CARTA DE LOS CINCO A RAÚL, MOISÉS, CARLOS, MANUEL, FRANK Y DALEXIS.
Queridos compañeros, combatientes, patriotas:
Nos sumamos al privilegio que hoy tienen nuestros familiares de reunirse con ustedes para expresarles nuestra admiración y respeto; reflejo del cariño agradecido de todo un pueblo que les estima y quiere.
Ustedes, hijos modestos y dignos de nuestra patria, asumieron la misión más dura y difícil que puede enfrentar un revolucionario: Poner a un lado sus verdaderos sentimientos y transformarse en viles mercenarios a los ojos de sus familiares, vecinos, ex compañeros y de una sociedad agredida; a la que para proteger tuvieron que vincularse como adversarios con todo lo que ello implicaba, día tras día, afectiva y emocionalmente. El sacrificio que hicieron hace palidecer cualquier exigencia de nuestra misión en el cubil de la contrarrevolución adherida al imperio.
Hoy el pueblo cubano les recibe de nuevo en su seno como los hijos genuinos que son, lleno de orgullo y de gratitud, y nosotros nos unimos a ese júbilo. Ustedes no sólo han puesto al desnudo las patrañas del imperio y de su cómplices en torno al circo perverso de la disidencia; sino que han demostrado una vez más que la fuerza de la Revolución reside en su pueblo, y que no importa donde busque la maldad del enemigo para sembrar su veneno, porque en cualquier rincón de nuestra generosa sociedad siempre aparecerá el antídoto de la vergüenza.
Un fuerte abrazo.
Texto y fotos: E. U. G.
Quizás falte a mi deber de bloguero. No siempre, ni siquiera en una bitácora personal --que a fin de cuentas leerán los que quieran--, puede uno volcar las vivencias del día. Una falta más grave cometería quizás, si narro las confesiones íntimas que los agentes recientemente develados y los familiares de los cinco presos políticos cubanos en Estados Unidos intercambiaron hoy en la mañana, en un encuentro auspiciado por el ICAP. El tema abordado sin acuerdos previos, fue la relación de los combatientes con sus familiares. Precisamente porque de un lado había combatientes y del otro familiares, las anécdotas adquirían un carácter especular, especialmente emotivo. Olga, la esposa de René, rememoró el día en que su esposo partió sin avisos previos, sin la posibilidad de saber la verdad de lo que ocurría; habló de su dolor, de su desconcierto, y de la carta que finalmente escribió para terminar su relación con un hombre que repentinamente se había transformado en un desconocido. Seis años después, ella también sería a su lado una combatiente. La mamá de Tony narró su muy reciente encuentro con el hijo, en la única visita anual que pueden hacerle: "vivimos entre el orgullo y el dolor", dijo. Todos, de un lado y del otro, hablaron de los hijos, de los padres, de las esposas que se fueron, de las que se quedaron. A veces, la cercanía permitía una íntima, secreta relación, sustentada en los principios; otras, la lejanía o los imperativos del trabajo secreto, distanciaban a los combatientes. Algunos hijos crecieron sin ellos, y ahora tendrán que luchar "su propia guerra" por reconquistar un amor que nunca dejó de sentirse en lo más hondo. Agradezco esas horas de emotivas confidencias. Hombres y mujeres dispuestos a entregarlo todo, no por una creencia fanatizada, sino por un convencimiento muy racional, de que luchaban por nuestros hijos y aunque no los vieran, también por los suyos.
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