Omar
Rafael García Lazo
Se
puede afirmar con seguridad que en EE.UU. ya ha arrancado la carrera electoral
por la silla que dejará Obama en enero de 2017. Y una de las aspirantes, hasta
el momento, parece ser la ex
Senadora, la ex Primera Dama y la ex Secretaria de Estado Hillary Clinton.
La
señora tiene aval, de eso no hay duda, y carácter. Y conoce, porque de eso ha
vivido gran parte de su vida, los intríngulis del Imperio, incluidos aquellos
donde se teje, sin desparpajo, los hilos del poder de la nueva Roma.
¿Por
qué digo con énfasis que ya la señora está en campaña? Pues, porque más allá de
que desde hace años se conocen sus deseos de ser la primera presidenta de
EE.UU., sus recientes acciones así lo evidencian.
Primero
sacó su ya afamado libro Hard Choices (Decisiones difíciles), jugada que se hace
habitual últimamente en todo aquel que se proponga ser presidente en ese país. La Clinton en su libro, que
le ha permitido recorrer gran parte del territorio estadounidense, hace algunas
“revelaciones” y expone criterios vectorialmente distintos pero no
contrarios a los que reflejaba la política exterior que desde la Secretaría de Estado se
encargó de defender y ejecutar y de colaborar también en su diseño.
Que
si el “embargo” a Cuba no es el camino para derrotar la Revolución Cubana,
que si Chávez era un dictador, que si el acuerdo entre Irán, Turquía y Brasil en
el 2010 no podía ser aceptado por Washington, que si las ayudas humanitarias
deben ser intencionadas…y otras curiosidades más que, insertadas en los
paquetes mediáticos producidos en serie por las fábricas informativas afines al
poder, tratan de presentarnos a una mujer con criterio propio, presta y abierta a
los cambios. Así nos vendieron a Obama. Pero lo cierto es que, matices más,
matices menos, es obvio que la
Clinton se debe al sistema.
Al César, lo que
es del César.
Ahora,
en su afán por no salir de la palestra, se aparece con un bombazo en una nueva
entrevista publicada en la revista The
Atlantic. Según la dama, el ejército terrorista autoproclamado Estado
Islámico pateado en Siria y avanzando en Iraq, tomó fuerza debido al fracaso de
Obama en su estrategia contra Siria.
No
se puede negar que existen especímenes estadounidenses que nacieron para la
política y el sistema los aúpa y promueve. Y esta señora es uno de ellos. La
versátil oratoria y los vericuetos lingüísticos forman parte de la habilidad de
la ex secretaria que con un dominio extremo de los eufemismos se llenó de valor
para afirmar que si EE.UU. hubiera entrenado a tiempo al Ejército Libre de
Siria, la cosa hubiera sido distinta.
Quien
quiera chambelona que compre, y el que no, que se informe. ¿Cómo es posible
semejante chiste de mal gusto de la próxima precandidata a la presidencia del
Imperio? ¿Acaso pretende hacerle creer a alguien que EE.UU. con toda su
tecnología y redes de espías no conocían la catadura moral ni las fuentes de
suministros de los rebeldes sirios? ¿Acaso pretenden hacernos creer que no
participaron en su organización con el apoyo de sus aliados árabes antisirios y
la participación entusiasta de Israel?
Aunque
la Clinton cacareó,
pero con la necesaria prudencia, la necesidad de apoyar con más fuerza a los
mercenarios y terroristas sirios que intentaban sacar del poder a Bashar Al
Assad, lo cierto es que ahora la señora
intenta zafarse con suficiente tiempo del desastre en que han convertido al
Medio Oriente, responsabilidad que debe asumir junto a Obama, pero que para ser
justos, recae también en la dinastía Bush.
Afirmar,
como lo hizo la Clinton,
que la oposición siria no es creíble, es un desmarque cínico del pantano que
han provocado en un país que tiene fronteras con Líbano, Israel, Jordania,
Turquía e Iraq. Eso se sabía desde el primer instante, cuando se pudo conocer,
a través de fuentes imparciales, los crímenes de lesa humanidad que cometieron en
su avance los opositores armados.
Pero
si algo positivo se puede sacar de las declaraciones de la Clinton, más allá de
confirmar, por enésima vez, la naturaleza imperial de los políticos
estadounidenses, es la constatación de que el fracaso de Obama que ella
pregona, se convierte en un reconocimiento implícito del éxito de Rusia en
Siria.
No
olvidemos que Moscú, con maestría política y apoyo decidido a Al Assad, frenó
en seco el intento de desplazar la línea roja que para Rusia significa Siria.
Porque en el Kremlin y en medio mundo se sabe que el objetivo siguiente sería
Irán y el mar Caspio, con sus recursos energéticos y líneas de distribución y
rutas comerciales, algo verdaderamente inaceptable para el renacido Oso.
Así
están las cosas por el Imperio. Se supo hace algunas horas que la señora llamó
a Obama para explicarle que sus declaraciones sobre la política hacia Siria no
son un ataque personal y que lo abrazaría en una reunión que tendrían. Si la
cosa no fuera tan seria, movería a la risa. Por lo pronto, Obama tiene que
comprender. Así es la política.
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