Ángel Guerra Cabrera
La inteligencia y prudencia de Vladimir Putin y de la diplomacia rusa y la exitosa contraofensiva militar de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk han sido las que finalmente empujaron a viajar a Moscú a la canciller alemana Angela Merkel y al presidente francés Francoise Hollande. Cinco horas con el presidente ruso condujeron a la reanudación del fenecido proceso de paz de Minsk, capital de Bielorrusia.
Por su parte, el multimillonario Poroshenko, cabeza visible de la junta fascistoide de Ucrania, quien ordenó romper la tregua en septiembre pasado y lanzar una brutal ofensiva “antiterrorista” contra el sureste del país, se ha visto obligado a asistir a Minsk, no porque quiera la paz, sino en un intento de preservar en las pláticas lo que ha perdido en el campo de batalla.
Merkel y Hollande, aunque incapaces de desprenderse de la tutela de Washington, comprenden que para Europa, hundida en la debacle económica neoliberal, la debilidad del euro y la amenaza al estatus quo representada por la victoria de Syriza en Grecia, sería desastroso verse arrastrada a la intensificación del conflicto en Ucrania, a cuya génesis no son ajenas Alemania y Francia, pero del que Estados Unidos ha sido el promotor principal.
Ucrania es, en muchos sentidos, la última trinchera en la defensa de la integridad territorial y la soberanía de Rusia, que ha visto abalanzarse sobre sus fronteras un creciente despliegue militar de la OTAN. Algo cuya continuación no está dispuesto a permitir Moscú. De modo que no aceptará nunca que Kiev pase a formar parte de esa organización ni tampoco una sustancial ayuda militar estadunidense a la junta de Porochenko, como pretende Obama. A Kiev no le ha servido de mucho la asistencia militar europea y estadunidense pues sus tropas carecen de moral combativa y motivaciones patrióticas a diferencia de las autodefensas.
Para Putin hace rato quedó claro que Estados Unidos no está dispuesto a resignarse a su pérdida de hegemonía y, por consiguiente, a convivir en un mundo pluripolar. Lo testimonia que no haya reparado en sus descalabros militares ni en haber ocasionado la muerte de cientos de miles de civiles y el arrasamiento literal de Afganistán, Irak, Libia, Siria, las zonas tribales de Pakistán y ahora del sureste de Ucrania, donde ya hay cinco mil muertos y un millón y medio de civiles desplazados. Putin sabe también que Washington no quedará satisfecho con convertir a Ucrania en una colonia, a la que ya está saqueando sus ubérrimos recursos naturales, sino que su objetivo principal es debilitar y destruir a Rusia como Estado nación y convertirla en otro vasallo de sus desenfrenados planes de acumulación capitalista; como también a China.
Merkel y Hollande ven como la política injerencista y guerrerista de Estados Unidos lleva inexorablemente al escalamiento del conflicto por la vía militar, que es la razón por la que el títere Poroshenko se muestra tan belicista. No es necesario ser un estratega militar para darse cuenta que ello conduciría a la guerra entre Rusia y Estados Unidos. Una guerra que no puede ser más que nuclear y de la cual entre las principales víctimas estarán las naciones de Europa.
No es casual que la mendaz mafia mediática mundial, sierva incondicional de Washington, no le haya prestado apenas atención al dictamen reciente publicado en el Boletín de Científicos Atómicos. Según los científicos estamos a tres minutos de la “medianoche”, es decir del holocausto, la segunda medida más baja desde que comenzaron estas mediciones en 1947. Únicamente superada por los dos minutos de 1952, cuando en plena guerra fría Estados Unidos realizó la primera prueba con la bomba termonuclear, o de hidrógeno. El razonamiento de los hombres(y mujeres) de ciencia se basa casi exclusivamente en la disponibilidad de armas nucleares y la voluntad de las potencias para utilizarlas en este momento. Los científicos también toman en consideración la creciente amenaza del calentamiento atmosférico. Estas condiciones, afirman, “plantean extraordinarias e innegables amenazas a la continuidad de la existencia de la humanidad”.
Al cierre de este artículo habían concluido las pláticas entre los líderes de Rusia, Alemania, Francia y Ucrania con el acuerdo de crear una zona desmilitarizada y el inicio de un diálogo de paz entre los rebeldes del sureste y la junta de Kiev. Faltaba lo fundamental: definir si las demandas de las autodefensas serán tomadas en cuenta. Si no es así, continuará la guerra.
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