Matías Bosch
Señora
Aizpún: leí su artículo “Tres preguntas” publicando en Diario Libre el pasado
sábado 25 de mayo. (http://www.diariolibre.com/opinion/2013/05/25/i385350_tres-preguntas.html).
Entiendo que ese título no fue mero recurso retórico, y que usted en serio
invitó al lector a reflexionar y a contestar las tres interrogantes.
Así
que tomé ánimo y seguí su invitación. Y la verdad, mi respuesta parte de una
interrogante que quiero plantearle. Sé que no se estila –hasta dicen que es
mala educación- contestar preguntas con otra pregunta. Pero permítame hacerlo
esta vez, para transmitirle la inquietud que tengo y para que se comprenda todo
lo que quiero decirle, con mi propuesta final.
Señora
Aizpún: ¿Conoce usted la historia dominicana y latinoamericana? No me refiero
sólo al hecho cognitivo de “enterarse” de algo –estoy seguro que enterada está-,
sino de aproximarse a la Historia nuestra de manera “conciente”. Lo digo en el
sentido de Hostos, educador, para quien la fuerza de la conciencia es “la suma
de las fuerzas que por sí solas tienen la razón, el afecto y la voluntad”. Es
decir ¿conoce usted nuestra Historia de manera que haya logrado apreciarla,
aquilatarla, valorarla, compenetrarse con ella, y cuando va a escribir,
recordarla, que proviene del latín “volver a pasar por el corazón”?
Conocer
la Historia de una persona, de un colectivo, de un pueblo, no es cuestión
meramente formal y mucho menos anula la capacidad crítica. Sin una adecuada y
suficiente apreciación de quién es el paciente, su historia de vida,
difícilmente el terapeuta podría ayudar a los pacientes mentales y eso no le impide
mantener la distancia anímica e intelectual entre ambos. Sin ese conocimiento
difícilmente un observador pueda emitir una opinión útil para resolver
cualquier problema, sin por eso dejar de analizarlo objetivamente.
La
pregunta va, primero, por eso de que a usted le parece difícil creer que
Maduro, con sus “ideas” llegue a “la presidencia de un país” y que usted
sugiera a la “la izquierda funcional latinoamericana repensar el apoyo” que le
ha dado.
La
frase de Maduro que a usted le parece inverosímil –en el artículo de marras- es
aquella de que “La clase obrera será cada vez más respetada. Será aún más
respetada si las milicias obreras tienen 300 mil, 500 mil, uno o dos millones
de obreros y obreras uniformados, armados preparados para la defensa de la
Patria”.
Fíjese,
señora Aizpún, que no es como usted dice, simplemente “armar a dos millones de
voluntarios”, sino que conformar unas Milicias organizadas e
institucionalizadas, en alianza con la Universidad de los Trabajadores. Y nada
voy a decirle sobre la “alianza entre la clase obrera y el ejército”, porque
sencillamente eso no es lo que dijo Maduro (siempre es bueno confirmar la
fuente original antes de poner entre comillas, como si fuera cita textual, lo
que otro dijo. Recomiendo ver el discurso original: http://www.diario-octubre.com/2013/05/25/nicolas-maduro-anuncia-las-milicias-obreras-bolivarianas/).
Maduro habló, literalmente, de “alianza cívico-militar”.
Estoy
seguro que usted sabe que ese país es Venezuela, del cual Nicolás Maduro es
Presidente desde el 19 de abril de 2013, y que ese país es parte de América
Latina. Siendo así, me siento en la obligación de recordarle, señora Aizpún,
que desde 1492 América Latina –incluyendo el país donde usted vive y trabaja,
República Dominicana- ha vivido siempre defendiéndose, y no por alguna
patología paranoide, de todo tipo de conquistadores y piratas, ayer bajo los
imperios europeos, más tarde bajo la Doctrina Monroe, y en el siglo XXI frente
a esperpentos como el ALCA, el DR-CAFTA, la guerra “contra el terrorismo y el
narcotráfico”, o los “contratos” mineros.
El
problema serio, inconcebible, señora Aizpún, no es que sigamos pensando en
“defender la Patria”, como dice Maduro, sino que en pleno siglo XXI nos sigan
atacando, y usen para ello siempre una cabeza de playa o una quinta columna. Nos
la hemos pasado en eso. No sé si sabe que cuando Cristóbal Colón llegó a
América, por la península de Samaná, no vino dando elogios a los que vivían en
esta tierra. Allí ocurrió el enfrentamiento de “Punta de Flecha”, con Caonabó
al frente, resistiendo al invasor. Colón trató muchas veces de atrapar a
Caonabó, que era inclemente contra los conquistadores. Sólo pudo capturarlo
gracias a la traición de Guacanagarix, un “Judas” cualquiera, pero probado
históricamente. ¿Sabe cómo murió Caonabó? En un barco, llevado como trofeo a
los reyes católicos. Claro está, Caonabó no les dio en el gusto, se resistió a
alimentarse y beber agua, hasta fallecer por inanición.
Mire
nada más el caso de República Dominicana: sus cielos han estado abiertos a aviones
no tripulados de la DEA, y su oro casi-casi se lo llevan “como caña pa’l
ingenio”. Para que lo tome en cuenta: las últimas invasiones militares de EEUU
en América Latina no fueron en la época de aquellos indios desalmados e inútiles
que las huestes europeas quemaban en las hogueras, a pesar de los lamentos de
Montesinos y Bartolomé de las Casas, no: fueron en Santo Domingo, 1965; en Nicaragua,
durante todos los ochenta; en Granada, 1983; en Panamá, 1990. Señora Aizpún
¿usted ha visto alguna vez militares extranjeros bombardeando su ciudad y
tomando sus calles por la fuerza? Pues nuestros países, señora Aizpún, han sido
como un gran tablero de ajedrez para intereses espurios de uno y otro imperio.
Para muestra, mire la declaración del general estadounidense Smedley Butler,
ante el Senado, en 1935:
“He servido durante treinta años y cuatro meses en las
unidades más combativas de las fuerzas armadas norteamericanas, la infantería
de marina. Pienso que durante ese tiempo actué como un bandido altamente
calificado al servicio de los grandes negocios de Wall Street y de sus
banqueros. En 1914 contribuí a darles seguridad a los intereses petroleros (de
Estados Unidos) en México. Particularmente en Tampico. Ayudé a hacer de Cuba un
país donde los señores del National City Bank podían acumular sus beneficios en
paz. Entre 1909 y 1912 participé en la limpieza de Nicaragua para ayudar a la
firma bancaria internacional de Brown Brothers. En 1916 llevé la civilización a
la República Dominicana por cuenta de los grandes azucareros norteamericanos.
Fue a mí a quien correspondió ayudar a arreglar en 1923 los problemas de
Honduras para darle seguridad a los intereses de las compañías fruteras
norteamericanas”.
Aún
con estos antecedentes, alguien podría creer que estoy diciendo cosas de libros
viejos. No, señora Aizpún, vea usted que al lado de República Dominicana, a una
horita en avión, ¡hay todavía una colonia norteamericana, Puerto Rico! Y hacia
el oeste, del otro lado de la frontera, está Haití, donde los marines llegaron
en 2004 y se ocuparon de sacar del país al Presidente legal, Jean Bertrand
Aristide. Le digo más: hace muy poco, en marzo de 2010, después del devastador
terremoto en esa hermana nación, el ex presidente norteamericano Bill Clinton,
por su propia cuenta declaró:
"Tengo
que vivir cada día con las consecuencias de una decisión mía que fue, quizá,
buena para algunos de mis granjeros en Arkansas, pero que fue un error porque
trajo también como resultado la pérdida de la capacidad de producir arroz de
Haití y, consecuentemente, de su capacidad de alimentar a su pueblo. Fue
resultado de algo que hice yo. Nadie más". ¿No le parecen estos hechos verdaderamente
arcaicos, primitivos y dramáticos?
¿Por
qué entonces se escandaliza porque Maduro proponga la alianza cívico-obrero-militar?
Mire,
señora Aizpún, si estudia bien nuestra Historia, verá que los hechos más
terribles han acaecido justamente cuando nuestros militares se han divorciado de
los destinos de los humildes –esos que eligen gobiernos “disparatosos”, “ateos”
y “autoritarios”- y han sido arrastrados por las élites y los poderes externos,
dejando de cumplir su función democrática y constitucional. Mire lo que ha
pasado cuando el pueblo ha quedado desarmado y los militares rompen la alianza
sagrada con su nación: golpes fascistas en Uruguay, Chile y Argentina; soldados
convertidos en carniceros en la tiranía bestial de Fulgencio Batista en Cuba;
militares de Somoza convertidos en verdugos inclementes. Y mire, en República
Dominicana, lo que significan las fuerzas militares en alianza con otros
poderes que no sean el auténticamente popular: Pedro Santana, general
anexionista; los crímenes de los 12 años de Joaquín Balaguer; el héroe nacional
Antonio Imbert Barreras, presidente de la destrucción nacional en 1965; Wessin y Wessin golpista y asesino; Trujillo,
formado en la invasión de 1916-1924, sobre el cual no hay que agregar nada.
Por el contrario, distinguida señora, nunca ha sido tan fecunda y sólida la dignidad de nuestros países y el comportamiento institucional de nuestras fuerzas militares, cuando los soldados obedecen exclusiva y genuinamente a su compromiso con la mayoría trabajadora, no con los tutumpotes. Mire la Historia dominicana, es hermosa: ahí está Máximo Gómez, militar de conquistadores devenido en Libertador de Cuba, apasionado de los trabajadores y los más pobres; mire a los Restauradores, Gregorio Luperón y Gaspar Polanco lideraron un ejército compuesto por hombres descamisados y descalzos, que enseñaron a usar ramas de guaconejo y machetes como armas de combate. Vuelva su vista a Francisco Alberto Caamaño y Rafael Tomás Fernández Domínguez, los dos militares más admirados de este pequeño país: su grandeza estuvo, precisamente, en empuñar las armas en alianza con los trabajadores, los humildes, los hijos de Machepa, sin traicionar su mandato, y no temieron en enfrentar los poderes más grandes.
Y
si le parece más cercano, vayámonos a las gestas heroicas de la resistencia
europea al nazismo y el fascismo. Más allá del desembarco de Normandía ¿acaso
no fue la unión entre ejércitos y millones de habitantes humildes de campos y
ciudades, desde la URSS hasta Francia, la fuerza fundamental para salvar al
Viejo Continente de aquella infamia totalitaria? ¿Qué me dice de la Guerra
Civil española, aquella acción épica en que valientes hombres y mujeres,
españoles y de tantas latitudes, incluyendo cantores, poetas, artistas,
enfrentaron con armas a las fuerzas del fascismo para defender el proyecto de
una república auténticamente democrática?
¿Sabe
usted, señora Aizpún, quién fue Gregorio Urbano Gilbert? Fue un mulato
dominicano, que murió humildemente. Pero antes, en su juventud, enfrentó con un
revólver a los invasores de 1916, y a base de heroísmo y sacrificio se
convirtió en militar del pueblo, y llegó a ser en Nicaragua miembro del Estado
Mayor de Augusto César Sandino, a quien se le conoce como el “General de los
hombres libres”.
Créame,
señora Aizpún, que aunque en la prensa dominante de los países "industrializados"
se nos presente como una selva de desalmados (en 1965 Johnson justificó la
invasión a Santo Domingo diciendo que aquí los dominicanos comunistas marchaban
con cabezas ensartadas en lanzas) los latinoamericanos no somos eso. Tampoco lo
son los africanos ni los vietnamitas, a quienes dedican películas de guerra
como Rambo. En África, todos los enfrentamientos bélicos (en especial los más
cruentos, como el genocidio de Ruanda en 1994, cuando el
gobierno hutu trató de exterminar a los tutsi) han sido instigados por las
potencias fabricantes de armas y buscadoras de riquezas, y por causa de fronteras
que fijaron despóticamente las metrópolis. ¿Se ha fijado alguna vez en el mapa
político de África? Parece la división de una inmensa finca de hacendados o un
polígono de explotación minera, no un continente organizado para que vivan y se
desarrollen en paz los seres humanos.
Usted,
señora Aizpún, parece ver en Maduro algo así como un verdadero peligro a la
civilización o un tipo de ideas totalmente descabelladas. Pero está, a mi
parecer, sobre-reaccionando, o no sabiendo con quién trata. A diferencia de las
potencias coloniales, los pueblos de Nuestra América nunca le han declarado la
guerra a nadie. Sólo han ido a las armas en legítima defensa, en eso que Martí
llamó "la guerra necesaria", o bien acudiendo solidariamente ante el
llamado de un pueblo amigo. Y cuando lo ha hecho, también a diferencia de los
conquistadores, nunca ha cometido genocidios ni atropellos infamantes contra el
adversario.
Fíjese
usted: las únicas excepciones a lo que acabo de decir son casos como Trujillo y
Videla, tiranos sanguinarios, que declararon guerra a Alemania e Inglaterra,
respectivamente. Y si hablamos del pasado reciente, el único acto bélico
cometido por un Presidente constitucionalmente electo en América Latina fue el
bombardeo de territorio ecuatoriano por orden de Álvaro Uribe (por cierto, usted
no escribe mucho sobre él). De ese personaje ya sabemos bien algunos tétricos antecedentes:
vínculos con el paramilitarismo, el narcotráfico, el Plan Colombia.
Mire
que hasta el propio Presidente Santos, salido de las filas del uribismo,
repudia su violento comportamiento. Y no olvidemos que mientras Uribe y otros
acusaron a Chávez de filo-terrorista por proponer la negociación entre Estado y
guerrillas, ahí está Santos dialogando y llegando a acuerdos con las FARC-EP.
En
todo caso, no podemos dejar desapercibida una legítima preocupación por el
belicismo en nuestro continente. Muy de acuerdo, pero ahí de nuevo hay que
llamar “al pan, pan y al vino, vino”.
¿Sabe
qué Estado realizó el mayor gasto militar a nivel mundial en 2011 (último año
cuyos datos se encuentran consolidados en internet)? Estados Unidos: 711 mil
millones de dólares, algo así como 30 millones de millones de pesos dominicanos
o catorce veces todo el PIB de un año de República Dominicana. Toda América,
incluyendo Canadá, apenas gastó 98 mil millones de dólares. De todo ese dinero,
alrededor de 55 mil millones los gastaron Brasil, Chile, México y Colombia.
Venezuela, el país que gobierna ahora Maduro, apenas gastó 3 mil millones de
dólares. Es decir, señora Aizpún, que aquí deberíamos hacernos una auditoría en
serio, para ver quién está gastando de más, quién amenaza a quién, y qué país
es un verdadero peligro para los demás. Sin sesgos ni pasiones, con rigor
histórico y datos en la mano. Algo científico.
En
resumen, viéndolo históricamente, la preocupación de Nicolás Maduro por
fortalecer la “alianza cívico-militar” y la capacidad defensiva de los
trabajadores, no es una idea tan descabellada ni su propuesta algo tan
inadecuado como para que la “izquierda pensante” - es decir, la que toma en
cuenta su Historia pasada y presente, y trata de comportarse racionalmente- le
retire el apoyo. Es más, creo que deberíamos todos, téngase la posición
ideológica que se tenga, discutir el tema con un poco más de profundidad y exhaustividad.
Puede
que a usted no le parezca bien el uso de las armas o la militarización de
nuestros países -de hecho creo que sólo los fanáticos piensan con fusiles en la
cabeza-, pero ésta no es sólo una cuestión moral ni filosófica: como el aborto
o el consumo de drogas, es un problema real, práctico y concreto y necesita
soluciones creíbles, viables e integrales, no respuestas dogmáticas. Usted ha
insistido mucho en una mirada científica cuando se habla, por ejemplo, de derechos
sexuales y reproductivos.
Usted
podrá preguntarse "¿porqué tanto afán con Venezuela?". Le doy tres
sencillas razones: 1) Porque a diferencia de Europa, continente que penosamente
ha vivido terribles guerras de todos contra todos, América Latina es "Nuestra
América", un origen y proyecto común muy por encima de las ligazones de
una moneda o una alianza militar. Desde Hatuey, taíno de La Hispaniola
asesinado en la hoguera por ir a enfrentar a los conquistadores en Cuba, pasando
por la ecuatoriana Manuelita Sáenz, por Hostos el antillanista, hasta Bolívar, nuestros(as)
independentistas nunca quisieron hacer de nosotros una potencia imperial, sino
una gran confederación de paz. Quien mejor lo resumió fue Bolívar: O nos salvamos juntos, o nos hundimos
solos. Nosotros por ejemplo, no tenemos que temer que un vecino (como entre
Grecia y Alemania) abuse de nuestros trabajadores para aprovechar la crisis
económica a su favor; nosotros nos ayudamos y cuidamos entre todos. 2) Porque
Venezuela es un país solidario: mientras el petróleo sólo ha servido para
llenar de fortunas a inmensas corporaciones privadas, esa nación hermana ha
permitido que accedamos al imprescindible recurso y que en compensación incrementemos
la producción nacional y las relaciones fraternales, y 3) Porque en todo
nuestro continente las calumnias y distorsiones acerca de gobiernos legítimos
siempre han olido a una cosa muy fea: matrices de opinión interesadas,
amigables con el golpismo. No es que uno se prejuicie con usted o con cualquier
otro “hacedor” de opinión; es que estamos ya muy viejos (500 años!)… demasiada
sangre, demasiado saqueo, demasiados muertos sin tumba. Un demócrata dominicano
no puede sino espantarse con sólo hacer remembranza de la matriz de opinión
fabricada para tumbar al gobierno y la Constitución de 1963.
¿Sabe,
señora Aizpún, qué es para mí descabellado e injustificable, merecedor de todo
repudio? Que un solo país –Estados Unidos de América- tenga la capacidad
nuclear para hacer volar el planeta Tierra 3 500 veces (según escribió Seymour
Melman, el más reputado estudioso norteamericano de la economía de guerra). Pongámonos
en el pellejo de un gobierno legítimo europeo, por ejemplo, que no sea reconocido
por el Jefe de Estado de la mayor potencia nuclear, después de un mes de juramentado,
sabiendo que han sido capaces de invadir Irak con una burda mentira, alentada
también por un presidente español, José María Aznar. Y no sólo eso, sino que la
cancillería de Estados Unidos no ha condenado aún al candidato perdedor, pese a
los diez asesinatos ocurridos después de su llamado a “soltar toda la
arrechera” (rabia) y pedirle a los soldados (esos que usted dice que no deben
aliarse con nadie) que se percataran de que Nicolás Maduro es un “Presidente
ilegítimo”. ¿Sabe qué dijo dicho candidato en CNN en Español? Que
responsabilizarlo a él de aquellas muertes era como culpar al entrevistador porque
“se explote un bombillo” del set.
Hablando
del candidato perdedor que llamó a soltar la rabia e interpeló a los soldados
de Venezuela: usted, señora Aizpún, dice que Maduro cada vez que da “una
declaración es un insulto”. Sigo la prensa venezolana, de toda línea editorial.
¿Será que usted califica insulto a llamar “fascista” al señor Henrique Capriles
y sus aliados más férreos? No, respetada comunicadora, “fascista” no es un
insulto: es una denominación política. Por ejemplo -como recordábamos más
arriba- en su tierra natal Francisco Franco barrió con la República e instauró
un régimen fascista que mató, torturó, desapareció. Uno de esos muertos fue el inmenso
poeta Miguel Hernández. Más tarde,
Francisco Franco instituyó en el mando al actual rey Juan Carlos I de Borbón. En
Italia también hubo fascismo con Mussolini. El fascismo es el tipo de régimen
con el que se ha efectuado, bajo mando militar, el exterminio violento de las
izquierdas en Europa y América Latina. Así que Maduro no insulta: denota lo que
a su juicio es el credo y práctica política del señor Capriles, quien -hablando
de insultos- llama al Presidente “Enchufado Mayor” y ataca la calidad de mujer
de su esposa.
Usted
también dice otras cosas que son, al menos, discutibles. Señala que “Chávez sin
petróleo no hubiera sido Chávez”. Claro, señora Aizpún: Holanda no hubiese sido
Holanda sin la navegación y los canales, Venecia sin los bancos, Noruega sin el
petróleo. Incluso, España no hubiese sido España (es decir, potencia mundial) sin
el 12 de octubre de 1492; mire que por algo todavía el rey saca el ejército a
marchar cada año en honor a aquella “epopeya”. Tampoco España sería ese paraíso
de la banca y las inmobiliarias, ganando euros a borbotones, sin las políticas
neoliberales instaladas por el PP y continuadas por el PSOE, y sin los
donativos del centro político-económico de Europa, que ayudaron a convertir aquel
provinciano y delicioso Madrid en todo
un Panamá City del Viejo Continente.
Pero
es que eso es lo que debe hacer todo país: aprovechar su riqueza. El quid del asunto es otro, señora Aizpún. Es
que Chile y Perú no sean los países desarrollados que deberían ser teniendo
tanto cobre, plata y oro; que Argentina fue sumergida en el hambre pese a
producir alimentos para 300 millones de personas en el mundo; que México exhiba
una pobreza insoportable pese a tener tanto petróleo. Ningún país avanza de la
nada. El pecado está en regalar la riqueza o dejársela coger, o no hacerla
producir más riqueza. En haber cambiado esa tara histórica está el mérito de
Chávez y sus fuerzas de apoyo; ahora Venezuela produce hasta computadoras. Y eso
de que, según su punto de vista, Maduro sea “imposible” sin Chávez es
sencillamente especular: nadie tiene bola de cristal, pero, además, note que
eso que usted llama "chavismo" es un movimiento político, social y
militar con más de tres décadas de camino, con Maduro, chofer de guaguas,
incluido. Seamos un poco más cautelosos en los veredictos.
No, Maduro no se derrotará solo, como parece vaticinar usted, señora Aizpún. Los gobernantes -por lo menos en el mundo actual- no se caen solos: los tumba el pueblo en la calle, las cúpulas partidistas o los militares que sirven a intereses anti-constitucionales. En Venezuela no pasa ninguna de las tres cosas. La mayoría de los venezolanos –salvo que usted maneje otros datos desconocidos- votó por Maduro. Quien sí quisiera derrotarlo es Capriles, y eso es normal, por algo es opositor. Su problema está en que no quiere seguir las reglas del juego para derrotarlo en buena ley. El debería aprovechar que la Constitución de Venezuela contempla el referéndum revocatorio, y dedicarse a construir una mayoría con paz, equilibrio y un proyecto de país.
No, Maduro no se derrotará solo, como parece vaticinar usted, señora Aizpún. Los gobernantes -por lo menos en el mundo actual- no se caen solos: los tumba el pueblo en la calle, las cúpulas partidistas o los militares que sirven a intereses anti-constitucionales. En Venezuela no pasa ninguna de las tres cosas. La mayoría de los venezolanos –salvo que usted maneje otros datos desconocidos- votó por Maduro. Quien sí quisiera derrotarlo es Capriles, y eso es normal, por algo es opositor. Su problema está en que no quiere seguir las reglas del juego para derrotarlo en buena ley. El debería aprovechar que la Constitución de Venezuela contempla el referéndum revocatorio, y dedicarse a construir una mayoría con paz, equilibrio y un proyecto de país.
Por
otro lado, pasando a sus últimas dos preguntas, señora Aizpún, está bastante
“tirado de los pelos” eso de que la Alianza del Pacífico, frente al ALBA, tenga
“el hilo argumental más neutro, políticamente hablando”.
Lo
primero que debe llamar la atención es que en esa Alianza se embarquen Perú,
Colombia, Chile y México, cuyos gobiernos tienen un sesgo político nada
desconocido. Pero más curioso es que estos países –juntos representan el 35%
del PIB latinoamericano-, salvo Colombia, participan todos de otros esquemas de
comercio con Asia-Pacífico. La novedad, aquí, es la participación en bloque con
Estados Unidos y Canadá, países que no forman parte de la recién creada CELAC.
¿Qué
incluye la Alianza del Pacífico?: liberalización arancelaria al interior del
bloque, prohibiendo la modificación de los aranceles a título individual de
cualquiera de sus miembros; las negociaciones sobre la denominación de origen;
el comercio electrónico; la cooperación aduanera y la ventanilla única. El
objetivo es libre flujo de bienes, servicios, capitales y personas. En
definitiva, un acuerdo comercial, señora Aizpún, en la vertiente que adoptó el
NAFTA (acuerdo Estados Unidos-México-Canadá), que trató de imponer el ALCA y
que en Centro-América prosperó con el famoso DR-CAFTA.
Vamos,
señora Aizpún, que la Alianza del Pacífico no es “neutra” nada. Es una visión
–la dominante- acerca de cómo debe hacerse la globalización y que pone por
encima de la soberanía de los gobiernos y las políticas económicas-financieras,
el interés privado. ¿No le recuerda a Grecia, España, Portugal, Irlanda,
Italia? ¿Sabe usted qué ha pasado con las economías mexicana, centroamericana y
dominicana? Cada vez pierden mayor capacidad productiva, amiga Inés, es decir
se convierten en plaza de zonas francas y exportaciones de minerales, productos
agrícolas y otros bienes primarios. Y terminan importando hasta el papel
sanitario y los corn-flakes.
¿Qué
decir de Colombia y demás? ¿Sabía usted que una sola compañía, Chevron, explota
gas en Colombia y además maneja en el mercado el 60% de dicho insumo
energético? Eso no es normal, señora Aizpún, un país no debería integrarse así
al mundo. En economía eso se llama prácticas oligopólicas, por no decir
monopólicas.
Chile,
por ejemplo, tiene acuerdos de “libre comercio” con Estados Unidos, Europa y
Asia. ¿Sabe qué prima en la exportación de Chile?: cobre, otros minerales, salmón,
frutas y verduras. El producto más elaborado que vende al exterior es el vino. Casi
todo lo que tenga valor agregado, procesamiento industrial, y por tanto
represente mayor ganancia, se debe importar. Además, la condición para fomentar
la “inversión extranjera” es bajar al mínimo los impuestos. ¿Le parece
razonable? ¿Conoce algún ejemplo de país que haya fomentando tecnología,
investigación y desarrollo sin un Estado que recaude suficientes recursos para
aplicarlos a la educación, la ciencia y el fomento de industrias? ¿Cree usted
que eso es “neutral”, “justo” y que algún país progresa así? Cualquier parecido
con la realidad dominicana es mera coincidencia.
Dice
usted que economías como la chilena pasan por “buen momento” y “con ganas de
crecer”. Señora Aizpún: dicen los indicadores oficiales que el PIB per cápita
chileno está casi al nivel de un país desarrollado, 20.000 dólares. Pero las
cuentas no cuadran. ¿Sabe usted cuál es el salario mínimo que el empresariado y
su parlamento afín están dispuestos a conceder? 500 dólares mensuales, es
decir, 6.000 dólares al año, menos del 30% del supuesto PIB per cápita.
Le
doy unas cifras más: el ingreso per cápita del 20% más pobre de Chile no supera
los 6.000 pesos dominicanos, un poco más de 150 dólares mensuales. Y los
ingresos mensuales de los más ricos bordean casi los 4 millones de pesos
dominicanos, es decir, 100.000 dólares. Eso, señora Aizpún, se produce por la
hegemonía del capital financiero, la crisis del trabajo y la producción,
cuestiones indisolubles de ese “bienestar” de la economía que se nutre de las
crecientes exportaciones de bienes primarios. En Chile, vea usted, sólo un 41,5%
de los trabajadores acceden al empleo protegido (con contrato indefinido y
cotizaciones de seguridad social).
Déjeme
darle otro dato, decidor: Sólo cinco familias concentran el 20% del PIB de
Chile. Entre ellas, la del presidente de la República, Sebastián Piñera. La
pregunta cae de cajón: ¿cuando nuestras economías neoliberales e
hiper-concentradas crecen, quiénes son en verdad los que crecen?
En
simples palabras, eso que usted llama alianzas comerciales “neutrales” y
“economías que van bien” -seguramente fiándose de los cables que mandan las
grandes agencias de prensa- es un sistema de vida donde la mayoría de la gente
la pasa mal, muy mal, y no por ausencia de riquezas, sino por la brutal
desigualdad y la primacía del capital sobre el ser humano. Tenga entonces mucha
cautela al celebrar, por ejemplo, que la Alianza del Pacífico “va a eliminar
aranceles al 90% del intercambio entre países”. Siempre observe quién gana y
quién pierde, qué intereses priman, y vea qué sucede con las personas, los
seres humanos de carne y hueso.
Hay
otro elemento clave en esa Alianza que usted califica de “políticamente
neutral”, que sin considerarlo se haría caso omiso de la historia dominicana y
latinoamericana. Ya los bloques entre países sudamericanos y Asia-Pacífico
existen, le repito; la novedad son Canadá y Estados Unidos. Sepa usted, señora Aizpún,
que Estados Unidos tiene en América Latina 74 bases militares. Una de ellas es
conocida mundialmente por torturas: Guantánamo. Tenga presente que por otra de
esas bases, Palmarola, fue echado al destierro en 2009 el Presidente constitucional
de Honduras, Manuel Zelaya. Y tome nota de que, como ya dijimos, EE.UU. es el
único gobierno del continente americano que aún no reconoce el gobierno
legítimo de Venezuela.
Dicho
en breve: ni el ALBA (tratado de intercambio entre Estados y productores
asociados) ni la Alianza del Pacífico (tratado comercial entre economías
dominadas por el capital transnacional y los grupos empresariales de pocas
familias) son inocentes ni accidentales. Eso sí, como usted dice ambas son
“contrapesos” o, mejor dicho, contrapuestas: corresponden a dos visiones opuestas,
históricamente establecidas, de qué es desarrollo y cómo se alcanza. Ninguna es
neutral, ninguna es “buena” o “mala” en sí mismas o por “naturaleza”; cada una
tiene sus ganadores y perdedores. Es más bien uno, el observador, quien fija el
juicio de valor, dejando en claro a quién y qué prioriza, y fundamentándolo
cabalmente.
Ya
casi estoy terminando, señora Aizpún, y voy a referirme a su última pregunta.
Habla
usted de la infelicidad: del flagelo de la depresión y su lastimoso correlato,
el suicidio; el consumo de sustancias dañinas, las demencias. Y tiene razón,
difícilmente va a aparecer una “píldora de la felicidad”. Es que para bien y
para mal, muchos de esos problemas se despliegan en ese insondable cosmos que
es el interior de cada ser humano, único, complejo, irrepetible, imprevisible,
no programable.
Pero
hay una dimensión del problema (además de las educativa y salubrista) de la
cual podemos hacernos cargo y que está íntimamente relacionada con la
perspectiva histórica que subyace en sus escritos y la que yo he intentado compartir
aquí sobre los tópicos anteriores.
Ortega
y Gasset dijo que los seres humanos somos "nosotros y nuestras
circunstancias". Nuestra circunstancia, señora Aizpún, es la infelicidad
institucionalizada. Estamos organizados para competir unos contra otros, no
para solidarizarnos y cooperar. Y eso no se debe a algo como “naturaleza
humana” (los humanos somos seres sociales, todos diferentes, y no estamos
condenados por la genética) sino a cómo estamos conviviendo. Para muestra un botón:
nunca se había producido tanto alimento, nunca habría existido tanta obesidad y
al mismo tiempo tantas personas pasan hambre como ocurre hoy en nuestro
planeta. Nunca se había producido tanta riqueza al mismo tiempo que se expande tanta
pobreza y marginalidad.
Mire
el caso de España: los que más se suicidan hoy no son movidos por problemas
"personales", sino los desahuciados, echados de sus casas y
esclavizados a una deuda impagable por los bancos que absorben riqueza sin
límites. Mire a los EE.UU., el país más rico del orbe, con toda la tecnología,
la ciencia y la cultura a su favor, pero con más de 22 millones de
estadounidenses mayores de 12 años —casi el 9% de la población de Estados
Unidos— que usan drogas ilegales, según la Encuesta Nacional 2010 sobre el Uso
de Drogas y Salud.
Y
mire a Chile, la “España de América Latina”, también conocido en los noventa
como el “jaguar”, donde según usted dice, la "economía va bien" y se
construyen alianzas “neutras”. Ese país, cuyo gobierno anuncia estar a un paso
del “desarrollo”, presenta la segunda mayor tasa de suicidio juvenil en el
mundo. Sin dudas, un “jaguar” que representa la guerra sin cuartel por la
sobrevivencia en eso que algunos –no comunistas ni izquierdistas- llaman el
“capitalismo salvaje”: lucha, compite, vence, éxito material y vacío
existencial. Recuerde aquellas imágenes de chilenos después del terremoto de
2010, asaltando tiendas y supermercados para acaparar bienes de lujo a cuya
posesión son incitados diariamente, como en un “estado de naturaleza”. Porque,
señora Aizpún, los seres humanos no podemos comprar la felicidad, pero
seguramente sin amor, sin ternura, sin solidaridad, sin compasión, sin un
mínimo de dignidad y garantías para la vida, la felicidad se vuelve un
imposible permanente y esto se vuelve un círculo vicioso entre la muerte, el
saqueo y la barbarie, un “sálvese quien pueda”.
Ante
este tenebroso panorama, no es suficiente “modernizarnos” individualmente; no
es sólo una cuestión de “falta de libertades”, “atraso”, “malos políticos” o culpa
de los “conservadores”; tampoco de no saber “integrarnos” al mundo. Esto no se
resuelve con la misma medicina in-funcional tantas veces probada. Nosotros no
nacimos ni hemos surcado estos 500 años de Historia como si nada, como si
fuéramos terreno baldío, un callejón de hoyos y barro elemental, como esos que
visita José Boquete para denunciar el desastre urbano. Somos un conjunto de
pueblos maravillosos, estupendos, de una capacidad de resistencia impresionante
y una creatividad a toda prueba.
La
humanidad, la mayoría de oprimidos, por lo menos los de América Latina, tenemos
el derecho y el deber de intentar otro modelo social, de tener una oportunidad,
señora Aizpún, sin que se nos condene, sin que se nos denigre, sin que se nos
juzgue sobre prejuicios, reduccionismos o simplificaciones, sobre informaciones
sesgadas y matrices de opinión elaboradas en laboratorios, o en cómodos sets de
televisión en inglés. Tenemos el derecho a hacer algo, siempre sobre la base del
culto a la dignidad suprema del ser humano, que ha sido la bandera que siempre
hemos enarbolado desde la Independencia.
Todavía
recuerdo otra columna suya, donde se insinuó un paralelismo entre las hermanas
Mirabal y la bloguera-opositora cubana Yoani Sánchez. Sinceramente ¿hay algún
paralelismo? Las Mirabal, a diferencia de Yoani Sánchez, no recibieron la
atención de ninguna de las grandes corporaciones mediáticas, no tuvieron a
nadie que les pagaran pasajes aéreos por el mundo; su muerte no mereció la
atención ni la denuncia de ningún tutumpote nacional ni extranjero. La suya no
era una lucha contra unos gobernantes o un partido: plantearon a toda una
generación un proyecto alternativo de sociedad, una agenda liberadora, y
pagaron con la vida esa demanda.
Ese
mismo sueño de las Mirabal sigue vivo. Su dignidad y trascendencia lo hace algo
más que un fascinante ícono de portadas. Y nada puede asegurar que lo haremos
bien, nada puede vacunarnos contra repetir malos ejemplos, modelos fallidos.
Pero vale la pena conocernos, considerarnos, recorrernos profundamente, en vez
de seguirnos “descubriendo”, como si nuestra virtud y humanidad tuviesen que
ser siempre sometidos al juicio de un otro extraño, honorable y superior, que
nos mira como a infantes, atrasados o quizás como sub-humanos.
Usted,
afortunadamente, seguirá escribiendo con el talento que le sobra y la hermosa
libertad que goza en el ejercicio de la opinión y el periodismo. Yo sólo le
propongo que, parafraseando a Voltaire, intentemos todos juntos practicar un nuevo
principio de convivencia: “no estoy de acuerdo contigo, pero daría mi vida por
tu derecho a construirte y desarrollarte por ti mismo, siempre que preserves la
dignidad plena de todos y todas, y actuaré sin agredirte, sin menospreciarte, respetándote
y ayudándote con mi permanente criticidad”.
Muchas
gracias por la atención y la paciencia. Quedo a las órdenes.
Demaciado veraz, inteligente, cabal, realista y honesto con nuestramerica, con nuestro pueblo marginado que se pone de pie una vez mas! Gkoria al bravo pueblo venezolado! Gracias a la Patria Grande por apoyarnos! Gracias Urrieta Gomez! Asi se escribe! La verdad siempre es revolucionaria!
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