Omar Rafael García Lazo
Un joven levanta las manos y sobre él cae un porrazo, se desploma. Una muchacha trata de esquivar el golpe policial que la alcanza. Unos llaman a la calma, otros a la carga. Una multitud de miles se encoge, como un resorte, ante el arrollador paso de una furgoneta policial blindada, que recuerda un aparato guerrero medieval. Las imágenes lo dicen todo. Con un porrazo tras otro la policía de la democrática y monárquica España frena la indignación manifestada en Madrid.
Otras imágenes, en La Habana, muestran los intríngulis de una huelga de hambre de una luchadora asalariada, profesional. Es diabética y dicen que sobrevivió a un paro respiratorio en su casa sin asistencia médica. Su lucha es por dinero, que le falta, pero no por la crisis ni por el desempleo, sino porque sus actuaciones han perdido espacio en los circuitos políticos de sus directores. Pero no se amilana y monta otra obra: La Huelga del Aguacate. Ante el mundo, su voz simula tocar las puertas del Purgatorio. Tras el telón, la protagonista degusta frutas y vegetales.
En Madrid, la prensa traslada las culpas a los indignados. Los destrozos deberán pagarlos las víctimas golpeadas y arrestadas, todas sin empleo por una crisis que no provocaron, mientras que las autoridades aplauden la respuesta policial. Fue una batalla campal ante la sede del Congreso, donde radica la soberanía, siempre difusa entre un pueblo desarmado, un rey en eterno safari y unos bancos sedientos de plata. Aquellos con carteles y gritos, estos otros, representados por sus fuerzas policiales, con cascos, escudos y porras.
Del otro lado del Atlántico, la misma prensa defiende a los indignantes actores del show vegetariano. La demanda de la huelguista aguacatera era más libertad… ¿para los bancos extranjeros?, mientras se queja telefónicamente de la traición de un colega que tal vez recibió una mejor oferta. Con guión escrito en inglés y publicidad garantizada, la obra no levantó aplausos y se desinfló, sola, sin taquilla. Y si no fuera un asunto serio, va y la convertían en una buena comedia culinaria en Hollywood, o en un caso de estudio sobre formas rudimentarias de manipulación en alguna escuela de Comunicación Social o Psicología.
En España, el pueblo es golpeado por indignarse ante la injusticia. Del lado acá del Atlántico, el pueblo se burla de los que quieren acabar con la justicia, aunque a veces hay que frenarlo, sin porras ni escudos, para proteger a aquellos que se empeñan en llevar a escena guiones extraños. En Madrid, el pueblo trata de ocupar las calles. En Cuba, las calles son del pueblo… ah, y el aguacate está a cinco pesos.
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