer relaciones normales?, ¿dejaremos de ser nosotros un coto de resistencia?, ¿dejarán ellos de ser imperialistas?, ¿tiene el imperialismo norteamericano relaciones normales con alguno de sus amigos o aliados? Cuba exige el cese incondicional del bloqueo. Aspira a relaciones normales y de respeto mutuo con todos sus vecinos, así como al cumplimiento de manera estricta de la Proclama de Paz que firmaron todos los presidentes latinoamericanos y caribeños, y a que las relaciones internacionales no se rijan por la fuerza, sino por la razón. ¿Alguien cree que pide demasiado?
Notas:
[1] Arturo López Levy: “Si quieres que te vaya diferente no puedes hacer lo mismo” (22 de octubre de 2018). Edición digital (https://oncubanews.com/cuba/si-quieres-que-te-vaya-diferente-no-puedes-hacer-lo-mismo/)
[2] Arturo López Levy: “La moderación probada del espíritu de Cuba”, 13 de julio de 2017. Edición digital (https://cubaposible.com/la-moderacion-probada-del-espiritu-cuba/)
[3] Marita Pérez Díaz: “James Williams: ‘La esperanza es que el cambio venga desde el gobierno cubano’”, 5 de octubre de 2018. Edición digital (https://oncubanews.com/cuba-ee-uu/james-williams-la-esperanza-es-que-el-cambio-venga-desde-el-gobierno-cubano/)
La Isla Desconocida navega en pos de sí misma, la utopía en pos de la utopía, buscándose y hallándose siempre a medias, en mares cercanos a los dominios reales.
martes, 30 de octubre de 2018
domingo, 28 de octubre de 2018
Brasil: la previa del “Gran Día”
Atilio A. Boron
Aproveché mi viaje de regreso a Buenos Aires para charlar con varios empleados en el Aeropuerto de Río de Janeiro. La conversación me dejó desolado, ahondando la sensación que cosechara en las calles de Río durante toda la semana. Hablé con varios empleados de limpieza, ayudantes de las aerolíneas, changarines y vendedores en negocios y bares. Todas, sin excepción, gentes de un origen social muy humilde y preguntándome por qué me marchaba en las vísperas del “Gran Día”. Fingiendo ser un distraído turista que ignoraba los asuntos políticos del país pregunté qué tenía de especial este próximo domingo. Respuesta: “mañana Brasil elige si será gobernado por un gigante o por un ladrón”. Varios me aclararon: el gigante es Bolsonaro, y Haddad es el ladrón. Y va a ganar el gigante, aseguraron todos. ¿Y qué va hacer el gigante?, le pregunté a otra. “Va a hacer la revolución que Brasil necesita”, me respondió sin titubear. “¿La revolución?”, pregunté fingiendo sorpresa e incredulidad. “Si”, me dijo. “Una revolución para acabar con bandidos y ladrones. El gigante se encargará de limpiar este país”. En un discurso calcado de lo que a diario se escucha en la Argentina mis interlocutores decían que los petistas “se habían robado todo”, que Lula merecía estar en la cárcel, que su hijos se habían convertido en multimillonarios. “Bolsonaro”, me dijo uno de los más enfervorizados, “es un patriota que ama a Brasil y con la limpieza de bandidos que va a hacer este país será grande y respetado otra vez.” La siniestra mano de Steve Bannon -el ultrareaccionario asesor de campaña de Donald Trump y cuyo equipo hace meses está instalado en Brasil- apareció de manera inconfundible. Al fin y al cabo, el slogan del “gigante” es una copia al portugués del empleado en la campaña de Trump: “Hagamos que América sea grande otra vez” , decía el estadounidense. Ahora es Brasil quien, de la mano de Bolsonaro, debe resurgir de las cenizas a las cuales lo redujo el PT.
Había un elemento adicional en estas respuestas. Más allá de las creencias se percibía un vigoroso sentimiento de camaradería entre estos empleados precarizados y explotados, que al cruzarse en los pasillos del aeropuerto se decían: “¡mañana, mañana será el Gran Día!” Un fervor religioso los “religaba” (de ahí el origen de la palabra “religión”). El Mesías -Jair Messias Bolsonaro, que adoptó su segundo nombre luego de un fantasioso bautismo en las aguas del Jordán en medio de una amplia cobertura mediática- estaba por llegar y este sábado estábamos en las vísperas de la epifanía que proyectaría al Brasil al lugar que le corresponde en el mundo. “Dieciséis años (¡Sic!) de gobierno de los bandidos” habían convertido a esta gran nación en una suerte de mendigo internacional por causa de la corrupción oficial, mancillando el honor de toda una nación y sumiéndola en la violencia y la desesperanza.
Las letanías se repetían con milimétricas similitud. En un momento a uno de ellos le pregunté si el programa Bolsa Familia, que había sacado de la pobreza extrema a más de cuarenta millones de brasileños, no había acaso servido para mejorar la situación de los más pobres. La respuesta: “No. Fue una limosna. Quieren que la gente siga como está para que ellos puedan robar a voluntad”. Ante mi cara de sorpresa otro agregó: “Arroz y feijao para el povao, grandes “propinas” (coimas, en portugués) para los gobernantes.” Uno de ellos, con una cruz tatuada en su cuello, fue más lejos y afirmó que “Haddad es aún más corrupto que Lula, tanto que con sus delitos estuvo a punto de producir la bancarrota de la alcaldía de Sao Paulo.” No tenía mejor opinión de su compañera de fórmula, Manuela D’Avila, del PCdB, porque le habían dicho que como era atea ilegalizaría todas las religiones. Un tercero agregó que de triunfar el PT sería Lula quien gobernaría desde la cárcel, en la cual permanecería poco tiempo más. Luego, indultado por Haddad, se iría al exterior y desde un refugio seguro para su fortuna mal habida manejaría a Haddad a su antojo. Los ladrones seguirían en el poder. Pero “por suerte se levantó el gigante”, dijo con un suspiro.
Me exigió un esfuerzo enorme escuchar tantas mentiras e infamias. Y me asombré ante la inédita eficacia de las nuevas técnicas de la propaganda política. Campañas de terrorismo mediático no son nuevas en Latinoamérica. En 1970 la candidatura de Salvador Allende en Chile fue combatida con un torrente cotidiano de difamaciones a través de El Mercurio y el Canal 13 de la Universidad Católica. Pero la eficacia de esas maniobras no era muy grande. Ahora, en cambio, se produjo un salto cualitativo y el impacto de estos lavados masivos de cerebro –neuromarketing político y big data mediante- creció exponencialmente. Para los movimientos populares es imperativo comprender los procesos de formación de la conciencia política en la era digital si es que se quiere neutralizar este tipo de campañas. En Brasil, el WhatsApp se convirtió en el vehículo preferente, si no excluyente, mediante el cual gran parte de las clases populares se informa sobre los asuntos públicos y, con la ayuda de los evangélicos, decide su voto a favor de candidatos hiperconservadores. El acceso a los big data permitió la intrusión de la propaganda de Bolsonaro en millones de grupos de WhatsApp, no sometidos al mismo control que hay en Facebook, y desde allí lanzar una avasallante andanada diaria de mentiras y difamaciones en contra de los petistas y diseminar centenares de fake news cada día. El objetivo de éstas es incentivar la disonancia cognitiva entre los receptores y crear una sensación de incertidumbre y caos –convenientemente magnificada por los medios- que exige la mesiánica aparición de un líder fuerte que ponga orden entre tanta confusión. Téngase en cuenta que los menores de treinta años sólo prenden la TV para ver fútbol, no leen los diarios y sólo escuchan música por las radios o con sus smart phones. Su nivel de información es bajísimo, y sus creencias y percepciones fueron magistralmente manipuladas por Bannon y sus asociados locales, operando sobre ese sector social desde marzo de este año. No obstante, cuando las encuestas preguntan en las favelas y barriadas periféricas cuáles son los principales problemas de su comunidad la corrupción (“los ladrones”) aparece en tercer lugar, después de la inseguridad y los problemas económicos (carestía, desempleo, bajos salarios, etc.). Pero la pérfida y muy eficaz propaganda de la derecha logró hacer de la corrupción -la lucha contra los supuestos ladrones y la regeneración moral del Brasil- el eje excluyente de esta campaña, en donde no se habla de otra cosa. Y hasta ahora sus resultados han sido notables. Este domingo sabremos cuán exitosos fueron sus malévolos planes y qué lecciones deben extraer otros países de la región que están transitando por una situación similar a la de Brasil, especialmente la Argentina.
Aproveché mi viaje de regreso a Buenos Aires para charlar con varios empleados en el Aeropuerto de Río de Janeiro. La conversación me dejó desolado, ahondando la sensación que cosechara en las calles de Río durante toda la semana. Hablé con varios empleados de limpieza, ayudantes de las aerolíneas, changarines y vendedores en negocios y bares. Todas, sin excepción, gentes de un origen social muy humilde y preguntándome por qué me marchaba en las vísperas del “Gran Día”. Fingiendo ser un distraído turista que ignoraba los asuntos políticos del país pregunté qué tenía de especial este próximo domingo. Respuesta: “mañana Brasil elige si será gobernado por un gigante o por un ladrón”. Varios me aclararon: el gigante es Bolsonaro, y Haddad es el ladrón. Y va a ganar el gigante, aseguraron todos. ¿Y qué va hacer el gigante?, le pregunté a otra. “Va a hacer la revolución que Brasil necesita”, me respondió sin titubear. “¿La revolución?”, pregunté fingiendo sorpresa e incredulidad. “Si”, me dijo. “Una revolución para acabar con bandidos y ladrones. El gigante se encargará de limpiar este país”. En un discurso calcado de lo que a diario se escucha en la Argentina mis interlocutores decían que los petistas “se habían robado todo”, que Lula merecía estar en la cárcel, que su hijos se habían convertido en multimillonarios. “Bolsonaro”, me dijo uno de los más enfervorizados, “es un patriota que ama a Brasil y con la limpieza de bandidos que va a hacer este país será grande y respetado otra vez.” La siniestra mano de Steve Bannon -el ultrareaccionario asesor de campaña de Donald Trump y cuyo equipo hace meses está instalado en Brasil- apareció de manera inconfundible. Al fin y al cabo, el slogan del “gigante” es una copia al portugués del empleado en la campaña de Trump: “Hagamos que América sea grande otra vez” , decía el estadounidense. Ahora es Brasil quien, de la mano de Bolsonaro, debe resurgir de las cenizas a las cuales lo redujo el PT.
Había un elemento adicional en estas respuestas. Más allá de las creencias se percibía un vigoroso sentimiento de camaradería entre estos empleados precarizados y explotados, que al cruzarse en los pasillos del aeropuerto se decían: “¡mañana, mañana será el Gran Día!” Un fervor religioso los “religaba” (de ahí el origen de la palabra “religión”). El Mesías -Jair Messias Bolsonaro, que adoptó su segundo nombre luego de un fantasioso bautismo en las aguas del Jordán en medio de una amplia cobertura mediática- estaba por llegar y este sábado estábamos en las vísperas de la epifanía que proyectaría al Brasil al lugar que le corresponde en el mundo. “Dieciséis años (¡Sic!) de gobierno de los bandidos” habían convertido a esta gran nación en una suerte de mendigo internacional por causa de la corrupción oficial, mancillando el honor de toda una nación y sumiéndola en la violencia y la desesperanza.
Las letanías se repetían con milimétricas similitud. En un momento a uno de ellos le pregunté si el programa Bolsa Familia, que había sacado de la pobreza extrema a más de cuarenta millones de brasileños, no había acaso servido para mejorar la situación de los más pobres. La respuesta: “No. Fue una limosna. Quieren que la gente siga como está para que ellos puedan robar a voluntad”. Ante mi cara de sorpresa otro agregó: “Arroz y feijao para el povao, grandes “propinas” (coimas, en portugués) para los gobernantes.” Uno de ellos, con una cruz tatuada en su cuello, fue más lejos y afirmó que “Haddad es aún más corrupto que Lula, tanto que con sus delitos estuvo a punto de producir la bancarrota de la alcaldía de Sao Paulo.” No tenía mejor opinión de su compañera de fórmula, Manuela D’Avila, del PCdB, porque le habían dicho que como era atea ilegalizaría todas las religiones. Un tercero agregó que de triunfar el PT sería Lula quien gobernaría desde la cárcel, en la cual permanecería poco tiempo más. Luego, indultado por Haddad, se iría al exterior y desde un refugio seguro para su fortuna mal habida manejaría a Haddad a su antojo. Los ladrones seguirían en el poder. Pero “por suerte se levantó el gigante”, dijo con un suspiro.
Me exigió un esfuerzo enorme escuchar tantas mentiras e infamias. Y me asombré ante la inédita eficacia de las nuevas técnicas de la propaganda política. Campañas de terrorismo mediático no son nuevas en Latinoamérica. En 1970 la candidatura de Salvador Allende en Chile fue combatida con un torrente cotidiano de difamaciones a través de El Mercurio y el Canal 13 de la Universidad Católica. Pero la eficacia de esas maniobras no era muy grande. Ahora, en cambio, se produjo un salto cualitativo y el impacto de estos lavados masivos de cerebro –neuromarketing político y big data mediante- creció exponencialmente. Para los movimientos populares es imperativo comprender los procesos de formación de la conciencia política en la era digital si es que se quiere neutralizar este tipo de campañas. En Brasil, el WhatsApp se convirtió en el vehículo preferente, si no excluyente, mediante el cual gran parte de las clases populares se informa sobre los asuntos públicos y, con la ayuda de los evangélicos, decide su voto a favor de candidatos hiperconservadores. El acceso a los big data permitió la intrusión de la propaganda de Bolsonaro en millones de grupos de WhatsApp, no sometidos al mismo control que hay en Facebook, y desde allí lanzar una avasallante andanada diaria de mentiras y difamaciones en contra de los petistas y diseminar centenares de fake news cada día. El objetivo de éstas es incentivar la disonancia cognitiva entre los receptores y crear una sensación de incertidumbre y caos –convenientemente magnificada por los medios- que exige la mesiánica aparición de un líder fuerte que ponga orden entre tanta confusión. Téngase en cuenta que los menores de treinta años sólo prenden la TV para ver fútbol, no leen los diarios y sólo escuchan música por las radios o con sus smart phones. Su nivel de información es bajísimo, y sus creencias y percepciones fueron magistralmente manipuladas por Bannon y sus asociados locales, operando sobre ese sector social desde marzo de este año. No obstante, cuando las encuestas preguntan en las favelas y barriadas periféricas cuáles son los principales problemas de su comunidad la corrupción (“los ladrones”) aparece en tercer lugar, después de la inseguridad y los problemas económicos (carestía, desempleo, bajos salarios, etc.). Pero la pérfida y muy eficaz propaganda de la derecha logró hacer de la corrupción -la lucha contra los supuestos ladrones y la regeneración moral del Brasil- el eje excluyente de esta campaña, en donde no se habla de otra cosa. Y hasta ahora sus resultados han sido notables. Este domingo sabremos cuán exitosos fueron sus malévolos planes y qué lecciones deben extraer otros países de la región que están transitando por una situación similar a la de Brasil, especialmente la Argentina.
sábado, 27 de octubre de 2018
El bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba sigue, pero ¿hasta cuando?
David Rodríguez
Miembro de la Junta Directiva de la Asociación valenciana de amistad con Cuba José Martí y miembro de Honor de la Fundación Nicolás Guillén.
El próximo 31 de octubre Cuba presentará ante la Asamblea General de las Naciones Unidas la Resolución titulada “Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos de América contra Cuba”, para someterla nuevamente a votación ante la comunidad internacional. Desde 1992 ha ganado anualmente el respaldo mayoritario. Por ejemplo, en los tres últimos años, 191 de los 193 estados miembros de la ONU apoyaron el proyecto de resolución. La votación de 2017 solo registró la oposición de Estados Unidos e Israel. Sin embargo, este abrumador apoyo a Cuba condenando el bloqueo de EEUU, no ha conseguido eliminar la política genocida de la administración norteamericana hacia la isla. Más bien todo lo contrario, observando la nueva-vieja política del actual presidente de EEUU, Donald Trump, quien rompió la tendencia iniciada por la anterior administración de Barak Obama de eliminar progresivamente el bloqueo, aunque fuera de manera insuficiente y limitada, y con gran parte del Congreso en contra. En este sentido, Trump ha recrudecido las sanciones, ha aumentado las prohibiciones y ha lanzado amenazas hacia la isla y las empresas que comercian con ella, al más puro estilo de la Guerra Fría. De esta manera, el gobierno de EEUU vuelve a su estrategia original, cuando el 3 de febrero de 1962, el presidente J. F Kennedy firmó la Orden Ejecutiva Presidencial 3447, Resolución Federal 1085 del 6 del mismo mes, y que entró en vigor al día siguiente, bajo la autoridad legal de la sección 620 (a) de la Ley de Asistencia Extranjera del 4 de septiembre de 1961, estableciendo el bloqueo total económico, comercial y financiero en contra de Cuba. Todo ello para conseguir su anhelado e incumplido deseo, subvertir el orden interno de la isla revolucionaria a través de una agresión permanente que axfisiara al pueblo cubano por hambre y necesidad, y se rebelara contra la naciente revolución. Pero se trata de un escenario hipotético que no ha sucedido ni sucederá jamás, como ha demostrado la unidad y la firmeza del pueblo cubano en la resistencia a los efectos del bloqueo por un lado, y en la continuidad revolucionaria de los nacidos tras la generación histórica, cohesionados en torno su soberanía nacional y en la construcción de un socialismo próspero, sostenible y democrático, por otro lado.
Los daños causados al pueblo de Cuba por esta política genocida, desde hace 60 años, han sido cuantificados por un valor de más de 933.678 millones de dólares, y supone el principal obstáculo para el desarrollo del país, tal y como recordó el presidente cubano Miguel Diáz-Canel a través de su cuenta de twitter recientemente, así como que “es el sistema de sanciones económicas más abarcador y prolongado que se haya aplicado jamás contra país alguno”, según remarcó el mandatario cubano. Además, los propios ciudadanos y empresarios estadounidenses y de terceros países, también sufren las limitaciones del bloqueo, remarcando así su carácter extraterrotorial y de violación a la soberanía nacional. Pero es el pueblo cubano es quien sufre directamente el bloqueo, y así lo ha denunciado públicamente a través de su sociedad civil, sus instituciones culturales, educacionales, sanitarias y científicas, y de sus representantes políticos y empresariales. Las limitaciones que provoca son múltiples y en muchas ocasiones dramáticas. Así pues, el bloqueo sigue siendo el principal escollo en el diferendo entre Cuba y EEUU, y jamás será posibe una normalización entre los dos países si sigue esta agresión, al igual que si se sigue ocupando un terrero en suelo ajeno, si se sigue financiando y apoyando la subversión hacia el país vecino, si no se respeta la soberanía del pueblo. Y sabemos qué gobierno ataca, como también sabemos qué pueblo y qué gobierno resisten. Ahora bien, ¿por qué sigue vigente el bloqueo? ¿Por qué EEUU sigue aplicándola y retoma la retórica y la práctica de la Guerra Fría? ¿Hasta cuándo se le permitirá? ¿Qué hacer para acabar con esta injusticia? ¿Quien se beneficia de la agresión a Cuba? ¿Quienes responden a los intereses y se muestran sumisos a la extrema derecha y a la política guerrerista de Trump?
En este contexto, y con la previsible nueva condena en la ONU de esta arbitraria y hostil política de EEUU, hay que preguntarse qué se puede hacer para conseguir eliminar totalmente el bloqueo, en el tiempo más breve posible. Argumentos hay más que suficientes para la abolición inmediata y para su condena histórica y política, con la consecuente reparación por los daños ocasionadas al pueblo de Cuba: de tipo jurídico (Derecho Internacional, Convención de Ginebra), de apoyos a nivel internacional (votaciones en ONU y pronunciamientos de gobiernos denunciando a EEUU), de ineficacia política (como llegó a reconocer Obama, en su lógica imperialista de subvertir el orden interno de Cuba), de violación de los Derechos Humanos (como consecuencia de los efectos del bloqueo que afectan a la vida diaria).
En la lucha contra el bloqueo a Cuba, tenemos la necesidad de romper otro bloqueo, el mediático, que en nuestra sociedad occidental y sumisa a los intereses de EEUU, silencia la existencia de la agresión económica, comercial y financiera, suaviza su impacto (llega a cambiar su definición como embargo), minimiza las consecuencias de la aplicación transfiriendo la responsabilidad de las mismas al gobierno cubano y a su política económica planificada, y por supuesto evita el conocimiento de su origen y finalidad genocida. En este sentido, hay que trabajar por ampliar el conocimiento de la existencia del bloqueo así como de sus efectos, y en consecuencia la catalogación como Injusticia Universal, de Política Genocida. Hoy en día, nadie cuestiona la condena del Apartheid o de la Guerra. Son injusticias inaceptables para los pueblos y para la comunidad internacional, excepto para aquellos que se benefician con la desigualdad y la explotación. Por tanto, hay que incluir el bloqueo de EEUU contra Cuba en la lista de grandes injusticias universales, y en consecuencia movilizar a la comunidad internacional en su conjunto, sumar esfuerzos para condenar el bloqueo, realizar acciones contra la aplicación de su política y exigir su eliminación. Hay que ganar la batalla de ideas y de acción respecto al bloqueo.
Desde las organizaciones y personas solidarias y amigas de Cuba, se están desarrollando diversas acciones y campañas de sensibilización para exigir a EEUU que elimine el bloqueo contra la isla, prácticamente desde su implantación hace seis décadas. Pero hoy se necesitan redoblar los esfuerzos, insistir hasta la eliminación total, e incluir esta reivindicación en las agendas políticas y mediáticas de todas las esferas de la sociedad. Junto a las movilizaciones en la calle, que se siguen realizando para sensibilizar a la opinión pública, hay que movilizar y comprometer a los partidos políticos, a las instituciones para que se sigan pronunciando en solidaridad con Cuba frente al bloqueo de EEUU, al mundo de la cultura, a los sindicatos de clase, a las asociaciones de vecinos y movimientos sociales diversos, a los medios de comunicación; en definitiva a toda la población.
Por todo ello, se hace necesario sumar fuerzas para presionar al gobierno de EEUU y que elimine el bloqueo, como se consiguió con el gobierno Sudafricano para eliminar el Apartheid, o como se hace hoy en día con el régimen sionista de Israel frenta al terrorismo de Estado hacia Palestina. Son causas justas que hay que asumir, para no caer en el peligroso juego de la equidistancia. Urge la acción, constante y consciente, intensa y extensa, de solidaridad con el gobierno y el pueblo de Cuba en su demanda de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero de EEUU.
Cuba siempre nos ha demostrado que ningún enemigo es invencible. Empecemos a mover conciencias y a generar una cultura contra el bloqueo de EEUU contra Cuba, y veremos su eliminación más pronto que tarde. Será una modesta pero útil manera de devolver a Cuba lo que tanto nos da, sentido y razón para seguir luchando.
València, 27 de octubre de 2018
miércoles, 24 de octubre de 2018
Prefacio para un desastre
Atilio A. Boron
Habrá que luchar hasta el
final, pero la victoria de Jair Bolsonaro parece ya la crónica de una muerte
anunciada. Y la palabra muerte está bien usada porque eso es lo que representa
este personaje de la “lumpen-política” que durante casi 28 años pasó
desapercibido en el corrupto Congreso brasileño. Muerte cuando propuso entrar
con un “lanzallamas” al ministerio de Educación para erradicar hasta el último
vestigio de las enseñanzas del gran educador Paulo Freire. Muerte porque bajo
su égida habrá un considerable refuerzo del autoritarismo en la escuela y en la
sociedad, y se librará una guerra sin cuartel al pensamiento crítico en todas
sus variantes. Muerte porque ha prometido represión y cárcel para todos quienes
representan el pasado petista, aunque no pertenezcan a ese partido. Declaró en
varias oportunidades que va a ilegalizar al marxismo y al “gramscismo” (aunque
no dijo cómo) y que recortará
drásticamente el presupuesto de facultades e institutos de investigación en
ciencias sociales. Según este santo
varón, su gobierno invertirá en ciencias “que produzcan cosas” (lavarropas,
palas, tornillos, etcétera) y no palabras o ideologías.
Este verdadero troglodita, al que circunstancias
fortuitas y un golpe de la Diosa Fortuna lo convirtieron en el casi seguro
presidente de Brasil, fue favorecido con enormes sumas de dinero (por completo
ilegales) una vez que la clase dominante brasileña cayó en la cuenta que los
protegidos por Fernando H. Cardoso como candidatos del PSDB y la elite tradicional
de Brasil agrupada en el PMDB eran repudiados o ignorados por el
electorado. Pragmática e inescrupulosa
como siempre la derecha llegó a la conclusión que si no se podía derrotar al
lulismo con sus candidatos “democráticos” propios – tal como antes ocurriera
con José Serra (dos veces) Geraldo Alckmin, y Aecio Neves- debía hacerlo con
cualquiera que pudiera, aún cuando fuese un patético emisario rescatado de las
cloacas de la dictadura que asoló al país por más de veinte años. Se ratifica
por enésima vez que la derecha no tiene la más mínima lealtad hacia la
democracia, como lo demuestra su apoyo a Bolsonaro. Además éste
cuenta con el respaldo de Donald Trump para
reorganizar a la derecha en todo el hemisferio y el asesoramiento del equipo que dirigió la campaña
presidencial de Trump. Se dice además que Steve Bannon en persona está
colaborando en la estrategia propagandística
del “candidato del orden”.
Un dato muy significativo es que la campaña
presidencial no se nota en las calles de Río. Ni un afiche, ni un pasacalles,
una pintada en un murallón, nadie volanteando, ¡nada! Es que en esta nueva era
de la “antipolítica”, astutamente promovida por la derecha, la política fue
convenientemente apartada de la vía pública, y si bien esto es una tendencia
general y creciente, en el caso del Brasil esta despolitización de la calle fue
potenciada por el más fatídico error de la gestión del PT: confiar ingenuamente
en que el ejercicio del poder político por parte de un partido de izquierda, o
progresista, podría descansar en el rodaje de las instituciones supuestamente
democráticas (que no lo son). La consecuencia fue la suicida desmovilización y
desorganización de sus propias fuerzas políticas, comenzando por el PT,
siguiendo con la CUT y ninguneando a los Sem Terra. El resultado: una Dilma
indefensa frente a los lobos del mercado que se movían a sus anchas en las
estructuras institucionales del estado burgués, especialmente en el Congreso y
el Poder Judicial. Por eso la política no está en las calles, y los pocos que
salen son mayoritariamente partidarios de Bolsonaro. Todo circula por la
Internet y, en menor medida, por los diarios, la televisión y la radio. Un
distraído turista procedente del “cinturón bíblico” de Estados Unidos, digamos
Mississippi o Alabama, jamás se daría
cuenta que en pocos días más este país se juega su futuro, en una opción
dramática. Pero si el visitante incursionara en la telaraña de la web, allí se
percataría de lo que está ocurriendo y observaría a la lucha política librada
sin cuartel, pero en el ciberespacio. Esto plantea un enorme desafío para las
fuerzas populares porque deberán aprender a moverse en un campo minado que sus
enemigos inventaron y conocen a la perfección. No obstante, si movido por su fe
nuestro visitante asistiera a alguno de los miles de templos evangélicos
dispersos por todo el Brasil también se daría cuenta de que hay una elección
presidencial en ciernes. Comprobaría, para su mayúscula sorpresa, que los
pastores y sus ayudantes al terminar la ceremonia religiosa se dirigen a la
salida y entregan a cada uno de los feligreses un volante en donde se dice a
quién se debe votar para presidente, gobernador, etcétera, porque son esos
candidatos, y sólo ellos, los que Dios dijo que hay que votar. Deplorable
trasmutación del modelo del partido bolchevique
–con su ética militante, su organización, su conciencia revolucionaria-
puesto ahora al servicio de la reacción y de la contrarrevolución ¡nada menos
que por unas iglesias!
Las evangélicas en Brasil constituyen un aparato
político formidable –presentes en grados diversos en varios países de Nuestra
América, y de creciente gravitación en Argentina- pero su eficacia no sólo
reposa en la militancia y la labor cotidiana de sus pastores y agitadores en el
territorio sino también en la persistencia de un núcleo duro conservador –muy arraigado en los sectores
más atrasados del campo popular- pero de inestables preferencias políticas.
Según algunos analistas este sector
representa un treinta por ciento de la población y si a comienzos de siglo se
inclinaron por el PT (y se mantuvieron en ese espacio político durante catorce
años, retenidos por las políticas sociales del gobierno) ahora cortaron amarras
y lo hacen por Bolsonaro. Un factor
decisivo de esta ruptura fue la creencia, abiertamente inculcada por la prensa
canalla, de que el tsunami de la corrupción en Brasil –simbolizado en la
operación Lava Jato- sólo puede ser atribuido a la maldad del PT y sus
dirigentes. Ese vendaval de dirigentes políticos, empresarios y funcionarios
desfilando por les estrados judiciales y terminando en la cárcel tuvo un
impacto tremendo sobre la conciencia popular y potenció la insatisfacción ante
la crisis económica y el aumento de la criminalidad, o al menos la percepción
de tales cosas fogoneada impúdicamente
–como en la Argentina de la época de Cristina Fernández- por la prensa hegemónica. Es impresionante
constatar como hombres y mujeres del pueblo repiten esa letanía –el PT robó y
corrompió- cada vez que se les pregunta la razón de su voto por Bolsonaro. Si
algo demuestra esta reiterada respuesta es la escasa capacidad que tuvo ese
partido de explicar la muy larga historia de la corrupción en Brasil, quienes
fueron sus principales agentes y beneficiarios, y los mecanismos legales y judiciales
que posibilitaron su funcionamiento. Tarea que, por cierto, no fue intentada
por los gobiernos del PT. Pero, claro está que para poder hacerlo había que
tener medios de comunicación y una política para los medios. Y el PT no tuvo ni
lo uno ni lo otro.
Cuando culmine el proceso electoral y se constituya
la Cámara de Diputados muy probablemente Bolsonaro y sus aliados lleguen a
controlar los dos tercios de los votos. Con ellos podrán introducir una serie
de reformas hiper-retrógradas a la Constitución de 1988. Una de ellas,
anticipada por el candidato presidencial, figura la criminalización del
activismo social y de las organizaciones sociales cuyas acciones constituirían
un crimen contra la seguridad del estado y el orden público y sus responsables
deberían cumplir largas condenas en la cárcel. Habrá que ver si esto finalmente
logra ser aprobado en el Congreso. El tema no es si el PSL, el partido de
Bolsonaro tendrá los votos, sino la intensidad de la reacción anti-PT que
podría sedimentarse en un enorme bloque parlamentario con número suficiente
para aprobar esas reformas. Si no lo
tuviera, la tradicional corrupción de la política brasileña permitiría comprar
los votos necesarios para satisfacer las retrógradas aspiraciones de Bolsonaro
y la clase dominante de Brasil que, de este modo, constitucionalizaría los
decretos y las leyes de Michel Temer. Dicho todo esto, sólo un milagro podría
revertir esta brutal deriva autoritaria de la democracia brasileña. Pero los
milagros no existen en la vida política.
lunes, 22 de octubre de 2018
Ya ganó el fascismo en Brasil
Amauri Chamorro*
La Jornada
"Hasta que Brasil aplique la pena de muerte, los grupos de exterminio son bienvenidos"
"El problema de la dictadura era que torturaba. Debería haber matado más. Por lo menos unas 35 mil personas más."
"Sólo no te violo porque no te lo mereces"
Estas frases que podrían ser de la comandancia del Ejército Islámico en Siria, en realidad pertenecen a Jair Bolsonaro, candidato que lidera la carrera presidencial en Brasil. Su eslogan de campaña Brasil sobre todo, Dios sobre todos carga los códigos militares y religiosos de sus profundos vínculos con los sectores pro dictadura militar y evangélicos radicales del país. El abismal resultado electoral alcanzado por él en primera vuelta es casi irreversible en la segunda. Durante los seis años de aplicación del Lawfare, los grandes conglomerados mediáticos se encargaron de posicionar a la izquierda brasileña como responsable de un supuesto caos de corrupción moral y financiera. El discurso hipócrita y moralizador de la derecha no funcionaba, y Lula lideraba todas las encuestas presidenciales. Sus ilegales condena y detención fueron la única salida electoral.
Sin el presidente Lula en la disputa, el Partido de los Trabajadores (PT) optó por seguir con Fernando Haddad, en ese entonces binomio del ex presidente. De personalidad dialogadora, sin carisma y poco conocido por los 142 millones de electores, Haddad es hombre de absoluta confianza del presidente Lula. Fue el mejor ministro de Educación de la historia de Brasil y alcalde no reelecto de la ciudad de São Paulo. Su campaña que alcanzó rápidamente el piso electoral del PT de 18 por ciento, crecía vertiginosamente hasta la última semana antes de la primera vuelta, cuando un error estratégico quebró la tendencia. El comando de campaña de Haddad decidió apoyar una movilización de rechazo a Bolsonaro utilizando la etiqueta #EleNão. Engañada por las métricas y el big data, la izquierda creía que daría un golpe de gracia, cuando en realidad la decisión acabó siendo como la del capitán del Titanic, quien aceleró la marcha para llegar más rápido, sin pensar en los icebergs. La acción que movilizó a miles de personas en las redes y en las calles logró ser tendencia mundial con mensajes proaborto y matrimonio igualitario, acción que fue apoyada por la mismísima Madonna. Lo que la izquierda subestimó es que, faltando apenas una semana la pauta feminista y lgbti llevaría al electorado evangélico, simpatizante de Lula, a una disyuntiva moral obligándolos a rechazar a Haddad como opción. Los organizadores de #EleNão no tomaron en cuenta que los evangélicos en Brasil representan 32 por ciento de la población y son dueños de una máquina ideológica con un presupuesto anual de 10 mil millones de dólares libres de impuestos generados por los diezmos de sus fieles. En apenas dos días Bolsonaro subió seis puntos porcentuales coronándose como vencedor de la primera vuelta con 13 puntos porcentuales sobre Haddad. Las predicciones anteriores hablaban de casi un empate.
La votación de Bolsonaro no está integrada sólo por el voto evangélico. En su base aterriza el caudal antipetista que por inercia desembarcaría en la candidatura que más posibilidades tuviera contra la izquierda. Durante el año que antecedió las elecciones, las empresas de comunicación protegieron la reputación de Bolsonaro haciendo caso omiso de sus 30 años de vida pública cargada de escándalos de corrupción, constantes llamado al exterminio físico de la izquierda, gays, afros y mujeres. Por irresponsabilidad de los medios Bolsonaro prendió la mecha de una sociedad que habita en un barril pólvora. Brasil es el país con el mayor número de homicidios en el mundo, sólo en 2017 fueron más de 65 mil. Somos una sociedad misógina, racista y homofóbica. Hasta la llegada de Bolsonaro existía una especie de velo, pero su discurso le da un sentido a esa violencia a partir de un posible gobierno comandado por militares y evangélicos de ultraderecha que envalentonan a los sectores más violentos de la sociedad brasileña. Fue un efecto Naranja Mecánica, – opera prima cinematrográfica de Stanley Kubrick– donde un grupo de jóvenes sale por las calles agrediendo personas casi por diversión.
Pocos días después de la primera vuelta, más de 50 casos de agresión y asesinatos ocurrían por todo el territorio nacional. En las casas, oficinas y escuelas se va instalando el pánico. Muchos de los que comentan o defienden una posición favorable al avance de una agenda de derechos civiles son agredidos, inclusive con la venia de las autoridades. En el sur de Brasil una chica de 19 años fue inmovilizada por tres militantes de Bolsonaro que con una navaja la marcaron en su costilla con la suástica nazi. Ella estaba usando una camiseta con la consigna #EleNão. El jefe de la política local que atendió el caso escribió en el parte policial, sarcásticamente, que era un símbolo budista que representa el amor, la paz y armonía.
* Comunicólogo
La Jornada
"Hasta que Brasil aplique la pena de muerte, los grupos de exterminio son bienvenidos"
"El problema de la dictadura era que torturaba. Debería haber matado más. Por lo menos unas 35 mil personas más."
"Sólo no te violo porque no te lo mereces"
Estas frases que podrían ser de la comandancia del Ejército Islámico en Siria, en realidad pertenecen a Jair Bolsonaro, candidato que lidera la carrera presidencial en Brasil. Su eslogan de campaña Brasil sobre todo, Dios sobre todos carga los códigos militares y religiosos de sus profundos vínculos con los sectores pro dictadura militar y evangélicos radicales del país. El abismal resultado electoral alcanzado por él en primera vuelta es casi irreversible en la segunda. Durante los seis años de aplicación del Lawfare, los grandes conglomerados mediáticos se encargaron de posicionar a la izquierda brasileña como responsable de un supuesto caos de corrupción moral y financiera. El discurso hipócrita y moralizador de la derecha no funcionaba, y Lula lideraba todas las encuestas presidenciales. Sus ilegales condena y detención fueron la única salida electoral.
Sin el presidente Lula en la disputa, el Partido de los Trabajadores (PT) optó por seguir con Fernando Haddad, en ese entonces binomio del ex presidente. De personalidad dialogadora, sin carisma y poco conocido por los 142 millones de electores, Haddad es hombre de absoluta confianza del presidente Lula. Fue el mejor ministro de Educación de la historia de Brasil y alcalde no reelecto de la ciudad de São Paulo. Su campaña que alcanzó rápidamente el piso electoral del PT de 18 por ciento, crecía vertiginosamente hasta la última semana antes de la primera vuelta, cuando un error estratégico quebró la tendencia. El comando de campaña de Haddad decidió apoyar una movilización de rechazo a Bolsonaro utilizando la etiqueta #EleNão. Engañada por las métricas y el big data, la izquierda creía que daría un golpe de gracia, cuando en realidad la decisión acabó siendo como la del capitán del Titanic, quien aceleró la marcha para llegar más rápido, sin pensar en los icebergs. La acción que movilizó a miles de personas en las redes y en las calles logró ser tendencia mundial con mensajes proaborto y matrimonio igualitario, acción que fue apoyada por la mismísima Madonna. Lo que la izquierda subestimó es que, faltando apenas una semana la pauta feminista y lgbti llevaría al electorado evangélico, simpatizante de Lula, a una disyuntiva moral obligándolos a rechazar a Haddad como opción. Los organizadores de #EleNão no tomaron en cuenta que los evangélicos en Brasil representan 32 por ciento de la población y son dueños de una máquina ideológica con un presupuesto anual de 10 mil millones de dólares libres de impuestos generados por los diezmos de sus fieles. En apenas dos días Bolsonaro subió seis puntos porcentuales coronándose como vencedor de la primera vuelta con 13 puntos porcentuales sobre Haddad. Las predicciones anteriores hablaban de casi un empate.
La votación de Bolsonaro no está integrada sólo por el voto evangélico. En su base aterriza el caudal antipetista que por inercia desembarcaría en la candidatura que más posibilidades tuviera contra la izquierda. Durante el año que antecedió las elecciones, las empresas de comunicación protegieron la reputación de Bolsonaro haciendo caso omiso de sus 30 años de vida pública cargada de escándalos de corrupción, constantes llamado al exterminio físico de la izquierda, gays, afros y mujeres. Por irresponsabilidad de los medios Bolsonaro prendió la mecha de una sociedad que habita en un barril pólvora. Brasil es el país con el mayor número de homicidios en el mundo, sólo en 2017 fueron más de 65 mil. Somos una sociedad misógina, racista y homofóbica. Hasta la llegada de Bolsonaro existía una especie de velo, pero su discurso le da un sentido a esa violencia a partir de un posible gobierno comandado por militares y evangélicos de ultraderecha que envalentonan a los sectores más violentos de la sociedad brasileña. Fue un efecto Naranja Mecánica, – opera prima cinematrográfica de Stanley Kubrick– donde un grupo de jóvenes sale por las calles agrediendo personas casi por diversión.
Pocos días después de la primera vuelta, más de 50 casos de agresión y asesinatos ocurrían por todo el territorio nacional. En las casas, oficinas y escuelas se va instalando el pánico. Muchos de los que comentan o defienden una posición favorable al avance de una agenda de derechos civiles son agredidos, inclusive con la venia de las autoridades. En el sur de Brasil una chica de 19 años fue inmovilizada por tres militantes de Bolsonaro que con una navaja la marcaron en su costilla con la suástica nazi. Ella estaba usando una camiseta con la consigna #EleNão. El jefe de la política local que atendió el caso escribió en el parte policial, sarcásticamente, que era un símbolo budista que representa el amor, la paz y armonía.
* Comunicólogo
viernes, 19 de octubre de 2018
Fernando H. Cardoso y su incomprensible neutralidad
Atilio A. Boron
Escribo estas pocas líneas desde el corazón. Sumido en el estupor no alcanzo a comprender cómo quien fuera el maestro de toda una generación de sociólogos, politólogos y economistas de América Latina y el Caribe hoy prefiere mantenerse “neutral” ante la trágica opción que enfrentarán los brasileños el próximo 28 de Octubre: restaurar la dictadura, bajo nuevos ropajes, o retomar la larga y dificultosa marcha hacia la democracia. Para justificar su actitud el ex presidente declaró a la prensa que "de Bolsonaro me separa un muro y de Haddad una puerta."
Sorpresa, estupefacción, asombro. Porque, ¿cómo es posible que quien fuera una de las más brillantes mentes de las ciencias sociales desde comienzos de los años sesentas del siglo pasado pueda exhibir tal indiferencia cuando lo que está en juego es o bien el retorno travestido y recargado de la dictadura militar (la misma que luego del golpe de 1964 lo obligó a exiliarse en Chile) o la elección de un político progresista, heredero de un gobierno que, con todos sus defectos, fue quien más combatió la pobreza en el Brasil y lo hizo en un marco de irrestrictas libertades civiles y políticas? A quienes fuimos sus alumnos en la FLACSO de Chile, en la segunda mitad de los sesentas, nos deslumbraban sus brillantes lecciones sobre el método dialéctico de Marx y las enseñanzas de quien a su vez fuera su maestro, Florestán Fernándes; o cuando disertaba sobre la teoría de la dependencia mientras escribía su texto fundamental con Enzo Faletto; o cuando diseccionaba con la sutileza de un eminente cirujano la naturaleza de las dictaduras en América Latina. Por eso, quienes atesoramos esos recuerdos estamos sumidos en el más profundo desconcierto ante su atronador silencio en relación a la que, sin dudas, es una de las coyunturas más críticas de la historia reciente del Brasil. A los que tuvimos la suerte de enriquecernos intelectualmente con sus lecciones nos cuesta creer las noticias que nos llegan hoy de Brasil y que informan de su escandalosa abstención. Y cuando aquellas se confirman, como ha ocurrido en estos días, lo hacemos con el corazón sangrante y la mente convulsionada.
¿Cómo olvidar de que fue usted quien en aquellos años finales de los sesentas nos ayudó a sortear las estériles trampas de la sociología académica norteamericana y la ciénaga del estructuralismo althusseriano, moda que estaba haciendo estragos en las juventudes radicalizadas de Chile. Después, desde mediados de los setentas y a lo largo de los ochentas la suya fue la voz de la sensatez y la sensibilidad histórica que debatía con algunos "transitólogos" deslumbrados por la ciencia política de la academia estadounidense y a quienes, a fuerza de argumentos y ejemplos concretos, obligó a revisar sus ingenuas expectativas sobre las nacientes democracias latinoamericanas. Recordamos como si fuera hoy sus advertencias diciéndole a sus colegas que en Nuestra América el "modelo de La Moncloa" -erigido como el arquetipo no sólo único sino también virtuoso de nuestra todavía inconclusa “transición hacia la democracia”- enfrentaría enormes dificultades para reproducirse en el continente más injusto del planeta. Y sus previsiones fueron confirmadas por el inapelable veredicto de la historia: ahí están nuestras languidecientes democracias, incumpliendo sus promesas emancipatorias, impotentes para instaurar la justicia distributiva y cada vez más vulnerables a la acción destructiva del imperio y sus lugartenientes locales. Democracias, en suma, en rápida transición involutiva hacia la plutocracia y la sumisión neocolonial. Fue Cardoso uno de los principales animadores del Grupo de Trabajo sobre Estado de CLACSO que se creara a comienzos de los setentas. Su espíritu crítico combinado con su fina ironía orientaron buena parte de las labores de ese pequeño conjunto de colegas. Tanto en las discusiones sobre la transición a la democracia y la naturaleza de las dictaduras que asolaron la región usted decía que “sin reformas efectivas del sistema productivo y de las formas de distribución y de apropiación de riquezas no habrá Constitución ni estado de derecho capaces de eliminar el olor de farsa de la política democrática.” 1 Y la historia otra vez le dio la razón.
Más allá de sus errores y limitaciones la experiencia de los gobiernos de Lula y Dilma avanzaron, si bien con demasiada cautela, para tratar de eliminar ese insoportable “olor de farsa” de las democracias latinoamericanas. ¿Que en esos gobiernos hubo corrupción, que aumentó la inseguridad ciudadana, o que algunos problemas no fueron encarados correctamente, o inclusive se agravaron? Es cierto. Pero nada de esto constituye una novedad en la historia brasileña ni es un producto exclusivo de los gobiernos del PT, y usted como analista tanto como en su calidad de ex senador, ex ministro y ex presidente lo sabe muy bien. Tomar como “chivos expiatorios” de la tradicional y secular corrupción de la política brasileña a Lula y el PT es un insulto a la inteligencia de sus conciudadanos además de una maliciosa mentira. Pero aún si estas críticas fueran ciertas –cosa sobre lo cual no viene al caso expedirse en estas líneas- ellas son "peccata minuta" ante el peligro que acecha a Brasil y a toda América Latina.. Y usted, con su inteligencia, a esta altura de su vida no puede arrojar por la borda todo lo que enseñara a lo largo de tantos años. Usted escribió páginas imborrables sobre las dictaduras latinoamericanas y en uno de sus libros denunció con valor la pretensión de “sustraerse de la responsabilidad política de caracterizar como dictatorial a un régimen que se afirma sobre la violencia irrestricta y el atropello sistemático de los derechos humanos.” 2 ¿Qué cree que va a hacer Bolsonaro cuando exalta a los torturadores y rinde loas a la dictadura del 64? Por eso estoy convencido que de persistir en su actitud neutral cometería usted el mayor y más imperdonable error de su vida, que arrojaría un ominoso manto de sombra no sólo sobre su trayectoria como intelectual de Nuestra América sino también sobre su propia gestión como presidente de Brasil.
¿Qué hay una puerta que lo separa a usted de Fernando Haddad? Es cierto, pero el candidato petista ya lo invitó a pasar. Abra esa puerta y entre, porque aquel muro que lo separa de Bolsonaro no sólo caerá con todos sus horrores encima de las clases y capas populares de Brasil sino también sobre su cabeza y su renombre. Nadie le pide que apoye incondicionalmente a lo que hoy, nos guste o no, representa la única opción democrática que hay en Brasil frente a la monstruosa reinstalación de la dictadura militar por la vía de un electorado manipulado como jamás antes en la historia del Brasil. Que la fórmula petista sea la única opción democrática en las próximas elecciones no sólo es producto del empecinamiento de los gobiernos y del liderazgo del PT. Usted fue presidente, por ocho años, y algo de responsabilidad le cabe también por esta imposibilidad de construir alternativas políticas más de su agrado. Su delfín, Geraldo Alckmin, tuvo un desempeño catastrófico en la primera vuelta. Por eso un hombre como usted no puede ni debe permanecer neutral en esta coyuntura. Sus pasiones y su ostensible animosidad hacia Lula y todo lo que él representa no pueden jugarle tan mala pasada y nublar su entendimiento. Usted sabe que la victoria de Bolsonaro dará luz verde a sus tropas de asalto a la democracia, la justicia, los derechos humanos, la libertad. Tropelías y aberraciones que, para espanto de la población, ya prometen y anuncian sin tapujos a través de la prensa y las redes sociales en Brasil. En este caso su neutralidad se transforma en complicidad.
Ante tan grave encrucijada, ¿cómo puede usted declararse prescindente en esta batalla crucial entre dictadura y democracia? A veces la vida nos coloca en estas incómodas encrucijadas, y no queda hay otro remedio que elegir y actuar. Recuerde que Dante, en La Divina Comedia, reservó el círculo más ardiente del infierno a quienes en tiempos de crisis moral optaron por la neutralidad. Usted, por su historia, por lo que hizo, por su magisterio, por la memoria de sus propios maestros debe oponerse con todas sus fuerzas a la re-encarnación de la dictadura bajo el mascarón de proa de un político mediocre, violento y reaccionario que ni bien instalado en el Palacio de Planalto será fácil presa de los actores más siniestros del Brasil. Su nombre, Fernando Henrique, no debe quedar inscripto entre los cómplices de la tragedia en ciernes en su país. Créame si le digo, siendo fiel a sus enseñanzas, que a diferencia de Fidel si usted persiste en esa actitud, en esa suicida neutralidad, la historia no lo absolverá sino que lo condenará y lo atormentará hasta el fin de sus días. Contribuya con su palabra a que Brasil sortee el peligro del inicio de un nuevo – y probablemente extenso- ciclo dictatorial que sólo agravará los problemas que hoy lo atribulan. Y luego, despejada esa amenaza, discuta sin concesiones como mejorar la democracia en su país; critique las políticas que proponen Haddad y D’Avila, pero primero asegure que su pueblo no volverá a caer en los horrores que con tanta fuerza usted condenó en el pasado. Su silencio, o su abstención, serán implacablemente juzgados por los historiadores del futuro, como ya lo son hoy por sus asombrados contemporáneos que no pueden entender las razones de su postura. Tiene poco tiempo para evitar tan triste final y evitar que la neutralidad se convierta en complicidad. Recuerdo cuando, en medio del furor causado por el auge de la teoría de la dependencia usted exhortaba a sus cultores a no apartarse de las enseñanzas de Lenin cuando exigía, antes de parlotear superficialmente sobre el tema, llevar a cabo “un análisis concreto de la realidad concreta.” Y remataba esa observación advirtiendo sobre el peligro de que “el hechizo de las palabras sirva para ocultar la indolencia del espíritu”.3 Ojalá que su brillante inteligencia no haya caído víctima de la indolencia y prevalezca, en esta hora decisiva, sobre la fuerza de unas incontrolables pasiones que le impiden abrir la puerta que lo separa de Fernando Haddad y evitar que Brasil se hunda en el basural del fascismo.
NOTAS
1 Cf. “La democracia en las sociedades contemporáneas”, en Crítica & Utopía, Buenos Aires, N°6, 1982, y también en “La Democracia en América Latina”, Punto de Vista, Buenos Aires, Nº 12, Abril 1985.
2 Ver su Autoritarismo e democratização, Río de Janeiro, Paz e Terra, 1975, p. 18.
3 Fernando H. Cardoso, Ideologías de la burguesía industrial en sociedades dependientes. Argentina y Brasil, Buenos Aires, Siglo XXI, 1971, p. 60.
Escribo estas pocas líneas desde el corazón. Sumido en el estupor no alcanzo a comprender cómo quien fuera el maestro de toda una generación de sociólogos, politólogos y economistas de América Latina y el Caribe hoy prefiere mantenerse “neutral” ante la trágica opción que enfrentarán los brasileños el próximo 28 de Octubre: restaurar la dictadura, bajo nuevos ropajes, o retomar la larga y dificultosa marcha hacia la democracia. Para justificar su actitud el ex presidente declaró a la prensa que "de Bolsonaro me separa un muro y de Haddad una puerta."
Sorpresa, estupefacción, asombro. Porque, ¿cómo es posible que quien fuera una de las más brillantes mentes de las ciencias sociales desde comienzos de los años sesentas del siglo pasado pueda exhibir tal indiferencia cuando lo que está en juego es o bien el retorno travestido y recargado de la dictadura militar (la misma que luego del golpe de 1964 lo obligó a exiliarse en Chile) o la elección de un político progresista, heredero de un gobierno que, con todos sus defectos, fue quien más combatió la pobreza en el Brasil y lo hizo en un marco de irrestrictas libertades civiles y políticas? A quienes fuimos sus alumnos en la FLACSO de Chile, en la segunda mitad de los sesentas, nos deslumbraban sus brillantes lecciones sobre el método dialéctico de Marx y las enseñanzas de quien a su vez fuera su maestro, Florestán Fernándes; o cuando disertaba sobre la teoría de la dependencia mientras escribía su texto fundamental con Enzo Faletto; o cuando diseccionaba con la sutileza de un eminente cirujano la naturaleza de las dictaduras en América Latina. Por eso, quienes atesoramos esos recuerdos estamos sumidos en el más profundo desconcierto ante su atronador silencio en relación a la que, sin dudas, es una de las coyunturas más críticas de la historia reciente del Brasil. A los que tuvimos la suerte de enriquecernos intelectualmente con sus lecciones nos cuesta creer las noticias que nos llegan hoy de Brasil y que informan de su escandalosa abstención. Y cuando aquellas se confirman, como ha ocurrido en estos días, lo hacemos con el corazón sangrante y la mente convulsionada.
¿Cómo olvidar de que fue usted quien en aquellos años finales de los sesentas nos ayudó a sortear las estériles trampas de la sociología académica norteamericana y la ciénaga del estructuralismo althusseriano, moda que estaba haciendo estragos en las juventudes radicalizadas de Chile. Después, desde mediados de los setentas y a lo largo de los ochentas la suya fue la voz de la sensatez y la sensibilidad histórica que debatía con algunos "transitólogos" deslumbrados por la ciencia política de la academia estadounidense y a quienes, a fuerza de argumentos y ejemplos concretos, obligó a revisar sus ingenuas expectativas sobre las nacientes democracias latinoamericanas. Recordamos como si fuera hoy sus advertencias diciéndole a sus colegas que en Nuestra América el "modelo de La Moncloa" -erigido como el arquetipo no sólo único sino también virtuoso de nuestra todavía inconclusa “transición hacia la democracia”- enfrentaría enormes dificultades para reproducirse en el continente más injusto del planeta. Y sus previsiones fueron confirmadas por el inapelable veredicto de la historia: ahí están nuestras languidecientes democracias, incumpliendo sus promesas emancipatorias, impotentes para instaurar la justicia distributiva y cada vez más vulnerables a la acción destructiva del imperio y sus lugartenientes locales. Democracias, en suma, en rápida transición involutiva hacia la plutocracia y la sumisión neocolonial. Fue Cardoso uno de los principales animadores del Grupo de Trabajo sobre Estado de CLACSO que se creara a comienzos de los setentas. Su espíritu crítico combinado con su fina ironía orientaron buena parte de las labores de ese pequeño conjunto de colegas. Tanto en las discusiones sobre la transición a la democracia y la naturaleza de las dictaduras que asolaron la región usted decía que “sin reformas efectivas del sistema productivo y de las formas de distribución y de apropiación de riquezas no habrá Constitución ni estado de derecho capaces de eliminar el olor de farsa de la política democrática.” 1 Y la historia otra vez le dio la razón.
Más allá de sus errores y limitaciones la experiencia de los gobiernos de Lula y Dilma avanzaron, si bien con demasiada cautela, para tratar de eliminar ese insoportable “olor de farsa” de las democracias latinoamericanas. ¿Que en esos gobiernos hubo corrupción, que aumentó la inseguridad ciudadana, o que algunos problemas no fueron encarados correctamente, o inclusive se agravaron? Es cierto. Pero nada de esto constituye una novedad en la historia brasileña ni es un producto exclusivo de los gobiernos del PT, y usted como analista tanto como en su calidad de ex senador, ex ministro y ex presidente lo sabe muy bien. Tomar como “chivos expiatorios” de la tradicional y secular corrupción de la política brasileña a Lula y el PT es un insulto a la inteligencia de sus conciudadanos además de una maliciosa mentira. Pero aún si estas críticas fueran ciertas –cosa sobre lo cual no viene al caso expedirse en estas líneas- ellas son "peccata minuta" ante el peligro que acecha a Brasil y a toda América Latina.. Y usted, con su inteligencia, a esta altura de su vida no puede arrojar por la borda todo lo que enseñara a lo largo de tantos años. Usted escribió páginas imborrables sobre las dictaduras latinoamericanas y en uno de sus libros denunció con valor la pretensión de “sustraerse de la responsabilidad política de caracterizar como dictatorial a un régimen que se afirma sobre la violencia irrestricta y el atropello sistemático de los derechos humanos.” 2 ¿Qué cree que va a hacer Bolsonaro cuando exalta a los torturadores y rinde loas a la dictadura del 64? Por eso estoy convencido que de persistir en su actitud neutral cometería usted el mayor y más imperdonable error de su vida, que arrojaría un ominoso manto de sombra no sólo sobre su trayectoria como intelectual de Nuestra América sino también sobre su propia gestión como presidente de Brasil.
¿Qué hay una puerta que lo separa a usted de Fernando Haddad? Es cierto, pero el candidato petista ya lo invitó a pasar. Abra esa puerta y entre, porque aquel muro que lo separa de Bolsonaro no sólo caerá con todos sus horrores encima de las clases y capas populares de Brasil sino también sobre su cabeza y su renombre. Nadie le pide que apoye incondicionalmente a lo que hoy, nos guste o no, representa la única opción democrática que hay en Brasil frente a la monstruosa reinstalación de la dictadura militar por la vía de un electorado manipulado como jamás antes en la historia del Brasil. Que la fórmula petista sea la única opción democrática en las próximas elecciones no sólo es producto del empecinamiento de los gobiernos y del liderazgo del PT. Usted fue presidente, por ocho años, y algo de responsabilidad le cabe también por esta imposibilidad de construir alternativas políticas más de su agrado. Su delfín, Geraldo Alckmin, tuvo un desempeño catastrófico en la primera vuelta. Por eso un hombre como usted no puede ni debe permanecer neutral en esta coyuntura. Sus pasiones y su ostensible animosidad hacia Lula y todo lo que él representa no pueden jugarle tan mala pasada y nublar su entendimiento. Usted sabe que la victoria de Bolsonaro dará luz verde a sus tropas de asalto a la democracia, la justicia, los derechos humanos, la libertad. Tropelías y aberraciones que, para espanto de la población, ya prometen y anuncian sin tapujos a través de la prensa y las redes sociales en Brasil. En este caso su neutralidad se transforma en complicidad.
Ante tan grave encrucijada, ¿cómo puede usted declararse prescindente en esta batalla crucial entre dictadura y democracia? A veces la vida nos coloca en estas incómodas encrucijadas, y no queda hay otro remedio que elegir y actuar. Recuerde que Dante, en La Divina Comedia, reservó el círculo más ardiente del infierno a quienes en tiempos de crisis moral optaron por la neutralidad. Usted, por su historia, por lo que hizo, por su magisterio, por la memoria de sus propios maestros debe oponerse con todas sus fuerzas a la re-encarnación de la dictadura bajo el mascarón de proa de un político mediocre, violento y reaccionario que ni bien instalado en el Palacio de Planalto será fácil presa de los actores más siniestros del Brasil. Su nombre, Fernando Henrique, no debe quedar inscripto entre los cómplices de la tragedia en ciernes en su país. Créame si le digo, siendo fiel a sus enseñanzas, que a diferencia de Fidel si usted persiste en esa actitud, en esa suicida neutralidad, la historia no lo absolverá sino que lo condenará y lo atormentará hasta el fin de sus días. Contribuya con su palabra a que Brasil sortee el peligro del inicio de un nuevo – y probablemente extenso- ciclo dictatorial que sólo agravará los problemas que hoy lo atribulan. Y luego, despejada esa amenaza, discuta sin concesiones como mejorar la democracia en su país; critique las políticas que proponen Haddad y D’Avila, pero primero asegure que su pueblo no volverá a caer en los horrores que con tanta fuerza usted condenó en el pasado. Su silencio, o su abstención, serán implacablemente juzgados por los historiadores del futuro, como ya lo son hoy por sus asombrados contemporáneos que no pueden entender las razones de su postura. Tiene poco tiempo para evitar tan triste final y evitar que la neutralidad se convierta en complicidad. Recuerdo cuando, en medio del furor causado por el auge de la teoría de la dependencia usted exhortaba a sus cultores a no apartarse de las enseñanzas de Lenin cuando exigía, antes de parlotear superficialmente sobre el tema, llevar a cabo “un análisis concreto de la realidad concreta.” Y remataba esa observación advirtiendo sobre el peligro de que “el hechizo de las palabras sirva para ocultar la indolencia del espíritu”.3 Ojalá que su brillante inteligencia no haya caído víctima de la indolencia y prevalezca, en esta hora decisiva, sobre la fuerza de unas incontrolables pasiones que le impiden abrir la puerta que lo separa de Fernando Haddad y evitar que Brasil se hunda en el basural del fascismo.
NOTAS
1 Cf. “La democracia en las sociedades contemporáneas”, en Crítica & Utopía, Buenos Aires, N°6, 1982, y también en “La Democracia en América Latina”, Punto de Vista, Buenos Aires, Nº 12, Abril 1985.
2 Ver su Autoritarismo e democratização, Río de Janeiro, Paz e Terra, 1975, p. 18.
3 Fernando H. Cardoso, Ideologías de la burguesía industrial en sociedades dependientes. Argentina y Brasil, Buenos Aires, Siglo XXI, 1971, p. 60.
jueves, 18 de octubre de 2018
Del progresismo al fascismo
Nils Castro*
Página 12
18 de octubre de 2018
No hace falta repetir que Jair Bolsonaro es apologista de la dictadura, ultra neoliberal y fascista, ni que, tras su prematura baja como capitán, por 25 años fue apenas un diputado mediocre. La cuestión de fondo es por qué en la primera vuelta los electores lo tuvieron a 4 décimas de ser electo y le regalaron la mayoría parlamentaria. Y qué hacer.
No solo el petismo fue vencido por voluntad popular. La peor derrota la sufrió la derecha liberal, que por décadas protagonizó a toda la derecha. Extrema derecha siempre hubo, pero resignada a secundar los candidatos decididos en el Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB).
Al cabo el descrédito acumulado por la ineficacia y corrupción de la democracia representativa de las oligarquías agraria y financiera hundió el barco. Luego de tres derrotas ante Lula y el fiasco de Michel Temer, el PSDB dejó de asegurarle la ampliación de sus privilegios. A su vez, para un pueblo castigado por la crisis y decepcionado por el sistema político, desde el segundo gobierno de Dilma el PT ya había dejado de garantizar lo contrario.
En ese ámbito vaciado, faltó quien asumiera el papel de líder antisistema, antipolíticos, anticorruptos, antiflojos y extirpador de delincuentes. La teatralidad de Bolsonaro, con los valores en blanco y negro de los capos urbanos y rurales –racismo, homofobia, xenofobia y machismo–, fue oportuno en medio del desaliento cultivado por los medios de comunicación hegemónicos.
El sentimiento anti-PT fue una elaboración acumulada desde las protestas contra los estadios durante el Mundial de fútbol, la real o ficticia corrupción de funcionarios del PT, y toda la basura que ellos arrojaron durante el proceso de defenestración de Dilma, para eliminar la alternativa progresista en la cultura política popular.
Considerando las circunstancias, lo conservado por el PT en el primer turno es una proeza. Combatido por la gran prensa y el sistema judicial, y hostigado por las autoridades electorales, vio a su líder y candidato aprehendido y condenado sin pruebas, y privado del derecho a postularse. Tras una larga batalla legal, cuando Lula propuso a Haddad, pasaba del 40 por ciento de las preferencias. Pero a Lula lo sostenía un pasado instransferible.
Por añadidura, el absurdo acuchillamiento de Bolsonaro le facilitó a éste eludir los debates por televisión. Así, mientras en el último de estos los demás contrincantes confrontaban sus proyectos, el presunto convaleciente explayaba una larga y amigable entrevista por el mayor canal de la televisión evangélica.
Cuando los sondeos mostraron el ascenso de Haddad y la posibilidad de que superase a Bolsonaro en la segunda vuelta, al final sorprendió el abrupto crecimiento del ex capitán. Ante el pronóstico de que aún podían ser derrotadas, las derechas concentraron su votación en Bolsonaro. Ese último crecimiento del candidato fascista implicó un igual drenaje del voto de las demás derechas; el total de la votación anti-petista no creció más, sino que se concentró en su extremo más reaccionario.
Ahora veremos al choque decisorio entre el núcleo fascista, a la cabeza de todas las derechas, contra la pluralidad de los sectores democráticos y progresistas del país, en la persona del candidato del PT. Lo que no sucederá en circunstancias de normalidad institucional ni legal, sino en unas condiciones donde los jueces y los comunicadores más potentes están alineados con la opción más reaccionaria. Se llama a formar un frente del Brasil democrático para detener la embestida reaccionaria, pero los partidos tradicionales no parecen tener ganas, crédito ni gente con qué cambiar el desenlace.
Cualquiera sea el resultado, la etapa que siga será más riesgosa que ningún período anterior, y contendrá muchas lecciones para el próximo futuro latinoamericano. Esta esa historia no concluye ahora, salta a un espacio preñado de alternativas.
Pero es el progresismo y las demás izquierdas quienes más deberán revisar y corregir las conductas y desaciertos que los trajeron a esta situación, y las que seguirán. Si las banderas originales se plegaron, o las imputaciones de corrupción hicieron daño, se debió a que sí hubo acomodos y errores que los medios hegemónicos supieron aprovechar. Si las derechas y sus mentores imperiales tienen éxito, ello se debe a que esas conductas corroyeron la confianza popular, hicieron más vulnerable al progresismo y más ineficaces a las izquierdas.
Adormecidas por un optimismo bobalicón, fallaron en su responsabilidad de desarrollar la cultura política popular, así como de prever y contener la ofensiva reaccionaria. Incluso en la eventualidad de una victoria, es a las izquierdas a quien la próxima etapa les exigirá una honesta autocrítica objetiva, y una enérgica renovación moral y estratégica.
* Intelectual panameño.
Página 12
18 de octubre de 2018
No hace falta repetir que Jair Bolsonaro es apologista de la dictadura, ultra neoliberal y fascista, ni que, tras su prematura baja como capitán, por 25 años fue apenas un diputado mediocre. La cuestión de fondo es por qué en la primera vuelta los electores lo tuvieron a 4 décimas de ser electo y le regalaron la mayoría parlamentaria. Y qué hacer.
No solo el petismo fue vencido por voluntad popular. La peor derrota la sufrió la derecha liberal, que por décadas protagonizó a toda la derecha. Extrema derecha siempre hubo, pero resignada a secundar los candidatos decididos en el Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB).
Al cabo el descrédito acumulado por la ineficacia y corrupción de la democracia representativa de las oligarquías agraria y financiera hundió el barco. Luego de tres derrotas ante Lula y el fiasco de Michel Temer, el PSDB dejó de asegurarle la ampliación de sus privilegios. A su vez, para un pueblo castigado por la crisis y decepcionado por el sistema político, desde el segundo gobierno de Dilma el PT ya había dejado de garantizar lo contrario.
En ese ámbito vaciado, faltó quien asumiera el papel de líder antisistema, antipolíticos, anticorruptos, antiflojos y extirpador de delincuentes. La teatralidad de Bolsonaro, con los valores en blanco y negro de los capos urbanos y rurales –racismo, homofobia, xenofobia y machismo–, fue oportuno en medio del desaliento cultivado por los medios de comunicación hegemónicos.
El sentimiento anti-PT fue una elaboración acumulada desde las protestas contra los estadios durante el Mundial de fútbol, la real o ficticia corrupción de funcionarios del PT, y toda la basura que ellos arrojaron durante el proceso de defenestración de Dilma, para eliminar la alternativa progresista en la cultura política popular.
Considerando las circunstancias, lo conservado por el PT en el primer turno es una proeza. Combatido por la gran prensa y el sistema judicial, y hostigado por las autoridades electorales, vio a su líder y candidato aprehendido y condenado sin pruebas, y privado del derecho a postularse. Tras una larga batalla legal, cuando Lula propuso a Haddad, pasaba del 40 por ciento de las preferencias. Pero a Lula lo sostenía un pasado instransferible.
Por añadidura, el absurdo acuchillamiento de Bolsonaro le facilitó a éste eludir los debates por televisión. Así, mientras en el último de estos los demás contrincantes confrontaban sus proyectos, el presunto convaleciente explayaba una larga y amigable entrevista por el mayor canal de la televisión evangélica.
Cuando los sondeos mostraron el ascenso de Haddad y la posibilidad de que superase a Bolsonaro en la segunda vuelta, al final sorprendió el abrupto crecimiento del ex capitán. Ante el pronóstico de que aún podían ser derrotadas, las derechas concentraron su votación en Bolsonaro. Ese último crecimiento del candidato fascista implicó un igual drenaje del voto de las demás derechas; el total de la votación anti-petista no creció más, sino que se concentró en su extremo más reaccionario.
Ahora veremos al choque decisorio entre el núcleo fascista, a la cabeza de todas las derechas, contra la pluralidad de los sectores democráticos y progresistas del país, en la persona del candidato del PT. Lo que no sucederá en circunstancias de normalidad institucional ni legal, sino en unas condiciones donde los jueces y los comunicadores más potentes están alineados con la opción más reaccionaria. Se llama a formar un frente del Brasil democrático para detener la embestida reaccionaria, pero los partidos tradicionales no parecen tener ganas, crédito ni gente con qué cambiar el desenlace.
Cualquiera sea el resultado, la etapa que siga será más riesgosa que ningún período anterior, y contendrá muchas lecciones para el próximo futuro latinoamericano. Esta esa historia no concluye ahora, salta a un espacio preñado de alternativas.
Pero es el progresismo y las demás izquierdas quienes más deberán revisar y corregir las conductas y desaciertos que los trajeron a esta situación, y las que seguirán. Si las banderas originales se plegaron, o las imputaciones de corrupción hicieron daño, se debió a que sí hubo acomodos y errores que los medios hegemónicos supieron aprovechar. Si las derechas y sus mentores imperiales tienen éxito, ello se debe a que esas conductas corroyeron la confianza popular, hicieron más vulnerable al progresismo y más ineficaces a las izquierdas.
Adormecidas por un optimismo bobalicón, fallaron en su responsabilidad de desarrollar la cultura política popular, así como de prever y contener la ofensiva reaccionaria. Incluso en la eventualidad de una victoria, es a las izquierdas a quien la próxima etapa les exigirá una honesta autocrítica objetiva, y una enérgica renovación moral y estratégica.
* Intelectual panameño.
martes, 16 de octubre de 2018
Declaración del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba
El Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de Cuba rechaza de la manera más enérgica la campaña difamatoria contra Cuba en materia de derechos humanos, lanzada el 16 de octubre, por el gobierno de los Estados Unidos en la sede de las Naciones Unidas.
Como ya se ha alertado, esta acción se inscribe en la secuencia de declaraciones contra nuestro país realizadas durante las últimas semanas por funcionarios de alto nivel del gobierno de los Estados Unidos, que muestran una hostilidad creciente hacia Cuba y la Revolución Cubana.
Llama la atención que tenga lugar sólo dos semanas antes de la votación por parte de la Asamblea General de la ONU del proyecto de resolución titulado “Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por el gobierno de los Estados Unidos contra Cuba”.
Este tipo de acciones persigue como objetivo la fabricación de pretextos para mantener e intensificar el bloqueo, que constituye una violación masiva, flagrante y sistemática de los derechos humanos de las cubanas y cubanos.
El gobierno de los Estados Unidos no tiene autoridad moral alguna para criticar a Cuba.
En lugar de preocuparse por los supuestos “presos políticos” que, según aducen, existirían en Cuba, deberían hacerlo por las violaciones de los derechos humanos que se producen en su propio territorio. En nuestro país no existen prisioneros políticos desde el propio triunfo de la Revolución en 1959.
No puede hablar de derechos humanos y democracia un país cuyo sistema electoral es corrupto por naturaleza y tiene un gobierno de millonarios, destinado a aplicar medidas salvajes contra las familias de menos ingresos, los pobres, las minorías y los inmigrantes. Un país en el que, en las campañas electorales y los procesos políticos, no hay límites éticos, se promueve el odio, la división, el egoísmo, la calumnia, el racismo, la xenofobia y la mentira. En el que el dinero y los intereses corporativos son los que definen quién será electo.
En Estados Unidos, se niega el derecho al voto a centenares de miles de estadounidenses por ser pobres. En nueve Estados, no pueden votar quienes tengan facturas legales o multas judiciales por abonar. En Alabama, más de 100.000 personas con deudas fueron eliminadas de las listas de votantes en 2017.
Los medios de información son coto de élites corporativas. Un grupo extremadamente pequeño de corporaciones controla los contenidos que el público consume, mientras se anula o convierte en marginal cualquier versión u opinión discrepante.
Es una vergüenza que en el país más rico del mundo cerca de 40 millones de personas vivan en situación de pobreza, 18,5 millones en pobreza extrema y 5.3 millones en condiciones de pobreza absoluta. La vida de los “sin hogar” es miserable. En el 2016, 553 742 personas pasaban las noches a la intemperie en Estados Unidos.
El diseño y aplicación de políticas ha sido secuestrado por los llamados “intereses especiales”, es decir, el dinero corporativo. La falta de garantías de educación, salud y seguridad social, las restricciones a la sindicalización y la discriminación terrible de género son prácticas cotidianas.
Las mujeres estadounidenses son claramente discriminadas laboralmente y siguen recibiendo salarios inferiores a los de los hombres por la realización de iguales trabajos. La pobreza, salud y problemas de seguridad de los niños son preocupantes. Las personas con discapacidades sufren abusos violentos. El acoso sexual y las violaciones generalizadas motivan múltiples denuncias y protestas. Los asesinatos de personas LGTBI se incrementaron durante el 2017, en un marco de discriminación continuada contra ese colectivo en la legislación estatal y federal.
En Estados Unidos, la riqueza media de las familias blancas es siete veces superior a la riqueza media de las familias negras. Más de uno de cada cuatro hogares negros tenía un patrimonio neto de cero o negativo. La tasa de desempleo de los negros es casi el doble que la de los blancos.
El gobierno de los Estados Unidos debería responder por las 987 personas que murieron durante 2017 a manos de agentes encargados de hacer cumplir la ley empleando armas de fuego. Según esos datos, las personas afroamericanas, que constituyen un 13% de la población, representaron casi el 23% de las víctimas.
Existe una discriminación racial sistemática en la aplicación de la ley y en los órganos judiciales. Los infractores varones negros fueron condenados, como promedio, a penas un 19,1% más largas, que aquellos blancos infractores que se encontraban en situaciones similares.
Los crímenes de odio por motivos de raza alcanzaron un récord en los últimos años y sólo en el 2016, fue informado un total de 6.121 delitos de odio ocurridos en Estados Unidos.
Los delitos violentos han ido en aumento. El gobierno de ese país, al servicio del lobby de las armas, no ejerce un control efectivo sobre estas, lo que causó un continuo incremento de homicidios, incluso de adolescentes.
Estados Unidos debería poner fin a la separación de familias migrantes, y a la reclusión de centenares de niños, incluso en jaulas, separándolos de sus padres.
Mientras Estados Unidos le da la espalda a los mecanismos de derechos humanos de las Naciones Unidas, Cuba mantiene un elevado nivel de actividad y cooperación, lo que le ha granjeado el respeto en los órganos pertinentes de la Organización y entre los Estados miembros.
Estados Unidos, que fue el promotor y sostén de las sangrientas dictaduras militares en nuestra región, con la complicidad de la OEA, ha declarado la vigencia y aplicabilidad de la Doctrina Monroe como instrumento de política exterior, en total desprecio de la Proclama de la América Latina y el Caribe como Zona de Paz.
En el archipiélago cubano, los únicos prisioneros que son privados de sus derechos y dignidad, torturados y confinados por largos períodos, sin base legal, tribunales de justicia ni debido proceso, son los que mantiene el gobierno de los Estados Unidos en el centro de detenciones arbitrarias y torturas en la Base Naval de Guantánamo que ocupa ilegalmente parte de nuestro territorio.
En la sesión del lunes de la Comisión de Asuntos Socio-Humanitarios de la Asamblea General de las Naciones Unidas, la Representante Permanente de Cuba, embajadora Anayansi Rodríguez Camejo, presentó la denuncia de esta provocación que recibió el repudio expreso de 11 países. La Embajadora de Estados Unidos ante el ECOSOC, quedó sin argumentos y en absoluto aislamiento.
El Buró de Coordinación del Movimiento de Países No Alineados, convocado de emergencia, sesionó con la presencia de 91 delegaciones, de las que 17 intervinieron expresamente en oposición a la calumniosa maniobra.
Las Misiones Permanentes de Bolivia, Nicaragua y Venezuela estuvieron allí en solidaridad con Cuba. Como se apreció en las imágenes de televisión, los Estados miembros y los otros invitados, casi sin excepción, declinaron participar en la farsa de este martes, a la que apenas asistieron “representantes” de supuestas organizaciones “no gubernamentales” financiadas por el Departamento de Estado, y un puñado de cipayos que cobran sueldo de este o de sus testaferros.
Hizo uso de la palabra en este circo, la ayer vapuleada Embajadora de Estados Unidos ante el ECOSOC; moderó el “panel” un ex Jefe de la Sección de Intereses de los Estados Unidos en La Habana en los años 90, quien conoce personalmente a los apátridas de la nómina del Buró de Democracia, Derechos Humanos y Trabajo del Departamento de Estado.
Un ejemplo de la calaña de los convidados, son dos de los asalariados de Estados Unidos en su política anticubana, utilizados nada menos que como “panelistas” en el “evento”. Ellos dirigen las organizaciones “Instituto de la Raza, la Equidad, y los Derechos Humanos” y el “Observatorio Cubano de Derechos Humanos”. La primera de estas organizaciones recibió 290 mil dólares de las autoridades estadounidenses, mientras la segunda obtuvo 67 mil 434 dólares, destinados al objetivo de subvertir el orden constitucional cubano.
Y, no podía faltar en el show, el histérico Secretario General de la OEA que hizo un receso en su campaña personal de denuestos y agresiones contra la Revolución Bolivariana y Chavista para hacer turismo de eventos en Nueva York.
Cumpliendo escrupulosamente los requisitos publicados por el Departamento de Estado, se inscribieron para participar 22 representantes de 9 organizaciones no gubernamentales estadounidenses que abogan por el fin del bloqueo y la normalización de relaciones con Cuba. Curiosamente, todas excepto una, fueron impedidas de asistir por los nada democráticos anfitriones. Otros invitados fueron expulsados de la sala.
Los periodistas, que terminaron por ser la mayoría de los presentes, mostraban caras de diversión o de resignación, en el caso de los destinados a complacer a los propietarios o editores de la rentable industria de la desinformación.
Es motivo de especial preocupación que se haya permitido que dicho “evento” anticubano tuviese lugar en la magna sede de la Organización de las Naciones Unidas y que se haya realizado en el Día Mundial de la Alimentación, precisamente por parte del Estado que vota en contra de la Resolución “El derecho a la alimentación” del Consejo de Derechos Humanos y de la Asamblea General.
Para hacerlo, se han violado las normas que rigen el uso de las salas y los servicios de las Naciones Unidas, que dejan claro que “sólo se realizarán eventos que estén en consonancia con los propósitos y principios de las Naciones Unidas y estén justificados por su pertinencia para la labor de la Organización”.
El Departamento de Estado de los Estados Unidos pretende otra vez utilizar las instalaciones de las Naciones Unidas como su coto privado. El Ministerio de Relaciones Exteriores denuncia que una acción de esta naturaleza no puede ser considerada en consonancia con los propósitos y principios de la Organización, ni pertinente para su labor, cuando está dirigida específicamente contra la independencia y libre determinación de un Estado miembro, y en el marco de una campaña de hostilidad y amenazas contra Cuba, repudiada por la comunidad internacional.
El Ministerio de Relaciones Exteriores solicita respetuosamente a la Secretaría General de las Naciones Unidas una investigación rigurosa y urgente de lo ocurrido, de cuyo resultado informe oportuna y apropiadamente a la Asamblea General para que se adopten las medidas pertinentes para prevenir estos actos agresivos contra Estados soberanos.
La Habana, 16 de octubre de 2018
Como ya se ha alertado, esta acción se inscribe en la secuencia de declaraciones contra nuestro país realizadas durante las últimas semanas por funcionarios de alto nivel del gobierno de los Estados Unidos, que muestran una hostilidad creciente hacia Cuba y la Revolución Cubana.
Llama la atención que tenga lugar sólo dos semanas antes de la votación por parte de la Asamblea General de la ONU del proyecto de resolución titulado “Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por el gobierno de los Estados Unidos contra Cuba”.
Este tipo de acciones persigue como objetivo la fabricación de pretextos para mantener e intensificar el bloqueo, que constituye una violación masiva, flagrante y sistemática de los derechos humanos de las cubanas y cubanos.
El gobierno de los Estados Unidos no tiene autoridad moral alguna para criticar a Cuba.
En lugar de preocuparse por los supuestos “presos políticos” que, según aducen, existirían en Cuba, deberían hacerlo por las violaciones de los derechos humanos que se producen en su propio territorio. En nuestro país no existen prisioneros políticos desde el propio triunfo de la Revolución en 1959.
No puede hablar de derechos humanos y democracia un país cuyo sistema electoral es corrupto por naturaleza y tiene un gobierno de millonarios, destinado a aplicar medidas salvajes contra las familias de menos ingresos, los pobres, las minorías y los inmigrantes. Un país en el que, en las campañas electorales y los procesos políticos, no hay límites éticos, se promueve el odio, la división, el egoísmo, la calumnia, el racismo, la xenofobia y la mentira. En el que el dinero y los intereses corporativos son los que definen quién será electo.
En Estados Unidos, se niega el derecho al voto a centenares de miles de estadounidenses por ser pobres. En nueve Estados, no pueden votar quienes tengan facturas legales o multas judiciales por abonar. En Alabama, más de 100.000 personas con deudas fueron eliminadas de las listas de votantes en 2017.
Los medios de información son coto de élites corporativas. Un grupo extremadamente pequeño de corporaciones controla los contenidos que el público consume, mientras se anula o convierte en marginal cualquier versión u opinión discrepante.
Es una vergüenza que en el país más rico del mundo cerca de 40 millones de personas vivan en situación de pobreza, 18,5 millones en pobreza extrema y 5.3 millones en condiciones de pobreza absoluta. La vida de los “sin hogar” es miserable. En el 2016, 553 742 personas pasaban las noches a la intemperie en Estados Unidos.
El diseño y aplicación de políticas ha sido secuestrado por los llamados “intereses especiales”, es decir, el dinero corporativo. La falta de garantías de educación, salud y seguridad social, las restricciones a la sindicalización y la discriminación terrible de género son prácticas cotidianas.
Las mujeres estadounidenses son claramente discriminadas laboralmente y siguen recibiendo salarios inferiores a los de los hombres por la realización de iguales trabajos. La pobreza, salud y problemas de seguridad de los niños son preocupantes. Las personas con discapacidades sufren abusos violentos. El acoso sexual y las violaciones generalizadas motivan múltiples denuncias y protestas. Los asesinatos de personas LGTBI se incrementaron durante el 2017, en un marco de discriminación continuada contra ese colectivo en la legislación estatal y federal.
En Estados Unidos, la riqueza media de las familias blancas es siete veces superior a la riqueza media de las familias negras. Más de uno de cada cuatro hogares negros tenía un patrimonio neto de cero o negativo. La tasa de desempleo de los negros es casi el doble que la de los blancos.
El gobierno de los Estados Unidos debería responder por las 987 personas que murieron durante 2017 a manos de agentes encargados de hacer cumplir la ley empleando armas de fuego. Según esos datos, las personas afroamericanas, que constituyen un 13% de la población, representaron casi el 23% de las víctimas.
Existe una discriminación racial sistemática en la aplicación de la ley y en los órganos judiciales. Los infractores varones negros fueron condenados, como promedio, a penas un 19,1% más largas, que aquellos blancos infractores que se encontraban en situaciones similares.
Los crímenes de odio por motivos de raza alcanzaron un récord en los últimos años y sólo en el 2016, fue informado un total de 6.121 delitos de odio ocurridos en Estados Unidos.
Los delitos violentos han ido en aumento. El gobierno de ese país, al servicio del lobby de las armas, no ejerce un control efectivo sobre estas, lo que causó un continuo incremento de homicidios, incluso de adolescentes.
Estados Unidos debería poner fin a la separación de familias migrantes, y a la reclusión de centenares de niños, incluso en jaulas, separándolos de sus padres.
Mientras Estados Unidos le da la espalda a los mecanismos de derechos humanos de las Naciones Unidas, Cuba mantiene un elevado nivel de actividad y cooperación, lo que le ha granjeado el respeto en los órganos pertinentes de la Organización y entre los Estados miembros.
Estados Unidos, que fue el promotor y sostén de las sangrientas dictaduras militares en nuestra región, con la complicidad de la OEA, ha declarado la vigencia y aplicabilidad de la Doctrina Monroe como instrumento de política exterior, en total desprecio de la Proclama de la América Latina y el Caribe como Zona de Paz.
En el archipiélago cubano, los únicos prisioneros que son privados de sus derechos y dignidad, torturados y confinados por largos períodos, sin base legal, tribunales de justicia ni debido proceso, son los que mantiene el gobierno de los Estados Unidos en el centro de detenciones arbitrarias y torturas en la Base Naval de Guantánamo que ocupa ilegalmente parte de nuestro territorio.
En la sesión del lunes de la Comisión de Asuntos Socio-Humanitarios de la Asamblea General de las Naciones Unidas, la Representante Permanente de Cuba, embajadora Anayansi Rodríguez Camejo, presentó la denuncia de esta provocación que recibió el repudio expreso de 11 países. La Embajadora de Estados Unidos ante el ECOSOC, quedó sin argumentos y en absoluto aislamiento.
El Buró de Coordinación del Movimiento de Países No Alineados, convocado de emergencia, sesionó con la presencia de 91 delegaciones, de las que 17 intervinieron expresamente en oposición a la calumniosa maniobra.
Las Misiones Permanentes de Bolivia, Nicaragua y Venezuela estuvieron allí en solidaridad con Cuba. Como se apreció en las imágenes de televisión, los Estados miembros y los otros invitados, casi sin excepción, declinaron participar en la farsa de este martes, a la que apenas asistieron “representantes” de supuestas organizaciones “no gubernamentales” financiadas por el Departamento de Estado, y un puñado de cipayos que cobran sueldo de este o de sus testaferros.
Hizo uso de la palabra en este circo, la ayer vapuleada Embajadora de Estados Unidos ante el ECOSOC; moderó el “panel” un ex Jefe de la Sección de Intereses de los Estados Unidos en La Habana en los años 90, quien conoce personalmente a los apátridas de la nómina del Buró de Democracia, Derechos Humanos y Trabajo del Departamento de Estado.
Un ejemplo de la calaña de los convidados, son dos de los asalariados de Estados Unidos en su política anticubana, utilizados nada menos que como “panelistas” en el “evento”. Ellos dirigen las organizaciones “Instituto de la Raza, la Equidad, y los Derechos Humanos” y el “Observatorio Cubano de Derechos Humanos”. La primera de estas organizaciones recibió 290 mil dólares de las autoridades estadounidenses, mientras la segunda obtuvo 67 mil 434 dólares, destinados al objetivo de subvertir el orden constitucional cubano.
Y, no podía faltar en el show, el histérico Secretario General de la OEA que hizo un receso en su campaña personal de denuestos y agresiones contra la Revolución Bolivariana y Chavista para hacer turismo de eventos en Nueva York.
Cumpliendo escrupulosamente los requisitos publicados por el Departamento de Estado, se inscribieron para participar 22 representantes de 9 organizaciones no gubernamentales estadounidenses que abogan por el fin del bloqueo y la normalización de relaciones con Cuba. Curiosamente, todas excepto una, fueron impedidas de asistir por los nada democráticos anfitriones. Otros invitados fueron expulsados de la sala.
Los periodistas, que terminaron por ser la mayoría de los presentes, mostraban caras de diversión o de resignación, en el caso de los destinados a complacer a los propietarios o editores de la rentable industria de la desinformación.
Es motivo de especial preocupación que se haya permitido que dicho “evento” anticubano tuviese lugar en la magna sede de la Organización de las Naciones Unidas y que se haya realizado en el Día Mundial de la Alimentación, precisamente por parte del Estado que vota en contra de la Resolución “El derecho a la alimentación” del Consejo de Derechos Humanos y de la Asamblea General.
Para hacerlo, se han violado las normas que rigen el uso de las salas y los servicios de las Naciones Unidas, que dejan claro que “sólo se realizarán eventos que estén en consonancia con los propósitos y principios de las Naciones Unidas y estén justificados por su pertinencia para la labor de la Organización”.
El Departamento de Estado de los Estados Unidos pretende otra vez utilizar las instalaciones de las Naciones Unidas como su coto privado. El Ministerio de Relaciones Exteriores denuncia que una acción de esta naturaleza no puede ser considerada en consonancia con los propósitos y principios de la Organización, ni pertinente para su labor, cuando está dirigida específicamente contra la independencia y libre determinación de un Estado miembro, y en el marco de una campaña de hostilidad y amenazas contra Cuba, repudiada por la comunidad internacional.
El Ministerio de Relaciones Exteriores solicita respetuosamente a la Secretaría General de las Naciones Unidas una investigación rigurosa y urgente de lo ocurrido, de cuyo resultado informe oportuna y apropiadamente a la Asamblea General para que se adopten las medidas pertinentes para prevenir estos actos agresivos contra Estados soberanos.
La Habana, 16 de octubre de 2018
domingo, 14 de octubre de 2018
Bolsonaro: tres hipótesis y una sospecha
Atilio A. Boron
La sorprendente performance electoral de Jair Mesías Bolsonaro en la primera vuelta de las elecciones presidenciales del Brasil suscita numerosos interrogantes. Sorprende la meteórica evolución de su intención de voto hasta llegar a arañar la mayoría absoluta. Y no fue el atentado lo que lo catapultó la posibilidad de ganar en primera vuelta. Veamos: en los últimos dos años su intención de voto fluctuó alrededor del 15 por ciento, pese a que está próximo a cumplir 28 años consecutivos como diputado federal (y con sólo tres proyectos de ley presentados a lo largo de estos años). Ergo, no es un "outsider" y mucho menos la personificación de la “nueva política". Es un astuto impostor, nada más. A comienzos de Julio su intención de voto era del 17 por ciento: el 22 de Agosto, Datafolha marcaba un 22 por ciento. El 6 de Septiembre sufre el atentado y pocos días después las preferencias crecieron ligeramente hasta alcanzar un 24 y un par de semanas después subía al 26 por ciento. En resumen: un módico aumento de 9 puntos porcentuales entre comienzos de Julio y mediados de Septiembre. Pero a escasos días de las elecciones su intención de voto trepó al 41 y en las elecciones obtuvo el 46 por ciento de los votos válidos. En resumen: en un mes prácticamente duplicó su caudal electoral. ¿Cómo explicar este irresistible ascenso de un personaje que durante casi treinta años jamás había salido de los sótanos de la política brasileña? A continuación ofreceré tres claves interpretativas.
I
Primero, Bolsonaro tuvo éxito en aparecer como el hombre que puede restaurar el orden en un país que, según pregonan los voceros del establishment, fue desquiciado por la corrupción y la demagogia instaurada por los gobiernos del PT y cuyas secuelas son la inseguridad ciudadana, la criminalidad, el narcotráfico, los sobornos, la revuelta de las minorías sexuales, la tolerancia ante la homosexualidad y la degradación del papel de la mujer, extraída de sus roles tradicionales. El escándalo del Lava Jato y el desastroso gobierno de Michel Temer acentuaron los rasgos más negativos de esta situación, que en la percepción de los sectores más conservadores de la sociedad brasileña llegó a extremos inimaginables. En un país donde el orden es un valor supremo – recordar que la frase estampada en la bandera de Brasil es "Orden y Progreso"- y que fue el último en abolir la esclavitud en el mundo, el “desorden” producido por la irrupción de las “turbas plebeyas” desata en las clases dominantes y las capas medias subordinadas a su hegemonía una incandescente mezcla de pánico y odio, suficiente como para volcarlas en apoyo de quienquiera que sea percibido con las credenciales requeridas para restaurar el orden subvertido. En el desierto lunar de la derecha brasileña, que concurrió con seis candidatos a la elección presidencial y ninguno superó el 5 % de los votos, nadie mejor que el inescrupuloso y transgresor Bolsonaro, capaz de infringir todas las normas de la "corrección política" para realizar esta tarea de limpieza y remoción de legados políticos contestatarios. El ex capitán del Ejército, eligió como compañero de fórmula a Antonio Hamilton Mourau, un muy reaccionario general retirado que pese a sus orígenes indígenas cree necesario “blanquear la raza” y que no tuvo empachos en declarar que “Brasil está lastrado por una herencia producto de la indolencia de los indígenas y del espíritu taimado de los africanos". Ambos son, en resumidas cuentas, la reencarnación de la dictadura militar de 1964 pero catapultada al gobierno no por la prepotencia de las armas sino por la voluntad de una población envenenada por los grandes medios de comunicación y que, hasta ahora, a dos semanas de la segunda vuelta, parece decidida a votar por sus verdugos.
Ahora bien: ¿por qué la burguesía brasileña se inclinó a favor de Bolsonaro? Algunas pistas para entender esta deriva las ofrece Marx en un brillante pasaje de El 18 Brumario de Luis Bonaparte . En él describió en los siguientes términos la reacción de la burguesía ante la progresiva descomposición del orden social y el desborde del bajo pueblo movilizado en la Francia de 1852: “se comprende que en medio de esta confusión indecible y estrepitosa de fusión, revisión, prórroga de poderes, Constitución, conspiración, coalición, emigración, usurpación y revolución el burgués, jadeante, gritase como loco a su república parlamentaria: “¡Antes un final terrible que un terror sin fin!”1 Pocas analogías históricas pueden ser más aleccionadoras que esta para entender el súbito apoyo de las clases dominantes brasileñas -enfurecidas y espantadas por el debilitamiento de una secular jerarquía social anclada en los legados de la esclavitud y la colonia- a un psicópata impresentable como Bolsonaro. O para comprender el auge de la Bolsa de Sao Paulo luego de su victoria en la primera vuelta y el júbilo de la canalla mediática, encabezada por la Cadena O Globo. Todo este bloque dominante suplicó, jadeante y como un loco, que alguien viniese a poner fin tanto descalabro. Y allí estaba Bolsonaro.
Y es que como lo observara Antonio Gramsci en un célebre pasaje de sus Cuadernos, en situaciones de “crisis orgánica” cuando se produce una ruptura en la articulación existente entre las clases dominantes y sus representantes políticos e intelectuales (los ya mencionados más arriba, ninguno de los cuales obtuvo siquiera el 5 por ciento de los votos) la burguesía y sus clases aliadas rápidamente se desembarazan de sus voceros y operadores tradicionales y corren en busca de una figura providencial que les permita sortear los desafíos del momento. “El tránsito de las tropas de muchos partidos bajo la bandera de un partido único que mejor representa y retoma los intereses y las necesidades de la clase en su conjunto” –observa el italiano- “es un fenómeno orgánico y normal, aún cuando su ritmo sea rapidísimo y casi fulminante por comparación a los tiempos tranquilos del pasado: esto representa la fusión de todo un grupo social (las clases dominantes, NdA) bajo una única dirección concebida como la sola capaz de resolver un problema dominante existencial y alejar un peligro mortal.”2
Esto fue precisamente lo ocurrido en Brasil una vez que sus clases dominantes comprobaran la obsolescencia de sus fuerzas políticas y liderazgos tradicionales, la bancarrota de los Cardoso, Temer, Neves, Serra, Sarney, Alckmin y compañía, lo que las llevó a la desesperada búsqueda del providencial mesías exigido para restaurar el orden desquiciado por la demagogia petista y la insumisión de las masas y que, a su vez, les permitiera ganar tiempo para reorganizarse políticamente y crear una fuerza y un liderazgo políticos más a tono con sus necesidades sin el riesgo de imprevisibilidad inherente al liderazgo de Bolsonaro. Pero por el momento, lo importante para las clases dominantes brasileñas: subrayamos, lo único importante, es acabar definitivamente con el legado de los gobiernos del PT y sus aliados. Conocido el derrumbe de sus candidatos en las encuestas pre-electorales, incluyendo al delfín de Fernando H. Cardoso, el gobernador del estado de Sao Paulo, Geraldo Alckmin, aquéllas necesitaban tiempo para pergeñar una nueva fórmula política. Una eventual victoria de Bolsonaro se lo proporcionaría, y hacia él volcaron todo su apoyo en las últimas semanas de la campaña.
II
Segundo, Bolsonaro fue favorecido por el cambio en la cultura política de las clases y capas populares que las tornó receptivas a un discurso que apenas unos años antes hubiera sido motivo de burlas, desoído o repudiado en las barriadas populares del Brasil, para ni hablar en los ambientes de las capas medias más educadas. La crisis económica y social y la ruptura de los lazos de integración comunitaria en las favelas, potenciadas por la falta de educación política de las masas -una tarea que según Frei Betto el PT jamás se propuso como acompañamiento a sus políticas de promoción social- junto a la gravísima crisis institucional y política del país prepararon el terreno para un cambio de mentalidad en donde el llamamiento al orden y la apelación a la “mano dura” afloraron como propuestas sensatas y razonables para enfrentar una situación muy crítica en los suburbios populares y que los medios del establishment agigantaban pintándola con rasgos estremecedores.
¿Es éste un rasgo exclusivo del Brasil? No. Todos los gobiernos latinoamericanos del ciclo político iniciado a fines del siglo pasado con el ascenso de Hugo Chávez cayeron en el error de creer que sacar de la pobreza a millones de familias las convertiría inexorablemente en portadoras de una nueva cultura solidaria, comunitaria, inmunizada ante el espejismo del consumismo, y por lo tanto propensa a respaldar los proyectos reformistas. Sin embargo, como en la Argentina, Venezuela, Ecuador y Bolivia, en Brasil también una buena parte de los beneficiarios de las políticas de inclusión de los gobiernos del PT fue captada por el discurso del orden de la burguesía y las capas medias -atemorizadas y llenas de resentimiento por la activación del campo popular que hizo abandono de su tradicional quietismo- y pregonado de modo abrumador por la prensa hegemónica con el auxilio de las iglesias evangélicas. Estas hicieron lo que el PT y la izquierda no supo o no quiso hacer: organizar y concientizar, en clave reaccionaria, a las comunidades más vulnerables rescatadas de la pobreza extrema por los gobiernos de Lula y Dilma. Y lo hicieron reforzando los valores tradicionales en relación al papel de la mujer, la identidad de género y el aborto y promoviendo una cosmovisión reaccionaria, autoculpabilizadora de los pobres y esperanzada en el papel salvífico de la religión e, incidentalmente, de un oscuro político oportunamente bautizado y renacido como un buen cristiano en Mayo del 2016 en las mismísimas aguas del río Jordán, ¡donde San Juan Bautista hiciera lo propio con Jesucristo! La piadosa imagen de Bolsonaro sumergido en las aguas del río fue masivamente difundida a través de los medios y lo rodeó con el aura que necesitaba para aparecer como el Mesías que llegaba para poner fin al desquicio moral, social y político producido por Lula y sus seguidores. Esta prédica se difundía no sólo a través de los medios de comunicación hegemónicos -sino sobre todo por la Record TV, propiedad de Edir Macedo, fundador de la Iglesia Universal del Reino de Dios y segunda en audiencia detrás de la Cadena O Globo- sino que también se reproducía en sus más de seis mil templos establecidos en todo Brasil, una cifra abrumadoramente superior al número de locales que cualquier partido político jamás tuvo en ese país.3 Resumiendo: se verificó, como antes en Argentina y en cierta medida también en Brasil, la inesperada “revuelta de los incluidos” en contra de los gobiernos progresistas que promovieron esas políticas de integración social en la región.4
III
Una tercera línea de interpretación dice relación con el eficaz -y por supuesto, nefasto- papel de los medios hegemónicos en el linchamiento mediático de Lula y todo lo que éste representa. En este sentido el papel de la Cadena O Globo y, en menor medida, el de Record TV, ha sido de capital importancia, pero no le van en zaga la prensa gráfica y por supuesto una muy aceitada utilización masiva de las redes sociales activadas por un enorme ejército de militantes y trolls. Las riquísimas iglesias evangélicas disponen de dinero más que suficiente para sostener esta letal infantería comunicacional. Toda esta artillería mediática ha venido desde hace años descargando un torrente de informaciones difamatorias y “fake news” (para cuya elaboración y diseminación ya existen numerosos programas disponibles en la web) que a lo largo del tiempo fueron erosionando la valoración de las políticas de inclusión social del PT y la credibilidad y honorabilidad de sus principales dirigentes, comenzando por Lula. La farsa jurídica mediante el cual se lo condenó, sin pruebas, a pasar largos años de cárcel no mereció crítica alguna de la prensa hegemónica, que previamente había maliciosa y minuciosamente atacado la imagen pública del ex presidente y sus colaboradores. El Lava Jato sirvió para arrojar un pesado manto de desprestigio sobre toda la clase política, no sólo los líderes del PT, y ciertos sectores del gran empresariado. Prueba de ello fue la decepcionante performance de los candidatos de la derecha en la primera vuelta, cosa que anotáramos más arriba.
Pero toda esta movida, la segunda etapa del golpe institucional cuya primera fase fue la destitución de Dilma Rousseff, debía culminar con la detención e ilegal condena de Lula y su proscripción como candidato, única forma de frustrar su seguro retorno al Palacio del Planalto. El efecto combinado de una justicia corrupta y unos medios cuya misión hace rato dejó de ser otra cosa que manipular y “formatear” la conciencia del gran público aseguró ese resultado y, sobre todo, el quietismo dentro de las propias filas de simpatizantes y militantes petistas que sólo en escaso número se movilizaron y tomaron las calles para impedir la consumación de esta maniobra. La complicidad de la justicia electoral en un proceso que tiene grandes chances de desembocar en el derrumbe de la democracia brasileña y la instauración de un nuevo tipo de dictadura militar es tan inmensa como inocultable. Jueces y fiscales, con la ayuda de los medios, arrasaron con los derechos políticos del ex presidente, lo encerraron física y mediáticamente en su cárcel de Curitiba al prohibirle grabar audios o videos apoyando a la fórmula Haddad-D'Avila e inclusive vetaron la realización de una entrevista acordada con la Folha de Sao Paulo. En términos prácticos la justicia fue un operador más de Bolsonaro, y los pedidos o reclamos de su comité de campaña apenas tardaban horas para convertirse en aberrantes decisiones judiciales. Por eso la justicia, los medios y los legisladores corruptos que avalaron todo este fraudulento proceso son los verdugos que están a punto de destruir a la frágil democracia brasileña, que en treinta y tres años no pudo emanciparse del permanente chantaje de la derecha y su instrumento militar.
Va de suyo que este perverso tridente reaccionario y bastión antidemocrático es convenientemente entrenado y promovido por Estados Unidos a través de numerosos programas de “buenas prácticas” donde se les enseña a jueces, fiscales, legisladores y periodistas de la región a desempeñar sus funciones de manera “apropiada". En el caso de la justicia uno de sus más aventajados alumnos es el Juez Sergio Moro, que perpetró un colosal retroceso del derecho moderno al condenar a Lula a la cárcel no por las pruebas -que no tenía, como él mismo lo reconoció- sino por su convicción de que el ex presidente era culpable y había recibido un departamento como parte de un soborno. ¡Condena sin pruebas y por la sola convicción del juez! La legión de periodistas que mienten y difaman a diario a lo largo y a lo ancho del continente también son entrenados en Estados Unidos para hacerlo "profesionalmente", en lo que sería la versión civil de la tristemente célebre Escuela de las Américas. Si antes, durante décadas se entrenó a los militares latinoamericanos a torturar, matar y desaparecer ciudadanas y ciudadanos sospechados de ser un peligro para el mantenimiento del orden social vigente hoy se entrena a jueces, fiscales y “paraperiodistas” (tan letales para las democracias como los “paramilitares”) a mentir, ocultar, difamar y destruir a quienes no se plieguen a los mandatos del imperio. Lo mismo ocurre con los legisladores y, en cierta menor medida, con los académicos.
IV
Las interpretaciones ofrecidas hasta aquí tienen por objetivo ofrecer algunos antecedentes que ayuden a la elaboración de hipótesis más específicas y precisas que den cuenta del sorprendente ascenso de Bolsonaro en las preferencias electorales de los brasileños. El hilo conductor del argumento revela la trama de una gigantesca conspiración pergeñada por la burguesía local, el imperialismo y sus personeros en los medios y en la política que va desde la ilegal destitución de Dilma pasando por la no menos ilegal condena y encarcelamiento de Lula hasta la emisión, días atrás, de los falsos certificados médicos que le permiten al mediocre Bolsonaro rehuir el debate con su contrincante que, sin duda alguna, le haría perder muchos votos. Toda la institucionalidad del estado burgués así como las clases dominantes y sus representantes políticos y su emporio mediático se prestan para concretar esta gigantesca estafa al pueblo brasileño. Y en este sentido no podríamos dejar de proponer como hipótesis adicional que tal vez el avasallante éxito electoral de un farsante como Bolsonaro pueda responder, al menos en parte, a un sofisticado fraude electrónico que pudo haberle agregado un 4 o 5 por ciento más de votos a los que legítimamente había obtenido. No estamos diciendo aquí que ganó gracias a un fraude electrónico -como ocurriera en la elección presidencial que en 1988 consagró el triunfo de Carlos Salinas de Gortari sobre Cuauhtémoc Cárdenas en México y tantas otras, dentro y fuera de América Latina- sino que sería imprudente y temerario descartar esa posibilidad. Sobre todo cuando se sabe que a diferencia del venezolano el sistema electoral brasileño no emite un comprobante en soporte papel del voto emitido en la urna electrónica, lo cual facilita enormemente la posibilidad de manipular los resultados. Es sorprendente que esto no haya sido considerado por los sectores democráticos en Brasil habida cuenta de la existencia de varios antecedentes en América Latina y en otras partes del mundo en donde la voluntad popular fue desvirtuada por el voto electrónico. Por algo países como Alemania, Holanda, Noruega, Irlanda, Reino Unido, Francia, Finlandia y Suecia han prohibido expresamente el voto electrónico. ¿Por qué no pensar que la pasmosa performance electoral de Bolsonaro podría haber sido potenciada –si bien sólo en parte, insistimos- por el hackeo de la informática electoral?
NOTAS
1 En Obras Escogidas de Marx y Engels (Moscú: Editorial Progreso, 1966), Tomo I, pp. 307-308.
2 Note Sul Machiavelli, sulla política e sullo stato moderno (Giulio Einaudi Editore, 1966), pp.50-51.
3 El nada casual crecimiento de las iglesias evangélicas y su conexión con los designios de Washington quedan patentemente reflejados en el artículo de Miles Christi, “El Informe Rockefeller”. Sectas y apoyo del gobierno de Estados Unidos contra la Iglesia Católica”, disponible en
La sorprendente performance electoral de Jair Mesías Bolsonaro en la primera vuelta de las elecciones presidenciales del Brasil suscita numerosos interrogantes. Sorprende la meteórica evolución de su intención de voto hasta llegar a arañar la mayoría absoluta. Y no fue el atentado lo que lo catapultó la posibilidad de ganar en primera vuelta. Veamos: en los últimos dos años su intención de voto fluctuó alrededor del 15 por ciento, pese a que está próximo a cumplir 28 años consecutivos como diputado federal (y con sólo tres proyectos de ley presentados a lo largo de estos años). Ergo, no es un "outsider" y mucho menos la personificación de la “nueva política". Es un astuto impostor, nada más. A comienzos de Julio su intención de voto era del 17 por ciento: el 22 de Agosto, Datafolha marcaba un 22 por ciento. El 6 de Septiembre sufre el atentado y pocos días después las preferencias crecieron ligeramente hasta alcanzar un 24 y un par de semanas después subía al 26 por ciento. En resumen: un módico aumento de 9 puntos porcentuales entre comienzos de Julio y mediados de Septiembre. Pero a escasos días de las elecciones su intención de voto trepó al 41 y en las elecciones obtuvo el 46 por ciento de los votos válidos. En resumen: en un mes prácticamente duplicó su caudal electoral. ¿Cómo explicar este irresistible ascenso de un personaje que durante casi treinta años jamás había salido de los sótanos de la política brasileña? A continuación ofreceré tres claves interpretativas.
I
Primero, Bolsonaro tuvo éxito en aparecer como el hombre que puede restaurar el orden en un país que, según pregonan los voceros del establishment, fue desquiciado por la corrupción y la demagogia instaurada por los gobiernos del PT y cuyas secuelas son la inseguridad ciudadana, la criminalidad, el narcotráfico, los sobornos, la revuelta de las minorías sexuales, la tolerancia ante la homosexualidad y la degradación del papel de la mujer, extraída de sus roles tradicionales. El escándalo del Lava Jato y el desastroso gobierno de Michel Temer acentuaron los rasgos más negativos de esta situación, que en la percepción de los sectores más conservadores de la sociedad brasileña llegó a extremos inimaginables. En un país donde el orden es un valor supremo – recordar que la frase estampada en la bandera de Brasil es "Orden y Progreso"- y que fue el último en abolir la esclavitud en el mundo, el “desorden” producido por la irrupción de las “turbas plebeyas” desata en las clases dominantes y las capas medias subordinadas a su hegemonía una incandescente mezcla de pánico y odio, suficiente como para volcarlas en apoyo de quienquiera que sea percibido con las credenciales requeridas para restaurar el orden subvertido. En el desierto lunar de la derecha brasileña, que concurrió con seis candidatos a la elección presidencial y ninguno superó el 5 % de los votos, nadie mejor que el inescrupuloso y transgresor Bolsonaro, capaz de infringir todas las normas de la "corrección política" para realizar esta tarea de limpieza y remoción de legados políticos contestatarios. El ex capitán del Ejército, eligió como compañero de fórmula a Antonio Hamilton Mourau, un muy reaccionario general retirado que pese a sus orígenes indígenas cree necesario “blanquear la raza” y que no tuvo empachos en declarar que “Brasil está lastrado por una herencia producto de la indolencia de los indígenas y del espíritu taimado de los africanos". Ambos son, en resumidas cuentas, la reencarnación de la dictadura militar de 1964 pero catapultada al gobierno no por la prepotencia de las armas sino por la voluntad de una población envenenada por los grandes medios de comunicación y que, hasta ahora, a dos semanas de la segunda vuelta, parece decidida a votar por sus verdugos.
Ahora bien: ¿por qué la burguesía brasileña se inclinó a favor de Bolsonaro? Algunas pistas para entender esta deriva las ofrece Marx en un brillante pasaje de El 18 Brumario de Luis Bonaparte . En él describió en los siguientes términos la reacción de la burguesía ante la progresiva descomposición del orden social y el desborde del bajo pueblo movilizado en la Francia de 1852: “se comprende que en medio de esta confusión indecible y estrepitosa de fusión, revisión, prórroga de poderes, Constitución, conspiración, coalición, emigración, usurpación y revolución el burgués, jadeante, gritase como loco a su república parlamentaria: “¡Antes un final terrible que un terror sin fin!”1 Pocas analogías históricas pueden ser más aleccionadoras que esta para entender el súbito apoyo de las clases dominantes brasileñas -enfurecidas y espantadas por el debilitamiento de una secular jerarquía social anclada en los legados de la esclavitud y la colonia- a un psicópata impresentable como Bolsonaro. O para comprender el auge de la Bolsa de Sao Paulo luego de su victoria en la primera vuelta y el júbilo de la canalla mediática, encabezada por la Cadena O Globo. Todo este bloque dominante suplicó, jadeante y como un loco, que alguien viniese a poner fin tanto descalabro. Y allí estaba Bolsonaro.
Y es que como lo observara Antonio Gramsci en un célebre pasaje de sus Cuadernos, en situaciones de “crisis orgánica” cuando se produce una ruptura en la articulación existente entre las clases dominantes y sus representantes políticos e intelectuales (los ya mencionados más arriba, ninguno de los cuales obtuvo siquiera el 5 por ciento de los votos) la burguesía y sus clases aliadas rápidamente se desembarazan de sus voceros y operadores tradicionales y corren en busca de una figura providencial que les permita sortear los desafíos del momento. “El tránsito de las tropas de muchos partidos bajo la bandera de un partido único que mejor representa y retoma los intereses y las necesidades de la clase en su conjunto” –observa el italiano- “es un fenómeno orgánico y normal, aún cuando su ritmo sea rapidísimo y casi fulminante por comparación a los tiempos tranquilos del pasado: esto representa la fusión de todo un grupo social (las clases dominantes, NdA) bajo una única dirección concebida como la sola capaz de resolver un problema dominante existencial y alejar un peligro mortal.”2
Esto fue precisamente lo ocurrido en Brasil una vez que sus clases dominantes comprobaran la obsolescencia de sus fuerzas políticas y liderazgos tradicionales, la bancarrota de los Cardoso, Temer, Neves, Serra, Sarney, Alckmin y compañía, lo que las llevó a la desesperada búsqueda del providencial mesías exigido para restaurar el orden desquiciado por la demagogia petista y la insumisión de las masas y que, a su vez, les permitiera ganar tiempo para reorganizarse políticamente y crear una fuerza y un liderazgo políticos más a tono con sus necesidades sin el riesgo de imprevisibilidad inherente al liderazgo de Bolsonaro. Pero por el momento, lo importante para las clases dominantes brasileñas: subrayamos, lo único importante, es acabar definitivamente con el legado de los gobiernos del PT y sus aliados. Conocido el derrumbe de sus candidatos en las encuestas pre-electorales, incluyendo al delfín de Fernando H. Cardoso, el gobernador del estado de Sao Paulo, Geraldo Alckmin, aquéllas necesitaban tiempo para pergeñar una nueva fórmula política. Una eventual victoria de Bolsonaro se lo proporcionaría, y hacia él volcaron todo su apoyo en las últimas semanas de la campaña.
II
Segundo, Bolsonaro fue favorecido por el cambio en la cultura política de las clases y capas populares que las tornó receptivas a un discurso que apenas unos años antes hubiera sido motivo de burlas, desoído o repudiado en las barriadas populares del Brasil, para ni hablar en los ambientes de las capas medias más educadas. La crisis económica y social y la ruptura de los lazos de integración comunitaria en las favelas, potenciadas por la falta de educación política de las masas -una tarea que según Frei Betto el PT jamás se propuso como acompañamiento a sus políticas de promoción social- junto a la gravísima crisis institucional y política del país prepararon el terreno para un cambio de mentalidad en donde el llamamiento al orden y la apelación a la “mano dura” afloraron como propuestas sensatas y razonables para enfrentar una situación muy crítica en los suburbios populares y que los medios del establishment agigantaban pintándola con rasgos estremecedores.
¿Es éste un rasgo exclusivo del Brasil? No. Todos los gobiernos latinoamericanos del ciclo político iniciado a fines del siglo pasado con el ascenso de Hugo Chávez cayeron en el error de creer que sacar de la pobreza a millones de familias las convertiría inexorablemente en portadoras de una nueva cultura solidaria, comunitaria, inmunizada ante el espejismo del consumismo, y por lo tanto propensa a respaldar los proyectos reformistas. Sin embargo, como en la Argentina, Venezuela, Ecuador y Bolivia, en Brasil también una buena parte de los beneficiarios de las políticas de inclusión de los gobiernos del PT fue captada por el discurso del orden de la burguesía y las capas medias -atemorizadas y llenas de resentimiento por la activación del campo popular que hizo abandono de su tradicional quietismo- y pregonado de modo abrumador por la prensa hegemónica con el auxilio de las iglesias evangélicas. Estas hicieron lo que el PT y la izquierda no supo o no quiso hacer: organizar y concientizar, en clave reaccionaria, a las comunidades más vulnerables rescatadas de la pobreza extrema por los gobiernos de Lula y Dilma. Y lo hicieron reforzando los valores tradicionales en relación al papel de la mujer, la identidad de género y el aborto y promoviendo una cosmovisión reaccionaria, autoculpabilizadora de los pobres y esperanzada en el papel salvífico de la religión e, incidentalmente, de un oscuro político oportunamente bautizado y renacido como un buen cristiano en Mayo del 2016 en las mismísimas aguas del río Jordán, ¡donde San Juan Bautista hiciera lo propio con Jesucristo! La piadosa imagen de Bolsonaro sumergido en las aguas del río fue masivamente difundida a través de los medios y lo rodeó con el aura que necesitaba para aparecer como el Mesías que llegaba para poner fin al desquicio moral, social y político producido por Lula y sus seguidores. Esta prédica se difundía no sólo a través de los medios de comunicación hegemónicos -sino sobre todo por la Record TV, propiedad de Edir Macedo, fundador de la Iglesia Universal del Reino de Dios y segunda en audiencia detrás de la Cadena O Globo- sino que también se reproducía en sus más de seis mil templos establecidos en todo Brasil, una cifra abrumadoramente superior al número de locales que cualquier partido político jamás tuvo en ese país.3 Resumiendo: se verificó, como antes en Argentina y en cierta medida también en Brasil, la inesperada “revuelta de los incluidos” en contra de los gobiernos progresistas que promovieron esas políticas de integración social en la región.4
III
Una tercera línea de interpretación dice relación con el eficaz -y por supuesto, nefasto- papel de los medios hegemónicos en el linchamiento mediático de Lula y todo lo que éste representa. En este sentido el papel de la Cadena O Globo y, en menor medida, el de Record TV, ha sido de capital importancia, pero no le van en zaga la prensa gráfica y por supuesto una muy aceitada utilización masiva de las redes sociales activadas por un enorme ejército de militantes y trolls. Las riquísimas iglesias evangélicas disponen de dinero más que suficiente para sostener esta letal infantería comunicacional. Toda esta artillería mediática ha venido desde hace años descargando un torrente de informaciones difamatorias y “fake news” (para cuya elaboración y diseminación ya existen numerosos programas disponibles en la web) que a lo largo del tiempo fueron erosionando la valoración de las políticas de inclusión social del PT y la credibilidad y honorabilidad de sus principales dirigentes, comenzando por Lula. La farsa jurídica mediante el cual se lo condenó, sin pruebas, a pasar largos años de cárcel no mereció crítica alguna de la prensa hegemónica, que previamente había maliciosa y minuciosamente atacado la imagen pública del ex presidente y sus colaboradores. El Lava Jato sirvió para arrojar un pesado manto de desprestigio sobre toda la clase política, no sólo los líderes del PT, y ciertos sectores del gran empresariado. Prueba de ello fue la decepcionante performance de los candidatos de la derecha en la primera vuelta, cosa que anotáramos más arriba.
Pero toda esta movida, la segunda etapa del golpe institucional cuya primera fase fue la destitución de Dilma Rousseff, debía culminar con la detención e ilegal condena de Lula y su proscripción como candidato, única forma de frustrar su seguro retorno al Palacio del Planalto. El efecto combinado de una justicia corrupta y unos medios cuya misión hace rato dejó de ser otra cosa que manipular y “formatear” la conciencia del gran público aseguró ese resultado y, sobre todo, el quietismo dentro de las propias filas de simpatizantes y militantes petistas que sólo en escaso número se movilizaron y tomaron las calles para impedir la consumación de esta maniobra. La complicidad de la justicia electoral en un proceso que tiene grandes chances de desembocar en el derrumbe de la democracia brasileña y la instauración de un nuevo tipo de dictadura militar es tan inmensa como inocultable. Jueces y fiscales, con la ayuda de los medios, arrasaron con los derechos políticos del ex presidente, lo encerraron física y mediáticamente en su cárcel de Curitiba al prohibirle grabar audios o videos apoyando a la fórmula Haddad-D'Avila e inclusive vetaron la realización de una entrevista acordada con la Folha de Sao Paulo. En términos prácticos la justicia fue un operador más de Bolsonaro, y los pedidos o reclamos de su comité de campaña apenas tardaban horas para convertirse en aberrantes decisiones judiciales. Por eso la justicia, los medios y los legisladores corruptos que avalaron todo este fraudulento proceso son los verdugos que están a punto de destruir a la frágil democracia brasileña, que en treinta y tres años no pudo emanciparse del permanente chantaje de la derecha y su instrumento militar.
Va de suyo que este perverso tridente reaccionario y bastión antidemocrático es convenientemente entrenado y promovido por Estados Unidos a través de numerosos programas de “buenas prácticas” donde se les enseña a jueces, fiscales, legisladores y periodistas de la región a desempeñar sus funciones de manera “apropiada". En el caso de la justicia uno de sus más aventajados alumnos es el Juez Sergio Moro, que perpetró un colosal retroceso del derecho moderno al condenar a Lula a la cárcel no por las pruebas -que no tenía, como él mismo lo reconoció- sino por su convicción de que el ex presidente era culpable y había recibido un departamento como parte de un soborno. ¡Condena sin pruebas y por la sola convicción del juez! La legión de periodistas que mienten y difaman a diario a lo largo y a lo ancho del continente también son entrenados en Estados Unidos para hacerlo "profesionalmente", en lo que sería la versión civil de la tristemente célebre Escuela de las Américas. Si antes, durante décadas se entrenó a los militares latinoamericanos a torturar, matar y desaparecer ciudadanas y ciudadanos sospechados de ser un peligro para el mantenimiento del orden social vigente hoy se entrena a jueces, fiscales y “paraperiodistas” (tan letales para las democracias como los “paramilitares”) a mentir, ocultar, difamar y destruir a quienes no se plieguen a los mandatos del imperio. Lo mismo ocurre con los legisladores y, en cierta menor medida, con los académicos.
IV
Las interpretaciones ofrecidas hasta aquí tienen por objetivo ofrecer algunos antecedentes que ayuden a la elaboración de hipótesis más específicas y precisas que den cuenta del sorprendente ascenso de Bolsonaro en las preferencias electorales de los brasileños. El hilo conductor del argumento revela la trama de una gigantesca conspiración pergeñada por la burguesía local, el imperialismo y sus personeros en los medios y en la política que va desde la ilegal destitución de Dilma pasando por la no menos ilegal condena y encarcelamiento de Lula hasta la emisión, días atrás, de los falsos certificados médicos que le permiten al mediocre Bolsonaro rehuir el debate con su contrincante que, sin duda alguna, le haría perder muchos votos. Toda la institucionalidad del estado burgués así como las clases dominantes y sus representantes políticos y su emporio mediático se prestan para concretar esta gigantesca estafa al pueblo brasileño. Y en este sentido no podríamos dejar de proponer como hipótesis adicional que tal vez el avasallante éxito electoral de un farsante como Bolsonaro pueda responder, al menos en parte, a un sofisticado fraude electrónico que pudo haberle agregado un 4 o 5 por ciento más de votos a los que legítimamente había obtenido. No estamos diciendo aquí que ganó gracias a un fraude electrónico -como ocurriera en la elección presidencial que en 1988 consagró el triunfo de Carlos Salinas de Gortari sobre Cuauhtémoc Cárdenas en México y tantas otras, dentro y fuera de América Latina- sino que sería imprudente y temerario descartar esa posibilidad. Sobre todo cuando se sabe que a diferencia del venezolano el sistema electoral brasileño no emite un comprobante en soporte papel del voto emitido en la urna electrónica, lo cual facilita enormemente la posibilidad de manipular los resultados. Es sorprendente que esto no haya sido considerado por los sectores democráticos en Brasil habida cuenta de la existencia de varios antecedentes en América Latina y en otras partes del mundo en donde la voluntad popular fue desvirtuada por el voto electrónico. Por algo países como Alemania, Holanda, Noruega, Irlanda, Reino Unido, Francia, Finlandia y Suecia han prohibido expresamente el voto electrónico. ¿Por qué no pensar que la pasmosa performance electoral de Bolsonaro podría haber sido potenciada –si bien sólo en parte, insistimos- por el hackeo de la informática electoral?
NOTAS
1 En Obras Escogidas de Marx y Engels (Moscú: Editorial Progreso, 1966), Tomo I, pp. 307-308.
2 Note Sul Machiavelli, sulla política e sullo stato moderno (Giulio Einaudi Editore, 1966), pp.50-51.
3 El nada casual crecimiento de las iglesias evangélicas y su conexión con los designios de Washington quedan patentemente reflejados en el artículo de Miles Christi, “El Informe Rockefeller”. Sectas y apoyo del gobierno de Estados Unidos contra la Iglesia Católica”, disponible en