Un día terminal de 1998 –porque se acababa el año, porque terminaba una etapa de mi vida--, llegó a mis manos un cuento en letras grandes y empaque de libro. Llegó como aparecen las cosas destinadas, casi por equivocación, con los nombres cambiados. Lo leí sin respirar: José Saramago narraba el cuento de la isla desconocida. Un barco que adoptaba el nombre de lo que debería buscar: La isla desconocida zarparía para descubrir una isla desconocida, para descubrirse. Un barco --un hombre--, que soñaba ser bosque y pradera, adonde vendrían los pájaros cantores o alcoba para hacer el amor. Porque buscar, es el único modo de fundar. El Pequeño Libro –al estilo de Saint Exupery--, hizo que me descubriera: yo vivía en una Isla que navegaba buscándose a sí misma. Pero no fue la única complicidad. Un anuncio de portada aseguraba que el dinero de la compra del cuento, se destinaría a los damnificados del huracán Mitch en Centroamérica. Y yo me preparaba en esos días para enrumbar mi barco hacia tierras centroamericanas, donde miles de médicos cubanos habían hecho renacer el internacionalismo (en los desilusionados años noventa). Por esas extrañas o naturales razones –nadie sabe qué es lo uno o lo otro--, el barco-Isla, Centroamérica, Saramago y yo coincidíamos en un evento que conmemoraba en Casa de las Américas el 40 aniversario del triunfo de la Revolución. Escribí un breve ensayo que recreaba a mi manera el cuento y lo leí, una tarde de enero de 1999, entre intelectuales cubanos y de otros países latinoamericanos, ante Saramago y Fidel, que llegó unos minutos antes de que me concedieran la palabra. Al novelista portugués no le disgustó que usara su historia, que imaginara a Cuba como ese barco buscador. Tomó el ejemplar descarriado que había llegado a mis manos y lo autografió –prueba que certificaba el destino del libro--, con hermosas y benévolas palabras: “Para Enrique Ubieta, que escribió la continuación de este cuento, hasta que los juntemos un día. Un abrazo”. Mi ensayo aparece en las memorias del encuentro que publicó Casa de las Américas, ha sido reproducido en publicaciones periódicas cubanas y es el texto que abre mi libro sobre Centroamérica: La utopía rearmada. Historias de un viaje al Nuevo Mundo (2002). Yo sé que hay diferentes maneras de juntar dos historias, sean o no continuación una de otra y de calidades distantes, y la más fácil –aunque parezca imposible--, es como libro. Lo difícil es que dos barcos se encuentren en alta mar y se descubran como mundos posibles y necesarios –Cuba y Saramago--, observándose, acostumbrándose a sus errores y virtudes, defendiéndose. Nadie puede bajarse de su propio barco, y todas las Islas desconocidas son una Isla. Saramago ya no está. Pero llegó lejos su embarcación.
Realmente eres un gran conductor de sensaciones y emociones, las mías, las seduces a cada instante, cuando puedo sentarme a leer algo de tu puño y cabeza, no puedo levantarme de la computadora hasta que no llego al final, me gustó.
ResponderEliminarNunca pense que el titulo de su blog, tuviera algún sentimiento escondido, ojala y las palabras, el tiempo, las islas desconocidas se encuentren, no en un derrame petrolero provocado por una compañia, sino en un oceano de esperanza. Un abrazo.
ResponderEliminarMuy lindo su texto. Saramago y su embarción llegaran acá en Brazil. De Brazil fue hacia a Cuba conocer las personas más hermosas que he conocido en mi vida. Nosostros navegamos en oceanos de sueños y esperanzas. Y ellos encuentranos cuando personas como Saramago visitan nostros ojos y almas.
ResponderEliminarMagno
Rio de Janeiro Brazil
Magnífico Ubieta magnífico.
ResponderEliminarSentimientos e ideas que abren la mente y el espíritu individual y enseñan que el poder está en nosotros, el poder para seguir creando un mundo mejor.
Encuentros de ilusiones basadas en la diversidad como base de desarrollo humano en todo su espectro, lejos del pensamiento único implantado, que mimetiza y ridiculiza la inteligencia humana.
Gracias por estar ahí.
Salud y República.