Esta foto se las debía. Había puesto varias de la noche anterior a la inauguración, pero todavía la silueta no estaba iluminada. 10kbzas me envía una toma posterior, ya iluminada, tal como puede verse actualmente.
La Isla Desconocida navega en pos de sí misma, la utopía en pos de la utopía, buscándose y hallándose siempre a medias, en mares cercanos a los dominios reales.
sábado, 31 de octubre de 2009
viernes, 30 de octubre de 2009
Yoani Sánchez, y los censores de la utopía.
Dos versiones de la libertad de soñar.
Enrique Ubieta Gómez
No sé cómo empezar estas reflexiones. Acabo de ver el estreno de “Y sin embargo, se mueve (…desde Silvio Rodríguez)”, una puesta escénica de La Colmenita para adolescentes y jóvenes, en su sede, la Sala Teatro Orden Tercera del Convento de San Francisco en La Habana Vieja. Sé que no es tiempo aún de escribir, que las emociones deben asentarse. Pero compartiré algunas impresiones con ustedes, porque quiero después hablar de otro espectáculo, para nada artístico, que presencié unas horas antes de la obra teatral. La puesta de La Colmenita alude directamente a Galileo –lo hace de forma explícita en el título y en algunos diálogos--, y de cierta forma a la obra de Bertold Brecht que aborda el trágico final que tuvo el extraordinario hombre de ciencias. Recuerdo aquella obra con afecto, la leí con fruición en mis años escolares –algo raro, pues entonces uno solía despreciar las lecturas obligatorias--, y la disfruté en las tablas, creo que por Teatro Estudio, hace también muchos años.
Pero esta es una interpretación diferente del viejo dilema: salvarse o no –de un castigo, de la incomprensión o de la tortura y la muerte como en el caso de Galileo--, en defensa no de la verdad, sino de la fe, de los sueños, de la fantasía. Salvarse o no de la utopía de poder hallar, construir, otros mundos posibles. Siempre existirán tribunales inquisitoriales para decretar –a nombre de Dios, o, paradójicamente, de la Ciencia o de la Libertad--, cuáles deben ser los límites de la fantasía, de la justicia, del conocimiento. Siempre existirán hombres y mujeres de alma mutilada, que se asusten ante los sueños “locos” de sus contemporáneos, no porque desconfíen de la veracidad o de la justeza de esos arrebatos cósmicos, sino por una razón más simple, y también más convencional: porque necesitan preservar la “normalidad” de sus vidas. La obra de Cremata se apoya en la música (y en las letras) de Silvio Rodríguez y no puede hallar mejor asidero. De regreso a casa, pensaba en que la fantasía, los sueños, la fe en el ser humano, en la posibilidad de lo imposible, es el rasgo distintivo de los revolucionarios. Que las Revoluciones se producen cuando se rompen los diques que contienen los sueños, cuando se desbordan las esperanzas. De ahí la incomodidad de los espíritus conservadores, el cansancio que provoca en ellos la eterna navegación por mares ignotos en busca de utopías.
Y recordaba el espectáculo que presencié por la tarde en los ya habituales debates de la revista Temas. Se trataría esta vez el impacto de Internet en la cultura. Llegué un poco tarde, y ya el panel de expertos había iniciado su exposición. Me hallé de repente tras las rejas exteriores del local, junto a un grupo de jóvenes y no tan jóvenes –entre unos y otros, encontré a los mismos ciber-politiqueros de siempre, cámaras de películas y de fotos en mano-- que como yo, no habían podido entrar. Entre los que pujaban por hacerlo estaban algunos estudiantes colombianos, que nos obsequiaron ejemplares de una revista rústica, combativa. Como todos los estudiantes universitarios, parecían un poco locos, y es evidente que sueñan con transformar el mundo: por eso la revista recorre temas internacionales (el derecho del pueblo palestino a la tierra y a la paz, por ejemplo, o el hambre de los pobres), e internos (la represión del estado capitalista colombiano). Asumí entonces que era un buen momento para repartir también algunos ejemplares de La Calle del Medio que traía en mi mochila. Estuve a punto de marcharme, pero finalmente dejaron entrar a la mayoría de los retrasados.
Muchos ciber-politiqueros entraron conmigo. Visten como los universitarios colombianos, con esa estudiada dejadez que entremezcla aires hippies y poses intelectuales, todo en ropa de marca. Parecen estudiantes franceses de los sesenta. Pero hay algo raro: Yoss habló en nombre de ellos, y los calificó como cubanos de a pie. Frase linda, de moda. Y sin embargo, traen sofisticadas cámaras de video y de fotos, celulares satelitales, sostienen blogs personales en Internet. Son jóvenes graduados en universidades cubanas, que están cansados de tanto sacrificio: quieren que dejemos de soñar. Aunque parecen de los sesenta, se asemejan más a los franceses de los noventa. No gritan en las paredes: “seamos realistas, hagamos lo imposible”; ellos no son realistas, son pragmáticos. Su rebeldía consiste en repudiar, en maldecir la rebeldía. Son rebeldes extrañamente promocionados por el sistema que más le teme a la rebeldía. Tienen la apariencia de ser “hijitos de papá”, no importa cual sea el origen real de cada uno de ellos; son hijos adoptivos de un Papá ajeno y solvente, que los exhibe y premia como ejemplos a seguir. Ellos quieren ser personas “normales”. Normales, por supuesto, de los barrios altos de cualquier otra sociedad. No normales de las favelas de Río, de los cerros de Caracas o del Bronx neoyorquino. Visten como los revolucionarios de los sesenta y piensan como los neoconservadores de los noventa. Aman la Coca Cola y la comida chatarra.
Alguien me susurró al oído: “mira a Yoani disfrazada”. En una esquina estaba Yoani Sánchez, con una fea peluca de rubia teñida, y un vestido negro ajustado. Las cámaras de sus colaboradores –y probablemente la pluma de algún corresponsal extranjero--, recogerán la escena: mientras todos se divertían en el local a costa de la peluca, los reporteros dirán que pasaba inadvertida. Pero el detalle es más significativo: despojada de su indumentaria habitual de muchacha sencilla, aquel disfraz se acoplaba mejor a sus aspiraciones de paz holgada. Alguien dijo que se había vestido de alemana, y quizás el símil es más exacto en sus afanes ideológicos que físicos. El verdadero disfraz de Yoani es su apariencia cotidiana. Cuando fue llamada por su nombre y apellidos para intervenir, el espectáculo mediático alcanzó su paroxismo: frente al micrófono, se arrancaría la peluca en gesto farsesco, para supuestamente descubrir su identidad. ¿Qué importaba entonces lo que dijera? El habitual escenario académico se transformaba en la plataforma de un show mediático contrarrevolucionario, en el espacio de un estéril ciber-chancleteo. Era una pésima puesta en escena, pero una puesta, al fin y al cabo.
Hay burócratas que son inquisitoriales, por falta de alas para volar. Se reconocen enseguida. Hacen daño, pero uno sabe que existen –porque en una sociedad humana, existe todo tipo de ser humano--, y los sortea. Estos jóvenes “rebeldes”, sin embargo, viven disfrazados. Son inquisidores posmodernos. Hablan contra todos los dogmatismos, contra los que cercenan sueños, para acabar de una vez con la Imaginación, con la Esperanza, con la Fe. Exponen sin recatos los sueños permitidos: una casa, un carro, una buena vida. Cuando dicen que la Revolución los ata, no se refieren a inexistentes pretensiones de vuelo: quieren decir que la Revolución no los deja ocuparse de sí mismos, hacer mucho dinero, divertirse en fiestas privadas. Que los acosa instándolos a volar.
Ayer en la tarde no lo comprendí bien, aunque lo intuía. Pero los niños de Cremata me lo aclararon, entre risas, lágrimas y canciones de Silvio. Esos jóvenes y algunos mayores –elegantes, sofisticados señores--, conforman un oscuro e inadvertido tribunal que –en nombre de los sueños--, condena el acto de soñar; que en nombre de la Libertad, quiere que regresemos a una época en la que los sueños no rebasaban el espacio de un hogar. Ayer fue el día inaugural del Festival de Teatro de La Habana, y casi de casualidad se enfrentaron –como arte y como farsa--, dos visiones del futuro: la que apela a la libertad del espíritu y la que no trasciende los límites del cuerpo.
Pero esta es una interpretación diferente del viejo dilema: salvarse o no –de un castigo, de la incomprensión o de la tortura y la muerte como en el caso de Galileo--, en defensa no de la verdad, sino de la fe, de los sueños, de la fantasía. Salvarse o no de la utopía de poder hallar, construir, otros mundos posibles. Siempre existirán tribunales inquisitoriales para decretar –a nombre de Dios, o, paradójicamente, de la Ciencia o de la Libertad--, cuáles deben ser los límites de la fantasía, de la justicia, del conocimiento. Siempre existirán hombres y mujeres de alma mutilada, que se asusten ante los sueños “locos” de sus contemporáneos, no porque desconfíen de la veracidad o de la justeza de esos arrebatos cósmicos, sino por una razón más simple, y también más convencional: porque necesitan preservar la “normalidad” de sus vidas. La obra de Cremata se apoya en la música (y en las letras) de Silvio Rodríguez y no puede hallar mejor asidero. De regreso a casa, pensaba en que la fantasía, los sueños, la fe en el ser humano, en la posibilidad de lo imposible, es el rasgo distintivo de los revolucionarios. Que las Revoluciones se producen cuando se rompen los diques que contienen los sueños, cuando se desbordan las esperanzas. De ahí la incomodidad de los espíritus conservadores, el cansancio que provoca en ellos la eterna navegación por mares ignotos en busca de utopías.
Y recordaba el espectáculo que presencié por la tarde en los ya habituales debates de la revista Temas. Se trataría esta vez el impacto de Internet en la cultura. Llegué un poco tarde, y ya el panel de expertos había iniciado su exposición. Me hallé de repente tras las rejas exteriores del local, junto a un grupo de jóvenes y no tan jóvenes –entre unos y otros, encontré a los mismos ciber-politiqueros de siempre, cámaras de películas y de fotos en mano-- que como yo, no habían podido entrar. Entre los que pujaban por hacerlo estaban algunos estudiantes colombianos, que nos obsequiaron ejemplares de una revista rústica, combativa. Como todos los estudiantes universitarios, parecían un poco locos, y es evidente que sueñan con transformar el mundo: por eso la revista recorre temas internacionales (el derecho del pueblo palestino a la tierra y a la paz, por ejemplo, o el hambre de los pobres), e internos (la represión del estado capitalista colombiano). Asumí entonces que era un buen momento para repartir también algunos ejemplares de La Calle del Medio que traía en mi mochila. Estuve a punto de marcharme, pero finalmente dejaron entrar a la mayoría de los retrasados.
Muchos ciber-politiqueros entraron conmigo. Visten como los universitarios colombianos, con esa estudiada dejadez que entremezcla aires hippies y poses intelectuales, todo en ropa de marca. Parecen estudiantes franceses de los sesenta. Pero hay algo raro: Yoss habló en nombre de ellos, y los calificó como cubanos de a pie. Frase linda, de moda. Y sin embargo, traen sofisticadas cámaras de video y de fotos, celulares satelitales, sostienen blogs personales en Internet. Son jóvenes graduados en universidades cubanas, que están cansados de tanto sacrificio: quieren que dejemos de soñar. Aunque parecen de los sesenta, se asemejan más a los franceses de los noventa. No gritan en las paredes: “seamos realistas, hagamos lo imposible”; ellos no son realistas, son pragmáticos. Su rebeldía consiste en repudiar, en maldecir la rebeldía. Son rebeldes extrañamente promocionados por el sistema que más le teme a la rebeldía. Tienen la apariencia de ser “hijitos de papá”, no importa cual sea el origen real de cada uno de ellos; son hijos adoptivos de un Papá ajeno y solvente, que los exhibe y premia como ejemplos a seguir. Ellos quieren ser personas “normales”. Normales, por supuesto, de los barrios altos de cualquier otra sociedad. No normales de las favelas de Río, de los cerros de Caracas o del Bronx neoyorquino. Visten como los revolucionarios de los sesenta y piensan como los neoconservadores de los noventa. Aman la Coca Cola y la comida chatarra.
Alguien me susurró al oído: “mira a Yoani disfrazada”. En una esquina estaba Yoani Sánchez, con una fea peluca de rubia teñida, y un vestido negro ajustado. Las cámaras de sus colaboradores –y probablemente la pluma de algún corresponsal extranjero--, recogerán la escena: mientras todos se divertían en el local a costa de la peluca, los reporteros dirán que pasaba inadvertida. Pero el detalle es más significativo: despojada de su indumentaria habitual de muchacha sencilla, aquel disfraz se acoplaba mejor a sus aspiraciones de paz holgada. Alguien dijo que se había vestido de alemana, y quizás el símil es más exacto en sus afanes ideológicos que físicos. El verdadero disfraz de Yoani es su apariencia cotidiana. Cuando fue llamada por su nombre y apellidos para intervenir, el espectáculo mediático alcanzó su paroxismo: frente al micrófono, se arrancaría la peluca en gesto farsesco, para supuestamente descubrir su identidad. ¿Qué importaba entonces lo que dijera? El habitual escenario académico se transformaba en la plataforma de un show mediático contrarrevolucionario, en el espacio de un estéril ciber-chancleteo. Era una pésima puesta en escena, pero una puesta, al fin y al cabo.
Hay burócratas que son inquisitoriales, por falta de alas para volar. Se reconocen enseguida. Hacen daño, pero uno sabe que existen –porque en una sociedad humana, existe todo tipo de ser humano--, y los sortea. Estos jóvenes “rebeldes”, sin embargo, viven disfrazados. Son inquisidores posmodernos. Hablan contra todos los dogmatismos, contra los que cercenan sueños, para acabar de una vez con la Imaginación, con la Esperanza, con la Fe. Exponen sin recatos los sueños permitidos: una casa, un carro, una buena vida. Cuando dicen que la Revolución los ata, no se refieren a inexistentes pretensiones de vuelo: quieren decir que la Revolución no los deja ocuparse de sí mismos, hacer mucho dinero, divertirse en fiestas privadas. Que los acosa instándolos a volar.
Ayer en la tarde no lo comprendí bien, aunque lo intuía. Pero los niños de Cremata me lo aclararon, entre risas, lágrimas y canciones de Silvio. Esos jóvenes y algunos mayores –elegantes, sofisticados señores--, conforman un oscuro e inadvertido tribunal que –en nombre de los sueños--, condena el acto de soñar; que en nombre de la Libertad, quiere que regresemos a una época en la que los sueños no rebasaban el espacio de un hogar. Ayer fue el día inaugural del Festival de Teatro de La Habana, y casi de casualidad se enfrentaron –como arte y como farsa--, dos visiones del futuro: la que apela a la libertad del espíritu y la que no trasciende los límites del cuerpo.
miércoles, 28 de octubre de 2009
Obama, 187 países condenan el bloqueo.
Todos los presidentes latinoamericanos --cada uno a su modo, algunos porque quieren a la Revolución cubana, otros porque la necesitan, y algunos más porque la odian--, aconsejaron solícitos y firmes al recién estrenado presidente norteamericano Barack Obama que levantara el infame bloqueo a Cuba. Ninguno sugirió que esperara por "gestos" del país bloqueado. Una persona agredida no se disculpa con el agresor para que cese su hostilidad. Si algún confundido quiere repetir que Cuba debe el pago de los bienes nacionalizados, debe saber que Cuba estuvo en su momento dispuesta a indemnizarlos --como hizo con las restantes naciones afectadas--, y que fue la negativa soberbia de Estados Unidos a recibir el pago correspondiente, lo que cerró esa posibilidad. Pero debería saber también que el daño que ha producido ese bloqueo sobre la economía de Cuba asciende a cientos de miles de millones de dólares, cifra que supera muchas veces la que pudo haberse pagado por las nacionalizaciones de bienes estadounidenses en territorio cubano. Obama ha hablado mucho, y a veces incluso bien --por lo cual recibió hasta un Premio Nobel--, pero no ha hecho mucho, y en ciertas cuestiones, prácticamente nada. Así que ahora se reúne la Asamblea General de Naciones Unidas y vuelve a votar, como cada año, a favor de una resolución que condena el bloqueo a Cuba. Cada año pienso que se alcanzó el límite posible de votos de condena, pero cada año aparecen nuevos países que se suman a la resolución: de 185 en 2008 la cifra es ahora de 187. En términos deportivos, un nuevo récord absoluto. Eso quiere decir que están en contra del bloqueo a Cuba los gobiernos de ultra derecha, de derecha, de centro (si es que ese término existe en política), y de izquierda. Quiere decir que todos los gobiernos del mundo condenan por genocida --es un término del documento aprobado--, una política recientemente ratificada por un presidente recientemente galardonado con el Premio Nobel de la Paz. Digo todos, porque es evidente que Palau, Micronesia e Islas Marshall, los socios que apoyan o se desmarcan, no son exactamente países libres. Y porque Israel..., bueno, ya sabemos qué es Israel. Entonces Obama, qué pena me das, o acabas de ponerte los pantalones en la Casa Blanca, o la Historia no te absolverá.
La Calle del Medio 18.
Ya puede consultar en la columna de la derecha el número 18 (octubre) de La Calle del Medio.
Camilo: la noche previa a la inauguración.
La noche del 27 de octubre de 2009, los técnicos instalan y prueban las luces interiores de las barras que conforman su silueta. Para huir de los "paparazzi", la instalación final de las luces se hizo en horas de la madrugada. Pero 10kbezas, como se firma el diseñador de La Calle, captó imágenes de las pruebas que se hacían con la caligrafía de Camilo. Aquí se las dejo.
martes, 27 de octubre de 2009
Luis Eduardo Aute:EL MERCADO ES UN BARCO QUE SE HUNDE.
ANTONIO LÓPEZ SÁNCHEZ
Tomado de La Calle del Medio 18
Apenas un día después de ese suceso que fuera el concierto Paz sin Fronteras en la capital cubana, entrevistamos a Luis Eduardo Aute. Pero no sólo este evento y sus frutos eran el interés de nuestras páginas. Sus posiciones hacia Cuba, sus ámbitos creativos en la plástica, la escritura y hasta el cine, así como su relación con la música trovadoresca de la isla y sus principales figuras, rondaban entre las balas listas a salir del tintero de las preguntas. En voz baja, como bien afinado con ese silencioso transcurrir con que las tardes y sus calores pasan en Cuba. Natural y al descubierto, sin la más mínima pose de estrella o vedettismo, a veces tan caro a quienes conquistan el arte. Con un deje sutil de leve humor, y hasta de ironía a ratos, que deslizaba inalterable sin cambiar el tono y el hilo de la conversación. Así nos regaló sus respuestas Luis Eduardo Aute.
¿Qué significados deja la experiencia de cantar para más de un millón de cubanos?
¿Qué significados deja la experiencia de cantar para más de un millón de cubanos?
Felizmente no fui sólo yo quien le canté a un millón de cubanos, sino otros muchos más. Qué decirte, fue un concierto muy importante, sin dudas histórico. Me gustaría que hubiera un antes y un después a partir de ese evento. Los significados rondan en función de la idea de que la cultura pudiera tender puentes en donde no los hay, en donde la política seguramente levante barreras; pues probablemente la cultura, y en este caso la música, pudieran ser un puente tendido al diálogo, al entendimiento y a la racionalidad. Es un primer paso pequeño pero muy intenso; digo intenso por el volumen que adquirió, por la cantidad de personas que asistió y que intervino. Creo que es un paso muy positivo y que espero sea el principio de otra serie de actividades que tiendan a esa necesidad de comunicarse, de dialogar con raciocinio.
En momentos de críticas hacia Cuba, incluso de artistas y de intelectuales, usted se ha mantenido en una postura muy clara respecto a la isla: regresa, actúa, nos apoya.
En momentos de críticas hacia Cuba, incluso de artistas y de intelectuales, usted se ha mantenido en una postura muy clara respecto a la isla: regresa, actúa, nos apoya.
¿Qué significa Cuba para Luis Eduardo Aute?
Hay muchos motivos. Uno y muy simple es que aquí me siento como en mi casa. Eso obedece a motivos biográficos. Yo nací en Filipinas, una isla. Aquí el clima es idéntico, la comida, el paisaje, el modo de relacionarse las personas, todo es muy parecido. Te cuento que nunca más volví a Filipinas desde que nos fuimos a vivir a España; mi padre nació en España, estuvo 35 años viviendo en Filipinas y yo estuve los primeros 11 años de mi vida allí hasta el regreso a España. Entonces, cada vez que vengo a Cuba, por un lado es una forma de reencontrarme con mi primer paisaje. Y ese es un motivo bastante sustancial.
Otro motivo es que tengo grandes amigos aquí, prácticamente familia, dentro del ámbito de la música y la literatura. Me siento muy en familia aquí. Y más luego, porque creo que la experiencia cubana, la Revolución Cubana, con todos sus aciertos y todos sus defectos, es un referente indudable, histórico. De alguna forma yo hago un paralelo entre lo que pudo haber sido la Revolución Francesa y el equivalente en América Latina sería la Revolución Cubana. El continente latinoamericano de hoy no sería el que es sin la Revolución Cubana. Entonces no hay otro camino que el que la Revolución Cubana marcó en cuanto al objetivo de la unidad latinoamericana. Es un continente enorme, multirracial, multiétnico, con una vastísima cultura, con un idioma común en mayoría. Pues, creo mucho en el proyecto latinoamericano que se pueda dar ahora, en un momento en el que por primera vez en la historia, gran parte de los países latinoamericanos tienen gobiernos democráticamente elegidos, de izquierdas. Unos más moderados, otros más radicales, pero con un proyecto común.
Cuando hablo del tema, hago el símil de que el Occidente, Europa, los Estados Unidos, incluso los países emergentes como China o la India, están metidos en una estructura regida por los intereses del mercado. Y es obvio que el mercado está derrumbándose; hay una crisis del capitalismo tan obvia como fue la crisis del socialismo real en la Unión Soviética. El mercado es un barco que se hunde. Concretamente Europa es un museo: un museo precioso, pero un museo sin otro fin que conservar el museo, conservar ese barco. Y el proyecto es ponerle parches al barco para que no se hunda del todo o para que tarde en hundirse. En América Latina y en África, más en América Latina, es evidente que hay un barco que se está construyendo. Hay una voluntad de hacer este barco, ya sea desde un punto de vista más radical o más moderado, pero existe ese proyecto. Y siempre digo que el mascarón de proa de ese barco es Cuba, es la Revolución Cubana; sin Cuba no se daría hoy esa situación. Probablemente por haber nacido en una ex colonia española, tengo un punto de vista diferente; tengo una capacidad de identificación mayor con el proceso latinoamericano.
Los que viven en el museo, ¿saben de la existencia del nuevo barco?
Desconocen bastante y eso es lamentable. Tienen poca curiosidad y más en estos tiempos donde Internet opera de manera total. Por un lado es un desastre porque se hunde también una manera de entender la forma de desarrollar la música o de hacer discos. Cualquiera ahora graba una canción en casa y la cuelga en Internet y puede ser maravilloso, regular, o malísimo. Se gana en libertad porque no hay intermediarios, eso es muy bueno por otro lado. Desaparece un sistema de soportes, aparece otro, mucho más libre. La verdad es que no te puedo contestar. Pero sí es claro que en ese barco que se hunde hay poca sensibilidad en cuanto a lo que se esté haciendo más allá del horizonte que ellos ven. Hay un ombliguismo, un mirarse el ombligo con muy poca curiosidad por ver lo que se hace fuera de su territorio.
¿Sus criterios y posturas hacia Cuba y América le han traído fricciones, problemas en su carrera o con el mercado?
Nunca tuve ninguna preocupación en ese sentido. He hecho mis canciones para mí desde que empecé a escribirlas, a grabarlas o a que las grabaran otros, desde que empecé a dar conciertos. Mi única intención, mi única preocupación, era escribir buenas canciones; que fueran coherentes con mi manera de entender las emociones, las reflexiones. Y en ese aspecto me ha importado muy poco el mercado; nunca he tenido en cuenta el mercado como un fenómeno a tener en cuenta, valga redundar. No me preocupa en absoluto el que pueda tener problemas mercantiles. Y mientras pueda mantener esa independencia, no tengo más ambición que seguir desarrollándome en mi trabajo. Mi trabajo para mí es mi vida, no hago una frontera entre ambos: para mí vivir es escribir. Si puedo, también reflexionar un poco –dentro de lo que alcohol me lo permita–, hacer cosas, divertirme, ayudar a los demás en el sentido de que mi trabajo pueda ser una buena compañía para quien se sienta de alguna manera indefenso. Y punto. Ser coherente y sincero con mi trabajo, tal como intento, digo, hacerlo con mi propia vida. Lo demás me importa muy poco: ese tipo de agresiones que pudieran venir del exterior, pues, son sus problemas, no los míos.
Aute, además de que algunos de los que le oyeron en la Plaza nacieron un poco después de haber escrito usted algunas de sus canciones, hay una buena parte del público cubano que no conoce su trabajo en la plástica y en el cine; me gustaría les comentara a nuestros lectores sobre estas aristas de su creación.
Muy sencillamente, en el colegio siempre sacaba muy malas notas; en todo era un desastre, menos en dibujo. Dibujando sacaba las mejores notas, por lo claro eso me estaba marcando de alguna forma un camino. Y luego, me gustaba la música. A mi padre le gustaban las óperas, ponía constantemente óperas en casa, y otras músicas, pero muchas óperas. Me regalaron una guitarra, aprendí a tocarla un poco; muy malamente pero lo suficiente como para poder construir una canción. Me gustaba escribir poesía y era un gran lector de poesía; no de narrativa, leer la narrativa me requiere de mucho esfuerzo, sin embargo la poesía no.
Y bueno, entre que escribía poemas, tocaba la guitarra y pintaba, pues iba de una actividad a otra sin dificultades. El cine también me gustaba, creo que pertenezco a la generación del cine. Quise entrar a la academia de cine, en España, pero en época de Franco no se podía sin tener el bachillerato terminado y yo no lo acabé. Entonces no podías rodar una película sin un certificado de Director de Cine, que para tenerlo debías pasar la escuela de cine, y para pasarla debías terminar el bachillerato, que no tenía hecho. Había otra fórmula que era realizar creo que seis cortometrajes y te daban el título. Empecé a rodar cortos con ese fin pero no hice los seis. La otra manera era hacer ayudantías, auxiliar de dirección y así, hasta llegar al certificado. No hice ninguna de las tres opciones, y felizmente después del fin del franquismo cualquiera que tuviera una cámara y pudiera rodar y dirigir, pues lo hacía y punto. El cine me gustaba y me gusta mucho, porque creo que es, de las artes, la que se alimenta de todas las demás. El cine es narrativa, es poesía, es imagen, es fotografía, es música, es pintura y además crea su propio lenguaje. Soy un adicto del cine y siempre que he podido y ha habido algún irresponsable que se arriesgara a financiar algún cortometraje o alguna propuesta de este tipo, pues, me lanzaba.
Creo que le gusta más el cine que la plástica; es el primero que menciona y con cierto amor evidente en esa historia.
Es que el cine es más complicado. Además, económicamente es mucho más caro, es un trabajo en equipo, hay que montar la producción. Hay muchos elementos que intervienen en un rodaje y no tienen la libertad del hecho de pintar, que no necesita de ningún intermediario: con un espacio en blanco y unos lápices, libremente haces lo que quieras. En ese sentido me siento más libre y disfruto más pintando porque es una actividad inmediata. Escribiendo también: un lápiz y un papel, un estado de ánimo especial, y se puede hacer algo de algún valor.
En verdad, no ha sido para mí una dificultad el tenerme que plantear en algún momento si voy a hacer canciones, si voy a pintar, si voy a agarrar una cámara y hacer fotografías. Eso también me gusta mucho, aunque las cámaras digitales ahora me agradan menos. Es que trabaja más ella por mí y yo soy más artesano; el hecho de revelar y todo eso me gusta más, es un hecho milagroso, fascinante. Por ejemplo, yo hice un cortometraje, Un perro llamado dolor, y lleva alrededor de cuatro mil dibujos. Algunos amigos que hacen animación me decían: «con la cantidad de dibujos que tienes puedes hacerlo con ordenador», y yo me negué. No quiero darle los dibujos a la máquina, quiero hacerlos yo, eso es lo que disfruto. Y me he ido moviendo según llegaban las ideas, esto es canción, esto poema, esto puede ser una serie de imágenes. Tengo una cámara de video en mi estudio, donde pinto y siempre la estoy utilizando. Cualquier cosa que haga allí la voy grabando y luego tengo un pequeño estudio de edición y juego con esas imágenes, así es como creo. Pero de una forma muy espontánea.
Hay dos temas en su obra que no lo abandonan, el erotismo y esa suerte de cuestionamiento de la realidad, a veces no sin un poco de cinismo, un poco desencantado.
Tampoco creo que sea nada así muy personal. La historia del arte, de la literatura en general, se ha nutrido de esos elementos, del amor, del sexo, de la muerte, de la angustia, de la pasión. No son elementos que personalmente me resulten afectos, pero están. Yo me eduqué en un colegio de curas, en la religión católica, y es una rémora que ahí anda y que difícilmente uno puede obviar. Esa inquietud del ser humano siempre ha sido un aliciente como material de trabajo. La mayor parte de mis canciones o mis poemas giran en torno a esta angustia de cuestionarme qué sentido tiene la vida, la muerte, el amor, qué sentido tiene el propio sentido.
Es que esos temas, el amor, el cuestionamiento, lo emparentan con los temas habituales de la trova cubana desde sus inicios hasta hoy.
Yo escuché las canciones, sobre todo de Silvio y de Pablo, cuando empezaba, años 66 o 67. Unos amigos míos, gente de cine, viajaban mucho a Cuba, iban y venían, y me trajeron unos casetes con un montón de canciones de Silvio y de Pablo. Y me quedé muy sorprendido pues descubrí que estaban muy dentro del ámbito de mis intereses. Entonces, en un viaje de vuelta, esos amigos trajeron para acá cintas y discos míos. Y a ellos les pasó lo mismo, vaya, mira este tipo, un hermano que tenemos ahí metido en el mismo laberinto. Así coincidimos por accidente hasta que los conocí personalmente años después.
¿Habrá influencias de la Nueva Trova en los cantores españoles?
Bueno, en el caso mío fue pura coincidencia. Yo escribía mis canciones a mi manera; ellos escribían aquí y de repente cruzamos las canciones y nos encontramos que de algún modo coincidían, más o menos. Es indudable que la influencia que ha ejercido la Nueva Trova en España, en Latinoamérica y en todas partes, es inequívoca; en el buen sentido, arrasadora. Es innegable y lo sigue siendo; la trova sigue siendo algo vigente, eso no tiene discusión.
Allá no son trovadores, allá hay cantautores. Un palabra siniestra esa y que odio radicalmente, pero es la que hay.
Aquí hay trovadores desde hace más de 100 años; desde mediados del XIX hasta ahora el XXI; la palabra trovador, en Cuba, viene junto con la tradición musical.
Claro, claro, aquí se retoma la palabra. Tal vez sea en Francia donde haya una manera de escribir la canción con una preocupación literaria seria. Antes de la Segunda Guerra Mundial y sobre todo después. El estado de ánimo de Francia después de la guerra, va en el ámbito de la canción francesa. Creadores como Jacques Brel, como George Brassen, hay varios en esa cuerda, Jacques Prévert… Eran poetas que decidieron en un momento determinado cantar esos poemas; ponerles música y cantar esos poemas musicados. Hay una tradición trovadoresca allí en Francia, como en Italia también; de hecho la palabra viene de allí, del italiano.
En España no ocurre así. La canción llamada de autor, en especial por los textos, es de los años 60. Hay un fenómeno universal de la canción en esos años, surge un tipo de canción que pretende tener una dignidad poética como cualquier otro poema y además con una sensibilidad social también muy importante, por las propias coordenadas históricas que se estaban viviendo.
¿Y al revés, habría una posible influencia española en los trovadores cubanos?
No me siento muy capaz de ver esa influencia. A veces viene alguien y me dice: mira este, se parece mucho a ti, tiene tal o cual rémora de tu manera de hacer canciones. En serio, yo soy incapaz de ver esas cosas, te lo digo con toda sinceridad.
En el caso de Silvio y de Pablo, de sus influencias para los demás, es más manifiesto: hay claramente hijos de ellos, sin duda alguna, como consecuencia de sus formas de entender la canción. En mi caso yo no veo sucesores; a lo mejor los hay pero yo no tengo capacidad para verlos. Hay otros artistas como Carlitos Varela o Santiago Feliú. En el caso de ellos son ondas muy distintas, pues Santiaguito es más cercano a sus hermanos mayores, es mas lírico; Carlos va en una cuerda más roquera, pertenece a una manera de entender la canción a través de otros caminos.
Y esa canción con ese tipo de inquietudes, ¿le parece que también vaya rumbo a ser museo como hablamos al inicio? ¿Estará en extinción la canción con intenciones, con cuestionamientos, con compromisos?
Realmente no, porque quien más o quien menos intenta en su estilo canciones que estén bien escritas y que musicalmente sean sorprendentes. Hay una diferencia muy clara entre la gente que entiende la canción como una manera de expresarse, en cualquier estilo, con usar la canción para ser coherentes con esa necesidad de expresarse, y el otro tipo de gente que simplemente escribe canciones para vender muchos discos. Ahí no hay ni literaria ni musicalmente la más mínima preocupación. A esos se les ubica en el ámbito de la preocupación simple y comercial por la canción. No hacen canciones por alivio, o por jugar, o por desarrollar la imaginación, son objetivos bien distintos. El trovador está en el objetivo de hacer una canción por expresarse, necesita decir tal cosa y lo dice sin pensar si eso se va a vender o no, si va a ser comercial o no. Igual hay también quien hace canciones muy correctas, y nada más; hay muchos autores de canciones que han escrito maravillosas obras por encargo. Creo que no hay que ser tan radicales tampoco. En resumen, hay dos tipos de música, como pasa en cualquier otra manifestación: la buena y la mala; dentro de cualquier estilo, de cualquier manera de expresarse. Esa es mi opinión.
Hay muchos motivos. Uno y muy simple es que aquí me siento como en mi casa. Eso obedece a motivos biográficos. Yo nací en Filipinas, una isla. Aquí el clima es idéntico, la comida, el paisaje, el modo de relacionarse las personas, todo es muy parecido. Te cuento que nunca más volví a Filipinas desde que nos fuimos a vivir a España; mi padre nació en España, estuvo 35 años viviendo en Filipinas y yo estuve los primeros 11 años de mi vida allí hasta el regreso a España. Entonces, cada vez que vengo a Cuba, por un lado es una forma de reencontrarme con mi primer paisaje. Y ese es un motivo bastante sustancial.
Otro motivo es que tengo grandes amigos aquí, prácticamente familia, dentro del ámbito de la música y la literatura. Me siento muy en familia aquí. Y más luego, porque creo que la experiencia cubana, la Revolución Cubana, con todos sus aciertos y todos sus defectos, es un referente indudable, histórico. De alguna forma yo hago un paralelo entre lo que pudo haber sido la Revolución Francesa y el equivalente en América Latina sería la Revolución Cubana. El continente latinoamericano de hoy no sería el que es sin la Revolución Cubana. Entonces no hay otro camino que el que la Revolución Cubana marcó en cuanto al objetivo de la unidad latinoamericana. Es un continente enorme, multirracial, multiétnico, con una vastísima cultura, con un idioma común en mayoría. Pues, creo mucho en el proyecto latinoamericano que se pueda dar ahora, en un momento en el que por primera vez en la historia, gran parte de los países latinoamericanos tienen gobiernos democráticamente elegidos, de izquierdas. Unos más moderados, otros más radicales, pero con un proyecto común.
Cuando hablo del tema, hago el símil de que el Occidente, Europa, los Estados Unidos, incluso los países emergentes como China o la India, están metidos en una estructura regida por los intereses del mercado. Y es obvio que el mercado está derrumbándose; hay una crisis del capitalismo tan obvia como fue la crisis del socialismo real en la Unión Soviética. El mercado es un barco que se hunde. Concretamente Europa es un museo: un museo precioso, pero un museo sin otro fin que conservar el museo, conservar ese barco. Y el proyecto es ponerle parches al barco para que no se hunda del todo o para que tarde en hundirse. En América Latina y en África, más en América Latina, es evidente que hay un barco que se está construyendo. Hay una voluntad de hacer este barco, ya sea desde un punto de vista más radical o más moderado, pero existe ese proyecto. Y siempre digo que el mascarón de proa de ese barco es Cuba, es la Revolución Cubana; sin Cuba no se daría hoy esa situación. Probablemente por haber nacido en una ex colonia española, tengo un punto de vista diferente; tengo una capacidad de identificación mayor con el proceso latinoamericano.
Los que viven en el museo, ¿saben de la existencia del nuevo barco?
Desconocen bastante y eso es lamentable. Tienen poca curiosidad y más en estos tiempos donde Internet opera de manera total. Por un lado es un desastre porque se hunde también una manera de entender la forma de desarrollar la música o de hacer discos. Cualquiera ahora graba una canción en casa y la cuelga en Internet y puede ser maravilloso, regular, o malísimo. Se gana en libertad porque no hay intermediarios, eso es muy bueno por otro lado. Desaparece un sistema de soportes, aparece otro, mucho más libre. La verdad es que no te puedo contestar. Pero sí es claro que en ese barco que se hunde hay poca sensibilidad en cuanto a lo que se esté haciendo más allá del horizonte que ellos ven. Hay un ombliguismo, un mirarse el ombligo con muy poca curiosidad por ver lo que se hace fuera de su territorio.
¿Sus criterios y posturas hacia Cuba y América le han traído fricciones, problemas en su carrera o con el mercado?
Nunca tuve ninguna preocupación en ese sentido. He hecho mis canciones para mí desde que empecé a escribirlas, a grabarlas o a que las grabaran otros, desde que empecé a dar conciertos. Mi única intención, mi única preocupación, era escribir buenas canciones; que fueran coherentes con mi manera de entender las emociones, las reflexiones. Y en ese aspecto me ha importado muy poco el mercado; nunca he tenido en cuenta el mercado como un fenómeno a tener en cuenta, valga redundar. No me preocupa en absoluto el que pueda tener problemas mercantiles. Y mientras pueda mantener esa independencia, no tengo más ambición que seguir desarrollándome en mi trabajo. Mi trabajo para mí es mi vida, no hago una frontera entre ambos: para mí vivir es escribir. Si puedo, también reflexionar un poco –dentro de lo que alcohol me lo permita–, hacer cosas, divertirme, ayudar a los demás en el sentido de que mi trabajo pueda ser una buena compañía para quien se sienta de alguna manera indefenso. Y punto. Ser coherente y sincero con mi trabajo, tal como intento, digo, hacerlo con mi propia vida. Lo demás me importa muy poco: ese tipo de agresiones que pudieran venir del exterior, pues, son sus problemas, no los míos.
Aute, además de que algunos de los que le oyeron en la Plaza nacieron un poco después de haber escrito usted algunas de sus canciones, hay una buena parte del público cubano que no conoce su trabajo en la plástica y en el cine; me gustaría les comentara a nuestros lectores sobre estas aristas de su creación.
Muy sencillamente, en el colegio siempre sacaba muy malas notas; en todo era un desastre, menos en dibujo. Dibujando sacaba las mejores notas, por lo claro eso me estaba marcando de alguna forma un camino. Y luego, me gustaba la música. A mi padre le gustaban las óperas, ponía constantemente óperas en casa, y otras músicas, pero muchas óperas. Me regalaron una guitarra, aprendí a tocarla un poco; muy malamente pero lo suficiente como para poder construir una canción. Me gustaba escribir poesía y era un gran lector de poesía; no de narrativa, leer la narrativa me requiere de mucho esfuerzo, sin embargo la poesía no.
Y bueno, entre que escribía poemas, tocaba la guitarra y pintaba, pues iba de una actividad a otra sin dificultades. El cine también me gustaba, creo que pertenezco a la generación del cine. Quise entrar a la academia de cine, en España, pero en época de Franco no se podía sin tener el bachillerato terminado y yo no lo acabé. Entonces no podías rodar una película sin un certificado de Director de Cine, que para tenerlo debías pasar la escuela de cine, y para pasarla debías terminar el bachillerato, que no tenía hecho. Había otra fórmula que era realizar creo que seis cortometrajes y te daban el título. Empecé a rodar cortos con ese fin pero no hice los seis. La otra manera era hacer ayudantías, auxiliar de dirección y así, hasta llegar al certificado. No hice ninguna de las tres opciones, y felizmente después del fin del franquismo cualquiera que tuviera una cámara y pudiera rodar y dirigir, pues lo hacía y punto. El cine me gustaba y me gusta mucho, porque creo que es, de las artes, la que se alimenta de todas las demás. El cine es narrativa, es poesía, es imagen, es fotografía, es música, es pintura y además crea su propio lenguaje. Soy un adicto del cine y siempre que he podido y ha habido algún irresponsable que se arriesgara a financiar algún cortometraje o alguna propuesta de este tipo, pues, me lanzaba.
Creo que le gusta más el cine que la plástica; es el primero que menciona y con cierto amor evidente en esa historia.
Es que el cine es más complicado. Además, económicamente es mucho más caro, es un trabajo en equipo, hay que montar la producción. Hay muchos elementos que intervienen en un rodaje y no tienen la libertad del hecho de pintar, que no necesita de ningún intermediario: con un espacio en blanco y unos lápices, libremente haces lo que quieras. En ese sentido me siento más libre y disfruto más pintando porque es una actividad inmediata. Escribiendo también: un lápiz y un papel, un estado de ánimo especial, y se puede hacer algo de algún valor.
En verdad, no ha sido para mí una dificultad el tenerme que plantear en algún momento si voy a hacer canciones, si voy a pintar, si voy a agarrar una cámara y hacer fotografías. Eso también me gusta mucho, aunque las cámaras digitales ahora me agradan menos. Es que trabaja más ella por mí y yo soy más artesano; el hecho de revelar y todo eso me gusta más, es un hecho milagroso, fascinante. Por ejemplo, yo hice un cortometraje, Un perro llamado dolor, y lleva alrededor de cuatro mil dibujos. Algunos amigos que hacen animación me decían: «con la cantidad de dibujos que tienes puedes hacerlo con ordenador», y yo me negué. No quiero darle los dibujos a la máquina, quiero hacerlos yo, eso es lo que disfruto. Y me he ido moviendo según llegaban las ideas, esto es canción, esto poema, esto puede ser una serie de imágenes. Tengo una cámara de video en mi estudio, donde pinto y siempre la estoy utilizando. Cualquier cosa que haga allí la voy grabando y luego tengo un pequeño estudio de edición y juego con esas imágenes, así es como creo. Pero de una forma muy espontánea.
Hay dos temas en su obra que no lo abandonan, el erotismo y esa suerte de cuestionamiento de la realidad, a veces no sin un poco de cinismo, un poco desencantado.
Tampoco creo que sea nada así muy personal. La historia del arte, de la literatura en general, se ha nutrido de esos elementos, del amor, del sexo, de la muerte, de la angustia, de la pasión. No son elementos que personalmente me resulten afectos, pero están. Yo me eduqué en un colegio de curas, en la religión católica, y es una rémora que ahí anda y que difícilmente uno puede obviar. Esa inquietud del ser humano siempre ha sido un aliciente como material de trabajo. La mayor parte de mis canciones o mis poemas giran en torno a esta angustia de cuestionarme qué sentido tiene la vida, la muerte, el amor, qué sentido tiene el propio sentido.
Es que esos temas, el amor, el cuestionamiento, lo emparentan con los temas habituales de la trova cubana desde sus inicios hasta hoy.
Yo escuché las canciones, sobre todo de Silvio y de Pablo, cuando empezaba, años 66 o 67. Unos amigos míos, gente de cine, viajaban mucho a Cuba, iban y venían, y me trajeron unos casetes con un montón de canciones de Silvio y de Pablo. Y me quedé muy sorprendido pues descubrí que estaban muy dentro del ámbito de mis intereses. Entonces, en un viaje de vuelta, esos amigos trajeron para acá cintas y discos míos. Y a ellos les pasó lo mismo, vaya, mira este tipo, un hermano que tenemos ahí metido en el mismo laberinto. Así coincidimos por accidente hasta que los conocí personalmente años después.
¿Habrá influencias de la Nueva Trova en los cantores españoles?
Bueno, en el caso mío fue pura coincidencia. Yo escribía mis canciones a mi manera; ellos escribían aquí y de repente cruzamos las canciones y nos encontramos que de algún modo coincidían, más o menos. Es indudable que la influencia que ha ejercido la Nueva Trova en España, en Latinoamérica y en todas partes, es inequívoca; en el buen sentido, arrasadora. Es innegable y lo sigue siendo; la trova sigue siendo algo vigente, eso no tiene discusión.
Allá no son trovadores, allá hay cantautores. Un palabra siniestra esa y que odio radicalmente, pero es la que hay.
Aquí hay trovadores desde hace más de 100 años; desde mediados del XIX hasta ahora el XXI; la palabra trovador, en Cuba, viene junto con la tradición musical.
Claro, claro, aquí se retoma la palabra. Tal vez sea en Francia donde haya una manera de escribir la canción con una preocupación literaria seria. Antes de la Segunda Guerra Mundial y sobre todo después. El estado de ánimo de Francia después de la guerra, va en el ámbito de la canción francesa. Creadores como Jacques Brel, como George Brassen, hay varios en esa cuerda, Jacques Prévert… Eran poetas que decidieron en un momento determinado cantar esos poemas; ponerles música y cantar esos poemas musicados. Hay una tradición trovadoresca allí en Francia, como en Italia también; de hecho la palabra viene de allí, del italiano.
En España no ocurre así. La canción llamada de autor, en especial por los textos, es de los años 60. Hay un fenómeno universal de la canción en esos años, surge un tipo de canción que pretende tener una dignidad poética como cualquier otro poema y además con una sensibilidad social también muy importante, por las propias coordenadas históricas que se estaban viviendo.
¿Y al revés, habría una posible influencia española en los trovadores cubanos?
No me siento muy capaz de ver esa influencia. A veces viene alguien y me dice: mira este, se parece mucho a ti, tiene tal o cual rémora de tu manera de hacer canciones. En serio, yo soy incapaz de ver esas cosas, te lo digo con toda sinceridad.
En el caso de Silvio y de Pablo, de sus influencias para los demás, es más manifiesto: hay claramente hijos de ellos, sin duda alguna, como consecuencia de sus formas de entender la canción. En mi caso yo no veo sucesores; a lo mejor los hay pero yo no tengo capacidad para verlos. Hay otros artistas como Carlitos Varela o Santiago Feliú. En el caso de ellos son ondas muy distintas, pues Santiaguito es más cercano a sus hermanos mayores, es mas lírico; Carlos va en una cuerda más roquera, pertenece a una manera de entender la canción a través de otros caminos.
Y esa canción con ese tipo de inquietudes, ¿le parece que también vaya rumbo a ser museo como hablamos al inicio? ¿Estará en extinción la canción con intenciones, con cuestionamientos, con compromisos?
Realmente no, porque quien más o quien menos intenta en su estilo canciones que estén bien escritas y que musicalmente sean sorprendentes. Hay una diferencia muy clara entre la gente que entiende la canción como una manera de expresarse, en cualquier estilo, con usar la canción para ser coherentes con esa necesidad de expresarse, y el otro tipo de gente que simplemente escribe canciones para vender muchos discos. Ahí no hay ni literaria ni musicalmente la más mínima preocupación. A esos se les ubica en el ámbito de la preocupación simple y comercial por la canción. No hacen canciones por alivio, o por jugar, o por desarrollar la imaginación, son objetivos bien distintos. El trovador está en el objetivo de hacer una canción por expresarse, necesita decir tal cosa y lo dice sin pensar si eso se va a vender o no, si va a ser comercial o no. Igual hay también quien hace canciones muy correctas, y nada más; hay muchos autores de canciones que han escrito maravillosas obras por encargo. Creo que no hay que ser tan radicales tampoco. En resumen, hay dos tipos de música, como pasa en cualquier otra manifestación: la buena y la mala; dentro de cualquier estilo, de cualquier manera de expresarse. Esa es mi opinión.
domingo, 25 de octubre de 2009
La comedia intelectual de Enrique Krauze.
Respuesta del autor de la biografía de García Márquez a un ensayo de Krauze centrado en la descripción de las relaciones de amistad del colombiano con Fidel.
Gerald Martin.
Pero bueno, la explicación es sencilla. Enrique Krauze, el bien conocido caudillo cultural, jefe de Letras Libres, no es, cuando escribe en Letras Libres, un historiador, ni mucho menos un crítico: es un ideólogo. Su misión es limitar y redefinir el cambio, negar la legitimidad de las izquierdas políticas y culturales y –bueno, todos somos seres humanos– aumentar y pulir su propia vanidad. Es, literal y literariamente, un biógrafo del poder.En este caso, repito, Enrique Krauze no ha reseñado un libro sobre la vida y obra de Gabriel García Márquez: ha escrito un ensayo –exactamente como toda la clase intelectual mexicana habría podido prever– sobre la relación entre Gabriel García Márquez y Fidel Castro. Porque Castro es una de sus grandes obsesiones. (Es interesante, y a primera vista sorprendente, constatar la hostilidad muy particular y especialmente virulenta de la derecha intelectual mexicana, dentro del contexto latinoamericano en general, hacia Fidel Castro –semejante, de una manera intrincada y muy sutil, a la relativa indiferencia del establishment mexicano hacia la figura de Bolívar, a quien llegaremos, si bien indirectamente, a su debido tiempo.) (...) Utilizando el método consabido de los que no están convencidos de sus propios argumentos, pese al tono de suficiencia –y sí, “autoridad”– con que los propone, Krauze cita casi exclusivamente a sus correligionarios conservadores. Mi compatriota Malcolm Deas, primero en la cola, es un historiador excelente y muy distinguido, pero todos sabemos dónde está colocado políticamente. (...) Y después de Deas vienen las otras citas inevitables, si bien monótonas en su absoluta previsibilidad, de sus colaboradores en el viejo y el nuevo testamento del profeta Octavio (Zaid, Rossi, Vargas Llosa) y de los superestrellas conservadores (esta vez no sale Berlin pero está Borges, ese conocido experto político y, nuevamente, Vargas Llosa), y no puede faltar, obviamente, el mismísimo don Octavio, para quien (Krauze lo cita y el mismo Paz me lo dijo personalmente) García Márquez y su amigo mexicano (bueno, no tan mexicano) Carlos Fuentes “no son escritores serios”.
LEA AQUÍ EL TEXTO COMPLETO.
¿Cómo despolitizar el béisbol?
En La Calle del Medio No. 18 se abre un debate sobre el deporte y el béisbol revolucionario cubano. Participe.
Tres notas sobre profesionalismo y amateurismo.
Enrique Ubieta Gómez.
A veces soslayamos el esclarecimiento (y debate) de temas que parecen prescindibles, o descartados por la propia vida, sin reparar en que “la mala hierba” crece sola, sin abono; y que hay abonos que llegan traídos por vientos foráneos. Frente a recientes descalabros deportivos y tras ellos, una maquinaria mediática –que se ceba en ofertas para la deserción de los atletas cubanos y en anuncios triunfalistas sobre la superioridad del profesionalismo--, intenta aniquilar el sistema revolucionario que ha llevado a nuestro país de solo 11 millones de habitantes y limitados recursos, a la condición de potencia mundial deportiva. Propongo en estas notas un acercamiento cultural, más que deportivo, al tema del profesionalismo y sus implicaciones.
1. Es frecuente en nuestros diálogos sobre diferentes aspectos de la vida social, una exigencia que nace más del cansancio que de la lucidez: la no politización de los temas. Y es una exigencia que actúa exclusivamente en detrimento del socialismo. ¿Por qué? Porque el capitalismo nunca «politiza» nada: el capitalismo basa su fuerza persuasiva en el poder de las imágenes y de los sueños. Y el mercado se encarga de regenerarlos con sus ofertas. Nada es política en el capitalismo, lo que significa decir que todo lo es. La imagen del «triunfador» no se desgasta en explicaciones sobre su talento o sus aportes sociales: es una Barbie o un Kent (el equivalente masculino de la famosa muñeca) o una Bratz, al volante de un auto deportivo del año, o en la piscina de su mansión; es el recordatorio de lo que el exitoso «vale» en cifras de dinero y de objetos de consumo, con independencia y a veces en oposición a su valor social. El socialismo no puede prescindir de las explicaciones y de la multiplicación de los emisores de explicaciones, muchos de los cuales son simples repetidores que convierten en teque razonamientos originalmente hondos y necesarios. La imagen del Duque Hernández como «triunfador» de aquel sistema –contrato millonario, casa, carro, etc.–, es política. Es la más política de todas las imágenes posibles: la que muestra «el camino» a seguir, la que reproduce el mito de Cenicienta. Dondequiera que la política se invisibiliza, el mercado se hace visible y la representa.
2. La única manera de no politizar el deporte –precisamente por su carácter de espectáculo cultural–, es no mercantilizándolo. No quiere decir que el deportista no reciba en el socialismo beneficios materiales que se correspondan con su aporte social –ya conocemos la máxima socialista: de cada quien según su capacidad, a cada quien según su trabajo–, y con las especificidades de vivir en una sociedad diferente. Un pelotero cubano es profesional si se reduce la interpretación del concepto al hecho indiscutible de que se dedica de forma exclusiva al ejercicio de su deporte y que lo que recibe como sustento no tiene otra fuente que la de su vida deportiva, llámese a ello licencia deportiva o salario. Pero un pelotero cubano no es profesional en el sentido de que gane según un mercado que lo obligue a supeditar su mejor desempeño a los momentos y lugares mejor cotizados. No juega, entre otros ejemplos, en estadios que cobran para sus mejores asientos hasta 2 500 dólares (el asiento se compra para toda la temporada), como el nuevo de los Yanquis de Nueva York; tampoco los 495 dólares que cobran los Mets, más moderados, en el suyo. La única manera de no politizar el deporte en una dirección capitalista, es preservándolo como espectáculo cultural (popular); es no hacer del dinero el motor impulsor del esfuerzo. Para ello es imprescindible que lo que en el socialismo se llama –y casi nunca se aplica–, «atención al hombre», adquiera una dimensión auténtica.
3. Un país como el nuestro puede construir un sistema deportivo verdaderamente nacional y masivo, pero no puede, ni quiere, ni necesita –porque es opuesto a su modelo social– sostener un sistema profesional con «salarios» millonarios. Pero la propuesta es todavía más complicada. Porque a diferencia de otros deportes –el fútbol o el voleibol, por ejemplo–, Estados Unidos (la más agresiva y a la vez cercana potencia) es la meca del béisbol profesional. Abrir la libre contratación de nuestros peloteros en Estados Unidos –el país que nos bloquea comercialmente–, no sólo convertiría la Serie Nacional en una de sus Ligas de Desarrollo, en rehén de las Grandes Ligas, como son actualmente la venezolana, la dominicana, la puertorriqueña, la mexicana, etc., etc., sino que revertiría los principios del modelo social que Cuba se esfuerza en construir a contracorriente. Porque lo que se dirime aquí trasciende lo meramente deportivo: ¿es imposible el desarrollo de un sistema deportivo de excelencia que no se mueva sobre los rieles del mercado?; ¿eran falsos los éxitos del deporte revolucionario cubano?; ¿es posible una sociedad que sustente su desarrollo sobre presupuestos solidarios y mercantiles sí, pero no mercantilistas? El reto que tiene ante sí el béisbol cubano es aprender de sus derrotas y de sus contrarios. Revolucionar sus concepciones de entrenamiento, por un lado, y retomar viejas prácticas abandonadas por el otro. Topar lo más posible con todo tipo de adversario. Pero sobre todo: preservar su esencia socialista.
Tres notas sobre profesionalismo y amateurismo.
Enrique Ubieta Gómez.
A veces soslayamos el esclarecimiento (y debate) de temas que parecen prescindibles, o descartados por la propia vida, sin reparar en que “la mala hierba” crece sola, sin abono; y que hay abonos que llegan traídos por vientos foráneos. Frente a recientes descalabros deportivos y tras ellos, una maquinaria mediática –que se ceba en ofertas para la deserción de los atletas cubanos y en anuncios triunfalistas sobre la superioridad del profesionalismo--, intenta aniquilar el sistema revolucionario que ha llevado a nuestro país de solo 11 millones de habitantes y limitados recursos, a la condición de potencia mundial deportiva. Propongo en estas notas un acercamiento cultural, más que deportivo, al tema del profesionalismo y sus implicaciones.
1. Es frecuente en nuestros diálogos sobre diferentes aspectos de la vida social, una exigencia que nace más del cansancio que de la lucidez: la no politización de los temas. Y es una exigencia que actúa exclusivamente en detrimento del socialismo. ¿Por qué? Porque el capitalismo nunca «politiza» nada: el capitalismo basa su fuerza persuasiva en el poder de las imágenes y de los sueños. Y el mercado se encarga de regenerarlos con sus ofertas. Nada es política en el capitalismo, lo que significa decir que todo lo es. La imagen del «triunfador» no se desgasta en explicaciones sobre su talento o sus aportes sociales: es una Barbie o un Kent (el equivalente masculino de la famosa muñeca) o una Bratz, al volante de un auto deportivo del año, o en la piscina de su mansión; es el recordatorio de lo que el exitoso «vale» en cifras de dinero y de objetos de consumo, con independencia y a veces en oposición a su valor social. El socialismo no puede prescindir de las explicaciones y de la multiplicación de los emisores de explicaciones, muchos de los cuales son simples repetidores que convierten en teque razonamientos originalmente hondos y necesarios. La imagen del Duque Hernández como «triunfador» de aquel sistema –contrato millonario, casa, carro, etc.–, es política. Es la más política de todas las imágenes posibles: la que muestra «el camino» a seguir, la que reproduce el mito de Cenicienta. Dondequiera que la política se invisibiliza, el mercado se hace visible y la representa.
2. La única manera de no politizar el deporte –precisamente por su carácter de espectáculo cultural–, es no mercantilizándolo. No quiere decir que el deportista no reciba en el socialismo beneficios materiales que se correspondan con su aporte social –ya conocemos la máxima socialista: de cada quien según su capacidad, a cada quien según su trabajo–, y con las especificidades de vivir en una sociedad diferente. Un pelotero cubano es profesional si se reduce la interpretación del concepto al hecho indiscutible de que se dedica de forma exclusiva al ejercicio de su deporte y que lo que recibe como sustento no tiene otra fuente que la de su vida deportiva, llámese a ello licencia deportiva o salario. Pero un pelotero cubano no es profesional en el sentido de que gane según un mercado que lo obligue a supeditar su mejor desempeño a los momentos y lugares mejor cotizados. No juega, entre otros ejemplos, en estadios que cobran para sus mejores asientos hasta 2 500 dólares (el asiento se compra para toda la temporada), como el nuevo de los Yanquis de Nueva York; tampoco los 495 dólares que cobran los Mets, más moderados, en el suyo. La única manera de no politizar el deporte en una dirección capitalista, es preservándolo como espectáculo cultural (popular); es no hacer del dinero el motor impulsor del esfuerzo. Para ello es imprescindible que lo que en el socialismo se llama –y casi nunca se aplica–, «atención al hombre», adquiera una dimensión auténtica.
3. Un país como el nuestro puede construir un sistema deportivo verdaderamente nacional y masivo, pero no puede, ni quiere, ni necesita –porque es opuesto a su modelo social– sostener un sistema profesional con «salarios» millonarios. Pero la propuesta es todavía más complicada. Porque a diferencia de otros deportes –el fútbol o el voleibol, por ejemplo–, Estados Unidos (la más agresiva y a la vez cercana potencia) es la meca del béisbol profesional. Abrir la libre contratación de nuestros peloteros en Estados Unidos –el país que nos bloquea comercialmente–, no sólo convertiría la Serie Nacional en una de sus Ligas de Desarrollo, en rehén de las Grandes Ligas, como son actualmente la venezolana, la dominicana, la puertorriqueña, la mexicana, etc., etc., sino que revertiría los principios del modelo social que Cuba se esfuerza en construir a contracorriente. Porque lo que se dirime aquí trasciende lo meramente deportivo: ¿es imposible el desarrollo de un sistema deportivo de excelencia que no se mueva sobre los rieles del mercado?; ¿eran falsos los éxitos del deporte revolucionario cubano?; ¿es posible una sociedad que sustente su desarrollo sobre presupuestos solidarios y mercantiles sí, pero no mercantilistas? El reto que tiene ante sí el béisbol cubano es aprender de sus derrotas y de sus contrarios. Revolucionar sus concepciones de entrenamiento, por un lado, y retomar viejas prácticas abandonadas por el otro. Topar lo más posible con todo tipo de adversario. Pero sobre todo: preservar su esencia socialista.
La verdad es para decirla.
Comentario leído en el Noticiero Nacional de Televisión, en la edición del mediodía del domingo 18 de octubre de 2009. Aparece en el No. 18 de La Calle del Medio recién impreso.
JULIA OSENDI.
El Apóstol de nuestras gestas independistas José Martí, con su prolífera pluma, dejó para la historia frases indelebles y una de ellas reza: “la verdad es para decirla, NO para encubrirla”.
¡Qué alegría, qué momentos tan grandes ha vivido el deporte cubano! ¡Cuántas anécdotas, cuántas glorias! Y, en estos momentos, ¡qué nostalgia sentimos!, ¿verdad? Muchas personas se me han acercado hablándome de la inconsistencia de la pelota cubana en eventos internacionales, pues tan sólo girar el rostro hacia atrás éramos campeones en todas las categorías de la IBAF y ahora no lo somos de ninguna. No podemos hablar de que Japón es nuestro victimario en los Clásicos, pues en Juegos Olímpicos lo fue Sudcorea y en las dos últimas versiones de Mundiales lo han sido dos elencos estadounidenses bien distintos. Sin embargo, yo voy más allá, muchísimo más allá. Voy a la no clasificación del seleccionado femenino de voli a la Copa Mundial de noviembre, al perder ante Puerto Rico, equipo que, es cierto, recibe todo el apoyo financiero que se requiere para topes y entrenamiento sofisticado, pero que nunca ha tenido nuestra historia ni nuestras condiciones. Voy a la no clasificación del conjunto femenino de básquet al Mundial del venidero año, cuando el boleto estaba al alcance de la mano, teniendo en cuenta que la Copa América confería tres plazas a la cita del orbe y ya Estados Unidos, en su condición de campeón olímpico y mundial estaba clasificado, e increíblemente, fuimos superados por Canadá y Argentina, amén de que el conjunto brasileño no contaba con todas sus figuras y se le podía ganar.
Con equipos completos en greco y libre y una mujer por vez primera en Mundiales de Lucha, sólo un extra clase como Mijain López pudo conquistar el cetro. En el Mundial de Boxeo, también uno, Roniel Iglesias entre once púgiles, logró la corona. Ni las Guerreras del General Veitía, las judocas, ni las espectaculares morenas del Caribe, han podido reeditar sus hazañas. La excelente actuación de los voleibolistas, con un elenco muy joven, en la Liga Mundial y ahora con su resonante triunfo en el NORCECA; las medallas de oro y plata de Yumari González en el Mundial de Ciclismo que la sitúan como fortísima aspirante a ser seleccionada la Atleta del Año en Cuba; los dos espadistas en el Mundial de Esgrima, disciplina que nos alienta a recobrar los sitiales perdidos de antaño; el subir al podio en los certámenes del orbe de canotaje y taekwondo; y los representantes del deporte rey en el Mundial y la Final Mundial, con la excepción de Dayron Robles, de quien aún no sabemos qué le sucedió en Berlín, ha sido sólo lo significativo para el deporte cubano en este 2009. Tanto es así que si otros años era un dolor de cabeza escoger el atleta, equipo y deporte del año por tantos y tantos con merecimientos, ahora el dolor de cabeza resulta ser todo lo contrario.
Pero, esto no es de ahora. Ya en los Centrocaribes de Cartagena de Indias en el 2006, cuando agónicamente superamos a México para mantener la vanguardia regional que ostentamos por décadas; pasando por los Panamericanos de Río, y un Brasil acechando hasta pocas horas de la clausura, retándonos por el segundo, también ya habitual por décadas; hasta concluir en los Juegos Olímpicos de Beijing, donde sólo dos fuera de liga como Dayron y Mijain ganaban aunque los contrarios fueran de Haití, Zambia o Noruega, la alarma estaba encendida y o no queremos verla o somos unos inconscientes y creemos que el deporte sigue siendo el mismo de 50 años atrás. Me pregunto qué tiene que pasar, hasta dónde va a hundirse nuestro amado deporte, cuántas deserciones más deben lacerarnos, para lograr que la dialéctica, asignatura que yo aprendí en la Universidad de La Habana como parte de la Filosofía Marxista, se imponga. Hay que caminar con los tiempos sin dejar a un lado los principios. Pero, sencillamente, caminar. La respuesta no la tengo yo, pero sí el desgarro y la decepción de ver tantos y tantos fracasos juntos. Como siempre digo cuando toco un tema peliagudo, confío plenamente en la Revolución, en que todos juntos, atletas, entrenadores, técnicos, especialistas, aficionados, dirigentes, podamos hacer que nuestra preciosa nave deportiva enrumbe por un cauce victorioso. Y es que, segura estoy, a pesar de las presiones; a pesar del más descomunal de los acosos sobre nuestros atletas; a pesar de las traiciones; a pesar del bloqueo y a pesar de los pesares, el deporte revolucionario cubano seguirá escribiendo páginas de victorias y leyendas.
El Apóstol de nuestras gestas independistas José Martí, con su prolífera pluma, dejó para la historia frases indelebles y una de ellas reza: “la verdad es para decirla, NO para encubrirla”.
¡Qué alegría, qué momentos tan grandes ha vivido el deporte cubano! ¡Cuántas anécdotas, cuántas glorias! Y, en estos momentos, ¡qué nostalgia sentimos!, ¿verdad? Muchas personas se me han acercado hablándome de la inconsistencia de la pelota cubana en eventos internacionales, pues tan sólo girar el rostro hacia atrás éramos campeones en todas las categorías de la IBAF y ahora no lo somos de ninguna. No podemos hablar de que Japón es nuestro victimario en los Clásicos, pues en Juegos Olímpicos lo fue Sudcorea y en las dos últimas versiones de Mundiales lo han sido dos elencos estadounidenses bien distintos. Sin embargo, yo voy más allá, muchísimo más allá. Voy a la no clasificación del seleccionado femenino de voli a la Copa Mundial de noviembre, al perder ante Puerto Rico, equipo que, es cierto, recibe todo el apoyo financiero que se requiere para topes y entrenamiento sofisticado, pero que nunca ha tenido nuestra historia ni nuestras condiciones. Voy a la no clasificación del conjunto femenino de básquet al Mundial del venidero año, cuando el boleto estaba al alcance de la mano, teniendo en cuenta que la Copa América confería tres plazas a la cita del orbe y ya Estados Unidos, en su condición de campeón olímpico y mundial estaba clasificado, e increíblemente, fuimos superados por Canadá y Argentina, amén de que el conjunto brasileño no contaba con todas sus figuras y se le podía ganar.
Con equipos completos en greco y libre y una mujer por vez primera en Mundiales de Lucha, sólo un extra clase como Mijain López pudo conquistar el cetro. En el Mundial de Boxeo, también uno, Roniel Iglesias entre once púgiles, logró la corona. Ni las Guerreras del General Veitía, las judocas, ni las espectaculares morenas del Caribe, han podido reeditar sus hazañas. La excelente actuación de los voleibolistas, con un elenco muy joven, en la Liga Mundial y ahora con su resonante triunfo en el NORCECA; las medallas de oro y plata de Yumari González en el Mundial de Ciclismo que la sitúan como fortísima aspirante a ser seleccionada la Atleta del Año en Cuba; los dos espadistas en el Mundial de Esgrima, disciplina que nos alienta a recobrar los sitiales perdidos de antaño; el subir al podio en los certámenes del orbe de canotaje y taekwondo; y los representantes del deporte rey en el Mundial y la Final Mundial, con la excepción de Dayron Robles, de quien aún no sabemos qué le sucedió en Berlín, ha sido sólo lo significativo para el deporte cubano en este 2009. Tanto es así que si otros años era un dolor de cabeza escoger el atleta, equipo y deporte del año por tantos y tantos con merecimientos, ahora el dolor de cabeza resulta ser todo lo contrario.
Pero, esto no es de ahora. Ya en los Centrocaribes de Cartagena de Indias en el 2006, cuando agónicamente superamos a México para mantener la vanguardia regional que ostentamos por décadas; pasando por los Panamericanos de Río, y un Brasil acechando hasta pocas horas de la clausura, retándonos por el segundo, también ya habitual por décadas; hasta concluir en los Juegos Olímpicos de Beijing, donde sólo dos fuera de liga como Dayron y Mijain ganaban aunque los contrarios fueran de Haití, Zambia o Noruega, la alarma estaba encendida y o no queremos verla o somos unos inconscientes y creemos que el deporte sigue siendo el mismo de 50 años atrás. Me pregunto qué tiene que pasar, hasta dónde va a hundirse nuestro amado deporte, cuántas deserciones más deben lacerarnos, para lograr que la dialéctica, asignatura que yo aprendí en la Universidad de La Habana como parte de la Filosofía Marxista, se imponga. Hay que caminar con los tiempos sin dejar a un lado los principios. Pero, sencillamente, caminar. La respuesta no la tengo yo, pero sí el desgarro y la decepción de ver tantos y tantos fracasos juntos. Como siempre digo cuando toco un tema peliagudo, confío plenamente en la Revolución, en que todos juntos, atletas, entrenadores, técnicos, especialistas, aficionados, dirigentes, podamos hacer que nuestra preciosa nave deportiva enrumbe por un cauce victorioso. Y es que, segura estoy, a pesar de las presiones; a pesar del más descomunal de los acosos sobre nuestros atletas; a pesar de las traiciones; a pesar del bloqueo y a pesar de los pesares, el deporte revolucionario cubano seguirá escribiendo páginas de victorias y leyendas.
Regreso.
Pido disculpas a los que me acompañan en esta embarcación. Estuve de recorrido por Holguín, Santiago de Cuba y Guantánamo con los muchachos de la FEU. Objetivo: presentación y debate de La Calle del Medio en universidades de la región. Los holguineros fueron los más organizados y en un día hicimos cinco presentaciones. Pronto colgaremos en Cubasi el No. 18 (octubre), que ya está en la calle.
martes, 20 de octubre de 2009
Y los premios, premios son…
Darío L. Machado Rodríguez.
Seguramente por elemental correlación debida a la semejanza de las palabras, cuando niño relacionaba el premio Nobel con el adjetivo noble, que significa generoso, gentil y que proviene del latín nobilis que quiere decir conocido, ilustre. Siempre, en lo más profundo de mi subconsciente me he empeñado en vincularlo en su significado, aunque la realidad a menudo me ha dicho lo contrario. Para colmo, hurgando por pura curiosidad en la etimología del apellido, encuentro un origen en Escocia donde el término era usado para denotar a personas agraciadas.
Aun cuando ya adolescente tuve conocimiento de cómo Alfred Nobel había amasado su fortuna en la industria de la guerra, particularmente por haber inventado la dinamita y producirla industrialmente, y comprender la magnitud de los daños que contribuyó a perpetrar, no dejé de emparentar el adjetivo con el famoso premio. En efecto, Alfred Nobel amasó una fortuna de la cual solo dejó una pequeña parte a su familia, y el resto lo puso en el fondo de la fundación que lleva su nombre para premiar a aquellos que hicieran lo que él no hizo: aportar al bienestar de la humanidad. Tal era su complejo de culpa.
El premio ya tiene más de un siglo. Valdría la pena hacer un análisis a fondo desde el sur de este mundo sobre un premio que ha acaparado la atención mundial, que se ha convertido para muchos en símbolo de excelencia y que habitualmente se ha quedado en la Europa que lo vio nacer y en Norteamérica. De hecho, Europa Occidental y América del Norte (EEUU y Canadá) han recibido más del 85% de los premios Nobel; solo EEUU ha recibido 285, lo que significa más de un tercio de los que han sido otorgados desde que en 1901 se instauró el galardón. Los primeros 60 años, absolutamente todos los premios quedaron en Europa, América del Norte y algunos organismos internacionales, con la excepción de uno otorgado en 1936 al argentino Carlos Saavedra Lamas por su labor a favor de la paz regional y mundial.
Los premios los deciden personas de instituciones suecas, con la excepción del Nobel de la Paz que es decidido por el Comité Nobel Noruego del Parlamento Noruego y no todos los que otorga Suecia son decididos por las instituciones académicas de ese país. El premio Nobel de Economía, que se entrega desde 1969, lo decide el Banco de Suecia y tiene el nombre oficial de “Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel”. Y los premios, premios son.
Al entregarse en medicina, física, química, hay un peso grande en los países que han alcanzado su mayor desarrollo sobre las espaldas del subdesarrollo; el argumento no justifica, pero explica. Pero ¿cómo es la situación del Nobel de la Paz? Ese premio ha sido entregado a cerca de 100 personas desde 1901, y ocurrió con él lo mismo que con los otros; las primeras 6 décadas se quedó en la misma zona del mundo (con la excepción ya mencionada) y después ha tenido algunos giros hacia el sur.
Lo han recibido varios presidentes norteamericanos y hasta un vicepresidente, Al Gore, por sus modestos aportes a la protección del medio ambiente y distinguido individualmente junto con el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU, estructura en la que han interactuado muchas personalidades con muchos méritos. Al Gore lo obtuvo por algunas conferencias sobre el tema y un elaborado y galardonado documental, en los que por cierto no se ve preocupado por el hambre en el mundo, y sin mérito probado alguno a favor de la paz. Pero lo tiene, lo que no deja de ser “una verdad incómoda”. Los que se lo otorgaron pasaron por alto su complicidad en las aventuras bélicas del gobierno del cual era vicepresidente, en Serbia, Irak, Haití y otros países.
Hay personas ilustres que han sido galardonadas con ese premio y que merecen todo el reconocimiento por su dedicación verdadera a la paz, me refiero a Rigoberta Menchú, Adolfo Pérez Esquivel, Nelson Mandela, por solo mencionar a los que me vienen ahora a la mente. Pero también lo han recibido Henry Kissinger, Shimón Peres e Isaac Rabin, los tres acusados de pacifistas y absueltos por falta de pruebas en el tribunal de la humanidad.
Le Duc Tho lo rechazó porque su país aún no estaba en paz. Hermoso ejemplo de dignidad, nobleza y humanismo. También el francés Jean Paul Sartre rechazó en los años 60 del pasado siglo el de literatura, con el argumento de la politización del premio que en aquel entonces solo lo entregaban –según sus palabras- “a los escritores de Occidente o a los rebeldes del Este” y quien, por cierto, advirtió que si se lo entregaban lo rechazaría y así lo hizo, redondeando su posición cuando declaró públicamente que encontraba la insistencia en dárselo “un poco ridícula”. Ahora se le ha otorgado a un sorprendido Barack Obama, con argumentos escasos y nada convincentes. Algunos piensan que tiene todavía la oportunidad de ganárselo, otros que quienes decidieron el premio han avalado algo muy lejano de lo que debe ser entendido como paz.
Aun cuando ya adolescente tuve conocimiento de cómo Alfred Nobel había amasado su fortuna en la industria de la guerra, particularmente por haber inventado la dinamita y producirla industrialmente, y comprender la magnitud de los daños que contribuyó a perpetrar, no dejé de emparentar el adjetivo con el famoso premio. En efecto, Alfred Nobel amasó una fortuna de la cual solo dejó una pequeña parte a su familia, y el resto lo puso en el fondo de la fundación que lleva su nombre para premiar a aquellos que hicieran lo que él no hizo: aportar al bienestar de la humanidad. Tal era su complejo de culpa.
El premio ya tiene más de un siglo. Valdría la pena hacer un análisis a fondo desde el sur de este mundo sobre un premio que ha acaparado la atención mundial, que se ha convertido para muchos en símbolo de excelencia y que habitualmente se ha quedado en la Europa que lo vio nacer y en Norteamérica. De hecho, Europa Occidental y América del Norte (EEUU y Canadá) han recibido más del 85% de los premios Nobel; solo EEUU ha recibido 285, lo que significa más de un tercio de los que han sido otorgados desde que en 1901 se instauró el galardón. Los primeros 60 años, absolutamente todos los premios quedaron en Europa, América del Norte y algunos organismos internacionales, con la excepción de uno otorgado en 1936 al argentino Carlos Saavedra Lamas por su labor a favor de la paz regional y mundial.
Los premios los deciden personas de instituciones suecas, con la excepción del Nobel de la Paz que es decidido por el Comité Nobel Noruego del Parlamento Noruego y no todos los que otorga Suecia son decididos por las instituciones académicas de ese país. El premio Nobel de Economía, que se entrega desde 1969, lo decide el Banco de Suecia y tiene el nombre oficial de “Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel”. Y los premios, premios son.
Al entregarse en medicina, física, química, hay un peso grande en los países que han alcanzado su mayor desarrollo sobre las espaldas del subdesarrollo; el argumento no justifica, pero explica. Pero ¿cómo es la situación del Nobel de la Paz? Ese premio ha sido entregado a cerca de 100 personas desde 1901, y ocurrió con él lo mismo que con los otros; las primeras 6 décadas se quedó en la misma zona del mundo (con la excepción ya mencionada) y después ha tenido algunos giros hacia el sur.
Lo han recibido varios presidentes norteamericanos y hasta un vicepresidente, Al Gore, por sus modestos aportes a la protección del medio ambiente y distinguido individualmente junto con el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU, estructura en la que han interactuado muchas personalidades con muchos méritos. Al Gore lo obtuvo por algunas conferencias sobre el tema y un elaborado y galardonado documental, en los que por cierto no se ve preocupado por el hambre en el mundo, y sin mérito probado alguno a favor de la paz. Pero lo tiene, lo que no deja de ser “una verdad incómoda”. Los que se lo otorgaron pasaron por alto su complicidad en las aventuras bélicas del gobierno del cual era vicepresidente, en Serbia, Irak, Haití y otros países.
Hay personas ilustres que han sido galardonadas con ese premio y que merecen todo el reconocimiento por su dedicación verdadera a la paz, me refiero a Rigoberta Menchú, Adolfo Pérez Esquivel, Nelson Mandela, por solo mencionar a los que me vienen ahora a la mente. Pero también lo han recibido Henry Kissinger, Shimón Peres e Isaac Rabin, los tres acusados de pacifistas y absueltos por falta de pruebas en el tribunal de la humanidad.
Le Duc Tho lo rechazó porque su país aún no estaba en paz. Hermoso ejemplo de dignidad, nobleza y humanismo. También el francés Jean Paul Sartre rechazó en los años 60 del pasado siglo el de literatura, con el argumento de la politización del premio que en aquel entonces solo lo entregaban –según sus palabras- “a los escritores de Occidente o a los rebeldes del Este” y quien, por cierto, advirtió que si se lo entregaban lo rechazaría y así lo hizo, redondeando su posición cuando declaró públicamente que encontraba la insistencia en dárselo “un poco ridícula”. Ahora se le ha otorgado a un sorprendido Barack Obama, con argumentos escasos y nada convincentes. Algunos piensan que tiene todavía la oportunidad de ganárselo, otros que quienes decidieron el premio han avalado algo muy lejano de lo que debe ser entendido como paz.
domingo, 18 de octubre de 2009
¡Está bueno ya de abuso!
El excelente fotógrafo de JR --y colaborador de La Calle del Medio--, Kaloian Santos Cabrera, ha enviado por correo a sus amigos esta imagen tomada ayer en el Pabellón Cuba, donde transcurre una jornada de lujo por la semana de la cultura nacional. Frase célebre --"duélale a quien le duela, lo hicimos", dijo previamente--, pronunciada en la Plaza de la Revolución al finalizar el Megaconcierto por la Paz.
sábado, 17 de octubre de 2009
Premio Nobel de la Paz 2009, entre bastidores.
Thierry Meyssan*
«Esta mañana, al escuchar las noticias, mi hija entró y me dijo: ‘Papá, eres Premio Nobel de la Paz’.» [1] Esta fue la conmovedora historia que el presidente de los Estados Unidos contó a los periodistas como testimonio de que nunca deseó esa distinción y de que era el primer sorprendido. Sin tratar de indagar más sobre el tema, los periodistas publicaron titulares sobre la «humildad» del hombre más poderoso del mundo.
A decir verdad, no se sabe qué resulta más sorprendente: la atribución de tan prestigiosa distinción a Barack Obama o la grotesca farsa que la acompaña, o quizás el método utilizado para corromper al jurado y desviar ese premio de su vocación inicial.
En primer lugar, hay que recordar que, según el reglamento del Comité Nobel, las candidaturas son presentadas por instituciones (parlamentos nacionales y academias políticas) y personalidades calificadas para ello, principalmente magistrados y ganadores de ese mismo premio. Teóricamente, es posible que se presente una candidatura sin que el candidato lo sepa. Sin embargo, cuando el jurado toma la decisión se pone directamente en contacto con el interesado para comunicarle la noticia una hora antes de la conferencia de prensa. Sería esta la primera vez en la historia que el Comité Nobel viola esa regla de cortesía. Según su vocero, lo que pasó es que el Comité Nobel no se atrevió a despertar al presidente de los Estados Unidos en medio de la noche. Parece que no sabía que en la Casa Blanca hay consejeros que se turnan para recibir las llamadas urgentes y despertar al presidente de ser necesario.
La conmovedora historia de la niñita que le anuncia a su papá que le han dado el premio Nobel no basta para disipar la incomodidad que provoca esa decisión. Por voluntad de Alfred Nobel, el premio debe recompensar a «la personalidad que [en el transcurso del año anterior] haya realizado la mayor o la mejor contribución al acercamiento entre los pueblos, a la supresión o a la reducción de los ejércitos permanentes, a la reunión y a la propagación de los progresos por la paz». Lo que el fundador del premio tenía en mente era apoyar la acción militante, no simplemente conceder un certificado de buenas intenciones a un jefe de Estado. Ciertos laureados pisotearon el derecho internacional después de recibir el premio, así que el Comité Nobel decidió hace cuatro años dejar de recompensar un acto en particular y conceder el premio únicamente a las personalidades que hayan dedicado su vida a la paz. Así que, al parecer, Barack Obama ha sido el militante por la paz más meritorio del año 2008 y no ha cometido ninguna violación importante del derecho internacional en lo que va del año 2009.
¿Qué piensan de eso los hondureños que actualmente viven bajo la bota de una dictadura militar? ¿O los pakistaníes cuyo país se ha convertido en el nuevo blanco del Imperio? Sin entrar a mencionar a las personas que siguen detenidas en la base estadounidense de Guantánamo y en Bagram, ni a los afganos y los iraquíes que enfrentan la ocupación extranjera.
Vayamos al punto central del tema, a lo que los expertos en «relaciones públicas» de la Casa Blanca y los medios de la prensa anglosajona quieren esconder al público: los sórdidos lazos entre Barack Obama y el Comité Nobel.
En 2006, el European Command (o sea, el comando regional de las tropas estadounidenses cuya autoridad cubría entonces toda Europa y la mayor parte de África) solicita al senador de origen kenyano Barack Obama que participe en una operación secreta que reúne los esfuerzos combinados de varias agencias (la CIA, la NED, la USAID y la NSA). Se trataba de utilizar su condición de parlamentario para que realizara un recorrido por África, lo que le permitiría al mismo tiempo defender los intereses de los grupos farmacéuticos (ante las producciones no patentadas) y rechazar la influencia china en Kenya y Sudán [2]. En este trabajo abordaremos solamente el episodio kenyano.
La desestabilización de Kenya
Barack Obama y su familia llegan a Nairobi en compañía de un agregado de prensa (Robert Gibbs) y de un consejero político-militar (Mark Lippert), a bordo de un avión especial fletado por el Congreso. Detrás de aquel avión llega otro, fletado por el US Army, a bordo del cual viaja un equipo de expertos en guerra sicológica bajo las órdenes del general, supuestamente retirado, J. Scott Gration. Kenya se encuentra entonces en pleno ascenso económico. Desde el principio de la presidencia de Mwai Kibaki, el crecimiento ha pasado del 3,9 al 7,1% del PIB y la pobreza ha retrocedido de un 56 a un 46%. Tan excepcionales resultados han sido posibles gracias a la reducción de los lazos económicos postcoloniales con los anglosajones y a su reemplazo por acuerdos comerciales más justos con China. Para poner fin al milagro kenyano, Washington y Londres han decidido derrocar al presidente Kibaki e imponer a un oportunista obediente, Raila Odinga [3]. Para ello, la National Endowement for Democracy ha propiciado la creación de una nueva formación política, el Movimiento Naranja, y está preparando una «revolución coloreada» en ocasión de las próximas elecciones legislativas de diciembre de 2007.
El senador Barack Obama hace campaña a favor de su «primo» Raila Odinga. A su llegada, el senador Obama es recibido como un hijo de Kenya y los medios dan a su visita la más amplia cobertura. El senador estadounidense no vacila en inmiscuirse en la vida política local y participa en los mítines políticos de Raila Odinga. Aboga por una «revolución democrática», mientras que su «acompañante», el general Gration, entrega a Odinga 1 millón de dólares en efectivo. Estas intervenciones desestabilizan el país y Nairobi protesta oficialmente ante Washington. Al término de la gira y antes de regresar a Estados Unidos, Obama y el general Gration rinden su informe en Stutgart, ante el general James Jones (a la sazón jefe del European Command y comandante supremo de la OTAN).
Continuando la misma operación, Madeleine Albright viaja a Nairobi, en calidad de presidenta del NDI (la rama de la National Endowment for Democracy [4] especializada en las relaciones con los partidos de izquierda), donde supervisa la organización del Movimiento Naranja. Más tarde, John McCain también viaja a Kenya, como presidente del IRI (la rama de la National Endowment for Democracy especializada en las relaciones con los partidos de derecha), para completar la coalición de oposición con pequeñas formaciones de derecha [5]. Durante las elecciones legislativas de diciembre de 2007, un sondeo financiado por la USAID anuncia la victoria de Odinga. El día de la votación, John McCain declara que el presidente Kibaki ha “arreglado” el escrutinio a favor de su propio partido y que la victoria es en realidad de la oposición que liderea Odinga. La NSA, en contubernio con operadores locales de telefonía, envía SMS anónimos a la población. En las zonas pobladas por los luos (la etnia a la que pertenece Odinga), los SMS difunden el siguiente mensaje: «Queridos kenyanos: los kikuyus han robado el porvenir de nuestros hijos... Tenemos que darles el único tratamiento que ellos entienden... la violencia». Mientras tanto, en las zonas pobladas por los kikuyus, la redacción es la siguiente: «No se derramará la sangre de ningún kikuyu inocente. Los masacraremos hasta en el corazón de la capital. Por la Justicia, hagan una lista de los luos que conozcan. Haremos llegar a ustedes los números de teléfono a los que se debe enviar esa información». En pocos días, un apacible país se ve sumido en la violencia étnica. Los motines dejan más de 1 000 muertos y 3 000 desplazados. Se pierde medio millón de empleos. Regresa Madeleine Albright. Propone servir de mediadora entre el presidente Kibaki y la oposición que está tratando de derrocarlo. Hábilmente, Albright se aparta y pone bajo la luz de los proyectores al Oslo Center for Peace and Human Rights. El nuevo presidente de esta respetada ONG es el ex primer ministro de Noruega, Thorbjorn Jagland. Rompiendo con la tradicional imparcialidad del Oslo Center, Jagland envía a Kenya dos mediadores, cuyos gastos corren por cuenta del NDI que preside Madeleine Albright (dicho de otra manera, el dinero que paga las cuentas proviene del presupuesto del Departamento de Estado de los Estados Unidos). Los mediadores son otro ex primer ministro noruego, Kjell Magne Bondevik, y el ex secretario general de la ONU, Kofi Annan (ghanés muy presente en los Estados escandinavos desde que se casó con la sobrina-nieta de Raoul Wallenberg). Obligado a admitir el compromiso que se le impone como condición para el restablecimiento de la paz civil, el presidente Kibaki acepta la creación de un puesto de primer ministro y la nominación de Raila Odinga en ese cargo. Lo primero que hace Odinga es reducir los intercambios con China.Regalitos entre amigosAhí termina la operación kenyana, pero la vida de los protagonistas sigue adelante. Thorbjom Jagland negocia un acuerdo entre la National Endowment for Democracy y el Oslo Center, acuerdo que se hace formal en septiembre de 2008. Se crea una fundación adjunta en Minneapolis, permitiendo así que la CIA pueda subvencionar indirectamente a la ONG noruega. Esta interviene por cuenta de Washington en Marruecos y principalmente en Somalia [6]. Obama es electo presidente de los Estados Unidos. En Kenya, Odinga decreta varios días de fiesta nacional para celebrar el resultado de las elecciones estadounidenses. El general Jones se convierte en consejero de seguridad nacional, y nombra a Mark Lippert jefe de su equipo y al general Gration como adjunto. Durante la transición presidencial estadounidense, el presidente del Oslo Center, Thorbjorn Jagland, es electo presidente del Comité Nobel, a pesar del riesgo que un político tan retorcido representa para la institución [7]. La candidatura de Barack Obama al premio Nobel de la Paz es presentada a más tardar el 31 de enero de 2009 (fecha límite reglamentaria [8]), o sea 12 días después de su entrada en funciones en la Casa Blanca. Ásperos debates se desarrollan en el seno del Comité que no logra ponerse de acuerdo en cuanto al nombre del laureado para principios de septiembre, contrariamente a lo previsto en su calendario habitual [9]. El 29 de septiembre, Thorbjorn Jagland es electo secretario general del Consejo de Europa como resultado de un acuerdo, convenido por debajo de la mesa, entre Washington y Moscú [10]. Cuando se recibe un regalo, hay que devolver la cortesía. La condición de miembro del Comité Nobel es incompatible con una importante función política de carácter ejecutivo, pero Jagland se mantiene en el Comité argumentando que el reglamento se refiere a una función ministerial pero que no dice nada del Consejo de Europa. Así que regresa a Oslo el 2 de octubre. Ese mismo día, el Comité designa al presidente Obama como premio Nobel de la Paz 2009.En su comunicado oficial, el Comité declara con la mayor seriedad del mundo: «Es muy raro que una persona, Obama en este caso, logre cautivar la atención de todos y transmitirles la esperanza de un mundo mejor. Su diplomacia está basada en el concepto de que los que dirigen el mundo tienen que hacerlo sobre la base de valores y de comportamientos compartidos por la mayoría de los habitantes del planeta. Durante 108 años, el Comité del premio Nobel se ha esforzado por estimular el tipo de política internacional y de acción cuyo principal vocero es Obama» [11].Por su parte, el feliz laureado declaró: «Recibo la decisión del Comité Nobel con sorpresa y con profunda humildad (...) Aceptaré esta recompensa como un llamado a la acción, un llamado a todos los países a que se alcen ante los desafíos comunes del siglo XXI». Así que este hombre «humilde» se ve a sí mismo como representante de «todos los países». Eso no parece augurar nada de paz.
*Thierry Meyssan
Analista político francés. Fundador y presidente de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Última obra publicada en español: La gran impostura II. Manipulación y desinformación en los medios de comunicación (Monte Ávila Editores, 2008).
________________________________________
[1] « Remarks by Barack Obama on Winning Nobel Peace Prize », Voltaire Network, 9 de Octubre de 2009.
[2] Más detalles sobre esta operación serán dados a conocer en el libro de Thierry Meyssan Le Rapport Obama, de próxima publicación.
[3] Raila Odinga es el hijo de Jaramogi Oginga Odinga, quien tuvo como principal consejero político al padre de Barack Obama.
[4] «Las redes de la injerencia "democrática"», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 22 de enero de 2004.
[5] Estados Unidos ya había creado hace tiempo su propio partido en Kenya, bajo la dirección de Tom Mboya. Su objetivo era contrarrestar la influencia rusa y, ya en aquella época, la influencia china.
[6] El Oslo Center también ha participado también en la desestabilización de Irán, durante la reciente elección presidencial, a través del envío de fondos al ex presidente Jatami.
[7] Vicepresidente de la Internacional Socialista, Thorbjorn Jagland es un ferviente partidario de la OTAN y de la incorporación de Noruega a la Unión Europea. Se codea con las élites mundialistas y ha participado en los trabajos del Council on Foreign Relations, de la Comisión Trilateral y del Grupo de Bilderberg. Su historial político incluye varios escándalos por corrupción que implican a personas de su entorno, como su amigo y ministro de Planificación Terje Rod Larsen (actual coordinador de la ONU en las negociaciones del Medio Oriente).
[8] El Comité recibió 205 proposiciones de candidatura pero, conforme al reglamento, sólo 199 eran elegibles. Después de alcanzar esa cifra, el Comité Nobel no podía agregar otros nombres durante sus deliberaciones.
[9] El anuncio del premio debió haber tenido lugar el 9 de octubre. Por razones organizativas, el nombre del laureado tenía que estar determinado a más tardar el 15 de septiembre.
[10] A pesar de no formar parte del Consejo de Europa, Estados Unidos goza de gran influencie en el seno de ese órgano. Moscú no estaba de acuerdo con la elección de Jagland, pero quería evitar sobre todo la del polaco Wlodzimierz Cimoszewicz.
[11] «Anuncio del Comité del Premio Nobel sobre el premio Nobel de la Paz de 2009 », Red Voltaire, 9 de Octubre de 2009.
viernes, 16 de octubre de 2009
Lagarde desenmascara a Yoani.
A veces no sé si debo comentar los escandalitos mediáticos cronométicamente concertados por la prensa anticubana --aunque no sean los únicos, en esa labor se destacan los hijos de PRISA, que son órganos de la derecha: El Nuevo Herald de Miami y El País de Madrid--, que intentan rescatar la imagen de la activista contrarrevolucionaria Yoani Sánchez. Por lo general, paso con ficha. Ahora, sin embargo, el artículo de M. H. Lagarde merece un enlace. La verdad que Lagarde es mucho más importante que Yoani, pero por eso mismo no los voy a privar de leer desde mi blog su comentario: Yoani Sánchez y la manipulación de un premio.
Fidel: Un Premio Nobel para Evo.
Si a Obama se le otorgó el Premio por ganar las elecciones en una sociedad racista, a pesar de ser afroamericano, Evo lo merece por ganarlas en su país, a pesar de ser indígena, y cumplir además lo prometido.
LEA EL TEXTO COMPLETO AQUÍ.
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jueves, 15 de octubre de 2009
Antonio Guerrero, un héroe.
E. U. G.
Hace unos días en Santa Clara conversaba con algunos escritores sobre la existencia de héroes anónimos en la sociedad cubana, que apenas se reconocen, y que de improviso se revelan con una fuerza desconocida hasta por ellos mismos. Quiero referirme hoy a uno de esos hombres, ex compañero de estudios, preso en Estados Unidos. Antonio Guerrero, Tony --uno de los Cinco, como se les conoce--, suscita sentimientos de odio en sectores de la contrarrevolución. Me atrevo a decir que lo que no le perdonan a esos cubanos, es la dignidad con la que asumen su encierro; la actitud, las palabras, el gesto, la confianza --no en algún veredicto judicial, sino en la historia--, propias de héroes. En un mundo de antihéroes, la actitud francamente heroica desconcierta y produce un resentimiento desbordado. Por eso mi pequeño homenaje ante la injusta resentencia --una injusticia nunca se mide cuantitativamente: tan injusta puede ser una cadena perpetua como un año de cárcel-- de Tony, preso político, será reproducir algunas de sus palabras en sendas cartas personales que me enviara:
-- "Hay momentos en que todo se define, en que tienes que definirte como hombre, como revolucionario y para esos momentos hay que estar preparado con una formación, una integridad, una lealtad, un altruismo irreversible, siempre la causa justa primero, por encima de uno mismo. Así le digo a mis hijos y trato de ser ejemplo en la distancia" (14 de agosto de 2008);
-- "Tengo, como tu, la total certeza de que nada nos hará desviarnos del noble y digno camino socialista. Perfeccionarlo responde a la dialéctica que tu y yo estudiamos. Hay manuales que se acaban, pero hay otros que serán por siempre necesarios. Seguiremos escribiendo para nosotros el nuestro, el escrito con el heroismo y la abnegación de nuestro pueblo" (18 de noviembre de 2008)
martes, 13 de octubre de 2009
Sobre la nueva (injusta) sentencia contra Tony.
Hoy tuve bastante trabajo. Pero no quiero irme a la cama sin comentar brevemente la nueva sentencia dictada contra Antonio Guerrero, mi ex compañero de aula en la Escuela Lenin. Algunos hablan de una victoria, y bien vistas las cosas, el hecho de que se revisara su caso, como el de sus compañeros, lo es. Que una injusta cadena perpetua se convierta en una injusta sentencia de casi 22 años, es un reconocimiento de la arbitrariedad del juicio condenatorio. Pero no me siento satisfecho. Tony lleva ya 11 años de prisión. Mañana volveré sobre este tema.
lunes, 12 de octubre de 2009
Si es verdadero, es blanco.
Santiago Alba Rico.
Los negros de La Martinica que iban al cine en los años 40 -cuenta Frantz Fanon en “Piel negra, máscaras blancas”- se identificaban con Tarzán y no, obviamente, con sus porteadores africanos. Tarzán era el negro más fuerte, el negro más inteligente, el único negro verdadero, porque era blanco, y todos los otros negros, que no lo eran, tenían que someterse a su jefatura natural. La blancura no es un color sino un precipitado rocoso de certezas y gestos, apoyado en una jerarquía geológica, de origen colonial, hasta tal punto anclada en el orden de nuestra historia que lo que verdaderamente asombra del triunfo de Obama es que se trata, no de la primera vez que un negro alcanza la presidencia de los EEUU, no, sino de la primera vez que un negro, al igual que Tarzán, al contrario que Michael Jackson, alcanza la verdadera blancura; es decir, se convierte en un foco de identificación universal. El gobierno es blanco, o de otro modo es que no hay gobierno. ¿Pasa lo mismo con la novela?
Lo importante no es en qué lengua hablamos; lo importante es en qué lengua callamos. No me refiero a la lengua del pensamiento sino a ese más atrás, cuando ya no podemos retroceder más, del que queremos escapar a todo trance y del que tratamos de escapar precisamente hacia el lenguaje mediante toda clase de rodeos, tanteos, palabras de ciego: la narración. Lo que se quiere decir, lo que no se puede decir, lo que siempre queda debajo, esa impotencia -lengua y ciudad materna- es irreductiblemente castellana o inglesa o francesa o china o swahili. El colonialismo europeo cometió, resultado de otros anteriores o simultáneos, dos crímenes imperdonables: enseñó inglés y francés a los nativos como si hablar consistiera en pronunciar sonidos, sin proporcionarles la espalda en la que uno se apoya y que al mismo tiempo no se puede mirar; y les enseñó inglés o francés como si no fuesen ya hablantes, es decir, sin dejarles un lugar propio al que poder retroceder o, más exactamente, del que poder escapar narrativamente. Los llamados “estudios postcoloniales” se ocupan desde hace cuatro décadas de esta donación depredadora o de este magnánimo saqueo que prolonga, también en el ámbito de la cultura, ancestrales relaciones de dominio colonial.
Ngugi wa Thiongo, nacido en Kenia en 1938, es uno de los más grandes novelistas africanos y uno de los que mejor ha pensado esta madeja. En 1977, después de haber publicado cuatro novelas en inglés, escribió e hizo representar una pieza teatral en lengua kikuyu, Me casaré cuando me apetezca (Ngaahika ndeenda); el éxito fue tan grande que el gobierno lo metió en la cárcel. Como bien explica Frédérick Ivor, el problema no es que criticara al régimen del presidente Kenyatta, como venía haciendo desde siempre, sino que por primera vez hablaba de la vida cotidiana del pueblo en una lengua que el pueblo podía comprender. En prisión Ngugi escribió una primera novela en su lengua materna y, una vez liberado gracias a la presión internacional, decidió no volver a escribir nunca más en inglés, lo que le retiró el aprecio de muchos críticos occidentales que hasta entonces lo habían alabado: se trataba de un “desastre editorial”, un error que lo sacaba del “mercado” para convertirlo en un escritor “minoritario”. “Se escribe para ser leído”, decía Denise Coussy, “habría que estar loco para ponerse a publicar, por ejemplo, en bretón”. Pero Ngugi escribía precisamente para ser leído, no por Denise Coussy, es verdad, sino por la población de Kenia; y no por esa minoría mayoritaria de los lectores y críticos occidentales sino por la mayoría minoritaria de los keniatas.
Ngugi no escribía para cambiar la historia de la literatura; escribía -y escribe- para cambiar la historia de su país. Su decisión la explicó muy bien en un libro fundamental, vástago de Fanon y de Cesaire, cuyo título enuncia ya un programa: Descolonizar la mente (1986). “El efecto de un bombardeo cultural”, dice Ngugi, “es aniquilar la confianza de un pueblo en sus nombres, en sus lenguas, en sus entornos, en su herencia de lucha, en su unidad, en sus capacidades y, en última instancia, en sí mismo. Le hace querer identificarse con lo que está más lejano de sí, por ejemplo, con las lenguas de otros pueblos más que con la suya propia.” No es que la causa de este colonialismo sea lingüística, pero se habla ahí, se esconde ahí, anida y se legitima y se reproduce ahí. Las causas son la intervención permanente de un Occidente que no quiere una “democracia auténtica” para Africa, entendida como soberanía de los propios recursos materiales, y la monotonía de unos gobiernos dictatoriales que colaboran en “la división y represión permanentes del continente”. Y la solución no puede ser literaria, claro, pero la literatura constituye ese fondo materno irrenunciable hacia el que retroceder, desde el que escapar, sin el cual no hay más que máscaras, o cáscaras, derribadas por el más liviano empujón. El kikuyu no es la liberación, pero interrumpe el juego de la donación depredadora y el magnánimo saqueo y enciende un foco local de identificación no-blanco, no-verdadero, no-colonial. Lo que los blancos robaron a los negros no fue una lengua propia sino -al contrario- una lengua común, y se la robaron no porque fuera distinta de la suya o porque quisieran compartir el inglés (que no querían) sino precisamente porque era común. Es decir, porque era el inglés del otro, pero quizás sin tantas mentiras y tantos muertos enterrados en sus verbos.
En España se han traducido sólo dos libros de Ngugi wa Thiongo'o: El diablo en la cruz, escrito en 1984 y publicado por la editorial Txalaparta (1994, traducción de Alfonso Omaetxea) y Un grano de maíz, una de sus primeras novelas, todavía “afroeuropea”, escrita en inglés en 1967 y publicada en nuestro país por la editorial Zanzíbar (2006, traducción de María Sofía López). Al placer narrativo de leer uno y de leer otro se añade el placer especulativo de compararlos.
Revista La Dinamo, N.º 31
Lo importante no es en qué lengua hablamos; lo importante es en qué lengua callamos. No me refiero a la lengua del pensamiento sino a ese más atrás, cuando ya no podemos retroceder más, del que queremos escapar a todo trance y del que tratamos de escapar precisamente hacia el lenguaje mediante toda clase de rodeos, tanteos, palabras de ciego: la narración. Lo que se quiere decir, lo que no se puede decir, lo que siempre queda debajo, esa impotencia -lengua y ciudad materna- es irreductiblemente castellana o inglesa o francesa o china o swahili. El colonialismo europeo cometió, resultado de otros anteriores o simultáneos, dos crímenes imperdonables: enseñó inglés y francés a los nativos como si hablar consistiera en pronunciar sonidos, sin proporcionarles la espalda en la que uno se apoya y que al mismo tiempo no se puede mirar; y les enseñó inglés o francés como si no fuesen ya hablantes, es decir, sin dejarles un lugar propio al que poder retroceder o, más exactamente, del que poder escapar narrativamente. Los llamados “estudios postcoloniales” se ocupan desde hace cuatro décadas de esta donación depredadora o de este magnánimo saqueo que prolonga, también en el ámbito de la cultura, ancestrales relaciones de dominio colonial.
Ngugi wa Thiongo, nacido en Kenia en 1938, es uno de los más grandes novelistas africanos y uno de los que mejor ha pensado esta madeja. En 1977, después de haber publicado cuatro novelas en inglés, escribió e hizo representar una pieza teatral en lengua kikuyu, Me casaré cuando me apetezca (Ngaahika ndeenda); el éxito fue tan grande que el gobierno lo metió en la cárcel. Como bien explica Frédérick Ivor, el problema no es que criticara al régimen del presidente Kenyatta, como venía haciendo desde siempre, sino que por primera vez hablaba de la vida cotidiana del pueblo en una lengua que el pueblo podía comprender. En prisión Ngugi escribió una primera novela en su lengua materna y, una vez liberado gracias a la presión internacional, decidió no volver a escribir nunca más en inglés, lo que le retiró el aprecio de muchos críticos occidentales que hasta entonces lo habían alabado: se trataba de un “desastre editorial”, un error que lo sacaba del “mercado” para convertirlo en un escritor “minoritario”. “Se escribe para ser leído”, decía Denise Coussy, “habría que estar loco para ponerse a publicar, por ejemplo, en bretón”. Pero Ngugi escribía precisamente para ser leído, no por Denise Coussy, es verdad, sino por la población de Kenia; y no por esa minoría mayoritaria de los lectores y críticos occidentales sino por la mayoría minoritaria de los keniatas.
Ngugi no escribía para cambiar la historia de la literatura; escribía -y escribe- para cambiar la historia de su país. Su decisión la explicó muy bien en un libro fundamental, vástago de Fanon y de Cesaire, cuyo título enuncia ya un programa: Descolonizar la mente (1986). “El efecto de un bombardeo cultural”, dice Ngugi, “es aniquilar la confianza de un pueblo en sus nombres, en sus lenguas, en sus entornos, en su herencia de lucha, en su unidad, en sus capacidades y, en última instancia, en sí mismo. Le hace querer identificarse con lo que está más lejano de sí, por ejemplo, con las lenguas de otros pueblos más que con la suya propia.” No es que la causa de este colonialismo sea lingüística, pero se habla ahí, se esconde ahí, anida y se legitima y se reproduce ahí. Las causas son la intervención permanente de un Occidente que no quiere una “democracia auténtica” para Africa, entendida como soberanía de los propios recursos materiales, y la monotonía de unos gobiernos dictatoriales que colaboran en “la división y represión permanentes del continente”. Y la solución no puede ser literaria, claro, pero la literatura constituye ese fondo materno irrenunciable hacia el que retroceder, desde el que escapar, sin el cual no hay más que máscaras, o cáscaras, derribadas por el más liviano empujón. El kikuyu no es la liberación, pero interrumpe el juego de la donación depredadora y el magnánimo saqueo y enciende un foco local de identificación no-blanco, no-verdadero, no-colonial. Lo que los blancos robaron a los negros no fue una lengua propia sino -al contrario- una lengua común, y se la robaron no porque fuera distinta de la suya o porque quisieran compartir el inglés (que no querían) sino precisamente porque era común. Es decir, porque era el inglés del otro, pero quizás sin tantas mentiras y tantos muertos enterrados en sus verbos.
En España se han traducido sólo dos libros de Ngugi wa Thiongo'o: El diablo en la cruz, escrito en 1984 y publicado por la editorial Txalaparta (1994, traducción de Alfonso Omaetxea) y Un grano de maíz, una de sus primeras novelas, todavía “afroeuropea”, escrita en inglés en 1967 y publicada en nuestro país por la editorial Zanzíbar (2006, traducción de María Sofía López). Al placer narrativo de leer uno y de leer otro se añade el placer especulativo de compararlos.
Revista La Dinamo, N.º 31
domingo, 11 de octubre de 2009
Apología del compañero.
Antonio Rodríguez Salvador.
Tomado de La Calle del Medio 17.
De tan sólo colocar la palabra compañero en el título de este artículo, cierto lector dirá: «Ya este escritor viene con el tema de la política». Y por qué, si la palabra compañero –que aparece cuarenta y tres veces en el Quijote, y setenta y siete en la Biblia– proviene de una lengua tan antigua como el latín, donde la unión de cum y panis significa comer solidariamente del mismo pan.
Pero es que ya son dos las palabras sospechosas: compañero y solidaridad –con cierto retintín argumentaría el mismo lector– y, sin embargo, no es culpa mía que estas fueran las dos primeras acciones que distanciaron al hombre de los animales. Quizá hoy no podamos determinar con qué gruñido neandertal se decía la palabra compañero; pero sí que el sentido de ese término –compartir el alimento– no sólo expresaba la intención de no comerse al semejante, sino también el valor de la cooperación generosa.
Porque hemos visto cómo los cerdos comen del mismo cajón; y los leones de la misma gacela muerta, pero nunca ningún cerdo o león corren a llevarle una porción de comida al enfermo, ni tampoco ceden la mejor posta al más débil. Hasta de las perras –cuya maternidad es proverbial– se conoce que llegan a devorar a sus propios cachorros recién nacidos.
El ritual de la mesa, tal como lo conocemos hoy, es de invención espartana. Fue el legislador Licurgo quien dispuso que todos debían sentarse alrededor de una mesa para compartir el pan, una medida que de inmediato contó con la aprobación de muchos; salvo de algunos ricos, que cegados por la ira llegaron al extremo de saltarle un ojo a Licurgo. Desde entonces la palabra señor se opone a la palabra compañero. Señor es el dueño del pan, y en todo caso lo vende, no lo comparte.
Naturalmente, los espartanos no usaban la palabra cum-panis para nombrar sus banquetes, sino fidicia, lo cual viene a significar «oficina de amistad y concordia», lo mismo que hoy la palabra compañero. Fidicia en realidad tenía raíz en la palabra filia, es decir, afición o amor a algo, pero según cuenta el historiador Plutarco, ellos ponían la «d» en lugar de «l» porque acostumbraban a la moderación y al ahorro.
También de la palabra compañero deriva compañones, es decir, testículos. Los testículos comparten el pan; en muchos países la palabra pan también define al órgano sexual de la mujer; en Cuba usamos la que nombra al panecillo redondo.
Asimismo estos comparten la filia –el amor–; mientras la tradición también les asigna el cometido de acompañarse en la valentía. Por eso testículo es sinónimo de testigo, y de esta última surge la palabra testimonio. Ya vimos que los señores espartanos sacaran un ojo a Licurgo con tal de no compartir su pan, pero la palabra testimonio significa brindar desde ojos fieles el pan de la verdad. Apuntemos que testigo, en griego, se dice mártir (martyr), y eso es porque se necesita mucha valentía para ser fiel, para ser siempre veraz.
Y de filia igualmente proviene fidelidad; una palabra cuyas dos primeras acepciones son, según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE): 1) Que guarda fe, o es constante en sus afectos, en el cumplimiento de sus obligaciones y no defrauda la confianza depositada en él; y 2) Exacto, conforme a la verdad.
También cuenta Plutarco que la costumbre de compartir la mesa la tomaron los espartanos de los cretenses. En Creta, a los banquetes no se les llamaba fidicia, sino andria, o sea, hombre. Esto nos hace volver al neandertal: se empieza a ser hombre cuando se comparte solidariamente con el semejante, y quizá por eso la palabra griega con que se define la raza es filon –otro derivado de filia–, lo cual en latín terminó siendo filius: hijo. Esta derivación es muy lógica, en tanto solemos ser mártires en la defensa de nuestros hijos. Ellos son el testimonio de nuestro amor y de nuestra raza; también son nuestro cum-panis.
Por eso a veces me pregunto por qué a Jesucristo le dicen Señor, y no Compañero. El antónimo de compañerismo es individualismo; el ególatra enceguece, saca ojos si tiene que sacarlos; pero Jesucristo –ya sea el Dios o el histórico, según el credo de cada cual– simboliza iluminación y el que da vista a los ciegos. ¿Y acaso no enseñó a compartir el pan?, ¿y dijo que primero pasaría un camello por el hueco de una aguja antes que un rico al Reino de los Cielos? ¿Y quién, si no, fue mártir por brindar testimonio de la fe? Y se llamó a sí mismo Hijo del Hombre.
Pero es que ya son dos las palabras sospechosas: compañero y solidaridad –con cierto retintín argumentaría el mismo lector– y, sin embargo, no es culpa mía que estas fueran las dos primeras acciones que distanciaron al hombre de los animales. Quizá hoy no podamos determinar con qué gruñido neandertal se decía la palabra compañero; pero sí que el sentido de ese término –compartir el alimento– no sólo expresaba la intención de no comerse al semejante, sino también el valor de la cooperación generosa.
Porque hemos visto cómo los cerdos comen del mismo cajón; y los leones de la misma gacela muerta, pero nunca ningún cerdo o león corren a llevarle una porción de comida al enfermo, ni tampoco ceden la mejor posta al más débil. Hasta de las perras –cuya maternidad es proverbial– se conoce que llegan a devorar a sus propios cachorros recién nacidos.
El ritual de la mesa, tal como lo conocemos hoy, es de invención espartana. Fue el legislador Licurgo quien dispuso que todos debían sentarse alrededor de una mesa para compartir el pan, una medida que de inmediato contó con la aprobación de muchos; salvo de algunos ricos, que cegados por la ira llegaron al extremo de saltarle un ojo a Licurgo. Desde entonces la palabra señor se opone a la palabra compañero. Señor es el dueño del pan, y en todo caso lo vende, no lo comparte.
Naturalmente, los espartanos no usaban la palabra cum-panis para nombrar sus banquetes, sino fidicia, lo cual viene a significar «oficina de amistad y concordia», lo mismo que hoy la palabra compañero. Fidicia en realidad tenía raíz en la palabra filia, es decir, afición o amor a algo, pero según cuenta el historiador Plutarco, ellos ponían la «d» en lugar de «l» porque acostumbraban a la moderación y al ahorro.
También de la palabra compañero deriva compañones, es decir, testículos. Los testículos comparten el pan; en muchos países la palabra pan también define al órgano sexual de la mujer; en Cuba usamos la que nombra al panecillo redondo.
Asimismo estos comparten la filia –el amor–; mientras la tradición también les asigna el cometido de acompañarse en la valentía. Por eso testículo es sinónimo de testigo, y de esta última surge la palabra testimonio. Ya vimos que los señores espartanos sacaran un ojo a Licurgo con tal de no compartir su pan, pero la palabra testimonio significa brindar desde ojos fieles el pan de la verdad. Apuntemos que testigo, en griego, se dice mártir (martyr), y eso es porque se necesita mucha valentía para ser fiel, para ser siempre veraz.
Y de filia igualmente proviene fidelidad; una palabra cuyas dos primeras acepciones son, según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE): 1) Que guarda fe, o es constante en sus afectos, en el cumplimiento de sus obligaciones y no defrauda la confianza depositada en él; y 2) Exacto, conforme a la verdad.
También cuenta Plutarco que la costumbre de compartir la mesa la tomaron los espartanos de los cretenses. En Creta, a los banquetes no se les llamaba fidicia, sino andria, o sea, hombre. Esto nos hace volver al neandertal: se empieza a ser hombre cuando se comparte solidariamente con el semejante, y quizá por eso la palabra griega con que se define la raza es filon –otro derivado de filia–, lo cual en latín terminó siendo filius: hijo. Esta derivación es muy lógica, en tanto solemos ser mártires en la defensa de nuestros hijos. Ellos son el testimonio de nuestro amor y de nuestra raza; también son nuestro cum-panis.
Por eso a veces me pregunto por qué a Jesucristo le dicen Señor, y no Compañero. El antónimo de compañerismo es individualismo; el ególatra enceguece, saca ojos si tiene que sacarlos; pero Jesucristo –ya sea el Dios o el histórico, según el credo de cada cual– simboliza iluminación y el que da vista a los ciegos. ¿Y acaso no enseñó a compartir el pan?, ¿y dijo que primero pasaría un camello por el hueco de una aguja antes que un rico al Reino de los Cielos? ¿Y quién, si no, fue mártir por brindar testimonio de la fe? Y se llamó a sí mismo Hijo del Hombre.
sábado, 10 de octubre de 2009
Igor Golembiovsky falleció víctima de la economía de mercado que defendió en la URSS.
Reproduzco íntegramente esta noticia, aunque algunos matices del texto puedan ser rectificados o comentados a su vez. Escrito con evidente admiración hacia el personaje, usted puede sacar sus propias conclusiones.
Muere periodista ruso artífice de la glasnost.
Transformó el diario soviético Izvestia en sociedad anónima y la iniciativa privada se lo arrebató.
Juan Pablo Duch.
Moscú, 6 de octubre. Periodistas, políticos y muchos anónimos lectores de aquel Izvestia, diario que le tocó dirigir en un periodo crucial para la historia de este país, acudieron este martes al cementerio Troyekurovskoye para dar el último adiós a Igor Golembiovsky, símbolo de la libertad de expresión –junto con Yegor Yakovlev, desde el semanario Moskovskiye Novosti, y Vitali Korotich, desde el semanario Ogoniok, en los años previos al colapso de la Unión Soviética y la década de los noventa del siglo pasado. Golembiovsky, quien falleció hace unos días poco después de cumplir 74 años de edad, recibió sepultura en el mismo lugar donde se encuentra la tumba de Anna Politkovskaya, asesinada hace justo tres años por un pistolero a sueldo. Pero él, uno de los artífices de la glasnost en tiempos de Mijail Gorbachov, no murió por las balas de un sicario: acabó su brillante carrera periodística, enfermo y marginado, como víctima de la economía de mercado, la cual siempre promovió como alternativa viable al socialismo anquilosado. En la primera mitad de los ochenta, en tiempos de Yuri Andropov, Golembiovsky, considerado un periodista problemático, fue enviado a México como corresponsal de Izvestia. En ese país vivió su primer exilio dorado hasta que, concluido el interregno de Konstantín Chernenko, con Gorbachov en el poder, pudo regresar a Moscú en calidad de jefe de redacción de su periódico. Ya como subdirector, en 1990, los nuevos jerarcas del partido comunista, y sobre todo su ala más conservadora en lo ideológico, calificaron a Golembiovsky de demasiado liberal y lo enviaron de corresponsal a España. Unos meses después, renunció a la corresponsalía y pidió volver a Moscú, integrándose al cuerpo de articulistas del diario. El 23 de agosto de 1991, dos días después del fallido putsch que quiso derrocar a Gorbachov, Golembiovsky asumió la dirección de Izvestia, elegido para el cargo por los propios periodistas y trabajadores del diario que, en asamblea, se proclamaron un medio independiente del Soviet Supremo, el parlamento soviético, que hasta entonces lo financiaba. Con el apoyo de Boris Yeltsin, a cuyo gobierno no por ello dejó de criticar cuando en su opinión había motivos, Golembiovsky llevó a Izvestia a su época de gloria, con 11 millones de ejemplares diarios. Y a diferencia de algunos directores que se enriquecieron al apropiarse de la infraestructura heredada de la época soviética, Golembiovsky quiso que el diario se financiara como una sociedad anónima, repartiendo acciones entre los periodistas y trabajadores, así como atrayendo a importantes socios capitalistas que, poco a poco, se fueron haciendo con el control accionario de la empresa. En1997 se acabó la paciencia de los poderosos frente a las críticas, después de que Golembiovsky, fiel a sus convicciones periodísticas, consideró de interés reproducir una nota del periódico francés Le Monde que atribuía al entonces primer ministro de Rusia, Víktor Chernomyrdin, una supuesta fortuna personal de cerca de 5 mil millones de dólares. El premier montó en cólera y exigió a la petrolera Lukoil y al banco Oneximbank, ya accionistas mayoritarios de Izvestia, la destitución de Golembiovsky. Con él, se fue un numeroso grupo de periodistas y, poco tiempo después, fundó Noviye Izvestia, nuevo proyecto periodístico financiado por el magnate Boris Berezovsky, entonces miembro del primer círculo de Yeltsin. Caído en desgracia Berezovsky, enfrentado personalmente con Vladimir Putin, Golembiovsky tuvo que dejar la dirección de Noviye Izvestia en 2003. Aún tuvo fuerzas para fundar un nuevo diario, Russky Kurier, que al poco tiempo tuvo que cerrar al no poder soportar la presión de las autoridades, el acoso judicial bajo todo tipo de pretextos y el creciente boicot publicitario en su contra. Todas estas batallas quebrantaron su salud y, desde 2005, tras sufrir una embolia, Golembiovsky estuvo postrado en cama, pero lúcido y atento al acontecer político en Rusia, sin renunciar jamás a su irrepetible sentido de la ironía.
Moscú, 6 de octubre. Periodistas, políticos y muchos anónimos lectores de aquel Izvestia, diario que le tocó dirigir en un periodo crucial para la historia de este país, acudieron este martes al cementerio Troyekurovskoye para dar el último adiós a Igor Golembiovsky, símbolo de la libertad de expresión –junto con Yegor Yakovlev, desde el semanario Moskovskiye Novosti, y Vitali Korotich, desde el semanario Ogoniok, en los años previos al colapso de la Unión Soviética y la década de los noventa del siglo pasado. Golembiovsky, quien falleció hace unos días poco después de cumplir 74 años de edad, recibió sepultura en el mismo lugar donde se encuentra la tumba de Anna Politkovskaya, asesinada hace justo tres años por un pistolero a sueldo. Pero él, uno de los artífices de la glasnost en tiempos de Mijail Gorbachov, no murió por las balas de un sicario: acabó su brillante carrera periodística, enfermo y marginado, como víctima de la economía de mercado, la cual siempre promovió como alternativa viable al socialismo anquilosado. En la primera mitad de los ochenta, en tiempos de Yuri Andropov, Golembiovsky, considerado un periodista problemático, fue enviado a México como corresponsal de Izvestia. En ese país vivió su primer exilio dorado hasta que, concluido el interregno de Konstantín Chernenko, con Gorbachov en el poder, pudo regresar a Moscú en calidad de jefe de redacción de su periódico. Ya como subdirector, en 1990, los nuevos jerarcas del partido comunista, y sobre todo su ala más conservadora en lo ideológico, calificaron a Golembiovsky de demasiado liberal y lo enviaron de corresponsal a España. Unos meses después, renunció a la corresponsalía y pidió volver a Moscú, integrándose al cuerpo de articulistas del diario. El 23 de agosto de 1991, dos días después del fallido putsch que quiso derrocar a Gorbachov, Golembiovsky asumió la dirección de Izvestia, elegido para el cargo por los propios periodistas y trabajadores del diario que, en asamblea, se proclamaron un medio independiente del Soviet Supremo, el parlamento soviético, que hasta entonces lo financiaba. Con el apoyo de Boris Yeltsin, a cuyo gobierno no por ello dejó de criticar cuando en su opinión había motivos, Golembiovsky llevó a Izvestia a su época de gloria, con 11 millones de ejemplares diarios. Y a diferencia de algunos directores que se enriquecieron al apropiarse de la infraestructura heredada de la época soviética, Golembiovsky quiso que el diario se financiara como una sociedad anónima, repartiendo acciones entre los periodistas y trabajadores, así como atrayendo a importantes socios capitalistas que, poco a poco, se fueron haciendo con el control accionario de la empresa. En1997 se acabó la paciencia de los poderosos frente a las críticas, después de que Golembiovsky, fiel a sus convicciones periodísticas, consideró de interés reproducir una nota del periódico francés Le Monde que atribuía al entonces primer ministro de Rusia, Víktor Chernomyrdin, una supuesta fortuna personal de cerca de 5 mil millones de dólares. El premier montó en cólera y exigió a la petrolera Lukoil y al banco Oneximbank, ya accionistas mayoritarios de Izvestia, la destitución de Golembiovsky. Con él, se fue un numeroso grupo de periodistas y, poco tiempo después, fundó Noviye Izvestia, nuevo proyecto periodístico financiado por el magnate Boris Berezovsky, entonces miembro del primer círculo de Yeltsin. Caído en desgracia Berezovsky, enfrentado personalmente con Vladimir Putin, Golembiovsky tuvo que dejar la dirección de Noviye Izvestia en 2003. Aún tuvo fuerzas para fundar un nuevo diario, Russky Kurier, que al poco tiempo tuvo que cerrar al no poder soportar la presión de las autoridades, el acoso judicial bajo todo tipo de pretextos y el creciente boicot publicitario en su contra. Todas estas batallas quebrantaron su salud y, desde 2005, tras sufrir una embolia, Golembiovsky estuvo postrado en cama, pero lúcido y atento al acontecer político en Rusia, sin renunciar jamás a su irrepetible sentido de la ironía.
Jornada de premios y presentaciones en Santa Clara (segundo informe, fotográfico).
Todas las fotos son de Juan José Fernández.
Entrega de los premios Ciudad del Che y Ser en el Tiempo 2009 // Premio de poema al Che: Otilio Carvajal; Becas de creación: Rebeca Murga y Amador Hernández; Premios Ser en el Tiempo: Anisley Negrín - Temporada de patos (cuento), Rebeca Murga - La enfermedad del beso (cuento) y Jorge Luis Mederos - El libro de otros (poesía).