Miércoles, 27 de enero de 2010
ANTONIO GUERRERO
Cuando cierran la puerta de hierro
silbadores vientos de huracán
encima se me echan y me apagan
el candil, parpadeando en mis manos.
La celda se vuelve una laguna
en la que yacen palomas muertas
y por mí trepa su olor a espanto
como si las sombras me embistieran.
Con mi inofensivo corazón
desgarro el silencio congelado,
adelgazo ausencias prolongadas
hasta que la larga noche pasa
y todas las tinieblas se esfuman
envueltas en la luz matutina.
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