Reproduzco estos fragmentos de mi libro Venezuela rebelde (2006), en homenaje al Comandante Supremo de la Revolución bolivariana, Hugo Rafael Chávez Frías, en el día de su cumpleaños. Es aleccionador comprobar cómo los argumentos de los historiadores de la contrarrevolución venezolana son idénticos a los de la cubana.
Enrique Ubieta Gómez
El encuentro de Fidel y de Hugo, próceres del antimperialismo, de nuestra segunda independencia, establece una continuidad análoga a la que simbolizó el encuentro de Miranda y Bolívar, próceres del independentismo, sin que me refiera con ello a una similitud imposible e indeseable de vidas y conductas. Pero la imaginación popular rectifica: es José Martí, hijo legítimo de Bolívar, que se transforma en padre. No se trata de inducir falsas e inútiles comparaciones. No hablo de parecidos físicos, tampoco comparo palabras, caracteres o virtudes. Los grandes héroes se parecen no en la letra de lo que dicen o escriben, sino en la condición de sus actos. Si algún teórico de gabinete se escandaliza, agrego rápidamente que la analogía no la establezco yo, ni fue elaborada en un laboratorio de imágenes electorales. Los pueblos intuyen y establecen sus símbolos de forma espontánea. ¿Que el cadáver del Che en La Higuera recuerda a Jesús crucificado? Fabelo, un gran pintor cubano, dibujó su rostro con una corona de espinas: es un Cristo contemporáneo. Gástese cuánto papel quiera ese hipotético y real teórico en desmentir, “desmitificar”, “humanizar”, al Che, trayendo a colación verdaderos o falsos defectos, imaginando perversidades, para que al final sus librescas palabras pasen al olvido, y crezca la figura mítica ¿por qué no? del Guerrillero Heroico. Suscribo en este sentido las palabras del historiador cubano Joel James: cuando los intelectuales de una nación se rinden, la soberanía nacional se sostiene en la cultura popular.
El historiador contrarrevolucionario venezolano Manuel Caballero ofrece una clave al afirmar con sarcasmo descalificador que se quiere “sustituir la historia colectiva por la leyenda de semidioses [...]; el objetivo es suprimir toda idea de participación de la multitud en la historia, para sustituirla por héroes militares, que vienen a desembocar en nuestro amado gran líder, gran timonel, presidente eterno, mariscal Hugo Chávez Frías”. Evidentemente, Inés Quintero se refiere a lo mismo, cuando habla de “hombres providenciales” –recuérdese el concepto de “religión patriótica” que Castro Leiva y Caballero introducen–; porque es una constante la afirmación (burguesa, jamás revolucionaria) de que imitar a Bolívar, a Martí o al Che, lamentablemente, es imposible. Esa afirmación paralizante es una estrategia de la oligarquía nacional –de todas–, cuando las revoluciones dicen en la práctica lo contrario: todos podemos ser Bolívar, Martí, el Che, Fidel. Una mala noticia para esos “historiadores”: la consagración del héroe individual no conduce a la adoración paralizante, sino a la multiplicación del heroísmo. Su rechazo a los héroes individuales del pasado y del presente refleja el miedo a la historia como generadora de héroes futuros, y de heroísmos colectivos. No se trata de que todos seamos genios. Tampoco significa que todos seamos héroes; pero si que todos los hombres y mujeres pueden asumir en algún momento de sus vidas actitudes heroicas. Se trata de que todos podemos alcanzar esa estatura moral. Augusto Mijares escribe:
"La humanidad ha dado siempre el carácter de heroísmo, no al combatir vulgar, sino a una íntima condición ética que pone al hombre por encima de sus semejantes: héroe es el que se resiste cuando los otros ceden; el que cree cuando los otros vacilan; el que se conserva fiel a sí mismo cuando los otros se prostituyen. El que se subleva contra la rutina y el conformismo en que se complacen los cobardes".
Una aclaración muy necesaria: la posición de esos historiadores ideólogos de la contrarrevolución nada tiene que ver con las discusiones actuales en torno al sujeto colectivo y a la democracia participativa que incentiva la izquierda. Pero digamos de paso que aquellos teóricos de la revolución que desdeñan la acción, el papel, de las individualidades en la historia, y suponen que las masas no necesitan “líderes” –aún cuando fundamentan sus criterios en las erróneas posturas paternalistas de partidos y personalidades del pasado–, desconocen el fecundo nexo que se establece entre el liderazgo auténtico y el pueblo, del que ambos se retroalimentan, y terminan a la postre situados en el mismo terreno argumental de la contrarrevolución. “Lo difícil de entender para quien no viva la experiencia de la Revolución –escribía Ernesto Che Guevara– es esa estrecha unidad dialéctica existente entre el individuo y la masa, donde ambos se interrelacionan y, a su vez la masa, como conjunto de individuos, se interrelaciona con los dirigentes”.41
La grandeza histórica de líderes como Fidel y Hugo –más allá de la identificación o no con sus posiciones ideológicas–, se sustenta en el enorme prestigio moral que emana de sus actuaciones (uno no debe dar veredictos históricos definitivos hasta que los hombres ingresan definitivamente a la historia, pero sí puede al menos afirmar con respecto a Chávez, cuya carrera política todavía tiene ante sí un largo camino, que ha sido consecuente; los enemigos quieren que desconfiemos de todos, pero los pueblos saben confiar en quienes lo merecen) y en el desdén victorioso ante las cosas que parecen imposibles. Fidel y Hugo, dos “locos” Quijotes –cuando el quijotismo guevariano parecía definitivamente aniquilado–, a quienes los enemigos miran con odio y respeto, los pusilánimes con escepticismo y rencor, y los traidores con temor. Así, con la natural sobredimensión de la desmesura, narra Chávez el surgimiento de las misiones sociales:
"Recuerdo que le planteé a Fidel, en alguna conversación, la idea de la alfabetización, primero en una pequeña escala y luego nos unimos dos mentes que inventan, ¡inventan! Sucedió al regreso de la Cumbre Iberoamericana en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, cuando Fidel desde Cuba comienza a convocar gente y yo aquí llamando a los míos, porque ya habíamos elaborado un plancito. Esto que te cuento me lo dijo una compañera cubana, que cuando Fidel llega la llamó a una reunión, una noche, y le dice, “mire, el plan es este ¿en cuánto tiempo creen que se puede ejecutar? –era el plan de las bibliotecas populares–, “¿en cuánto tiempo hacemos un millón?” “¿Cómo, un millón? ¿No eran cien mil?” “Es un millón, ¿en cuánto tiempo?” Entonces le dice ella, “bueno, serán seis meses comandante”. “¡Seis meses, tú estás loca!”, le dice Fidel, aquí es cuando ella me comenta, “me dijo loca a mí, pero el loco es él, y usted también, son dos locos que nos han puesto a dar carreras”. Bueno pero se hizo, las bibliotecas llegaron y después de una misión, surgió la otra, y la otra, y la otra, y eso no tendrá fin [...] Incluso, alguien me dijo, “¿tú estás loco? ¿Vamos a comenzar todas el mismo año?” “Todas, todas, nos dio la locura”. Ahí van todas. Pero claro, con una participación popular extraordinaria, y te repito con el apoyo cubano, maravilloso, jamás me cansaré de reconocerlo [...]"
Quien conozca el entramado popular de las misiones sociales, sabe que son expresiones genuinas de heroísmo colectivo e individual y escuelas de democracia participativa.
Los libros más “serios”, las revistas sesudas, los periódicos, repitieron hasta el cansancio que la época del heroísmo, de los héroes cabalgantes, había sido superada. Por demás, ¿dónde están los héroes?, se preguntaban. “Seremos como el Che”, la frase que los niños cubanos repiten en la escuela cada día, era según ellos una quimera, una frase vacía, desmesurada. Los médicos que cumplen misiones como él, suelen situar en sus consultorios, o en sus habitaciones, una bandera cubana y una foto suya, porque es un símbolo de reafirmación internacionalista. El Che no es Dios hijo, podría ser en todo caso un Dios griego, o un semidiós, de los que triunfan después de caer, de los que terminan la batalla enfangados, heridos, maltrechos, un semidiós asmático, que tiene que vencerse primero a sí mismo, que se equivoca, que rectifica, que exige y se exige mucho. Es el corazón ético de la Revolución cubana. Pero no es fácil identificar héroes en la calle. La gente vive atareada en un país sitiado por el imperio. Y los eruditos de gabinete insisten: los héroes son bichos raros y deben estar en los museos de cera o en los manicomios. ¿De dónde salieron esos cinco jóvenes que guardan prisión en cárceles norteamericanas, iguales a los que andan atolondrados y rientes en las guaguas cubanas?, ¿cómo es que pasaban inadvertidos esos rostros serenos y nobles?
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