Enrique Ubieta Gómez
He vuelto a ausentarme por unos días. No desdeño las posibilidades de comunicación que este espacio me ofrece, pero me gusta mirar a los ojos de mis interlocutores, estrechar sus manos. La Asociación Hermanos Saínz de Ciego de Ávila tiene un excelente espacio físico para el debate, que ellos llaman A rajatabla, en los jardines del Museo de Artes Decorativas. Este mes fui el invitado. Como llegué la noche antes, asistí al cuarto partido del play off de baloncesto de la Liga Nacional, que una vez más disputan los equipos Capitalinos y Ciego, y que fue ganado por los locales, animados por un público eufórico que abarrotaba la Sala Polivalente. Téngase en cuenta que la rivalidad con el equipo de la capital –ahora extendida al béisbol, pues los avileños se llevaron el pasado año la corona nacional–, se ha consolidado con los años: son los equipos de mejores resultados en la última década. Bueno, la cosa es que el fraternal pelotón de fusilamiento que es A rajatabla –una persona responde preguntas de los asistentes–, no tuvo en cuenta, por suerte, la delicada circunstancia de que el invitado, es decir yo, era capitalino e industrialista, a pesar de mis provocaciones.
El debate fue bueno. Hablamos, entre muchos otros temas, de los símbolos. El caso, por ejemplo, de una bandera cubana con el rostro sobrepuesto del Che, enarbolada en el estadio de pelota por un fan avileño, precisamente en los días en que el equipo local vencía a Industriales y conquistaba el campeonato. ¿Es legítimo el uso de la bandera con imágenes añadidas? Según la Constitución, la bandera es la bandera. Su uso está estrictamente regulado. Pero las intenciones son las intenciones y un atleta campeón que se abraza a ella, aún sudado, no la mancilla, la vindica. Pardo Lazo, un escritor de la pandilla de Yoani, se hizo fotografiar mientras se masturbaba sobre la enseña mambisa. ¿Performance artístico o excusa cobarde para la acción contrarrevolucionaria no contra una nación, sino contra una nación rebelde? Es verdad que la ley no puede asentarse en el movedizo campo de las intenciones, pero tampoco puede excluirlas. Los revolucionarios del mundo unifican sus símbolos, aún cuando tengan orígenes diversos: Cuba, ya lo he dicho, no es simplemente un país, es un país rebelde. Su bandera representa, además de los valores constitutivos de la nación, los que la historia reciente ha añadido: resistencia, dignidad, sueños y realizaciones de justicia para todos los países y todas las personas. El Che también es Cuba, es la Revolución, es el internacionalismo. Después supimos que el portador de aquella bandera había servido como internacionalista en Bolivia. Una cosa es un acto oficial, donde el uso de la bandera debe seguir las normas protocolares, y otro un evento popular, espontáneo.
Las banderas nacionales arrastran siempre dos historias: la de los opresores y las de los oprimidos. La estadounidense no puede deshacerse de sus implicaciones imperialistas. La española, de su símbología monárquica y falangista, razón por la cual muchos españoles enarbolan en las calles la otra bandera, la republicana. Los tontos que siguen miméticamente la moda internacional, a veces con pavoroso atraso temporal, se cubren hoy con la británica. Un dibujo es un dibujo, pero un símbolo es un símbolo. Y estos se enriquecen continuamente, añaden a sus líneas y colores nuevos significados que no pueden ignorarse. Me gusta llevar mi gorra con la I de Industriales, mi equipo, o con la C de Cuba. Debieran venderse más gorras así. Bueno, con las insignias de todos los equipos, quiero decir. Pero cuando me pongo la gorra con la C de Cuba, no es solo la gorra de un equipo de pelota lo que llevo puesta. La C de Cuba se transforma en R de revolución. Ya no la tengo. Se la regalé a un argentino. Los regalos auténticos son los que duelen, los que implican una dejación. Se fue contento porque ahora la llevará a sus marchas de asuntos locales, él que nada sabe ni entiende de pelota, pero sí de Revolución y de símbolos.
Gracias por escribir tan bien, es un placer leerte.
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