Entre tantos cortos de ficción realizados en los últimos años por jóvenes realizadores, recuerdo uno en especial: Utopía. Un grupo de jugadores de dominó, botella en mano y lenguaje repa, discuten con pasión sobre las semejanzas y diferencias de los conceptos literarios de realismo mágico y de lo real maravilloso; mientras, en una "peluquería" hogareña, mientras se arreglan las uñas o se tiñen el pelo --algunas de rolos-- , las muchachas discuten con violencia no sobre el último capítulo de la telenovela, sino sobre la última entrega de una opera por episodios (escenas). En ambos casos, hombres y mujeres, se expresan y comportan como marginales: solo ha cambiado el tema de discusión, y los conocimientos almacenados. El corto expone un conflicto casi filosófico: la instrucción no significa educación; la cultura no es solo contenido, también es forma. Recordé el corto ayer, porque el cubano quizás no discuta sobre la selección de los primeros bailarines del Ballet Nacional con la misma masiva pasión que discute la conformación del equipo nacional de béisbol; pero ha adquirido en los años de Revolución una cultura danzaria única entre pueblos del Tercer Mundo. Hace apenas un mes nos visitó el Royal Ballet de Londres, y hubo que desplegar una pantalla gigante frente a la escalinata del Capitolio, para que un público variopinto disfrutara de las escenas en vivo, sentado en sus escalones. Los bailarines del Royal, deslumbrados y agradecidos, acudían en los entreactos para saludar con una reverencia a los más insólitos espectadores que imaginar pudieran. Aquella no era una discusión sobre el concepto de lo real maravilloso: era lo real maravilloso. Pero ayer asistí a una puesta de La bella durmiente del bosque, por el Ballet Nacional. La función fue, como de costumbre, en el Gran Teatro García Lorca de La Habana, frente al Parque Central, donde cada día transcurre de forma simultánea la más famosa peña de los aficionados al béisbol. Allí, frente a la primera estatua de Martí, los "especialistas" populares de la pelota discuten como en el corto Utopía, a viva voz, sin que jamás la violencia de sus gestos y palabras se transforme en acto físico. El espectáculo de ballet contó con la asistencia de la Orquesta del Gran Teatro. La calidad del cuerpo de baile --figuras muy jóvenes, rostros casi adolescentes--, y de las primeras figuras, también jóvenes, no admitía subvaloraciones: el Royal es excelente, pero la compañía cubana también lo es. De igual a igual se miran. El público que asiste y comenta y compara la actuación de la bailarina de ayer con la de hoy, tiene la calidad de su ballet. Es verdad que algunos de sus bailarines buscan en otras tierras lo que Cuba no puede ofrecer. Cada puesto vacante es llenado con presteza, porque hay miles de jóvenes --negros y blancos, varones y hembras--, estudiando ballet. Sucede en la danza, paradójicamente, lo que en la pelota: siempre dispondremos de bailarines y de peloteros excepcionales, por la tradición y por la Revolución.
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