Tonito e Irmita, hijos de Tony y de René, durante el panel de los hijos de los Cinco
Enrique Ubieta GómezEl discurso hablado tiene límites. Cuando se desoyen argumentos y razones bien expuestas, el diálogo se frustra. Entonces, aparecen otras formas de decir. Los Cinco lo saben. El rostro callado y serio de Fernando, habla. Trato de recordarme que ese ser gigante de pequeña estatura estuvo 15 años preso sin doblegarse. Que hace seis meses, todavía estaba preso. Él se escabulle del elogio, rehuye las miradas de admiración, contraataca con la imagen de un hombre común. Nadie puede asomarse al abismo de sus recuerdos. Hay otras formas de decir. Cuenta Irmita, la hija mayor de René, que el día de la sentencia, no estaban en la sala los familiares de Ramón (no habían recibido la visa estadounidense); pero, recuerda “entró sonriendo, sonriéndome”. Y ella supo que también lo representaba a él.
Tony escribe poemas, dibuja y transforma las palabras en imágenes poéticas o visuales. Son detalles: un pie desnudo, un reloj en la pared, unas cadenas, el absurdo de los llamados documentos secretos del juicio. Como los jueces no quieren escucharlo, se transforma en un pintor minimalista. El día del injusto veredicto, escribe, “al llegar a la unidad de dormitorio, para nuestra gran sorpresa, fuimos recibidos con fuertes aplausos por la gran mayoría de la población penal con la que habíamos convivido durante esos meses de juicio”, y dibuja unas manos que aplauden, y esos aplausos preludian los que vendrían después, desde todos los rincones del planeta.
Pero hay rostros que necesitan esconderse, porque pueden revelar vergüenza o compasión de sí. Así son los carceleros. Nadie mejor que una niña de 5 años para comprenderlo. Lo cuenta la hija intermedia de Ramón, que ya es una muchacha. Dice que tuvo la ingenua y muy cubana pretensión de compartir el dulce de la visita con el carcelero que los observaba imperturbable. Recibió un no frío, cortante, y me atrevo a decir, sorprendido. Desde la memoria infantil recuerda: el carcelero es un hombre lleno de llaves que suenan al caminar, de trato y miradas frías, ceño fruncido, y actitud hostil.
Todo esto lo escuché o lo vi ayer, 11 de septiembre, un día para luchar contra el terrorismo: el que asesinó al presidente Allende, en 1973, y a miles de jóvenes chilenos que soñaban con un mundo más justo, más bello; y el que muchos años después, en el 2001, hizo caer las Torres Gemelas. Pero, ¿acaso no es el mismo? Y aunque se confundan víctimas y victimarios, los que apoyaron y conspiraron contra Allende, armaron y entrenaron también a los talibanes que luego, según la versión al uso, colocaron los explosivos en Nueva York. Y los que entrenaron y protegen a los autores del atentado de 1976 al avión civil cubano o mantienen un bloqueo económico, comercial y financiero contra mi pueblo, son los que entregan armas y protegen a los gobernantes israelitas, empeñados en aniquilar al pueblo palestino.
Fue una reunión de amigos de todos los continentes que reclaman el regreso inmediato a la Patria de Tony, Ramón y Gerardo, los héroes que aún quedan en prisiones estadounidenses –ya están Fernando y René con nosotros–, después de 16 largos años, por luchar contra el terrorismo. Y escuchamos los testimonios de sus hijos, pequeñitos en los primeros años de encierro, hombres y mujeres hoy, y apreciamos las acuarelas de Tony, y conspiramos a favor de la justicia, de la verdad, de la belleza.
Y comprendí que a veces son más efectivas, más elocuentes, otras formas de lenguaje: una sonrisa, un poema, una acuarela, un aplauso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario