Omar Rafael García Lazo
La historia tiene siempre algunas claves que ayudan a entender el presente y, de vez en cuando, a avizorar lo que viene. Bombardeados como estamos por los medios de comunicación y agitados por el ritmo de la vida moderna, a veces no nos detenemos a mirar atrás y en ocasiones ni nos preguntamos qué envuelven los nuevos términos que endulzan nuestros oídos con altos decibeles teóricos.
Hoy el ritmo lo pone el concepto “golpe suave” que se alza como un “novedoso” instrumento imperial para cambiar regímenes o derrocar gobiernos, según el prisma ideológico con que se miren; sobre todo cuando las soluciones más ortodoxas como los golpes de estados manus militari o las intervenciones armadas de los Marine Corps y su cohorte de la OTAN se hacen inviables o no son convenientes.
En Washington siempre hay suficiente dinero para pagar toda buena idea que ayude a la hegemonía del Tio Sam. Con esta premisa a cuestas, me encuentro con un tal Gene Sharp, inocuo investigador y politólogo estadounidense fundador del afamado Albert Einstein Institution (AEI), cuyos estudios llamaron la atención de la CIA, al punto de que “la Compañía” quiso poner al activo centro bajo su maternal amparo.
Desde ese entonces, y sabe Dios si también desde antes, se comenzaron a tejer los hilos financieros entre el AEI y la CIA, el Instituto Internacional Republicano (IRI) y la National Endowment for Democracy (NED). Y para ponerle más mostaza al sándwich, la CIA decidió poner al Coronel ¿retirado?, Robert Helvey, dentro del AEI. Antes de la promoción, el Coronel Bob se desempeñaba como Decano de la Escuela de Formación de Agregados Militares de Embajadas de EE.UU. Una simple y desdeñable casualidad.
Numerosas pistas ponen a Gene y su tropa detrás de los sucesos de Tiananmen, China (1989), Birmania (1989), las repúblicas bálticas de la URSS (1990), Serbia (1998), Georgia (2003) y Ucrania (2004). En 1993, Gene publicó a su nombre un manual titulado “De la dictadura a la democracia. Un sistema conceptual para la liberación” en el que expone un inventario de recomendaciones para detectar y evaluar las vulnerabilidades de los gobiernos por derrotar y actuar en función de ellas.
Si fue Gene o no el que estuvo detrás de estas acciones o el autor del libro, es intrascendente, salvo para la página anecdótica y mediática o para los servicios de espionaje. Lo importante es subrayar la peculiar e histórica capacidad de adaptación que tiene EE.UU. para combatir en diversos campos y condiciones a sus enemigos.
Más allá de la participación o no del AEI u otras instituciones fachadas, debemos incluir en la lista de golpes estadounidenses destinados a derrocar gobiernos incómodos, los intentos fallidos en Irán (2003 y 2009) Siria (2011), Venezuela (2002, 2003, 2013, 2014), Ecuador (2010) y Bolivia (2008); y también los exitosos en Honduras (2009), Libia (2011) y Paraguay (2012). Cabe preguntarse qué hubiera sucedido en España o Grecia si Gene y su tropa de élite hubieran ayudado a los indignados de ambos países con la misma vehemencia que ayudó a los serbios, los ucranianos y a los “manitas blancas” de Venezuela. Reconozco que es una pregunta ingenua.
Si queremos ir más atrás en el tiempo, nos encontraremos con tres ejemplos que se alzan como antecedentes paradigmáticos que tal vez Gene estudió y que los servicios especiales de EE.UU. dominan a la perfección.
En Irán, en 1953, el primer ministro Mohamad Mossadegh fue derrocado por atreverse a nacionalizar el petróleo, un pecado de lesa imperio. Ante la incapacidad política del Reino Unido para contrarrestar tamaña alevosía, EE.UU. actuó a través de un golpe trasvestido de la CIA que provocó las divisiones entre las fuerzas nacionalistas y comunistas que respaldaban a Mossadegh. Esa vez, EE.UU. se aprovechó de la inoperancia estratégica de la URSS frente al problema iraní, de la pusilánime postura del Premier burgués; del dogmatismo del Partido Tudeh (comunista), y de la división y desinformación que existía en la población y en las fuerzas armadas, para alimentar una espiral de violencia entre los seguidores del Premier y los del Sha pro-estadounidense, que culminó con el regreso del monarca a Teherán y el inicio de la luna de miel entre Irán y EE.UU. Pero, ¿por qué EE.UU. no intervino militarmente? Porque el país persa colindaba en su frontera norte con el mar Caspio y la URSS, así de sencillo.
El mismo año, en Guatemala, el presidente Jacobo Arbenz fue sacado del poder después que decidiera realizar tímidas transformaciones, entre ellas una Reforma Agraria que afectó a la United Fruit Company, otro pecado de lesa monopolio, justamente en el traspatio del Impero. Se fabricó una oposición con un ejército mercenario y desde el exterior se pusieron los condimentos económicos, políticos y diplomáticos necesarios para avivar las llamas de la división y el enfrentamiento internos, aderezados por una intensa campaña mediática de desinformación a través de la radio, medio de extraordinario impacto en aquella época. Y aquí cabe la misma pregunta: ¿Por qué los Marines no pusieron sus líbertadoras botas en Guatemala? La situación regional no estimulaba un acto de fuerza de ese tipo, así que no era conveniente.
Las experiencias adquiridas en estos escenarios y otros, cristalizaron en los planes estadounidenses para enfrentar a la Revolución cubana, contra la cual se pusieron en práctica todos los métodos existentes hasta el momento y que aún hoy forman parte de las herramientas subversivas de Washington.
Desde sus primeros años, la Revolución se enfrentó a la guerra económica (bloqueo), a la guerra mediática (agresión radio-electrónica, campaña de descrédito y desinformación), a las acciones político-subversivas (financiación y apoyo a los grupos opositores internos, invasión de ejército mercenario, penetración de grupos armados, acciones terroristas, agresión biológica, asesinatos selectivos contra dirigentes de la Revolución, diplomáticos, deportistas, etcétera), a las acciones político-diplomáticas (aislar al país, ruptura de relaciones por la mayoría de los países de la región, expulsión de la OEA), la amenaza nuclear (crisis de los misiles), y la amenaza de ataque militar convencional directo (bloqueo naval, maniobras agresivas, vuelos espías).
Sin embargo, a pesar de las amenazas, EE.UU. nunca se ha involucrado en una aventura bélica directa contra la Cuba revolucionaria. Y la respuesta a la consecuente pregunta radica en dos razones fundamentales: Cuba jamás ha permitido la emergencia de un caldo de cultivo que facilite los planes estadounidenses. Al mismo tiempo, ha mantenido un sólido consenso interno y una política exterior consecuente.
Ante tales antecedentes, y sin negarme a la sorpresa de lo novedoso, soy de los que cree que ya no hay mucho que aportar a la viña del señor y lo ocurrido recientemente en Ucrania y en Venezuela son simples actualizaciones de los planes subversivos estadounidenses que se adaptan a las condiciones específicas de estos países y explotan sus vulnerabilidades, sin descuidar importantes variables domésticas, regionales y globales.
No existe un loco con poder de decisión en EE.UU. que le haya pasado por la cabeza invadir o atacar militarmente a Ucrania, justo en las narices del Oso ruso. Y las invasiones directas de EE.UU. en América Latina y el Caribe no están de moda por estos tiempos de cambio de época.
Ante esta realidad, al Tío Sam no le queda más solución que utilizar viejas cartas remozadas para imponer su juego. Quizás una de las novedades más alarmantes es que si antes la CIA provocaba los golpes de forma subrepticia, hoy el papel de organizaciones como el AEI y otras es lograr los mismos objetivos sin operar en las sombras.
Las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones están siendo utilizadas por los centros de poder y sus seguidores de segunda línea, como una herramienta para la manipulación, la desinformación, la coordinación de acciones y la movilización de sectores proclives o favorables a sus planes desestabilizadores contra gobiernos contrarios a sus intereses; lo que, unido al control sobre los principales medios de producción e información y la red de organizaciones no gubernamentales coordinadas por los servicios especiales de EE.UU., imponen un desafío político, ideológico, económico, tecnológico y cultural a los pueblos y gobiernos que desean mantener su independencia de Washington.
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