Ángel Guerra Cabrera
Fidel Castro está vivo, muy vivo. Acaba de cumplir 87 el martes 13 sin perder un ápice de su insaciable curiosidad y lucidez intelectual y su ímpetu trasformador de la realidad. Quien lo dude que lea su último texto (http://www.cubasi.cu/cubasi-noticias-cuba-mundo-ultima-hora/item/20332-las-verdades-objetivas-y-los-suenos).
Pepe Mujica, presidente de Uruguay, ha dicho de él recientemente que vive una ancianidad “muy útil” al término de un intercambio en el que compartieron durante cuatro horas sobre el peligro en aumento de guerra nuclear, la grave amenaza a la humanidad del calentamiento global, y en el que Fidel le informara de sus experimentos para encontrar hojas verdes que los animales puedan convertir en proteína en sustitución del descomunal consumo de granos que hoy exige la ganadería. De lograrse esa sustitución, los granos que hoy comen los animales podrían alimentar a millones de seres humanos, liberando a la vez de una carga onerosa en divisas a los países pobres.
87 años después que las balas lo evitaran en el Moncada, en la Sierra Maestra y en Playa Girón, donde, contó luego uno de los invasores, llegó a tenerlo en la mira de su metralleta M3, un blanco perfecto para quien escondido tras los mangles apuntaba de muy cerca a aquel hombrón erguido sobre la carretera.
Afortunadamente no se decidió a accionar el gatillo. Fidel ha sobrevivido alrededor de 638 intentos de asesinato hasta 2006, planeados o favorecidos por la CIA, dato que llevó a los editores del libro de récords Guinnes a reconocerlo como la persona “que más han intentado asesinar”. Es natural que los creyentes de distintas denominaciones en Cuba le atribuyan una protección especial por parte de sus deidades y santos.
Fidel ha sido “muerto” no se sabe cuántas veces a manos de los redactores de agencias de noticias u otros medios de difusión enjaezados a la carroza imperial. Durante la grave crisis de salud que sufrió en 2006 era casi a diario, sin contar las truculentas invenciones sobre su agonía.
En una visita a Polonia en que me tocó acompañarlo, en 1972, no hicimos más que llegar a Varsovia y nos encontramos que la agencia AP había difundido de “fuente segura” un supuesto infarto recién sufrido por el líder cubano. No tardamos en enterarnos que la “noticia” había sido dada en exclusiva a ese servicio noticioso por la cancillería local. El corresponsal de la AP hizo el ridículo de su vida cuando al día siguiente el “infartado” jugó los cuatro tiempos de un partido de baloncesto contra la selección de la Universidad de Cracovia, encestando, además, varias veces. Al parecer eso era parte del juego entre el nutrido sector proyanqui del gobierno polaco de entonces y los medios desinformativos yanquis.
Lo que sacaba de quicio a esos funcionarios polacos era saber de antemano que Fidel –como lo venía haciendo apasionadamente en toda su gira por el este de Europa-, tronaría alto y claro de una punta a otra de Polonia en contra del bloqueo por Estados Unidos de los puertos de Vietnam y de la reanudación de los inmisericordes bombardeos de los B-52 sobre Hanoi, Haiphong y otras áreas densamente pobladas del país asiático. A la vez, pedía la mayor solidaridad con el pueblo vietnamita a todos los países socialistas, antimperialistas y a las fuerzas revolucionarias.
Fidel nos ha enseñado mucho. Llevó al triunfo a una revolución que se consideraba imposible en la América Latina de su época, mucho más para un país pequeño de apenas 6 millones de habitantes situado a menos de 200 kilómetros de Estados Unidos y aprovechando las agresiones del vecino del norte la condujo a adquirir un rumbo socialista en poco más de dos años.
Nos ha enseñado a convertir los reveses en victoria, como hizo con las derrotas militares del Moncada (1953) y la emboscada de Alegría de Pío (1956), que desembocaron en la arrolladora y resplandeciente alborada de las armas revolucionarias, consolidada con la gran huelga general de enero de 1959.
Después del triunfo revolucionario la prédica y las acciones de Fidel enseñaron al pueblo de Cuba a despojarse de prejuicios, dogmas y atavismos coloniales, neocoloniales o del marxismo oficial y a buscar siempre los porqués de las cosas. Nos enseñó a pensar en términos de humanidad y no solo de Cuba; pero sobre todo, nos enseñó que únicamente luchando unidos los pueblos de América Latina y el Caribe podrán llegar a ser verdaderamente libres e independientes. Encontró por eso en Hugo Chávez su mejor alumno y su alma gemela.
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