Enrique Ubieta Gómez
En el capítulo del serial norteamericano Dos hermanos (One tree hill) destinado a un público juvenil, un simpático niño --tiene, supongo, seis años--, le dice al amigo del padre recién contratado para la NBA, que diez dólares no son suficientes para hacerle un favor; el amigo se ríe y ofrece “convencido” una cantidad mayor. Es una transmisión de la televisión cubana. Los seriales juveniles extranjeros que se transmiten en Cuba –muchos son estadounidenses--, tienen por lo general una buena factura, y atrapan al televidente. Parecería innecesario afirmar que todo material audiovisual porta una ideología; es una obviedad que paradójicamente puede ser tachada de extremismo. No creo sin embargo que la solución, en un mundo tan contaminado, sea la asepsia. Está bien que lo veamos todo, que nos expongamos a todo, y no solo porque el entretenimiento compensa nuestra resistencia heroica (también puede debilitarla), sino porque nuestra fortaleza radica (o debe radicar) en nuestra capacidad para discernir. Pero no podemos ignorar el desafío y asumir que el discernimiento se produce de forma espontánea. El socialismo es sobre todo una opción cultural, y en ninguna otra sociedad la palabra opción adquiere un significado tan pleno.
Los grupúsculos contrarrevolucionarios y sus cabecillas son insignificantes. Son un producto construido desde afuera, para afuera. ¿A mí qué me importa la opinión que tienen los norteamericanos --siempre desinformados, siempre ingenuamente prepotentes e imperiales--, de mi país?, ¿qué me importa la opinión que PRISA construye en los hispanos nostálgicos del imperio que desapareció hace doscientos años y del franquismo? Entiéndaseme, sí me importa la opinión de todos los pueblos sobre la Revolución –incluido el norteamericano--, pero ante el dominio absoluto que el Poder, es decir, que el Capital detenta sobre los medios masivos, solo es posible llegar a sus conciencias y a sus corazones desde nuestra propia solidez. Por ello me importa más que nada la opinión de mis conciudadanos, que son los que han decidido construir una sociedad alternativa, anticapitalista. Ninguna de las construcciones políticas mercenarias –quiero decir, para la “toma del poder”--, tiene real relevancia interna. No digo que en la mente calenturienta de los “constructores” no esté la aviesa intención, la esperanza, de que esas marionetas adquieran la relevancia que hoy no tienen. Pero creo que la guerra es esencialmente cultural, entre dos modelos de vida (hablo incluso en el sentido más personal, individual). Debemos exhibirlo todo, eso creo, y debemos discutirlo todo. Sin ser dogmáticos, y sin miedo a parecerlo, porque eso nos llevaría a ocultar o a despreciar importantes verdades supuestamente conocidas. Sin ser tecosos, repetitivos, esquemáticos, sin despreciar los pequeños (grandes) placeres de la vida y la necesidad imperecedera del confort, tenemos que ser activos defensores de los resortes morales y participativos. La guerra es mente a mente. Hombre/mujer a hombre/mujer.
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