Anabel Mederos Carragel
Foto: Jorge Luis Sánchez Rivera
Tribuna de La Habana
Confieso que mi entrevistado llegó a mí por una de esas decisiones en la vida, medio impuestas medio que al azar, las cuales uno asume y solo se da cuenta del embrollo en que está inmerso cuando ya no existe escapatoria posible.
Así entré yo, un tanto despistada, a la oficina de Enrique Ubieta, o mejor, a la redacción de La Calle del Medio, quizás la publicación más desenfadada y juvenil de la prensa cubana de estos tiempos. Tomé prestado una de sus últimas ediciones y quedé hipnotizada con un artículo que se refería al imperio más vasto que ha tenido la historia de la humanidad: Facebook.
En fin, no sé los verdaderos motivos pero de alguna manera rememoré mis días por los pasillos de la Facultad de Periodismo de La Habana, cuando pensaba que escribir era tan solo un hobbie y no un arma de defensa.
Platicar con Ubieta, director de La Calle, investigador, ensayista, filósofo y uno de los intelectuales contemporáneos más prolíferos en su obra de profundo contenido social, confirmó mis ideas —acertadas o no ¿quién sabe?—, sobre la importancia de creer en nuestra sociedad.
¿Existe una definición particular para el habanero?
“La Habana es un símbolo y, al igual que ser cubano, conlleva una carga extraordinaria. Suelo pensar que existen estereotipos de habaneros, pero no un modelo repetible. Existen diversas procedencias detrás de cada familia, la inmigración, ya sea en la primera, segunda o tercera generación, es un factor común a todas.
La misma ciudad contiene muchas Habanas dentro y no son solo, como suele pensarse, barrios, sino más bien diversas maneras de entender la vida, el trabajo, la recreación, lo que conforma colectivos que se hermanan o no dentro de esa amalgama.
A veces uno se percata de los encantos de la urbe cuando no se encuentra en ella, inmortaliza el olor a salitre, anhela el salir a la calle a casi cualquier hora, incluso la bulla se torna un atractivo”.
Con respecto a La Habana, ¿qué lo motiva y qué lo entristece?
“Me siento muy feliz cuando encuentro un edificio restaurado, son siglos de cubanía que recuperamos. Me disgusta ver a la ciudad más sucia de lo que quisiera”.
Estos últimos días han sido un tanto estremecedores para el país, -¿Qué piensa de los últimos hechos acaecidos y la proyección del pensamiento martiano?
“Los Cinco son los héroes de mi generación, poseen la misma carga simbólica de aquellos hombres que bajaron de la Sierra Maestra. Fueron sobrevivientes porque no pactaron, los que lo hicieron no sufrieron el encierro pero murieron en vida, y de alguna manera, esto se encuentra en la prédica de Martí.
“Pudiera decirse que se abre un nuevo capítulo en cuanto a las relaciones Cuba-Estados Unidos, un país bien conocido por el Apóstol, pues vivió 15 años en el mismo. Para nuestra nación, ideó una sociedad diferente, que no repitiese el modelo norteamericano ni los patrones seguidos por el resto de las repúblicas del continente.
“No obstante, admiró la cultura estadounidense, lo más genuino de la misma, fiel amante de la poesía de Walt Whitman. Últimamente cuando me preguntan por los Estados Unidos suelo decir que nuestro enemigo no es un país, sino el imperialismo, algo que también vislumbró Martí.
“Si nuestro esfuerzo ha sido por construir una sociedad alternativa, ahora la guerra ideológica pudiera ser más intensa que años atrás en la preservación de los valores del socialismo.
El Héroe Nacional nos acompaña en esta batalla, el mismo abogó por una cultura del ser, de parte de los humildes, respaldó la unión de los pueblos latinoamericanos y sentenció, enérgicamente, la extensión de los Estados Unidos por la región de América. Dichos pensamientos nos encauzan a una dirección que difiere íntegramente del discurso capitalista”.
En el título de su último libro Ser, parecer, tener, –a partir de la compilación de sus propios ensayos- se proyecta un análisis de los estereotipos en la sociedad cubana y la llamada cultura del valor. ¿Cuáles retos nos deparan?
“No olvidar nuestra esencia, que la cultura del tener no nos absorba y que no llegue el día en que nos preocupemos más por lo que tenemos que por lo que somos. Se debe encontrar el equilibrio, aprovechar el confort o las infinitas posibilidades tecnológicas para crecer y no para valorar a otros. Por ello necesitamos de una sociedad espiritualmente rica, que no se deje abrumar por la tendencia al consumismo ni las banalidades del mercado, una sociedad a contracorriente”.
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