Enrique Ubieta Gómez
Durante muchos años el imperialismo intentó fabricar tendencias políticas burguesas en el interior del país: reunía a un grupito de personas y le adjudicaba un rótulo (liberales, socialdemócratas, democristianos, etc.). La estrategia era infructuosa, porque esas tendencias –agonizantes al triunfar la Revolución en 1959, barridas posteriormente como parte de un pasado superado–, carecen en el país de una tradición auténtica que las sustente. Las diferencias ideológicas entre los individuos que supuestamente las componían, eran indescifrables, y acababan por establecerse en torno a intereses personales o de protagonismo. El pueblo, por su parte, los observaba –el verbo es exagerado, porque no son auténticos líderes–, como mismo observa a los sacerdotes cubanos de la Iglesia Ortodoxa: con suspicacia. El esfuerzo por introducir en el país las tendencias políticas que establecen el juego “democrático” burgués se extendió, durante la última y la primera décadas de entresiglos, a la reconstrucción de “tradiciones” teóricas, que retomaran el hilo “republicano” superado en 1959. En este empeño se destaca precisamente la obra del ideólogo Rafael Rojas. Los cubanos –todos los que cuentan hoy con 60 años o menos, crecieron o nacieron con la Revolución–, pueden sentirse inconformes con esto o con aquello, pero su imaginario es socialista. ¿Cómo destruirlo?
El mensaje grabado en video de Rafael Rojas para la última reunión de Estado de SATS en La Habana, se sustenta en una nueva estrategia. El primer paso, imprescindible para ocultar el propósito, es “despolitizar” la bandeja de ofertas del pensamiento político. Para ello, Rojas empieza presentándose como un académico puro, y continúa con una rocambolesca acusación de anti-intelectualismo lanzada a las dos orillas, pero centrada en la nuestra: la mayor evidencia para él es asociar las actuales tendencias de pensamiento político –escamotea el hecho de que son también o sobre todo, tendencias de práctica política– a la actuación de partidos o de figuras concretas. La identificación de la socialdemocracia contemporánea con Tony Blair en Gran Bretaña, Zapatero en España o Carlos Andrés Pérez en Venezuela, o del liberalismo con el español falangista Aznar, es errónea según él, porque impide la visualización del neblinoso campo teórico que acompaña a cada tendencia, y que –no lo olvidemos, simplificado por los medios y los políticos– conforman los principios básicos de la cultura occidental (léase burguesa). Rojas invita al oyente preferiblemente joven a adentrarse en la telaraña burguesa de las mil puertas y una única salida (el capitalismo), y cita de forma prolija nombres de autores relevantes. Adjudica falsamente al marxismo el reconocimiento de un único conflicto social, la lucha de clases –que sea el fundamental, no impide que reconozca los restantes–, y sugiere que la sociedad contemporánea es mucho más compleja, y necesita por tanto de otras miradas. En este punto es muy importante el énfasis en “la adjetivación” de cada tendencia de pensamiento político: existen, dice, muchas socialdemocracias, muchos liberalismos, muchos socialismos. Aquí entonces viene el pollo del arroz con pollo: la contrarrevolución ha descubierto que no puede avanzar ni medio paso en el imaginario cubano, desde una prédica liberal o democristiana. Tiene que usufructuar la terminología socialista, si quiere conseguir oyentes.
Esto me recuerda análogas estrategias de la contrarrevolución venezolana, expresadas en la prensa de aquel país con menor pudor. Emeterio Gómez, columnista de El Universal de Caracas, advertía el 11 de septiembre de 2005 que la “oposición” debía adoptar el lenguaje del chavismo, para mantener sus posiciones tradicionales: “No podemos enfrentar el neocomunismo carismático con el mismo esquema ideológico o la misma propuesta de país que teníamos en 1998, antes que llegara la barbarie –escribía–. Tenemos que aferrarnos a dicha propuesta, pero ante el enfoque ético de Chávez –profundamente absurdo, pero al mismo tiempo profundamente ético [sic]– no podemos seguir centrados exclusivamente en nuestras valiosas ideas tradicionales”.
Rafael Rojas –ideólogo de la derecha–, comprende que el único camino actual para “pluralizar” el pensamiento político cubano, es contraponer las diferentes expresiones de socialismo. Por eso el eje de su intervención –dirigida a un auditorio que se proclama pese a todo liberal, de cubanos que residen en Cuba, pero que incluye a jóvenes iconoclastas de difícil ubicación–, es la distinción forzada de cuatro tendencias actuales en el socialismo nacional. La primera es descrita de manera que sea indeseable para los jóvenes: se trata del socialismo "inmovilista", "dogmático", "ortodoxo", de corte "estalinista", que la Constitución cubana eleva al rango de ideología de estado. La segunda, vagamente descrita, es calificada de socialismo reformista, y –según presumo–, pretende engatusar a los defensores críticos de los Lineamientos, que pretendan cambios más “profundos”. La tercera es la base real que motiva su interés –se trata, dice, de “nuevas generaciones”–, y está compuesta por anarquistas, libertarios y “bolcheviques”, quienes buscan una mayor autonomía de los sujetos políticos y se pronuncian a favor de formas económicas de autogestión, aunque son críticos de la incorporación de los elementos de mercado en la economía cubana actual. Por último, una tendencia que solo existe como sombra, como foso cercano, y que el propio Rojas reconoce como “menos visible” o “menos perfilada”, pero que es la deseada por él, la que debe atraer a las restantes: la que retrocede hacia el liberalismo o la socialdemocracia. Téngase presente que en una conferencia habitual de su cátedra mexicana, Rojas hubiese incluido a la socialdemocracia en el concepto de los diferentes socialismos. No lo hace aquí, porque este discurso está dirigido a los cubanos residentes en Cuba, para quienes la socialdemocracia es comprendida (correctamente) como una de las variables ideológicas del capitalismo. Pero deja el anzuelo socialdemócrata en la última tendencia, para incautos y malintencionados.
Finalmente, Rojas necesita deshacerse del pesado fardo que significa José Martí en este escenario de tendencias políticas contemporáneas adjetivadas hasta el infinito. Luego de oponer, una vez más, a Marx y a Martí, y declararlos, una vez más, como incompatibles, Rojas desestima al escritor y revolucionario cubano como estadista, y declara que su decimonónico republicanismo poco tiene que decir en la complejidad social del siglo XXI. Puestos a escoger, ¿por qué Martí –llega a decir–, y no Saco o Varona o Guiteras (a quien atribuye un socialismo democrático), o Mañach o Fernando Ortiz? En realidad, con las honrosas e intencionadas excepciones de Guiteras y de Ortiz, los restantes mencionados son intelectuales que en la reconstrucción del pensamiento burgués cubano son situados sobre nuevos pedestales. ¿Por qué un ideólogo de la derecha insiste en establecer el canon de corrección de una "buena" izquierda? Pese al esfuerzo de Rojas por despolitizar el pensamiento político, queda claro que tras la nube de conceptos, nombres y tendencias, el objetivo primario es sumamente sencillo: derrocar al Gobierno revolucionario cubano. Después…, bueno, después no se impondrá la teoría mejor elaborada, sino un capitalismo subordinado al imperialismo norteamericano.
P. D. Existen, desde luego, diferentes concepciones sobre el socialismo. Pero no es con los ideólogos de la derecha con quienes debemos discutirlas. Aún cuando no existe un modelo, o un camino seguro –porque de eso se trata, de un camino, y no de un lugar de llegada–, en nuestro proceso caben todas las discusiones y, lo que es aún más importante, caben las más disímiles propuestas. La única que debe desecharse de entrada es la connivencia con los ideólogos del capitalismo (así quieran llamarlo sui generis). La única posibilidad que tenemos los cubanos de perfeccionar el socialismo imperfecto que construimos, es conservándolo, y actuando libremente en él.
P. D. Existen, desde luego, diferentes concepciones sobre el socialismo. Pero no es con los ideólogos de la derecha con quienes debemos discutirlas. Aún cuando no existe un modelo, o un camino seguro –porque de eso se trata, de un camino, y no de un lugar de llegada–, en nuestro proceso caben todas las discusiones y, lo que es aún más importante, caben las más disímiles propuestas. La única que debe desecharse de entrada es la connivencia con los ideólogos del capitalismo (así quieran llamarlo sui generis). La única posibilidad que tenemos los cubanos de perfeccionar el socialismo imperfecto que construimos, es conservándolo, y actuando libremente en él.
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