Hay palabras a las que yo añadiría algunos matices o definiría de manera diferente, pero este texto nos ayuda a pensar.
ÁNGEL CAPPA
Tomado del blog Cinereverso.org
Las palabras no son inocentes, con ellas formamos nuestros pensamientos. El poder, consciente de ello, tiene una larga experiencia en utilizar las palabras para que pensemos como ellos quieren. Demonizan las que consideran perturbadoras para ese pensamiento único que pretenden, sacralizan otras que favorecen la interpretación de la realidad que nos muestran y, finalmente, apelan a la ambigüedad conceptual de algunas otras para confundirnos. Veamos algunos ejemplos.
PALABRAS DEMONIZADAS
Antisistema. La emplean contra los que protestan para desacreditar totalmente su cuestionamiento. Como si fuera una actitud irracional y fuera de lo humanamente concebible. En realidad ser anti-sistema es una obligación en este momento histórico. Hasta el papa calificó a este sistema de “excluyente” y dijo que “mata”, nada menos.
Radical. La usan siempre contra los antisistema. Nunca la aplican a los inflexibles representantes del poder. Quitarle la vivienda y mantenerle la deuda a quienes no pueden pagar la hipoteca porque les hicieron pagar la crisis, por ejemplo, no es radical.
Venezuela (chavismo). Lograron que su sola mención nos remita a un país en bancarrota a causa de la dictadura que lo gobierna. Una “dictadura” que en los últimos 14 años ganó 18 de las l9 consultas populares a las que ha concurrido que, por cierto, son más elecciones de las que se habían celebrado en los 50 años anteriores a su llegada. Una “dictadura” que hizo “visibles” a millones de excluidos, que tiene unos datos económicos utópicos para la mayoría de los países del mundo y donde el 80% de los medios de comunicación están en manos privadas y son opositores al Gobierno. Una “dictadura” envidiable, ciertamente.
Comunismo. Sesenta años después del macarthismo, todavía juegan con la imagen de una ideología que le quita los niños a las familias y se apodera de nuestras pertenencias. La imagen de algo tenebroso, cuando se trata, sencillamente, de otra forma de organizarnos para vivir.
Lucha de clases. La han ocultado bajo una supuesta coherencia social en la medida en que los destinados a obedecer no alteren el orden establecido. En caso contrario, dicen que la están provocando. “Claro que existe la lucha de clases -dijo el multimillonario Warren Buffet- y va ganando la mía”.
Referéndums. No quieren ni verlos. El derecho a decidir les quita el sueño. Y cuando los hacen, como ocurrió con la OTAN, los manipulan descaradamente (recuerden el eslogan “A la OTAN, de entrada, NO”, que quería decir Sí). Al parecer, decidir en las cuestiones que atañen a nuestra propia vida es cosa de ellos, que son los que saben.
Protesta callejera. Se ponen nerviosos con la gente en la calle fuera de su control, asumiendo su derecho a intervenir en los temas públicos, en los de todos. “Así no se consigue nada”, dicen, cuando en realidad así se consiguieron todos los derechos laborales y sociales que ahora están aboliendo porque “el país lo necesita”. ¿Los que protestan no son “el país”?
PALABRAS SACRALIZADAS
Mercados. Se los nombra como si fuera un ente abstracto, celestial, que desde el limbo dicta lo que hay que hacer. Esconden que el asunto es mucho más terrenal. Se trata de las principales empresas, cuyos dueños tienen nombres y apellidos, y son las que realmente deciden. Los gobernantes obedecen, administran sus bienes.
Capitalismo. Un sistema económico y de vida como otro cualquiera con la salvedad de que genera millones de pobres, de excluidos y que mata de hambre también a millones de personas, al tiempo que una minoría disfruta obscenamente de esa situación. De ninguna manera es “el fin de la historia” (Fukuyama). Al contrario, es un sistema al que hay que cambiar para una vida mejor, justa y democrática.
Transición. El paso de la dictadura franquista a la democracia representativa, que se nos vendió como modélico. Decenas de autores nos han explicado, desde entonces, que la derecha manejó la situación en perjuicio de la mayoría, que tuvo que resignar derechos básicos.
Crecimiento. Todos creemos que es bueno crecer económicamente, que eso es el progreso, sin cuestionarnos si en realidad es así. ¿Se puede crecer indefinidamente? ¿Es bueno destruir la naturaleza para crecer? ¿El crecimiento económico, tan desigual por otra parte, es mejor que el crecimiento humano? ¿No habrá otro modo de crecer?
Austeridad. Hemos aceptado que es una necesidad para superar la crisis. Y que son los trabajadores (cada vez más pobres) quienes deben asumirla. A todo esto, recibimos noticias de que los ricos lo son cada vez más y que se han enriquecido mucho más en esta crisis. ¿Entonces?
Inversores. Si creemos los mensajes oficiales, vemos en los inversores a unos señores con dinero dispuestos a darnos trabajo y traernos prosperidad, como Adelson, por ejemplo. Por eso tenemos que portarnos bien, aceptar trabajos basura, condiciones de vida cada vez peores y sacrificios que redundarán, “al final del túnel”, en nuestro beneficio. Mientras tanto, el beneficio es de esos señores que si ponen un euro es para llevarse 5 por lo menos. ¿Quién ayuda a quién?
PALABRAS EQUÍVOCAS
Democracia. Es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, como nos decían en el colegio. Después aprendimos que se trata de que los que integran la troika, a quienes ni siquiera conocemos, tomen una serie de decisiones que acatan los gobernantes “porque así lo exigen los mercados”.
Crisis. Sería algo así como un hecho de la naturaleza. Como la lluvia o el viento, que de pronto nos afectó. Por supuesto, no tiene responsables. Ni se trata de una estafa del capital financiero que debemos pagar las víctimas.
Populismo. Esta palabra aparece cada vez que, en cualquier país del mundo, un gobernante toma medidas a favor del pueblo. O sea, le dan un carácter peyorativo cuando es todo lo contrario.
Ajustes. Con esta palabra nos transmiten la sensación de arreglar algo, acomodarlo bien, para que funcione mejor. En la práctica, quiere decir bajar los sueldos de los trabajadores y quitarles derechos sociales y laborales para que las grandes empresas no pierdan beneficios.
Economía. Nos hablan como si solo existiera una economía, LA economía. Por supuesto, la economía de mercado. Como si estuviera exenta de ideología y de política. Como un hecho científico irrefutable. Lo cierto es que, aun dentro del capitalismo, hay muchas maneras de entender la economía. Hay economías que hasta incluyen a la gente y no solo hablan de cifras.
Libertad. Según la entienden ellos, “mi libertad termina donde empieza la libertad del otro”. Es decir, que el otro limita mi libertad. Es la filosofía del neoliberalismo, del individualismo a ultranza. Para nosotros, la libertad de cada uno empieza con la libertad del otro. Nadie es libre si no lo son todos.
Dictadura. El capitalismo ya no necesita de dictadores políticos como los que utilizó en el pasado. Para eso están ahora los mercados, que son más sutiles y más limpios.
Flexibilización. Se usa mucho en el ámbito laboral. La flexibilización laboral no significa otra cosa que poder despedir a los trabajadores cuando les dé la gana y prácticamente sin indemnizaciones. Son muy hábiles para los eufemismos.
Liberalización. Otro sutil eufemismo que señala para un lado y va para el otro. Liberalizar el sector energético, por decir uno, es pasarlo de lo público a lo privado sin complejo alguno. O sea, cederle a las empresas privadas lo que antes era de todos.
En definitiva, el poder utiliza todas sus armas para someter a la mayoría. Pero la más importante, porque es la que menos se ve, es la del pensamiento. La de hacernos ver la realidad tal cual ellos la ven. Es que, como decía un amigo, “si el caballo pensara, se terminaría la equitación”. Por eso, es muy saludable para la mente hacer todos los días un ejercicio de descodificación de los mensajes, para no confundirnos.
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