Hoy supimos de la muerte de Liborio Noval (1934), uno de los grandes fotógrafos de la Revolución cubana. Este texto lo escribí en enero de 2009, en su cumpleaños 75. Sea este mi pequeño homenaje de despedida.
Enrique Ubieta Gómez
La buena suerte existe, sin dudas, también la mala, y los seres humanos aprendemos a lidiar con ella. El destino es solo una hipótesis que cada quien debe confirmar con esfuerzo. Conozco a personas que nacieron justo en el lugar y el momento indicados, y los más grandes acontecimientos se esfumaron ante sus narices, sin que nunca lo supieran. Pero vivir tras una cámara fotográfica obliga a mirar más, a organizar visualmente formas y sentidos.
Esta es la historia de un muchacho que empezó como investigador de mercado y aprendiz en el laboratorio fotográfico de una agencia de publicidad, hasta que la historia se desbordó y sus aguas lo arrastraron. De repente, fue uno de los fotógrafos que siguió con su cámara cada suceso de la Revolución latinoamericana más importante de la segunda mitad del siglo XX.
No se sentó a calcular costos y beneficios, no preguntó por las galerías neoyorkinas disponibles para su arte, salió a la calle y fue el artista que –durante 44 años--, más veces retrató el rostro de Fidel, y uno de los que inmortalizó la imagen cubana del Guerrillero Heroico. Pero en los inicios, era solo eso: un muchacho de 25 años que intuitivamente supo aliar el arte y la política de vanguardias (piénsese en los muralistas mexicanos o en el vanguardismo soviético de los años veinte). Hasta que un día de 1960 Celia Sánchez hizo que tomara conciencia de lo que hacía, cuando preguntó: “¿Ustedes saben que están haciendo la historia gráfica de la Revolución Cubana?” Si un artista se desentiende de la historia, la historia se desentiende de él.
Liborio Noval cumple 75 años, cuando esa Revolución que tantas veces retrató cumple 50. Me llamó a la casa para invitarme al homenaje que le hacen sus fieles de siempre. En un edificio restaurado de la Habana Vieja, se apiñaron decenas de personas. Con su tabaco en la boca, sonriente pero nervioso, recibió los obsequios, algunos personales, otros institucionales. Mientras miraba las fotos de la galería, pensé que este hombre singular, saludador, afable, casi humilde (pero conciente de la trascendencia lograda), nos honraba a todos con su invitación, pero nos advertía: si quieren hacer arte, vivan muy atentos, porque la historia –la grande y la pequeña--, no espera.
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