Ayer domingo llegamos a París para una breve estancia de trabajo que incluye un encuentro con periodistas y editores sobre el tratamiento del tema Cuba en los medios franceses. Primera parada en el recorrido del aeropuerto hacia el hotelito: Plaza José Martí, creada en 1953. En el centro del pequeño parque, un cuchillo donde confluyen dos calles, hay una plataforma de concreto, lugar que se destinó en la concepción original a un monumento --busto o estatua--, del héroe independentista cubano. No ha sido posible. La politización de ese gesto por parte de sucesivos alcaldes, ha impedido su instalación. La guerra cultural incluye la guerra de la memoria: Martí fue primeramente reivindicado por la contrarrevolución cubana, pero a partir de los años noventa, los nuevos ideólogos reconocieron su vínculo esencial con el pensamiento anticolonial y revolucionario. París nos recibió con sol bueno. Uno de los puentes sobre el Sena ratifica su prestigio de capital del amor: cientos, miles de candados cerrados --los enamorados lanzan las llaves al río--, expresan el deseo de las parejas de no separarse jamás.
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