José Steinsleger
En los comicios presidenciales de 2005, en pleno escrutinio, el candidato Porfirio Lobo (Partido Nacional, conservador, oficialista) visitó al embajador de Washington en Honduras y le propuso que vigilara el conteo de votos.
"Actúe con mesura. La tendencia demuestra que hay un ganador", comentó Charles Ford. Cabizbajo, el presidente del Congreso Nacional abandonó la legación diplomática, aceptando los hechos: el liberal Manuel Zelaya, ganadero y directivo de la banca privada, sería el nuevo
gobernante del país más pobre del continente, después de Haití. Nacional, liberal, políticos corruptos… ¿qué más da?
Hitos del siglo veinte hondureño: en 1924, un milico de la United Fruit, Vicente Tosta, fue proclamado presidente provisional a bordo del buque de guerra estadunidense Milwaukee; en 1944, un tirano, Tiburcio Carías Andino, proclamó como único candidato al ilustre patriota Franklin D. Roosevelt (sic), y para hacerla corta, en el decenio de 1980, políticos y militares convirtieron a Honduras en una gran base de agresión militar contra los pueblos de El Salvador y Nicaragua sandinista.
Llegó el nuevo siglo, y las cosas siguieron tal cual. Aunque no tan igual: 80 por ciento de pobreza, éxitos del trabajo semiesclavo en maquiladoras estadunidenses, notables récords en asuntos de explotación sexual infantil, y ejecución a mansalva de niños y jóvenes criminalizados como pandilleros. Tan sólo de 1998 a 2005, la institución Casa Alianza de Tegucigalpa contabilizó por lo menos 2 mil 720 asesinatos de adolescentes y jóvenes, entre 12 y 22 años.
Simultáneamente, el pueblo hondureño se iba organizando: marchas y concentraciones masivas contra el desempleo y los salarios de hambre, protestas de fiscales contra la corrupción institucional y combativa solidaridad de pueblos, aldeas y comunidades perdidas que cerraron
filas con los médicos cubanos hostigados por los colegios de profesionales.
Lobo, Zelaya. Hijos del mismo tronco. Para la contienda, Lobo contrató a Mark Klugmann (ex consejero del presidente republicano Ronald Reagan), y Zelaya se entendió con Ted Devine, estratega de la campaña del demócrata John Kerry. Los empresarios hondureños, tranquilos. Limándose las uñas, la democracia respiraba en paz: ¡qué buen tratado de libre comercio tenemos con Estados Unidos!
Y de súbito… el comandante mandó a…No, nada de comandantes. Por arriba y desde la derecha,
Zelaya empezó a tomar distancia de la gente linda. Y cometió el gran error de preguntarse por qué si en los folletos de turismo Honduras es comparada con Suiza, el ingreso per cápita de un hondureño asciende a 2 mil 793 dólares anuales, y el de un suizo a 53 mil 352 dólares.
Zelaya llegó a una conclusión obvia: siete millones de suizos, siete millones de hondureños. Está claro: Honduras no es Suiza. ¿Qué tal si hacemos una república socialmente integrada, y a tono con los grandes proyectos latinoamericanos de integración en marcha?
Luego, el presidente cometió varios actos de alta traición: viajó a Cuba, se entrevistó con Fidel, y dijo: vengo de la patria de Francisco de Morazán. Viajó a Venezuela, se entrevistó con Chávez, y dijo: vengo del país cuna del constitucionalista bolivariano José Cecilio del Valle. Por enésima vez, un discurso que no encajaba con los manuales de izquierda: “soy liberal, pero socialista…” La oligarquía y lumpeburguesía hondureña, olfatearon que tan sólo ese discurso preanunciaba un camino sin regreso. Zelaya apuró el paso: Honduras ingresó a la Alternativa Bolivariana para las Américas (Alba), firmó acuerdos petroleros con Venezuela, se enfrentó a toda la partidocracia, aumentó el salario mínimo y profundizó su alianza con los sectores populares. En suma, hizo todo aquello que odian Washington, Madrid, y las áureas firmas de Vargas Llosa & asociados.
Hace menos de un mes, en la histórica reunión de cancilleres de la OEA (San Pedro Sula), el presidente de Honduras dijo lo que ningún gobernante puede decir en las narices del imperio: "No podemos irnos de esta asamblea sin reparar la infamia contra un pueblo (Cuba, “naturally”)". Principio del fin. En la noche del viernes 15 de junio, a las 6 de la tarde, en la colonia Satélite del anillo periférico de Tegucigalpa, un par de tiros perforaron el vidrio panorámico del coche que llevaba al gobernante. Y ayer, en la madrugada, Zelaya fue derrocado por un golpe de Estado.
Un día antes, el genio que conduce la OEA declaró al periódico Reforma de México: "a pesar de lo que se observa (sic), hoy en día hay instituciones. Y aunque en algunas partes son muy frágiles, no se pensaría en un retroceso de ningún tipo".
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