Prólogo de Fernando Martínez Heredia al libro Por todo espacio, por este tiempo, de Mónica Rivero y Alejandro Ramírez Anderson, que fue presentado este viernes en el concierto que ofreciera Silvio Rodríguez, en el barrio Campo Florido.
Poco antes de escribir estas palabras me pregunté: ¿qué decir que no haya dicho Mónica Rivero en este libro de Silvio en los barrios? Ustedes leerán a continuación sus hermosos y profundos textos, un conjunto de crónicas, testimonios, entrevistas, ensayos y valoraciones que comparto. Ellos completan las más de doscientas imágenes tomadas por Alejandro Ramírez, dándoles voz a las mujeres y los hombres, los niños y ancianos cubanos que nos miran o discurren por el medio tan adverso en que viven sus vidas. Esos textos también nos dan voz a nosotros, los que al menos sabemos que la indiferencia es un crimen.
Ante todo, esto es obra de Silvio. Él explica sus razones y circunstancias en “Un buen camino para andar”, uno de los breves capítulos del libro. Por mi parte, llamo la atención sobre la extrema consecuencia de toda su vida, que lo ha llevado a emprender en el año 2010 una gira que no descarta que pueda tornarse interminable. Esa constancia suya podría rastrearse en lo que es la mayor donación que nos hace, y su arma principal: sus canciones. En sus letras ha combinado siempre los más disímiles actos, ideas, sentimientos, motivaciones y situaciones que encuentran los seres humanos -a menudo en contrapuntos sorprendentes-, en una unión musical de fuerza y belleza, de proclamas y sugerencias, que les da una influencia extraordinaria sobre la sensibilidad y los pensamientos de quien lo escucha. La riqueza y la diversidad que logra son enormes, pero no hay ambigüedad política en sus canciones. En este terreno, quizás el mayor aporte de Silvio es que siempre es revolucionario, en el sentido cabal de la acepción. Eso lo ha hecho difícil, conflictivo, a veces inaceptable; es natural, porque la revolución verdadera, de liberación humana y social y de creación de personas nuevas, es difícil, conflictiva y a veces inaceptable.
El cantor de las glorias, los sacrificios, las victorias, las derrotas, los heroísmos, la conciencia y la constancia del pueblo nunca ha sido ciego ante los viejos males y los males nuevos del largo camino. A los 21 años reclama
que se tengan en cuenta: “Miren que decir eso / con tantos motivos / para preocuparse / como hay”, y es el mismo trovador que escribe enseguida dos obras que son como himnos: Fusil contra fusil y La era… En medio del Atlántico, en 1969: “Hay un país de roca en ruinas / bajo otro país de pan. / Hay una madre que camina / codo a codo con su clan”. Es en la misma canción en que repite: “Te convido a creerme / cuando digo futuro”. A su regreso constata: “…la ciudad se derrumba / y yo cantando”, en una canción paradigmática. Nueve años después entonará verdades: “Absurdo suponer que el paraíso / es solo la igualdad, las buenas leyes. / El sueño se hace a mano y sin permiso / arando el porvenir con viejos bueyes”. Silvio mismo nos brinda pistas: “atentamente fui construyendo mi función”. La actitud práctica y la vida de este trovador son la firma de sus canciones. Por eso puede escribir la terrible Canción en harapos, manifiesto contra la falsía de las buenas conciencias que hacen cómodas denuncias sin arriesgar nada.
Que Silvio es uno de los más grandes artistas es un juicio compartido por todos. Quiero agregar que Silvio es uno de los pensadores fundamentales de la Revolución cubana.
La lógica pequeña o perversa, mezquina o simplona, solo sirve para entender vidas y sociedades que tengan esas mismas características: no sirve para entender la necesidad ni la vida de las revoluciones. La idea de que los pobres carecen de virtudes personales, son gentes que fracasaron, tienden a la maldad, tienen lo que merecen, son “malos” por naturaleza, es hermana de la idea de que los pobres son esencialmente “buenos”, se quieren mucho entre sí, constituyen una reserva social de comunidades urbanas con una hermosa cultura y son capaces de enseñarles bondad a los ricos. Ambas ideas pertenecen a la cultura burguesa. La gama de respuestas que produce esta lógica está compuesta por la marginación, la caridad, la represión, la indiferencia, el sálvese quien pueda, la cooptación, el melodrama oportuno, la exclusión, la ceguera y el olvido. Todas ellas son propias de un orden burgués de la vida social, que no se va y se resiste a desaparecer, que se recupera y puede ser capaz de regresar y de hundir todo.
La idea moderna de “irse al pueblo”, tan hermosa como comprensión intelectual que lleva a seres humanos a darse a los de abajo, a acompañarlos -y, a algunos, a vivir una vida que no es “la que les toca”- ha tenido, sin embargo, muy diferentes destinos y papeles sociales. Ha podido ser un germen subversivo, un pase para dormir tranquilo, una estación de la vida, un momento de la educación para servir después mejor al orden, una función en el complejo tejido de la dominación. En la Revolución cubana -”socialista y democrática de los humildes, por los humildes y para los humildes”- no cabía “ir al pueblo”, sino volverse pueblo para estar entre sus protagonistas. En la revolución socialista no se puede escribir la historia -la explicación, el camino- a nombre del pueblo: la tiene que escribir el propio pueblo, “los hombres del Playa Girón”.
Silvio ha puesto en práctica esta iniciativa de hacer conciertos en barrios muy pobres desde una clara posición revolucionaria, en la que, por tanto, no hay lugar para la condescendencia ni la donación. Les lleva regalos maravillosos a esas comunidades tan necesitadas y desvalidas que son un serio indicador de deterioro de nuestro cuerpo social, pero esos dones no vienen para resolver sus carencias materiales. Son aportes a su espíritu, a lo que tiene de superior todo ser humano, a la autoestima, la alegría y el placer, a la cohesión de los vecinos y la pacificación de la existencia. Parten de la interlocución, la confianza y la fraternidad. En este tiempo en que el egoísmo, el conservadurismo, la aceptación de las desigualdades sociales y el afán de lucro ganan terreno en nuestro país y pretenden vestirse de alternativa, la Gira por los barrios es un formidable testimonio de lo mejor que hemos construido entre todos: darse y recibir, sin que medie ningún interés material. En los términos de Silvio: de amar y ser amado.
Los barrios en que suceden los conciertos llevan nombres con solera o recientes, coloquiales o de ingenuo oportunismo, geográficos o descriptivos, y tienen largas historias o testimonian miserias actuales. Contienen una gran diversidad, pero también un buen número de constantes. Una es la magnífica acogida que le han dado todos los barrios a la gira, su participación y entusiasmo en los preparativos, la mezcla de cariño y admiración al trovador y de orgullo de que esté en su barrio, de que sea una gloria y haya decidido ofrecerles su arte y pasar la noche con ellos, el ejercicio del gusto y del saber al pedirle canciones, el ejemplo de educación que dan en una capital en que la urbanidad se bate en retirada.
Los textos del libro recogen un gran número de expresiones de la gente de los barrios ante los conciertos. Podemos conocer sentimientos, opiniones y reflexiones de cubanas y cubanos acerca del hecho artístico que viene a ellos y sus implicaciones -personales y para la comunidad-, acerca de Silvio, de la vida, la cultura, el civismo, la política nacional. El conjunto es una muestra del altísimo nivel de conciencia del pueblo de Cuba, quizás sin igual en el mundo. Y es un llamado a respetar a todos, y a dar voz y tener en cuenta a todos.
“Llevamos mucho tiempo esperándote, ¿cómo te vas a ir ahora?”, le dice al final de un concierto la mujer que hace veinte años dormía siempre a su niño con “el enanito”. En realidad, ellos no sabían que lo esperaban: pero ya lo saben. Estos conciertos y lo que ellos significan los han adelantado en cuanto a identificar mejor y fortalecer su conciencia, ese camino que puede llegar a ser decisivo. La suya no es la idolatría manipulada por los que fabrican modas y opiniones. Ellos saben lo que dicen y le ofrecen lo que tienen. Por eso tantas veces y en tantos lugares le han gritado: “¡este es tu barrio!”. Y una comunidad ha puesto un cartel que dice: “Gracias, Silvio, por enseñarnos a buscar nuestro unicornio azul y que juntos con amor podamos transformar en milagro el barro”.
Se trata de una interacción continuada. El 9 de septiembre, segundo aniversario del primer concierto, la noche del número 36 que no pudo frustrar el gran apagón desde Camagüey hasta Pinar del Río, Silvio le dice a Mónica mientras afina su guitarra a la luz de la linterna de ella: “Nosotros realmente empezamos un poco ciegos, y se nos han ido abriendo los ojos por el camino”. No hay ni luna, solo la pequeña planta para los equipos. Canta y lo escuchan todos en la oscuridad, todos juntos, como en comunión. Mónica escribe: “fue feliz imprudencia, bendita insensatez”. Siempre se aprende.
Dice Silvio: “Los nuevos tiempos también necesitan nuevas voces, nuevos protagonistas. Ahora mismo parece estarse gestando en Cuba algo prometedor. Está en el aire para los que lo perciben, y está siendo traducido en canciones, en arte que, aunque parece nuevo, tiene antecedentes.” Y esas palabras me permiten volver, al final, a mi primer comentario. Aquella pregunta me llevó a una segunda: ¿por qué me piden entonces Mónica y Alejandro que escriba esta nota inicial del libro? Quizás por venir de la generación de los primeros admiradores de Silvio, o por compartir toda la vida su necedad. Me ha hecho feliz situarme donde me toca en este caso, porque al leer a Mónica y ver estas imágenes compruebo que ya se alzan los nuevos, con una sensibilidad, una comprensión de Cuba y una disposición a actuar en consecuencia que por fuerza tendrán que ser nuevos. Hoy Silvio salva, mañana ellos nos salvarán.
Fernando Martínez Heredia,
La Habana, 22 de julio de 2013.
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