Hernán Calvo Ospina
Hace unos años una amiga francesa viajó hasta Argentina. Empacó al gato en su jaula, y con un indescriptible dolor lo entregó para que lo acomodaran en el compartimiento especial del avión. Ella llegó a su destino, pero no el animal. Desesperada, armó uno de los mayores escándalos que se recuerdan en la compañía transportadora. A los dos días, cuando ella se encontraba al bordo de la agonía, le avisaron que habían encontrado la jaula, pero ni rastro de su mascota. Sin pensarlo un minuto, y sin importarle la posible pérdida de su trabajo, regresó a Paris. Bajó del avión y salió rauda a buscarlo en las bodegas. Lloró mares cuando lo encontró despeinado, sucio y aterrado. La bestia llevaba esos días sin comer, pues esas mascotas sólo comen galletitas ya que ni cazar un ratón saben: les temen.
Hace otros tiempos un amigo exiliado me confesó que había encontrado un tipo de carne muy barata. Era un poco dura, pero en olla a presión quedaba excelente. Lo acompañé. En verdad que era un poco más económica. Lo particular es que el amigo no comprendía el idioma y no sabía que era carne para perros. Quiso vomitar, pero recordó que sus tres hijitas y su mujer seguían vivas y contentas.
La revista de un avión me hizo recordar esas dos anécdotas. Había dos páginas dedicadas a cierta clase social de perro, que mostraba “los nuevos productos y servicios para que los cándidos estén entre algodones”. Por ejemplo, un almacén ofrece galletas “que incluyen divertidos mensajes. A tu can le resultarán deliciosas”. No explican quien lee. Otro vendedor: “sus ratos de ejercicio serán todo glamour si su perrita tira de una correa con cristales XXXX”. Este comerciante propone: “Cuando ataca el sueño, el colchón hinchable de XXXX garantiza la comodidad del más travieso”. Una empresa de Nueva York expone: “Esta sudadera realza la musculatura hasta del bulldog menos fibroso (Disponible en varias tallas y colores)”.
También me entero que en algunos hoteles del mundo existen “Espacios con pedigrí”. Que un hotel de Miami “no se olvida de los inquilinos peludos”, y entre lo ofrecido está un “paquete de lujo” que incluye “cama, galletas especiales, rutas de paseo, cuidadores personales e incluso preparan citas entre canes”.
Otro hotel en Londres ofrece “Lujo para dos”, al ser “uno de los más ecuánimes en el trato animal y humano”. El “pack de atención” incluye “un masaje para ambos al mismo tiempo, cena especial, fotografía y cesta con regalos”.
La propaganda de un hotel en Nueva York dice que esa ciudad “puede estresar a cualquiera, incluso a las mascotas”. Por tanto, “para alivio del amigo perruno, en este hotel tratan a los canes como auténticos príncipes”. La atención incluye “masaje de agua, comida cocinada a mano con ingredientes de alta calidad y hasta un programa de televisión pensado para nuestros mejores amigos”.
Y la revista, que trata este tema como si fuera trascendental para el futuro de las especies humana y canina, remata con esta información: “Muchas celebridades han aparcado a sus compañeros varones y prefieren posar con sus amores de cuatro patas”. Por ejemplo: un tal Tommy Mottola le regaló una chihuahua a su esposa latina. Pues bien, ese animalito “es objeto de cuidados tan VIP como los que la mexicana dedica a su hija”.
Nos cuentan con el mayor regocijo que la “estrella” Britney Spears “no duerme sola: a su vera pernocta su trío de chihuahuas de glamurosos nombres y vida de lujo”.
Aunque no tengo idea quien es el líder de los Sex Pistols, un tal Sid Vicious, tiene manías con sus perros como su apellido: El y su esposa, Jessica Alba, lucen los collares de sus perros, y sus pugs llevan las joyas de ellos.” Claro, con diamantes y brillantes en todos los casos. Ah, los canes portan los nombres de sus propietarios. No se sabe cómo se las arreglan cuando se llaman.
Es el turno a Gloria Estefan. Como si no fuera poco lo hasta ahora leído, la revista dice que “Lo de la artista latina tiene visos de delirio. Su bulldog inglés, Noelle, protagoniza dos libros de cuentos que Estefan ha escrito, y en los que la perra es protagonista de fantásticas hazañas”. No puedo imaginar qué cosas sensacionales puede hacer un animal de estos al que apenas se le permite comer, hacer caca y quizás musitar un ladrido.
Me gasté 10 minutos leyendo esto en un avión, y luego tuve dificultades para dormir por andar reflexionando en el contenido de tan aleccionadora lectura. Y no, no voy a contar aquí cuantos niños se mueren de hambre o por enfermedad cada minuto. Menos diré cuantas personas morirán de frío en este invierno europeo por no tener en donde meter ni un dedo (El año pasado en Francia fueron más de 300, y parece que este año aumentará la mortandad pues la pobreza se duplicó)
Para botar la rabia que me habían producido esas dos páginas, decidí recordar a los perros más sensacionales que he conocido, esos con los cuales compartí las calles de mi barrio humilde, los de mi niñez y adolescencia.
Aunque regularmente eran de padre y madre desconocidos, y de pedigrí raramente cercano a cualquier marca, se les veía orgullosos. Vivían felices rascándose las pulgas, y cuando los desesperaban se tiraban a revolcarse en la tierra o la hierba. Corrían tras los carros y las bicicletas, le ladraban a los extraños y perseguían ratas y palomas. Comían de todo, y de los basureros recuperaban el mínimo alimento, en especial los huesos de pollo. Esos apetitosos huesos que las mascotas de hoy no pueden ni saborear, ya que las han vuelto tan inútiles que no saben triturar las astillas.
Insisto: los mejores son los perros de los barrios humildes, esos que en manada siguen armando tremendos zafarranchos en las calles tratando de apoderarse de los favores de una perra en calor. Y en esos momentos salen las madres escandalizadas, ordenando de entrar a casa para que los divertidos y curiosos niños no presencien tal acto perruno.
Genial artículo
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