"Hemos urgido de manera consistente a todas las partes que eviten cualquier acción provocativa que pueda derivar en violencia", expresó la secretaria de Estado Hillary Clinton. El "esfuerzo del presidente Zelaya por alcanzar la frontera" --de Honduras desde Nicaragua--, "es temerario", añadió. Que el presidente constitucional de Honduras haya sido secuestrado en horas de la madrugada y expulsado del país no es --según la Clinton--, un acto de violencia, ni una provocación a la violencia para las mayorías hondureñas que lo respaldan. Y si esas mayorías son reprimidas con armas de fuego por expresar su disconformidad con el golpe militar, son culpables de haber provocado la violencia de sus represores. Para que la inefable Clinton dispense al pueblo hondureño de su obstinado reclamo a favor de la democracia --que tanto dice ella defender--, debe este conciliar criterios y reconciliarse con sus queridos verdugos. Desde la violencia consumada, la Clinton le pide a Zelaya que se abstenga de convertirse en bandera. Ella sabe lo que dice, pero el pueblo hondureño sabe lo que hace.
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