Tengo cincuenta años y el pelo entrecano. Hay días lluviosos, nostálgicos, apropiados para el balance de lo vivido. En esos instantes, siempre recuerdo a mi padre: alguna vez me dijo que de niño pensaba, tan seriamente como puede pensar un niño, que había venido al mundo para hacer grandes cosas. Lo decía con una sonrisa de conformidad, que no revelaba tristeza. Creo que fue feliz. Su vida no fue anodina, vivió intensamente los años más intensos de la historia cubana, y fue protagonista anónimo de hechos trascendentales. Cuando publiqué, al fin, mi primer libro, uno de cuyos ensayos había merecido en 1990 el Premio UNEAC, corría el año 1993. Ya sentíamos todo el rigor del Período Especial, y puse en la dedicatoria: “A Papá, que entregó sus mejores años a
La Isla Desconocida navega en pos de sí misma, la utopía en pos de la utopía, buscándose y hallándose siempre a medias, en mares cercanos a los dominios reales.
miércoles, 17 de junio de 2009
Ser cubano, en tiempo de crisis
E. U. G.
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