Enrique Ubieta Gómez
Ha muerto Nelson Mandela a los 95 años de edad. Su fortaleza física permitió que viviera algo más de dos décadas en libertad, después de su excarcelación. El gobierno racista fue apoyado durante muchos años por los principales estados imperialistas, pero la victoria cubano-angolana contra el ejército blanco sudafricano que intervenía en nombre de los intereses de aquellos estados, resquebrajó de manera definitiva sus posibilidades de permanencia. Por otra parte, el prestigio inmenso de este luchador, la lucha de su pueblo y el reclamo de las fuerzas progresistas de todo el mundo, hacían impostergable la solución de un conflicto verdaderamente anacrónico en las postrimerías del siglo XX. Formado como revolucionario, Mandela comprendió en la cárcel que debía anteponer a sus convicciones la eliminación inmediata del oprobioso régimen del apartheid. Para los opresores, sin duda, la apuesta pasaba por el reconocimiento al hombre indoblegable. Los mismos estados que apoyaron el apartheid y se hicieron los sordos ante su prolongado encarcelamiento, empezaron a ensalzar sus virtudes, a mostrar el afecto tardío de los oportunistas. La victoria del pueblo sudafricano frente a todos los poderes se consumó finalmente, y Mandela emergió como un Titán benevolente, que anteponía la paz y la convivencia, para la construcción de una nueva Sudáfrica. "Mientras salía por la puerta hacia la entrada que me conduciría hasta la libertad, sabía que si no dejaba mi amargura y mi odio atrás, todavía estaría en prisión", escribió. El premio Nobel de la Paz –absurdamente compartido con el representante de la opresión, cuya firma del acuerdo no era una dádiva sino una derrota, y cuyo nombre no será venerado como el de su oponente–, fue el primer presidente de la nueva Sudáfrica, y no olvidó a sus amigos. Ha muerto Mandela y ha nacido un nuevo mito. Walt Street, que conspiró para eternizar el apartheid, rinde hipócrita homenaje y El Nuevo Herald trata inútilmente de esconder el instintivo odio de clase que los adversarios de las revoluciones latinoamericanas sienten hacia su figura. Nuestra tarea, la de los pueblos, es no dejar que nos limen al guerrero, que lo endulcen hasta desvirtuarlo, que lo deshuesen o mercantilicen. Mandela es nuestro y lo defenderemos.
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