Enrique Ubieta Gómez
Fue un relámpago en la historia de Venezuela, de Cuba, de América, del mundo. Un día, pareciera que ayer, fui invitado a escuchar en nuestra Casa Bolívar la palabra de un ferviente bolivariano de origen militar, esa casta tradicionalmente alejada de los intereses populares. Al pie de la escalerilla del avión en La Habana lo había recibido Fidel, el Comandante en jefe, para sorpresa suya y de los televidentes cubanos. Disertó sin papeles, con la pasión y la elocuencia de un orador popular. Pocos podían imaginar entonces que nacía un líder continental. Creo que Fidel lo sabía, con su aguda intuición revolucionaria. Desde entonces lo vimos crecer, día tras día. Todos los esquemas se derrumbaban frente a su desenfado, a su sabiduría popular, a su sed de conocimientos, a su capacidad para escuchar a los humildes. Uno o dos años después, en un congreso académico celebrado en México, los doctos participantes discutían sobre si el populismo, sobre si el caudillismo..., sobre si no seguía o se definía con claridad sobre tal o más cuál línea ideológica. Chávez leía, aprendía, se comunicaba maravillosamente con la gente de pueblo, se reía, cantaba o jugaba a la pelota. Conversaba como un hijo con Fidel, y los ojos de ambos líderes brillaban. Martí fue hijo de Bolívar; Chávez fue hijo de Fidel. Algunos teóricos profesionales de la izquierda se radicaron en Caracas, para dar consejos, para orientar al "desorientado". Los hechos doblaban la esquina cuando intentaban apresarlos, ajustarlos a sus predicciones. Otros, más juiciosos, fueron a aprender. Sobrepasó todos los intentos del imperialismo y la oligarquía criolla por desalojarlo del poder que el pueblo, una y otra vez, le entregó: intentonas golpistas, golpes petroleros, campañas mediáticas espúreas, intervencionismo yanqui. ¡Qué dúo! Fidel y Chávez, tejiendo redes de solidaridad continental, construyendo una Patria unida, como la soñaron Bolívar y Martí. Pasó como un relámpago, como un rayo que le partió la siquitrilla al imperialismo e iluminó la noche oscura de Nuestra América. Fue suficiente para que el pueblo venezolano se viera, tomara conciencia de sí. Una anciana de los cerros caraqueños me dijo en 2006: "antes yo sabía que el petroleo era de Venezuela, ahora sé que es mío, de todos". Ha muerto un hombre, y nace el mito, absolutamente legítimo, porque nace del pueblo. La izquierda latinoamericana no ha quedado huérfana, como declara con alegría un titular de la prensa miamense; Chávez por el contrario se multiplica, porque salió del pueblo y a él regresa ahora.
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Chavez cambió la historia de Venezuela y américa latina. Dejó un legado de política social. la verdadera democracia: el gobierno del pueblo para el pueblo"
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