Enrique Ubieta Gómez
Vivimos tiempos difíciles. La tierra que antes se divisaba en el horizonte y que nos compulsaba a remar con fuerza, sin reparar en obstáculos y sacrificios, se desdibuja; alguien al parecer ha dicho –o existe un mal sobreentendido al respecto–, que no podrá alcanzarse, que apenas era un motivo literario que nos ayudaba a crecer, lo que de repente nos deja a solas con el presente, un presente que sin pasado y sin futuro, sin una visión móvil, un desde y un hacia, se convierte en charco sucio, en agua estancada. El llamado realismo sucio en la literatura, el teatro o el cine –y fuera o dentro del arte, en la crítica social–, es la expresión artística o científica del corte de luz, de la falta de percepción de (o la renuncia a) un destino. Es el tipo de arte o de ciencia cubanos que las trasnacionales promueven, el que establece el nuevo dogma que debe paralizar la navegación. Un profesor de fotografía decía a sus alumnos, mientras mostraba la foto de un anciano desvalido que pasaba junto a un almendrón roto: esta es la imagen típica de Cuba en el mundo. Es una verdad a medias decir que el arte refleja la realidad, también la construye.
Digamos que el capitalismo jamás renuncia a fabricar destinos, aunque falsos y de corte individualista: las mayorías que respiran en puntas de pie sobre el agua, sueñan con un golpe de suerte que los catapulte hacia el éxito económico personal. Los que habitan las favelas de Río no se ofenden si las telenovelas brasileñas presentan a sus coterráneos en lujosas mansiones: ellos aspiran a vivirlas. Pero si se cancelan los sueños, los destinos, el mundo colapsa. Obama (el sistema, caramba, no hablo del vocero) lo sabe, y le dice a los suyos, a los estadounidenses simples, que tienen una misión, divina o histórica, da igual. Si durante el viaje perdemos los puntos cardinales, si el socialismo, que solo puede entenderse como un viaje hacia otro mundo, pierde los referentes de partida y de llegada, todo termina: decir que el pasado que nadie vivió era peor y que un futuro capitalista que nadie ha vivido también sería peor, es pura abstracción. Pésima explicación para los jóvenes. El futuro es esperanza, y si lo queremos socialista, no basta con alertar sobre las seguras consecuencias de uno capitalista. Son los límites sobre los que se encuadra el dilema, pero el dilema es el hoy.
Si los ciudadanos perciben que ha comenzado la era post revolucionaria, buscarán sus islas personales, harán maletas para sus viajes privados. Nadie puede vivir sin destino. Y la cultura del tener, la capitalista, nos rodea como la maldita circunstancia del agua por todas partes. Nuestros ciudadanos descreídos no reparan en lo obvio que tienen, quieren al fin dos pantalones vaqueros, un celular “inteligente” y un auto; los jóvenes descreídos del mundo tienen los dos pantalones, el teléfono y el auto (no importa el año, o la marca), y pelean en la calle contra las fuerzas antimotines por aquello que los nuestros tienen. Si los jóvenes cubanos soñaran bajito, a ras de tierra, el futuro de la Patria estaría hipotecado.
¿Pero por qué los jóvenes deben defender la Revolución, el presente al que llamamos Revolución? ¿Por lo que han hecho sus padres y abuelos? No es poco lo que han hecho, pero ese es apenas el punto de partida. Debemos defenderla por lo que ellos (los jóvenes) harán. Para los que no han perdido la fe –y creo que son suficientes en número y en capacidades– no basta lo mucho e imperfecto que hicimos: la Revolución debe defenderse porque todas las pequeñas, medianas y grandes imperfecciones actuales (pueden dársele otros nombres), las que ellos detectan con justa indignación, y todas las conquistas invisibles (porque ya se asumen como naturales), podrán superarse o mantenerse solo si esta se preserva. Es decir, si la pasión por la justicia social no cede, si no se renuncia a la búsqueda de un camino alternativo que garantice el consumo y dignifique la vida, pero que eluda el consumismo y las visiones pragmáticas; si los sueños no se domeñan, si no se nos cortan las alas en nombre de una racionalidad castrada. Donde no hay “imposibles” por conquistar, no hay revolucionarios.
Ser revolucionario es defender a los humildes, a los pobres de la tierra. No puede existir otra interpretación. Esta es una Revolución de, por y para los humildes. Raúl lo ratificó el pasado primero de enero, cuando recordó las palabras fundacionales de Fidel: “La Revolución llega al triunfo sin compromisos con nadie en absoluto, sino con el pueblo, que es al único que le debe sus victorias”, y reiteró Raúl: “Cincuenta y cinco años después, en el propio lugar, podemos repetir con orgullo: ¡La Revolución sigue igual, sin compromisos con nadie en absoluto, solo con el pueblo!”. A veces, sin embargo, ante la ausencia de una teoría que salve y demuela, que restaure el concepto de socialismo por caminos nuevos, nos acecha el espejismo socialdemócrata. En justo escape de los esquemas soviéticos (estalinistas), caemos en los brazos de la socialdemocracia: una puerta llena de artificiales luces rojas, que nos conduce de vuelta al capitalismo. Los cambios en Cuba son imprescindibles y están en marcha. Hay quienes los empujan hacia aquella puerta. Y hay quienes se oponen a ellos, porque viven cómodamente instalados en las telarañas de la burocracia o ya no pueden modificar sus hábitos y conceptos. Ni los primeros ni los segundos se interesan por el pueblo. “Canción de barrio”, el documental de Alejandro Ramírez Anderson –en el espíritu de Santiago Álvarez, como nos recuerda Rebeca Chávez, ajeno a la moda del realismo sucio, comprometido con el destino de la sociedad en la que vive– es un latigazo a la conciencia. Esos marginados son nuestros, y los revolucionarios cubanos tendremos que pelear por ellos; son los insalvados del bloqueo estadounidense y de la burocracia, de la abrupta caída del imperfecto pero justo sistema socialista de relaciones comerciales y de la impericia, el despilfarro y la corrupción. Que no mueran de hambre, puedan estudiar y reciban atención médica gratuita de primero, segundo y tercer nivel, los diferencia de sus pares latinoamericanos. Pero la Revolución quería más, los revolucionarios queremos más. Son sobrevivientes de una guerra interna y externa que ya sobrepasa las cinco décadas. Para ello tendremos que ser eficientes, a pesar del implacable bloqueo económico, financiero y comercial, de la guerra abierta y solapada, de la subversión y de los funcionarios ineptos. Me apunto en la guerra de Silvio: a los errores y desvíos del pasado reciente no podemos regresar. Todo lo que frene o entorpezca a la Revolución –que no puede acabar–, es un pasado inadmisible; como aquel que le antecede, el de los años cincuenta, el de la Cuba “de charanga y pandereta”, parafraseando un verso de Antonio Machado. La defensa del proyecto hoy permitirá que avancemos hacia un futuro anticapitalista, hacia un destino patrio. Solo desde la pelea del hoy podrán visibilizarse las coordenadas del movimiento: lo que fuimos y lo que queremos y podremos ser.
Una civilización basada en la autoridad y la sumisión es una civilización sin medios de autocorrección. La comunicación efectiva solo sigue una vía: del grupo formado por los amos hacia el grupo de los serviles. Cualquier cibernético sabe que un tipo de comunicación como esa carece de retroalimentación y no se puede comportar "inteligentemente".
ResponderEliminar"Trece coros para el divino marqués", Robert Anton Wilson