“Si yo me callo, gritarían las piedras de los pueblos de América Latina que están dispuestos a ser libres de todo colonialismo después de 500 años de coloniaje.”
(Hugo Chávez, entrevista radiofónica, 10 de noviembre de 2007)
Atilio A. Boron En el día de hoy, 28 de Julio, Chávez habría cumplido 60 años. Prematuramente hemos sido privados de uno de los "imprescindibles" en la dura y larga batalla por la Segunda y Definitiva Independencia de Nuestra América. Más allá de la discusión que subsite al interior del campo antiimperialista –no siempre lo suficientemente sabio como para distinguir con claridad amigos de enemigos- lo cierto es que Chávez marca un antes y un después en la historia de América Latina y el Caribe. Si Fidel fue el gran estratega de tantas batallas libradas contra el imperialismo y el colonialismo, en Nuestra América como en África y Asia, Chávez fue su eximio mariscal de campo a la hora de encarar, en Mar del Plata, en Noviembre del 2005, la batalla decisiva que hundiría el más ambicioso y largamente acariciado proyecto del imperialismo norteamericano en el hemisferio para todo el siglo XXI: el ALCA.
Nutrido por las enseñanzas de Simón Bolívar y por su amigo y maestro cubano (Fidel fue para Chávez lo que Simón Rodríguez fuera para Bolívar); por su inagotable voracidad intelectual que lo hacía estudiar y leer día y noche; y por las lecciones extraídas de sus luchas contra la oligarquía y el imperialismo, el bolivariano fue completando su formación política hasta convertirse, también él, en el gran estratega de la resistencia y la ofensiva antiimperialista en Nuestra América. La UNASUR y la CELAC tienen el sello indeleble de Chávez, como también lo tienen el ALBA, el Banco del Sur, Petrocaribe, TeleSUR –amén de los por ahora frustrados Petrosur y el Gasoducto del Sur- y tantas otras iniciativas continentales surgidas de su patriótico latinoamericanismo. Al principio aquellas fueron descalificadas por muchos políticos e intelectuales de la región como producto de una incontenible megalomanía de Chávez, o de su exaltada “imaginación tropical”. Pero a poco andar, con el fragor de la lucha de clases y la guerra mediática, económica, política y cultural desatada por el imperialismo para reconquistar el control de nuestros países y regresarlos a la condición semicolonial existente en vísperas de la Revolución Cubana aquellos proyectos se revelaron como las únicas alternativas realistas ante las pretensiones de dominio de Washington. Chávez logró con su prédica y con sus acciones que se hiciera carne en este continente la idea de que la unidad de los países latinoamericanos y caribeños era condición ineludible, inexorable, de su supervivencia como entidades independientes. Que de persistir en la desunión astutamente azuzada por el imperialismo nuestro destino no sería otro que el de ser devorados por él, perdiendo no sólo nuestras riquezas sino nuestra independencia, nuestros valores, nuestra lengua, nuestra cultura. Todo, incluyendo nuestra dignidad.
A esta clarividencia político-estratégica Chávez sumaba una fuerza de voluntad excepcional, una sobrehumana capacidad de trabajo y un carisma y simpatías personales que lo tornaban un interlocutor irresistible y un protagonista político de primer orden. Tenía todo lo necesario para llevar exitosamente a la práctica un proyecto de unidad latinoamericana y caribeña, y por eso nuestros enemigos: el imperialismo y sus aliados, percibieron con claro instinto de clase el peligro que entrañaba su protagonismo continental. Por si lo anterior fuera poco fue Chávez quien, en medio de la noche neoliberal, reinstaló en el debate público latinoamericano -y en gran medida internacional- la actualidad del socialismo. Más que eso, la necesidad del socialismo como única alternativa real, no ilusoria, ante la inexorable descomposición del capitalismo, denunciando las falacias de las políticas que procuran solucionar su crisis integral y sistémica preservando los parámetros fundamentales de un orden económico-social históricamente desahuciado.
Por eso pusieron en marcha un plan para acabar con Chávez, como antes lo hicieron con el Che, con Jaime Roldós, con Omar Torrijos, con Juan José Torres, con los generales democráticos chilenos Carlos Prats y René Schneider, con Patrice Lumumba en el Congo y con tantísimos otros líderes políticos que tuvieron la osadía de desafiar los designios del imperialismo. Más pronto que tarde sabremos la verdad de las causas de su muerte. Ya aparecerán nuevas revelaciones de los documentos secretos del gobierno de Estados Unidos en donde los detalles de tan perversa operación salgan a la luz del sol. Pero si acabaron con su vida no pudieron hacerlo con su ejemplo y su legado, que se fortalecen día a día. Ocurrirá con él lo que con el Che: su muerte, lejos de borrarlo de la escena política agigantará su presencia y su gravitación en las luchas de nuestros pueblos. Por una de esas paradojas que la historia reserva sólo para los grandes, su muerte lo ha convertido en un personaje inmortal.
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