Rafael Cruz
Turquinauta
Decía Alfredo Guevara que “cuando un espectador penetra en la sala cinematográfica deja su argumento defensivo en el vestíbulo” Si fue a ver “Conducta” (Ernesto Daranas 2014) al salir de la sala oscura descubrió que lo que había dejado fuera se volvió ajeno e impersonal. La seducción de este film consigue que salgamos con el zurrón de las emociones repleto y que de algún modo, nos sintamos identificados como parte de ese drama extraordinario que vive la sociedad cubana actual y que se describe en la película.
Con los aplausos del público bastaría para considerar ya un éxito a la última producción de Ernesto Daranas (también director de “Los dioses rotos” 2008). Pero aun así, “Conducta” es más que la aceptación y la emoción de la gente. No genera una reacción visceral sino que contiene los marcajes y las particularidades que le dan valor polisémico a las verdaderas obras de arte: esa capacidad de generar múltiples interpretaciones a los conflictos, los personajes y los símbolos que articulan con la historia contada en la película.
En los comentaros académicos o empíricos que he leído el centro de la atención ha estado en la excelente actuación del niño Armando Valdés (Chala) y en el argumento con la revelación de sus tesis, más allá de lo puramente cinematográfico o expresivo como la edición o la iluminación y la fotografía (estas últimas por cierto muy bien logradas). En los comentarios que he leído no hay casi referencias a estos elementos del film, todos se sumergen en el contenido y pasan del continente.
La película promueve eso, al enmarcarse en esa línea del cine contemporáneo en la isla que da preponderancia al relato. Cine donde los sucesos transcurren de forma direccional, sin experimentación ni saltos. El director está interesado en mostrarnos el conflicto de modo directo, claro, para que nos aseguremos de seguirlo y comprenderlo. Los elementos simbólicos que usa están bien visibles o son muy evidentes como la imagen de Martí escolar en el aula, la escena de las niñas ensayando danza española en una casilla de ferrocarril, los textos escritos en la pizarra cuando la maestra está hablando a los alumnos de la decisión sobre la estampita en el mural, donde también hay una frase martiana con la palabra espíritu, o la canción del coro con un estribillo que se repite una y otra vez.
El guion usa estereotipos probados en los personajes y en las interacciones dramáticas: las palomas, la representación de la funcionaria o la relación de amor infantil entre Chala y la amiga. El chico que, obligado por las circunstancias se comporta como un hombre, el padre desconocido pero que de algún modo es uno de los que son parte de la trama, la persona que se queda sola debido al éxodo de sus familiares. Son recursos conocidos y probados en el melodrama, aunque en el film no hay un uso simple o morboso de ellos.
Es cierto, como afirmaba un comentarista, que no se deben ver las obras siempre bajo la luz y las sombras de la connotación política o ideológica del argumento. Pero es igual de absurdo desconocer que toda obra de arte es en sí mismo una tesis ideológica y contiene ejes destinados a asignarle determinado valor dentro de la política de la sociedad en que nace. En tal sentido “Conducta” es una interpretación de las complejas dinámicas que vivimos, más allá de la “marginalidad” porque los temas de la película están presentes en todos los estratos sociales y de ningún modo son privativos de los barrios más humildes.
Como un cuadro que ilumina profusamente el centro de atención y apenas esboza las líneas de los elementos del fondo, la película nos da abundantes detalles del drama escolar o familiar de Chala y Carmela y deja apenas como líneas difuminadas otros asuntos, por ejemplo la historia de Pablo, el emigrante oriental (Héctor Noas). ¿Por qué un hombre insiste en vivir con su hija en esas condiciones en La Habana y dejar su tierra natal? Aunque es un dilema actual y complejo, no es el centro de la película y en mi opinión le sobra el comentario sobre la supuesta corrupción policial. Ese bocadillo ubicó al tozudo oriental en una zona activa del argumento y lo deja allí molestando como piedra en el zapato.
Por cierto mi opinión no tiene nada que ver con la mojigatería o la tendencia a barrer la basura bajo la alfombra. Estos males existen y ocultarlos no va a resolverlos, pero me afilio a la opinión que de nada sirve la denuncia vacía, estéril, solo por folclor.
La estampita católica en el mural es uno de los nudos principales de la trama al tiempo que sin dudas contiene un simbolismo evidente. Creo con firmeza que el personaje de Carmela (Alina Rodríguez), la añosa, experimentada y enérgica maestra, quien “casualmente” lleva cincuenta años en el magisterio, es una representación de esa generación que llamamos histórica. La que en ocasiones ha sido acusada, igual que ella, de decadente, cuando ha sido siempre y aun es, rebelde y transformadora. La respuesta firme ante la insinuación de sus años es la clave para entender este axioma.
Carmela, la generación, consiguió transformar niños desobedientes en hombres y mujeres aportadores a la sociedad, pero igual perdió la batalla con otros (la madre de Chala o su propia familia que no dudó en irse de Cuba y dejarla atrás).En cambio, sus alumnos la prefieren, incluso los díscolos. El eje Carmela-Chala lo veo como: la relación entre la generación fundacional de la Revolución cubana y los jóvenes. Coincido además con los que afirman que es un homenaje al magisterio cubano. Por cierto, está película debería ser debatida en todos los consejos de dirección y en todos los claustros de profesores del sistema educacional cubano.
Ahora, en medio del relevo generacional, la maestra entra en conflicto con regulaciones administrativas que una vez, ella misma formó o ayudó a instalar, por corresponderse en su momento con un contexto histórico concreto. Y que ahora carecen de actualidad, porque funcionan como frenos al desarrollo social y político. Ante la pregunta de los niños sobre el inconveniente de la estampita religiosa, la maestra responde con evasivas y sentimientos, sin dar a los pequeños argumentos comprensibles para ellos y que, de paso, hubieran servido al público para entender por qué esa imagen allí es una transgresión. Le pregunté a varias personas si conocían la respuesta a esa pregunta y no hubo una sola respuesta coherente. En un post más adelante daré mi propia opinión sobre este tema, mientras sería bueno que cada cual busque la suya.
Tampoco la funcionaria expone sus razones, como una letanía dice que es una violación, pero no aporta un solo argumento. Ella representa la incapacidad humana del cambio, de comprender que la esencia de lo que dice defender no es estático sino dialéctico. Le asignaron un papel de persona rígida, inflexible, fallida.Parece estar más interesada en quedar bien ante sus superiores, que en comprender las interioridades del conflicto; pero la visita, “el lobo, que viene el lobo” tan anunciada que casi es un personaje más en la trama, nunca aparece. Habría que preguntarse si la persona que llegará al aula como organismo superior al conocer de la historia entenderá o no.
Para algunos críticos de oficio y de conducta, la estampita es rechazada por los burócratas y los conservadores de la educación, la política oficial de modo visceral y por la naturaleza antihumana que contienen en sus decisiones sin giros ni flexibilidades. Alrededor de ello se mueven los puntos de apoyo argumentales de “Conducta”. Es lamentable porque hubiera bastado un bocadillo que diera luz sobre el tema para que el filme nos aliviara de ese sinsabor.
Pero eso no le quita méritos a la obra, quienes tengan la duda que se esclarezcan, generar curiosidad da valor agregado al discurso. “Conducta” es de lo mejor que he visto de la producción propia. Al cine cubano actual le van haciendo falta hacer películas con valores que restablezcan la confianza y la fidelidad que siempre le tuvo el pueblo a los cineastas criollos, porque la verdad estamos cansados de tanta película sórdida e infeliz
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