H. Romo Sigler
No por esperado el acontecimiento dejó de conmocionar a los parciales beisboleros: Industriales y Santiago de Cuba quedaron, con poco menos de 48 horas de diferencia, fuera de los play off de la 50 Serie Nacional.
Probablemente el hecho de que el “deceso” de las novenas insignias no se produjera de forma repentina, acentuó el sufrimiento no solo de los habitantes de las dos urbes más prominentes, sino de las decenas de miles de simpatizantes con que cuentan estos elencos dentro y fuera de nuestro archipiélago.
Es verdad que no constituye la primera ocasión en que se ausentan de la postemporada, debido a que los exponentes de la Fiesta del Fuego, en el Balcón del Caribe, no clasificaron en 1992 ni, tres años más tarde, en la 34 Serie, aunque mantienen intacto el récord de mayor concurrencia al convite decisivo, con 23 incursiones.
Las huestes capitalinas, por su parte, le han hecho el desaire a los huéspedes del Latino un mayor número de oportunidades, privándolos de echar riendas sueltas a su imaginación en 1988, 91,95 y, aún en el recuerdo, durante la 48 Serie en el 2009.
Ahora bien, expresémoslo sin ambages, ninguno de estos argumentos consuela a los simpatizantes de Avispas y Leones, que están entre los seguidores más fieles y exigentes del país, para los cuales el propósito anual no es siquiera la clasificación, sino la lucha hasta el out 27, por el gallardete de campeones.
Hoy no quiero, sin embargo, detenerme en cuestiones estadísticas ni en aspectos técnicos – tácticos deficientes para las tropas de Germán y Pacheco. A esta altura no me parece justo, con atletas y cuerpo directivo, emprender una andanada de críticas intentando buscar responsables, como si con ellas la felicidad retornara a ambos territorios.
Los análisis sobre lo que falló en cada conjunto le corresponden básicamente a los expertos de las dos provincias y a la Comisión Nacional. Solo en ese instante será válido y oportuno reflexionar por qué el pitcheo de segunda línea de los escarlatas resultó desastroso, con promedio de más de 7 carreras limpias permitidas (sustituyendo incluso a 6 miembros de su staff, luego del choque 45); o la defensa añil, históricamente catalogada como una de las alineaciones más elegantes al campo, hizo aguas cometiendo casi un centenar de marfiladas en 87 desafíos.
Deseo en realidad concentrarme en otra dimensión de ese fenómeno, insuficientemente estudiado, que significa la Serie Nacional y específicamente los pasaportes de los ocho privilegiados al festín conclusivo.
En Cuba la esencia del deporte radica en la participación masiva de los ciudadanos. La actividad física, como el resto de las esferas productivas y creadoras, representa un derecho inalienable del pueblo.
Esa es la ecuación principal empleada desde la fundación de la Dirección General de Deportes (DGD), el 13 de enero de 1959, por iniciativa de Fidel que le asignó las riendas de la misma al capitán rebelde Felipe Guerra Matos.
Y es ella, la fórmula dorada que defendemos en todos los ámbitos, la que nos permitió abarrotar de medallas y trofeos las vitrinas antillanas al regreso de los diferentes certámenes en que participamos.
Desde Kingston en 1962 –y aún antes con la sonrisa proporcionada por la pelota, en el sui generis torneo de Costa Rica en 1961, justo cuando los milicianos derrotaban a los mercenarios en Girón--, hasta la Copa Intercontinental de Taichung, en octubre del 2010; transitando por la heroicidad de San Juan 66, a bordo del mítico buque Cerro Pelado, y el 5to escalón olímpico alcanzado en 1992, en la bella ciudad condal de Barcelona.
En la mercadotecnia incontenible en que se ha transformado la práctica muscular (Pierre de Freddy, barón de Coubertain, debe revolverse en su tumba con cada transacción financiera demencial, tan de moda en los magazines de los cinco continentes) la médula se erige sobre exclusividades monetarias que permiten adquirir, a manera de contrato, el talento más descollante donde quiera que esté.
Bien sabemos que el capital monopolista, lo demostró irrefutablemente Lenin con la brillantez de su pluma, no cree en fronteras, ni mucho menos en cuestiones éticas.
Varios colegas me han dicho por estos días, y eso también es cierto, que el descalabro de rojos y celestes es equivalente, en la Mayor League Beisbol (MLB), a la no presentación en octubre de Yanquis de Nueva York y Boston Red Sox, o de los Bravos de Atlanta y los Dodgers de los Ángeles.
Algunos han ido más lejos – en definitiva la cultura física es una sola y las modalidades específicas son “convenios” que nos inventamos los humanos para divertirnos– planteando que la UEFA Champions League sin el Real Madrid, el Barcelona, el Manchester United, el Chelsea, el Inter, el Milán, y el Ajax, por ejemplo, no es igual.
Lo que ocurre es que si los Mulos de Manhattan tienen tropiezos, rápidamente desembolsan sus billeteras millonarias para atraer los mejores jonroneros, lanzadores o “estafadores” (de base, no confundir con los que desfalcan naciones) en el afán de llegar, 365 días después a la codiciada “tierra prometida” de la Serie Mundial.
¿Acaso no se anticipó el genial pensador Vladímir Ilich Ulianov, al redactar su monumental obra El imperialismo fase superior del capitalismo, a la compra más tarde de Babe Ruth a la Nación Roja Bostoniana, por los Bombarderos del Bronx, en 1920; dando lugar para los de la culta Massachusetts a la terrible Maldición del Bambino, extendida hasta el 2004 en que Big Papi, Manny Ramírez, Pedro Martínez y otros defensores del Fenway Park la tiraron por la borda?
¿Estaría dispuesto algún fanático merengue a prescindir de los goles marcados en el Santiago Bernabéu, en los octavos de finales de la Orejona contra el Olimpique, por el brasileño Marcelo, el argentino Di María e “irónicamente” el muchacho de Lyon, Karin Benzemat?
Seguramente no, pero la culpa –lo sabemos bien– no es de la afición, ni de los chicos que en Santo Domingo aspiran a tirar 95 millas para ganarse un puesto en los circuitos de Norteamérica, ni de los que en Costa de Marfil imitan a Didier Drogba.
¿Cuándo desaparecerán los “anatemas” que el poderío trasnacional impone cínicamente sobre los desposeídos de este mundo?
¿Quién hubiera vaticinado, el 14 de enero de 1962, que los reyes de la pelota insular fueran cienfuegueros, avileños, guantanameros o granmenses?
No soslayemos que apenas en Morón, y en algún que otro sitio puntual, existía alumbrado para jugar de noche, además del Coloso del Cerro que había sido inaugurado el 26 de octubre de 1946.
Únicamente después de que la utopía se convirtiera en elemento tangible, con posterioridad al triunfo de unos jóvenes barbudos el 1ero de enero de 1959, proporcionando el apoyo material necesario, en la misma medida en que se brindaba igualdad de oportunidades, surgieron el Augusto César Sandino, el Victoria de Girón, el Calixto García, el Julio Antonio Mella, el José Antonio Huelga y tantos otros en municipios y comunidades.
A partir de ahí, con el capital humano que brotó de las EIDE, cada cual batalló por su camiseta con la claridad de que el terreno, aquí sí, dictaría sentencia real.
Así se coronaron, sin grandes luminarias, Holguín en el 2002 (el único antes del actual Industriales que al año siguiente de la satisfacción quedó marginado de los play off), o Azucareros en 1972, o la Habana en el 2009.
Y de similar forma volverán a imponerse los discípulos del “Mago Mesa” y el “Capitán de Capitanes” Pacheco. No saqueando a los alazanes para que su trío de Villalobos despache pelotas cerca de la avenida Ayestarán, ni brindándoles dádivas a Miguel Alfredo, Yadier, Jonder y Yuliesky, para que se marchen al recinto del Reparto Sueño, respaldando desde la lomita la ventaja que les proporcionaran los Olivera, Reutilio, Bell, Merino, Navas y compañía, sino multiplicando esfuerzos con los pequeños que cada domingo abarrotan los placeres.
En esta 50 edición de la pelota libre, apreciemos como símbolo que los “menores” de antaño, convertidos en gigantes en buena lid por su esfuerzo y coraje dentro de las dos líneas de cal, animen la discusión de la diadema suprema.
Eso es lo que tenemos que estimular y apoyar ahora. En definitiva, estoy seguro que al menos en la intimidad los herederos de Armandito el Tintorero lo comprenden, lo que ha triunfado es el singular teorema rubricado por los cubanos. Y contra las matemáticas de la participación democrática, ni el mismísimo Pitágoras posee variantes para doblegarlas.
Lo demás sería resignarnos, palabra que no aparece en el diccionario antillano, o como apunta el carismático comentarista radial Roberto Pacheco, establecer por decreto la presencia en finales de los de Guanabacoa y Songo la Maya.
Y eso, claro está, no lo aceptaremos jamás los hijos de Martí y Maceo.
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