Carlos Rodríguez Almaguer
Fotos de Enrique de la Osa y Tony Hernández Mena
Se cumplían este domingo ciento veinte años de que José Martí ordenara en Tampa, refiriéndose a los ocho estudiantes de medicina asesinados por el odio y la codicia de los colonialistas españoles: “¡Cesen ya, puesto que por ellos es la patria más pura y hermosa, las lamentaciones que sólo han de acompañar a los muertos inútiles!” Y frente a la escalinata de la Universidad de La Habana, una multitud de estudiantes, profesores, y pueblo emocionado, acataba el mandato del Apóstol.
No fueron las consignas del odio empequeñecedor las que se salieron de aquella atronadora muchedumbre, sino las de la lealtad y el compromiso de no olvidar jamás la afrenta. No fue la música de la discordia y la revancha, sino la de los himnos sublimes de la patria que los recuerda siempre conmovida. No fueron tampoco las banderas del luto sino las que presiden los combates actuales contra los nuevos asesinos de los pueblos, las que adornaron y encabezaron aquella marcha memoriosa.
Por la calle San Lázaro fue otra vez el desfile. Avanzaba entre consignas y músicas patrióticas la columna interminable de jóvenes cubanos. El sol brillaba entero sobre la ciudad que un siglo atrás había visto a aquellos otros jóvenes marchar al encuentro con la muerte. En las aceras y balcones se agolpan los que no quieren dejar de dar su apoyo a aquella muestra de gratitud; otros se suman. En un balcón una ancianita agita su bandera y saluda, un bosque de brazos se levanta a responderle y la aplauden: la anciana llora y saluda y dice frases inaudibles cuando cientos de miradas húmedas la observan con ternura. En un portal un fuerte hombre abakuá saluda a sus hermanos de religión que marchan en recuerdo a los cinco valientes que intentaron, ante la indiferencia o la consternación inmóviles, el rescate forzoso de los estudiantes de 1871.
Es de ternura y de alegría la marcha, y de compromiso individual y colectivo con el pasado y el presente, que es la manera más segura de construir sin miedo la Cuba del futuro. Los niños caminaban al lado de sus padres: alguno rechazó de plano los brazos que se le ofrecían para aliviarlo del cansancio. La banda de música no dejó de tocar ni un solo instante.
Llegamos a La Punta. Se detiene y se agolpa en breve espacio la marcha justiciera. Allí, frente al mar y a las fortalezas militares que construyó España, el sencillo monumento que ayuda a la perpetuidad de la memoria: “Cadáveres amados los que un día, ensueños fuisteis de la patria mía”. Se colocan ofrendas de los estudiantes y del pueblo de Cuba. Se saludan las banderas. Se dispersan los concurrentes. “Cantemos hoy, ante la tumba inolvidable, el himno de la vida”.
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