Este texto, titulado "La prostituta y los derechos" de Alejandro Armengol, es una joyita. En sus diversos mensajes. Primero, porque el verdadero motivo que lo inspira deja muy mal parado al Gobierno norteamericano como Juez Universal de los derechos humanos; segundo, porque el autor se atreve a decir lo que todos sus colegas saben y se callan: "(...) la poca difusión que ha recibido un hecho como la muerte de la prostituta no es más que un indicador de que la prensa institucionalizada norteamericana decide qué noticias publicar con base a criterios en que importa poco lo que podría catalogarse de 'aspecto humano'"; tercero, porque ni siquiera él mismo es libre de señalar esas evidencias, sin dejar sentado su distanciamiento y oposición a la Revolución cubana. Pero no puedo resistir la tentación de reproducir al menos el primer párrafo de su artículo:
"Una prisionera mantenida en una celda al aire libre bajo temperaturas extremas falleció en prisión. Si el hecho hubiera ocurrido en Cuba, se habrían producido comentarios en la prensa mundial, multiplicado en Miami y Washington los llamados a interrumpir cualquier tipo de conversación con el gobierno de la isla e iniciado campañas de denuncias sobre los abusos de los derechos humanos. Pero no, la muerte se produjo en otro país, que se destaca por su labor de denuncia de los abusos que ocurren en cualquier otra parte que no sea su territorio: Estados Unidos".
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