Ángel Guerra Cabrera
La revolución desencadenada con el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes encarnaba la continuidad de la lucha del pueblo cubano por su independencia desde el siglo 19. Decir de Martí, como lo hizo Fidel, que había sido el autor intelectual del ataque al Moncada expresaba meridianamente esta conexión. El apóstol de la independencia de Cuba actualizó los radicales objetivos de la guerra emancipadora y antiesclavista iniciada el 10 de octubre de 1868 a la luz del surgimiento del imperialismo estadunidense y del análisis crítico de las primeras décadas de construcción republicana de nuestros pueblos.
Martí concibió la derrota del yugo colonial español con el fin “de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.” Su programa perfilaba una república antioligárquica, antiimperialista y profundamente democrática, donde negros, blancos criollos, mulatos y españoles convivieran como hermanos. No hay razas, advirtió. En su visión, deudora de Bolívar, esa república debía unir su destino al de las demás naciones al sur del río Bravo, llamadas a formar una gran patria común –Nuestra América- que pusiera coto a las pretensiones expansionistas estadunidenses y sirviera de contrapeso para lograr el "equilibrio del mundo".
Pero el logro de esos objetivos fue frustrado por la intervención estadunidense de 1898 y la posterior mediatización de la fulgurante revolución democrática y antiimperialista de los años 30. Como consecuencia, Cuba era probablemente, en la América Latina de entonces, el país más atenazado por los tentáculos imperialistas de Estados Unidos y sólo podía llegar a ser verdaderamente independiente el día que rompiera ese yugo.
La cuenta regresiva para lograrlo se inició justamente con el ataque al Moncada y concluyó cinco años, cinco meses y cinco días después, el primero de enero de 1959. Los sobrevivientes de aquella acción hicieron de su encierro la “prisión fecunda”, convertida –como expliqué en mi entrega anterior- en verdadero estado mayor de la Revolución hasta la amnistía de 1955.
Los 55 días que Fidel batalló políticamente en Cuba a la salida de la cárcel explican el posterior exilio en México de los moncadistas y su líder. Este demostró su voluntad de utilizar los precarios espacios legales tolerados por la dictadura batistiana y esta su decisión de cerrarlos. Una vez más quedaba clara la necesidad de reiniciar la lucha armada.
Pero el desembarco del yate Granma devino un nuevo revés y los expedicionarios fueron casi exterminados. Sólo la fe inquebrantable de Fidel y sus compañeros en las masas, su indomable voluntad de lucha, el arropamiento que les prodigó el campesinado serrano organizado por Celia Sánchez y, más tarde, la gran mayoría del pueblo explica la recomposición y crecimiento del Ejército Rebelde hasta conseguir la victoria en poco más de dos años.
La arrolladora campaña rebelde de 1958, la gran huelga general insurreccional que la coronó, la fuga del tirano, la constatación posterior de la hondura de la Revolución Cubana permitieron vislumbrar el incendio por la segunda independencia que ocasionaría en América Latina y el Caribe.
Washington lanzó a partir de 1959 una colosal campaña de terrorismo de Estado y una inclemente guerra económica para destruir a la Revolución Cubana. Inmediatamente después de su triunfo sembró nuestras tierras de golpes de Estado, asesores de contrainsurgencia y cientos de miles de cadáveres para impedir el contagio.
Al derrumbarse la URSS pareció por unos años que Cuba se había quedado sola pero resultó que un gran Moncada a escala latino-caribeña estaba por estallar. El pueblo de la Venezuela bolivariana y el brillante y decidido accionar de su gigantesco líder Hugo Chávez rompieron con la inercia neoliberal. Mostraron que aún después de la gran derrota sufrida por el movimiento revolucionario mundial con el derrumbe soviético era posible proponerse de nuevo la justicia social, la libertad política, la fraternidad y la solidaridad entre los pueblos. Se han sacado lecciones muy útiles de los errores anteriores.
Es así que a 60 años del Moncada la lucha por la segunda independencia y la unidad de Nuestra América ha ganado más terreno que nunca antes por caminos propios e inusitados que cada pueblo va encontrando.
La combativa y creativa XII Cumbre de la Alba celebrada en Ecuador el pasado 30 de julio así lo confirma.
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