Omar Rafael García Lazo
La Primera Guerra del Golfo, en el Medio Oriente, fue el asomo más nítido del fin de la bipolaridad. En aquel momento, Moscú fue impotente ante los ímpetus yanquis alimentados por los errores de Saddam Hussein. El colofón de la época de los dos bloques llegó con el colapso de la URSS.
Sin embargo, diez años después, el escenario comenzó a cambiar. Fueron los neoconservadores estadounidenses los que sonaron la alarma y tomaron la iniciativa dirigida a retomar el liderazgo mundial de EE.UU. que, según ellos, Clinton con su política había debilitado.
La jugada estaba cantada en el Proyecto del Nuevo Siglo Americano, una plataforma programática que recoge los postulados político-ideológicos de un sector extremista de la derecha estadounidense que apreció cómo las mayores amenazas para ese liderazgo venían ahora del Oriente. Y tenían razón los necons: el Oriente se estaba transformando desde hacía algún tiempo y los hechos presagiaban el cierre del corto período unipolar.
Solo hacía falta un pretexto para iniciar la vorágine militarista. El desplome televisado de dos símbolos imperiales aquel triste 11 de septiembre de 2001 vino “como anillo al dedo”.
Washington inventó un “eje de mal”, y amenazó con oleadas de bombas y balas a “oscuros rincones” en los cuatro puntos cardinales del planeta. Afganistán e Irak fueron las primeras víctimas. Pero el recurso de la fuerza no sirvió de nada, más bien acentuó el declive de la hegemonía.
Afganistán se convirtió en un atolladero hasta hoy, e Irak en un pantano del que lograron salir con huellas todavía imborrables en la conciencia estadounidense y mundial. La cárcel instalada en la Base Guantánamo, un pedazo de tierra ilegalmente ocupada a Cuba, constituye el símbolo de la decadencia moral del establishment de ese país y la expresión simbólica del desespero de una potencia con su orgullo herido.
Mientras se regodeaban por esas supuestas o, cuando más, pírricas victorias, costosas en especie y peculio, y causantes de tristes saldos humanos “colaterales”, el mundo siguió dando vueltas.
China abrió sus alas económicas e inició su influencia global. Rusia, pacientemente, alimentó al Oso dormido y reorganizó su barrio. América Latina, insubordinada, comenzó a hablar con voz propia. Irán aceleró la fortificación de sus anillos de defensa. Y el paralelo 38 en la península de Corea continuó siendo una frontera inviolable.
Paro la cosa no se quedó en singularidades locales. Los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) comenzaron a sonar y fuerte. Moscú y Beijing desplegaron la Organización de Cooperación de Shanghái. Y en Latinoamérica, el ALBA, UNASUR y CELAC confirmaron el cambio de época en la zona.
EE.UU., con una Europa más dócil que nunca, insistió en demostrar su fuerza. Después de Bagdad y Kabul puso las miras en Pyongyang y Teherán con la impotencia como saldo. Del lado oeste del Atlántico, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Honduras fueron blancos de acciones desestabilizadoras, mientras un Plan Colombia apuñaleaba la región.
El avance contra Libia fue, sin dudas, consecuencia de un error estratégico cometido por Rusia y China, que dejaron las puertas abiertas para la intervención occidental. Con esa fuerza más, Washington y sus aliados europeos, junto a otros seguidores regionales, enfilaron los cañones contra Siria, peldaño indispensable en la escalera que conduce a Oriente.
¿Por qué Siria?
Siria está en el centro de las actuales y futuras rutas de distribución por ductos de petróleo y gas procedente de los países ribereños del Caspio con dirección al Mediterráneo. Además de que tiene firmado con Irak e Irán un acuerdo de 10 mil millones de dólares para construir un gasoducto que permita sacar el gas iraní por la misma ruta. Todo esto es difícil de digerir para EE.UU., Occidente y Turquía. Y si pareciera poco, Damasco es parte de una influyente alianza que tiene entre sus miembros a Irán y Hezbollah, lo que eleva la osadía a la categoría de imperdonable.
Aunque hay más razones de peso que ayudan a entender lo que sucede en esa zona del mundo, estas son suficientes para comprender la insistencia contra Siria.
Bashar Al Assad ha resistido con fuerza y determinación la ofensiva terrorista y occidental desde el 2011 y en ello ha jugado un papel trascendental la visible cohesión interna. Sin embargo, no se puede dejar de valorar en su justa medida el apoyo ruso, expresado en el frente político-mediático-diplomático, y también en el plano militar, pues, con el mero cumplimiento de los acuerdos previamente concertados con Moscú, Damasco ha podido contar con importantes suministros para su campaña defensiva.
Rusia es consciente de que en Siria se dirimen importantes intereses geoestratégicos globales y regionales. Por ese motivo no debe confundirse su actuación con un apoyo irrestricto al gobierno sirio. Moscú se amparó en principios y combinó sus acciones políticas con movimientos militares disuasivos para frenar la guerra y evitar la contracción de sus fronteras de influencia hacia el Caspio, pues es una verdad en la cara que Irán sería el próximo objetivo de Occidente.
Con cada paso que ha dado el Oso, los pretextos de Obama para justificar la orden de ataque contra Siria se han hecho más endebles. Pocas veces en la historia reciente se vio a un Emperador tan desorientado. Acostumbrados como estamos a verlos actuar con arrogancia e impunidad, asistimos a un Obama indeciso ante un tablero político complejo que requiere de nuevas combinaciones y no solo de manotazos en la mesa.
El Emperador de turno no ha mostrado credenciales de líder ni ante los militaristas internos ni ante los que deseaban la paz. Ha sido víctima de su propio discurso oscilante y raquítico, y se ha entrampado entre sus supuestas convicciones demócratas, su falta de temple, su rol imperial y el rechazo de la mayoría de la opinión nacional a una nueva guerra.
Por otro lado, sus aliados europeos no pudieron sacudirse del fantasma de Irak y casi lo dejan solo. Y las fratricidas monarquías árabes, no logran aportar una pieza política novedosa en la partida.
Rusia pasó paulatinamente de la denuncia a la riposta, hasta tomar completamente la iniciativa política en el tablero. Moscú implementa con guantes de seda una estrategia respaldada por la correlación de fuerzas en el terreno militar favorable al ejército sirio, la ecuanimidad activa de los amigos de Damasco en la zona, y el rechazo global a la guerra, incluyendo la postura de China.
El acuerdo sobre el desarme químico de Siria le ha dado un chance a la paz. Obama, con su corbata roja desanudada, tal vez respire contrariado por una guerra que no ha sabido evitar ni comenzar. Bashar dispondrá de un poco más de tiempo para continuar sus operaciones contra los terroristas y mercenarios. Y en el caso de Rusia, sus líderes estarán satisfechos al demostrar altura, coherencia, fuerza y autoridad. Todo parece indicar que la unipolaridad ha quedado atrás y que el tablero mundial se polariza.
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