Enrique Ubieta Gómez
Recorro con
avidez el ciberespacio y repaso las noticias más recientes. Salgo mañana de
vacaciones, me voy del mundo o regreso a él, no sé; estaré por varios “infinitos”
días sin “conexión”, pero recuperaré la luz y la sombra, el olor a hierba
mojada, el espacio natural, el espesor de los días en que todo pasa sin que nada
pase, la conexión cara a cara… Como prólogo, la televisión cubana en su
programa Hábitat, ha ofrecido imágenes de la Península de Guanahacabibes, en
Pinar del Río: una fauna protegida, en la que aún pueden hallarse venados y
cocodrilos, jutías y las más variadas y pintorescas aves, todas a mano. ¿Tendré
la misma suerte que los camarógrafos de la televisión? Mi intención es llevar a
mi hijo Víctor y a mi sobrina Bety hasta el Cabo de San Antonio, extremo
occidental del país.
Por varios “infinitos”
días abandono la pantalla de mi computadora, que ahora mismo muestra con fría
serenidad la estela de fuego de mortíferos proyectiles, que estallan en lugares
equivocados, y mutilan y matan a niños colaterales; a las víctimas de ataques
químicos concebidos quizás como un macabro plan para inculpar al Gobierno
legítimo de Siria; a las cientos de miles de personas que protestan, aquí o
allá, como siempre, por falta de trabajo, por la inexistencia de una educación
pública, por el desahucio de sus compatriotas, por reclamos campesinos,
como en Colombia, que casi provocan la ruptura de las negociaciones de paz
entre la guerrilla y el Gobierno, o por un golpe de Estado, como el de Egipto
–donde fue liberado el dictador Mubarak–, o ayer el de Paraguay o antier el de
Honduras, ya santificados estos últimos por “elecciones” que recolocan a los
representantes del Poder Global.
El proyectil
ejecuta; la computadora, como el televisor, muestra. Y uno se esconde, escapa
del dolor y la indignidad ajenos –ingenuamente los cree ajenos–, de la
sensación de culpa. Nada de tan trillado es noticia, hasta que lo cotidiano se
transforma en pequeños, puntuales Apocalipsis, que prefiguran su advenimiento
definitivo. Hoy la prensa lo anuncia: “Cualquier tipo de intervención militar
de los Estados Unidos en Siria agravaría la crisis en el país árabe y llevaría
al mundo al borde de una nueva guerra mundial, aseguró el analista político
Kevin Barrett a la cadena iraní Press TV”. También ocurre un Apocalipsis moral
cuando un Gobierno infractor de la ley –que se presenta como guardián universal
de los derechos humanos–, la de su propio país, y la de casi todos los países, es
puesto al descubierto, y en lugar de caer, condena al denunciante a 35 años de
cárcel, e intenta desviar la atención del sinsentido judicial, anunciando la
condición transexual de este. No importa que lo mostrado sea cierto, para la
ley las pruebas son “documentos secretos” revelados.
Por el mismo
“delito”, Edward Snowden queda atrapado en el aeropuerto de Moscú, y ni el
avión presidencial de Bolivia se salva de un aterrizaje forzoso en Europa, ante
la presunción de que transportaba al rebelde. Tal es la prepotencia cínica, y
la impunidad del imperialismo, que exonera a sus soldados de comparecer ante el
Tribunal Internacional de La Haya. Por Snowden supimos que el Gobierno
estadounidense pagaba a las empresas Facebook, Microsoft y Google, para acceder
a sus bases de datos y mantener su inescrupulosa vigilancia de Gran Hermano. Estas
palabras, y todo lo que escribimos en el ciberespacio, pasa por esa aduana
policial. Con menos suerte que Snowden, y con más que Manning, el padre de
WikiLeaks, Julian Assange, vive dentro de los muros de la Embajada de Ecuador
en Londres, país que le ha concedido asilo, pero a donde no puede volar, pues
las fuerzas de seguridad británicas se lo impiden. La libertad de expresión y
de información, uno de los pilares de los derechos humanos que el capitalismo reclama
como propios, evidencia su condición meramente retórica.
Entre tantos
muertos inocentes y perseguidos, hay gente feliz. Uno de ellos es suizo; como en otras ocasiones, fue uno de los 200 millones de apostadores de la lotería europea. Su billete costó dos euros, ¡y
ganó 93 millones! Un jugador de béisbol, cubano, de excepcionales condiciones,
miembro del equipo nacional, abandonaba su país y se establecía provisionalmente
en otro. Desde allí firmará un contrato con Grandes Ligas por varias decenas de
millones de dólares. Para que un cubano juegue en Grandes Ligas tiene que
declararse refugiado político, las leyes del bloqueo desautorizan el pago a cualquier
persona que viva en Cuba. Otros seres humanos en la pobreza, tendrán desde
ahora una vida más digna: en los próximos meses arribarán 4 000 médicos cubanos
a los rincones más apartados y olvidados de Brasil. ¡Hay tantas cosas que mejorar,
y tantas cosas que proteger en Cuba!
Mañana salgo
rumbo a Pinar, la provincia donde naciera mi padre. Por unos días, que me
parecerán infinitos, perderé el “contacto” con el mundo, con este mundo loco,
travestido, donde reina el cinismo imperial; y estableceré contacto con ese
otro mundo perdido, el de las relaciones personales, el de la naturaleza a la
que alguna vez pertenecimos los humanos.
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