Enrique Ubieta Gómez
Ayer en la tarde nos reunimos en La Utopía –ese espacio que reivindica el Horizonte como meta y que cada sábado, bajo la conducción de Fidelito, revienta el concepto mercanchifle de discoteca–, un numeroso grupo de martianos y bolivarianos, de Cuba y de Venezuela. Eran las horas previas a la votación popular de hoy, que definirá en la nación madre de Nuestra América, la continuidad del proyecto revolucionario de Chávez. Videos de los mejores cantautores venezolanos, de cualquier género, encendían las ganas de vivir, de pelear por un mundo mejor. Con nosotros estaba Edgardo Ramírez, embajador de la República Bolivariana de Venezuela y algunos funcionarios de la misión diplomática. Entre estos, un hombre moreno, de pequeña estatura y aspecto militar. Edgardo lo presentó: "este hombre fue el que, un día como hoy, hace once años, dio a conocer la carta en la que Chávez, preso y aislado por los golpistas, advertía a su pueblo que no había renunciado". No sé si hemos nacido para pronunciar una palabra, una sola, o para cumplir una misión, pequeña o grande, tampoco importa, y el resto de nuestros días es puro relleno, o preparación, o carga simbólica, como la que ahora porta Juan Bautista Rodríguez –así se llama el hombre que desató el proceso de liberación del Presidente en el 2002–, en un día como ayer, o como hoy, como los que vendrán: Juan Bautista Rodríguez es el pueblo de Venezuela, que ya una vez salvó la continuidad de la Revolución, y evitó la muerte del Presidente, y que ahora lo hará otra vez en las urnas. Que Chávez no ha muerto, que no lo dejarán morir. "En 1994 lo veía llegar a Fuerte Tiuna para encontrarse con sus amigos –me dijo mientras Fidelito le entraba a una canción de Silvio–, pero nunca antes había podido conversar así de cerca con él". El destino le había preparado a Juan Bautista un encuentro crucial, en una de esas esquinas calientes de la historia, donde todo puede suceder. Los pormenores son conocidos. El sargento de la Guardia Nacional le propuso al Presidente, aislado en una pequeña habitación de la base de Turiamo, que escribiera una nota y la echara en el cesto de papeles. Después de que lo trasladaron la recuperó y se fugó a Maracay. La Brigada de Paracaidistas de esa ciudad lo acogió, y divulgó el hoy histórico documento. ¿Qué pasará mañana?, le pregunté, refiriéndome, claro, a la jornada electoral de hoy. "El pueblo de Venezuela votará por la continuidad del proceso revolucionario –afirmó, y luego de una pausa, agregó–: de no ser así, nosotros mismos nos hundimos". Fue una tarde-noche mágica. Edgardo, el embajador, recitó un poema, Aleidita, la hija del Che Guevara, echó por tierra el mito de que los Guevaras no pueden cantar, y nos regaló unos fragmentos bien afinados de La tarde, ese clásico de Sindo Garay. Los trovadores Evelio Francia, Samuel Águila, Silvio Alejandro, Ihosvany Bernal, el grupo Estación de Luz, nos llenaron de notas y fervores. En el escenario, las banderas de Cuba y de Venezuela. Una noche utópica, para un amanecer real.
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