Atilio A. Boron
Chile se enfrenta mañana a una disyuntiva crucial: ratificar un modelo de país construido por la siniestra dictadura pinochetista y el rumbo económico seguido durante décadas por una democracia de (muy) baja intensidad y que finalmente dio luz a una sociedad injusta, excluyente y de “manos libres” para un capitalismo depredador como pocos; o, en esa vital bifurcación histórica, comenzar a transitar por un camino alternativo pero que si a primera vista no parece muy diferente al anterior, encierra posibilidades extraordinarias que no existían desde 1973 y que chilenas y chilenos harían muy mal en desaprovechar.
Sospecho que habrá quienes al leer este párrafo introductorio se encojan de hombros argumentando que Sebastián Piñera y Alejandro Guillier son lo mismo, que “les da igual” como tristemente lo decía una izquierda desastrada y sonámbula en la Argentina cuando la opción era entre un emisario y representante de Estados Unidos como Mauricio Macri y un político de centro, “inmoderadamente moderado”, como Daniel Scioli, pero cuyas apoyaturas sociales, compromisos políticos (que no rompió pese a que desde la Casa Rosada se lo invitó a ello) y vínculos con la sociedad civil jamás le hubieran permitido, en caso que lo hubiera deseado, impulsar el holocausto social que Macri está consumando en la Argentina. También se decía que no había casi diferencias entre Dilma Rousseff y Aecio Neves y su fuerza política. Consumada la destitución de Dilma aquellas mínimas diferencias aparecen con rasgos pesadillescos: veinte años de congelamiento del presupuesto de salud y educación y cuarenta y nueve años de aportes jubilatorios para recibir una pensión, tal es la propuesta de Michel Temer.
Por eso, sin negar que en el Chile de hoy las diferencias entre los dos candidatos no son tan grandes como nos gustarían, existen y abren una ventana de oportunidades que estaba herméticamente clausurada desde aquel nefasto 11 de Septiembre del 1973. Si esto no satisface a los espíritus más inquietos, ¿por qué no avanzar por el camino de una “revolución socialista y anticapitalista”, como quieren algunos? Porque no se puede, porque es una peligrosa ilusión.
Quienes la proponen deberían identificar el proceso insurreccional de masas en curso en las calles y plazas de Chile, no el que se evoca en los claustros universitarios o en los cafés de moda como recordaba hace algunos días Álvaro García Linera. Sin abusar de los clásicos del pensamiento socialista es innegable que en el marco del capitalismo dependiente latinoamericano no existe un solo país en donde exista la feliz coincidencia de las célebres “condiciones objetivas y subjetivas” que dan luz a una revolución anticapitalista. En ninguno. Y Chile no puede ser la excepción, como no lo es Argentina, Brasil, México, Colombia e, inclusive, mismo Bolivia y Venezuela. Ante ello, ¿qué hacer?
La respuesta la ofreció Fidel en su visita a Chile en Noviembre de 1971, que tuve la inmensa fortuna de acompañar como un fervoroso estudiante de la FLACSO. En su conferencia pública ante los estudiantes de la Universidad de Concepción se le planteó una pregunta que se relaciona con la coyuntura actual de Chile: ¿qué estaba ocurriendo en Chile, cuál era la naturaleza del proceso dirigido por Salvador Allende? Y la respuesta de Fidel fue terminante: “si a mí me preguntan qué está ocurriendo en Chile, sinceramente les diría que en Chile está ocurriendo un proceso revolucionario (APLAUSOS). Y nosotros incluso a nuestra Revolución la hemos llamado un proceso. Un proceso todavía no es una revolución. Hay que estar claros: un proceso todavía no es una revolución. Un proceso es un camino; un proceso es una fase que se inicia.” Obviamente, Fidel descartaba el milenarismo de quienes piensan a la revolución como un acto, un rayo que en un día maravilloso cae del cielo y clausura en un santiamén un ciclo histórico y alumbra el nacimiento de otro. Pero eso es religión, o magia, pero no análisis político. Por eso el Comandante remató su argumento diciendo que algunos dicen que “en tal fecha se produjo el triunfo de la revolución bolchevique, y el triunfo de la Revolución Francesa, y el triunfo de tal y más cual. Y para que nos entendieran, dijimos (que) el primero de enero no había triunfado la Revolución. Se había abierto un camino, se había creado una posibilidad, se iniciaba un proceso. Eso es lo que ocurría en nuestro país el primero de enero de 1959.”
Y de eso se trata mañana en Chile: de abrir un camino, un proceso que si se transita sustentado en la organización de las clases y capas populares, en su formación y educación política, en estrategias y tácticas adecuadas para ir cambiando progresivamente la correlación de fuerzas sociales este primer paso puede, gracias a la dialéctica de la historia, no olvidar eso, culminar en el nacimiento del nuevo Chile que tantos queremos, dentro y fuera del país. El viejo Engels dijo una vez que uno de los más graves errores que podían cometer los revolucionarios era hacer de su impaciencia el fundamento de su táctica política. Un triunfo de Alejandro Guillier abre la posibilidad de, por fin, comenzar a marchar hacia el cambio profundo que chilenas y chilenos vienen reclamando hace tiempo ante la sordera gubernamental. Liquidar el mafioso negociado de las AFP, garantizar educación gratuita de calidad, reconstruir el sistema de salud pública, convocatoria por primera vez en la historia a una Asamblea Nacional Constituyente, resolver la asignatura pendiente de los mapuche y otros pueblos originarios, encarar seriamente la lucha contra la corrupción y varios temas más que son por todos conocidos. Esta agenda se abriría con su victoria, pero sería sellada a fuego por una ratificación de Piñera. Será un camino arduo, cuesta arriba. Pero el Frente Amplio, la esperanzadora novedad de Chile, debe enfrentar este desafío, y tras las elecciones estar firme asegurando que esos compromisos -que sin duda encontrarán resistencias enormes dentro del gobierno y desde los sectores económicos- sean empujados por las grandes mayorías. Si en cambio se desalienta y abandona la lucha, promueve la indiferencia y esta actitud se combina con el escapismo de los impacientes que especulan con la ilusoria productividad política de la abstención volverá a imponerse en Chile una derecha cada vez más radicalizada, como infelizmente lo demuestra Macri en la Argentina.
No puedo concluir este análisis sin subrayar la enorme importancia que la elección de este domingo tiene para toda América Latina. Por primera vez desde el golpe contra Allende una elección chilena adquiere proyección continental. Si Piñera es derrotado y si a esto se le suma a la de Juan Osvaldo Hernández, el lacayo del imperio en Honduras, las chances de una recomposición progresiva del mapa sociopolítico de América Latina se verán considerablemente reforzadas. Será un poderoso estímulo para el pueblo brasileño, en su empeño por reinstalar a Lula en Brasilia. También para Andrés Manuel López Obrador en México, para poner fin a la masacre que ha sumido en sangre a ese país; o para fortalecer el apoyo al proceso de paz en Colombia, que el amigo de Piñera, Álvaro Uribe, ha saboteado sin pausa; para forzar nuevas (y honestas) elecciones en Honduras; para los argentinos que salieron a la calle a parar la eutanasia política de los pobres, los adultos mayores y los sectores más vulnerables que promueve la Casa Rosada. Por eso, no puedo sino terminar estas líneas pidiéndole a las hermanas y hermanos de Chile que este domingo dejen de lado sus aprensiones y el enojo que les provoca la decadencia democrática sufrida durante casi medio siglo a manos de distintos gobiernos de la derecha y salgan a votar con entusiasmo, con visión de futuro, como recordaba Fidel, para abrir un camino. Si tal cosa llegara a suceder, la construcción de un promisorio futuro para Chile estará en sus manos y dependerá de su inteligencia política, vocación revolucionaria y capacidad de organizar al campo popular.
La Isla Desconocida navega en pos de sí misma, la utopía en pos de la utopía, buscándose y hallándose siempre a medias, en mares cercanos a los dominios reales.
sábado, 16 de diciembre de 2017
jueves, 7 de diciembre de 2017
Fidel Castro, el otro nombre de la Dignidad
Salim Lamrani
Hay hombres que atraviesan los siglos y se inscriben en la eternidad, pues personifican principios. Maximiliano Robespierre, el incorruptible, el apóstol de los pobres, dedicó su existencia breve e intensa a luchar por la libertad del género humano, por la igualdad de derechos entre todos los ciudadanos, por la fraternidad entre todos los pueblos del mundo, suscitando el odio feroz de los termidorianos y de sus herederos que perdura hasta hoy. Fidel Castro, el otro nombre de la Dignidad, tomó las armas para reivindicar el derecho de su pueblo y de todos los condenados de la tierra a elegir su propio destino, atizando la aversión de las fuerzas retrógradas a través del planeta.
Patio trasero de Estados Unidos durante seis décadas, Cuba era constantemente humillada en su aspiración a la soberanía. A pesar de las tres guerras de independencia y los sacrificios del pueblo de José Martí, héroe nacional y padre espiritual de Fidel Castro, la isla del Caribe sufrió el yugo opresor del poderoso vecino, deseoso de asentar su dominio en la región. Ocupada militarmente y luego transformada en república neocolonial, Cuba vio a los gobiernos de la época obligados a plegarse a las órdenes de Washington. El pueblo cubano, orgulloso y valiente, soportaba afrenta tras afrenta. En 1920, el Presidente Woodrow Wilson mandó al general Enoch H. Crowder a La Habana tras la crisis política y financiera que golpeaba el país y ni se dignó a informar al Presidente cubano Manuel García Menocal. Ése hizo partícipe de su sorpresa a su homólogo estadounidense. La respuesta de Washington fue humillante: "El Presidente de Estados Unidos no considera necesario conseguir la autorización previa del Presidente de Cuba para mandar a un representante especial". Tal era la Cuba prerrevolucionaria.
Profundamente lastimado en su deseo de libertad, el pueblo cubano acogió el triunfo de la Revolución Cubana de Fidel Castro en 1959 como la culminación de una larga lucha iniciada en 1868, en la Primera Guerra de Independencia. Arquitecto de la soberanía nacional, Fidel Castro reivindicó, armas en mano, el derecho inalienable de su pueblo a la autodeterminación. Al romper las cadenas hegemónicas impuestas por Washington, Fidel Castro hizo de una pequeña isla del Caribe una potencia moral admirada y respetada por los pueblos del Sur por su voluntad indefectible de elegir su propio camino. También se convirtió en el símbolo de la resistencia a la opresión y en la esperanza de los humillados a una vida decente, celebrado por su coraje constante frente a la adversidad y su fidelidad a los principios.
A pesar de los recursos sumamente limitados y un estado de sitio implacable impuesto por Estados Unidos durante más de medio siglo, Fidel Castro hizo de Cuba un modelo para las naciones del Tercer Mundo, universalizando el acceso a la educación, a la salud, a la cultura, al deporte y a la recreación. Probó así ante los ojos del mundo que era posible establecer un sistema de protección social eficiente para toda la población y ubicar al ser humano en el centro del proyecto de sociedad, a pesar de los limites materiales y de la hostilidad perniciosa de Washington. Cuba es hoy día una referencia mundial en este sentido y demuestra que es posible colocar a las categorías más vulnerables en el centro del proceso libertador.
"Patria es Humanidad", decía José Martí. Fidel Castro, además de defender el derecho de su pueblo a vivir de pie, mostró su vocación de internacionalista solidario brindando el generoso concurso de Cuba a todas las causas nobles de la emancipación humana, contribuyendo de modo decisivo a la independencia de África Austral y a la lucha contra el régimen segregacionista del apartheid. El inolvidable Nelson Mandela sintetizaría esta solidaridad sin fallas de los cubanos en una reflexión: ¿Qué otro país podría pretender más altruismo que el que Cuba aplicó en sus relaciones con África?". Todavía hoy Cuba está asediada por Washington, y a pesar de una situación económica difícil, sigue brindando su ayuda en materia de educación, salud y asistencia técnica, a los países del Sur, mandando a decenas de miles de médicos, profesores, ingenieros y técnicos.
Fidel Castro, el otro nombre de la Dignidad, quedará en la historia como el héroe de los desheredados, el que defendió el derecho del pueblo a una vida honorable, el que hizo de la soberanía de Cuba una realidad inalienable, el que expresó una solidaridad en todos los instantes con los oprimidos. Odiado por los poderosos de su tiempo –como Maximiliano Robespierre– por atreverse a proponer una repartición más equitativa de las riquezas, la historia le rendirá el homenaje que merecen los grandes hombres que se indignaron contra las injusticias y que lucharon sin tregua por defender la suerte de los humildes.
Doctor en Estudios Ibéricos y Latinoamericanos de la Universidad Paris Sorbonne-Paris IV, Salim Lamrani es profesor titular de la Universidad de La Reunión, especialista de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
Su último libro se titula Cuba, ¡palabra a la defensa!, Hondarribia, Editorial Hiru, 2016. http://www.tiendaeditorialhiru.com/informe/336-cuba-palabra-a-la-defensa.html Facebook: https://www.facebook.com/SalimLamraniOfficiel
Université
de La Réunion
The Huffington PostUn año después de su desaparición, el 25 de noviembre de 2016, el líder de la Revolución Cubana perdura en la memoria colectiva como el héroe de los desheredados.Hay hombres que atraviesan los siglos y se inscriben en la eternidad, pues personifican principios. Maximiliano Robespierre, el incorruptible, el apóstol de los pobres, dedicó su existencia breve e intensa a luchar por la libertad del género humano, por la igualdad de derechos entre todos los ciudadanos, por la fraternidad entre todos los pueblos del mundo, suscitando el odio feroz de los termidorianos y de sus herederos que perdura hasta hoy. Fidel Castro, el otro nombre de la Dignidad, tomó las armas para reivindicar el derecho de su pueblo y de todos los condenados de la tierra a elegir su propio destino, atizando la aversión de las fuerzas retrógradas a través del planeta.
Patio trasero de Estados Unidos durante seis décadas, Cuba era constantemente humillada en su aspiración a la soberanía. A pesar de las tres guerras de independencia y los sacrificios del pueblo de José Martí, héroe nacional y padre espiritual de Fidel Castro, la isla del Caribe sufrió el yugo opresor del poderoso vecino, deseoso de asentar su dominio en la región. Ocupada militarmente y luego transformada en república neocolonial, Cuba vio a los gobiernos de la época obligados a plegarse a las órdenes de Washington. El pueblo cubano, orgulloso y valiente, soportaba afrenta tras afrenta. En 1920, el Presidente Woodrow Wilson mandó al general Enoch H. Crowder a La Habana tras la crisis política y financiera que golpeaba el país y ni se dignó a informar al Presidente cubano Manuel García Menocal. Ése hizo partícipe de su sorpresa a su homólogo estadounidense. La respuesta de Washington fue humillante: "El Presidente de Estados Unidos no considera necesario conseguir la autorización previa del Presidente de Cuba para mandar a un representante especial". Tal era la Cuba prerrevolucionaria.
Profundamente lastimado en su deseo de libertad, el pueblo cubano acogió el triunfo de la Revolución Cubana de Fidel Castro en 1959 como la culminación de una larga lucha iniciada en 1868, en la Primera Guerra de Independencia. Arquitecto de la soberanía nacional, Fidel Castro reivindicó, armas en mano, el derecho inalienable de su pueblo a la autodeterminación. Al romper las cadenas hegemónicas impuestas por Washington, Fidel Castro hizo de una pequeña isla del Caribe una potencia moral admirada y respetada por los pueblos del Sur por su voluntad indefectible de elegir su propio camino. También se convirtió en el símbolo de la resistencia a la opresión y en la esperanza de los humillados a una vida decente, celebrado por su coraje constante frente a la adversidad y su fidelidad a los principios.
A pesar de los recursos sumamente limitados y un estado de sitio implacable impuesto por Estados Unidos durante más de medio siglo, Fidel Castro hizo de Cuba un modelo para las naciones del Tercer Mundo, universalizando el acceso a la educación, a la salud, a la cultura, al deporte y a la recreación. Probó así ante los ojos del mundo que era posible establecer un sistema de protección social eficiente para toda la población y ubicar al ser humano en el centro del proyecto de sociedad, a pesar de los limites materiales y de la hostilidad perniciosa de Washington. Cuba es hoy día una referencia mundial en este sentido y demuestra que es posible colocar a las categorías más vulnerables en el centro del proceso libertador.
"Patria es Humanidad", decía José Martí. Fidel Castro, además de defender el derecho de su pueblo a vivir de pie, mostró su vocación de internacionalista solidario brindando el generoso concurso de Cuba a todas las causas nobles de la emancipación humana, contribuyendo de modo decisivo a la independencia de África Austral y a la lucha contra el régimen segregacionista del apartheid. El inolvidable Nelson Mandela sintetizaría esta solidaridad sin fallas de los cubanos en una reflexión: ¿Qué otro país podría pretender más altruismo que el que Cuba aplicó en sus relaciones con África?". Todavía hoy Cuba está asediada por Washington, y a pesar de una situación económica difícil, sigue brindando su ayuda en materia de educación, salud y asistencia técnica, a los países del Sur, mandando a decenas de miles de médicos, profesores, ingenieros y técnicos.
Fidel Castro, el otro nombre de la Dignidad, quedará en la historia como el héroe de los desheredados, el que defendió el derecho del pueblo a una vida honorable, el que hizo de la soberanía de Cuba una realidad inalienable, el que expresó una solidaridad en todos los instantes con los oprimidos. Odiado por los poderosos de su tiempo –como Maximiliano Robespierre– por atreverse a proponer una repartición más equitativa de las riquezas, la historia le rendirá el homenaje que merecen los grandes hombres que se indignaron contra las injusticias y que lucharon sin tregua por defender la suerte de los humildes.
Doctor en Estudios Ibéricos y Latinoamericanos de la Universidad Paris Sorbonne-Paris IV, Salim Lamrani es profesor titular de la Universidad de La Reunión, especialista de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
Su último libro se titula Cuba, ¡palabra a la defensa!, Hondarribia, Editorial Hiru, 2016. http://www.tiendaeditorialhiru.com/informe/336-cuba-palabra-a-la-defensa.html Facebook: https://www.facebook.com/SalimLamraniOfficiel
domingo, 3 de diciembre de 2017
Honduras: el “golpe blando preventivo”
Atilio A. Boron
La interminable epidemia de “golpes blandos” propiciada por la Casa Blanca se ha ensañado una vez más con Honduras. Fue allí, en el año 2009, donde por vez primera se aplicó esta metodología una vez que fracasara el golpe militar tradicional ensayado un año antes en Bolivia. A partir de ese momento los gobiernos indeseables de la región serían barridos por un letal tridente conformado por la oligarquía mediática, el poder judicial y los legisladores, cuyo “poder de fuego” combinado supera el de cualquier ejército de la región. José Manuel “Mel” Zelaya fue su primera víctima, a quien seguirían en el 2012 Fernando Lugo en Paraguay y en 2016 Dilma Rousseff en Brasil. Bajo ataque se encuentran los gobiernos de Bolivia, Venezuela y, va de suyo, Cuba, mientras que en Ecuador el viejo recurso del soborno y la traición unidos a la técnica del “golpe blando” parecen haber detenido el rumbo de la Revolución Ciudadana de Rafael Correa. El objetivo estratégico de Washington con sus “golpes blancos” es regresar América Latina a la condición neocolonial imperante en la noche del 31 de diciembre de 1958, un día antes del triunfo de la Revolución Cubana.
En el caso hondureño el golpe funciona preventivamente, a través de un escandaloso fraude electoral que sólo ha suscitado la crítica de algunos pocos observadores enviados por la Unión Europea. En cambio, la misión de la OEA, presidida por un demócrata de credenciales tan impecables como el boliviano Jorge “Tuto” Quiroga, ha consentido todas y cada una de las violaciones de la legislación electoral y las normas constitucionales del gobierno de Juan Orlando Hernández, heredero del golpe del 2009. Claro que Quiroga no las tiene todas consigo porque el Tribunal Constitucional de Honduras ha declarado que la re-elección es un derecho constitucional que no puede ser conculcado por ninguna norma de rango inferior lo que, aplicado al caso de Bolivia, consagra la legitimidad de la aspiración del presidente Evo Morales de presentarse a una nueva contienda presidencial.
Pero regresando al meollo de nuestra argumentación, el fraude perpetrado en Honduras remeda al que inaugurara en 1988 el PRI mexicano para birlar a Cuauhtémoc Cárdenas de la victoria que estaba claramente obteniendo en las urnas. En medio del recuento de votos se produjo un apagón que afectó a gran parte de la Ciudad de México y cuando finalmente el fluido eléctrico regresó se verificó un verdadero milagro, equivalente moderno al de la multiplicación de los panes y los peces de nuestro señor Jesucristo. En este caso los que se multiplicaron en medio del apagón fueron los votos de Salinas de Gortari, el candidato priísta, mientras que Cárdenas era relegado a un triste segundo lugar. En Honduras acaba de ocurrir exactamente lo mismo, lo que prueba que a la Santa Madre Iglesia le asiste la razón cuando afirma que los milagros existen y se producen casi a diario. Salvador Nasralla, el candidato del frente opositor llevaba cinco puntos porcentuales de ventaja al escrutarse algo más de la mitad de los sufragios y las tendencias eran muy claras. En ese momento el Presidente del Tribunal Superior Electoral declara que no se puede anunciar ningún resultado porque falta escrutar el resto de las actas, pese a que el candidato del tercer partido, Luis Zelaya, reconoce el triunfo de Nasralla. El TSE retoma el conteo selectivo de las actas en distritos en donde se presume que el candidato oficialista tiene alguna ventaja al paso que, simultáneamente, aparecen recurrentes desperfectos en el centro de cómputos del TSE y los consabidos apagones. Una vez subsanados los guarismos van ofreciendo una pequeña ventaja al presidente Juan Orlando Hernández, aunque las sospechas aumentan porque el Ministerio Público allanó una oficina del partido gobernante sorprendiendo a sus ocupantes en la preparación de actas comiciales falsas. Lo interesante del caso es que este fraude es tan rudimentario que dio pie a otro milagro sin precedentes en la historia política mundial: después de los desperfectos y los apagones subían los votos de Hernández en la candidatura presidencial, pero no así los de los alcaldes y diputados del oficialismo que se mantenían en sus registros anteriores. Todo esto, repetimos, ante el cómplice mutismo de la misión de la OEA encabezada por Quiroga, cuyo adn político reaccionario hacía que mirase con buenos ojos esta burla a la voluntad popular. No es de sorprenderse entonces que las bases sociales de los partidos de la oposición hayan ganado las calles exigiendo el respeto a la voluntad de la ciudadanía. Y que el gobierno fascista de Hernández, el mismo que ha prohijado junto a la “Embajada” el baño de sangre que se produjo en Honduras desde el golpe de 2009 y que el caso de Berta Cáceres es apenas el más conocido, haya declarado toque de queda entre las 6 de la tarde y las 6 de la mañana y estado de sitio. Ya suman unos diez los muertos por las protestas en Honduras pero el gobierno continúa su marcha impertérrito, con la abierta complicidad del “Canalla Mayor” de las Américas, Luis Almagro y sus enviados y el tácito aval de la “Embajada” que jamás consentiría que un opositor llegara al palacio presidencial.
Es que Honduras es una pieza de gran valor estratégico en el diseño geopolítico de Washington. Limita con dos países como El Salvador y Nicaragua que tienen gobiernos considerados como “enemigos” de los intereses norteamericanos y la base aérea Soto Cano, ubicada en Palmerola, tiene una de las tres mejores pistas de aviación de toda Centroamérica y, además, es escala obligada para el desplazamiento del Comando Sur hacia Sudamérica. Además, la base Soto Cano es la que alberga a la Fuerza de Tarea Conjunta “Bravo” compuesta por unos quinientos militares de EEUU dispuestos a entrar en combate en cuestión de horas. Hay que recordar que el ejército hondureño fue refundado por el embajador estadounidense John Negroponte y que, en los hechos, es un comando especial de las fuerzas armadas de Estados Unidos más que un ejército nacional hondureño. Todo esto es lo que está en juego en la elección presidencial de Honduras. Por ello Washington alentó el golpe contra “Mel” Zelaya y, en la actualidad, convalida la maniobra fraudulenta del presidente Hernández. La oposición jamás reconocerá la legalidad y la legitimidad de este proceso electoral, viciado desde sus raíces. La última aberración fue hace instantes comunicada por el TSE: procederá a contar los votos de las actas faltantes sin la presencia de los representantes de los partidos opositores. Es decir, el gobierno contará los votos y proclamará su fraudulenta victoria al margen de cualquier instancia de control independiente. Ante la monstruosidad de esta farsa electoral la oposición deberá exigir el llamado a nuevas elecciones pero bajo supervisión internacional porque está visto que el TSE es un apéndice del gobierno y que ni siquiera garantiza el correcto recuento de los votos, para ni hablar del entero proceso electoral. Y los gobiernos democráticos de Nuestra América deberán encolumnarse sin hesitar detrás de los reclamos de las fuerzas de la oposición para impedir la consumación de un “golpe blando preventivo” como el que está actualmente en curso hundiendo aún más a Honduras en una tremenda crisis nacional general. Por último, habrá que notificar al “Canalla Mayor” de las Américas que algunas anomalías están ocurriendo en el proceso electoral hondureño, sacándolo de su bien pagada obsesión por monitorear y desprestigiar al gobierno de Maduro y las elecciones venezolanas.
La interminable epidemia de “golpes blandos” propiciada por la Casa Blanca se ha ensañado una vez más con Honduras. Fue allí, en el año 2009, donde por vez primera se aplicó esta metodología una vez que fracasara el golpe militar tradicional ensayado un año antes en Bolivia. A partir de ese momento los gobiernos indeseables de la región serían barridos por un letal tridente conformado por la oligarquía mediática, el poder judicial y los legisladores, cuyo “poder de fuego” combinado supera el de cualquier ejército de la región. José Manuel “Mel” Zelaya fue su primera víctima, a quien seguirían en el 2012 Fernando Lugo en Paraguay y en 2016 Dilma Rousseff en Brasil. Bajo ataque se encuentran los gobiernos de Bolivia, Venezuela y, va de suyo, Cuba, mientras que en Ecuador el viejo recurso del soborno y la traición unidos a la técnica del “golpe blando” parecen haber detenido el rumbo de la Revolución Ciudadana de Rafael Correa. El objetivo estratégico de Washington con sus “golpes blancos” es regresar América Latina a la condición neocolonial imperante en la noche del 31 de diciembre de 1958, un día antes del triunfo de la Revolución Cubana.
En el caso hondureño el golpe funciona preventivamente, a través de un escandaloso fraude electoral que sólo ha suscitado la crítica de algunos pocos observadores enviados por la Unión Europea. En cambio, la misión de la OEA, presidida por un demócrata de credenciales tan impecables como el boliviano Jorge “Tuto” Quiroga, ha consentido todas y cada una de las violaciones de la legislación electoral y las normas constitucionales del gobierno de Juan Orlando Hernández, heredero del golpe del 2009. Claro que Quiroga no las tiene todas consigo porque el Tribunal Constitucional de Honduras ha declarado que la re-elección es un derecho constitucional que no puede ser conculcado por ninguna norma de rango inferior lo que, aplicado al caso de Bolivia, consagra la legitimidad de la aspiración del presidente Evo Morales de presentarse a una nueva contienda presidencial.
Pero regresando al meollo de nuestra argumentación, el fraude perpetrado en Honduras remeda al que inaugurara en 1988 el PRI mexicano para birlar a Cuauhtémoc Cárdenas de la victoria que estaba claramente obteniendo en las urnas. En medio del recuento de votos se produjo un apagón que afectó a gran parte de la Ciudad de México y cuando finalmente el fluido eléctrico regresó se verificó un verdadero milagro, equivalente moderno al de la multiplicación de los panes y los peces de nuestro señor Jesucristo. En este caso los que se multiplicaron en medio del apagón fueron los votos de Salinas de Gortari, el candidato priísta, mientras que Cárdenas era relegado a un triste segundo lugar. En Honduras acaba de ocurrir exactamente lo mismo, lo que prueba que a la Santa Madre Iglesia le asiste la razón cuando afirma que los milagros existen y se producen casi a diario. Salvador Nasralla, el candidato del frente opositor llevaba cinco puntos porcentuales de ventaja al escrutarse algo más de la mitad de los sufragios y las tendencias eran muy claras. En ese momento el Presidente del Tribunal Superior Electoral declara que no se puede anunciar ningún resultado porque falta escrutar el resto de las actas, pese a que el candidato del tercer partido, Luis Zelaya, reconoce el triunfo de Nasralla. El TSE retoma el conteo selectivo de las actas en distritos en donde se presume que el candidato oficialista tiene alguna ventaja al paso que, simultáneamente, aparecen recurrentes desperfectos en el centro de cómputos del TSE y los consabidos apagones. Una vez subsanados los guarismos van ofreciendo una pequeña ventaja al presidente Juan Orlando Hernández, aunque las sospechas aumentan porque el Ministerio Público allanó una oficina del partido gobernante sorprendiendo a sus ocupantes en la preparación de actas comiciales falsas. Lo interesante del caso es que este fraude es tan rudimentario que dio pie a otro milagro sin precedentes en la historia política mundial: después de los desperfectos y los apagones subían los votos de Hernández en la candidatura presidencial, pero no así los de los alcaldes y diputados del oficialismo que se mantenían en sus registros anteriores. Todo esto, repetimos, ante el cómplice mutismo de la misión de la OEA encabezada por Quiroga, cuyo adn político reaccionario hacía que mirase con buenos ojos esta burla a la voluntad popular. No es de sorprenderse entonces que las bases sociales de los partidos de la oposición hayan ganado las calles exigiendo el respeto a la voluntad de la ciudadanía. Y que el gobierno fascista de Hernández, el mismo que ha prohijado junto a la “Embajada” el baño de sangre que se produjo en Honduras desde el golpe de 2009 y que el caso de Berta Cáceres es apenas el más conocido, haya declarado toque de queda entre las 6 de la tarde y las 6 de la mañana y estado de sitio. Ya suman unos diez los muertos por las protestas en Honduras pero el gobierno continúa su marcha impertérrito, con la abierta complicidad del “Canalla Mayor” de las Américas, Luis Almagro y sus enviados y el tácito aval de la “Embajada” que jamás consentiría que un opositor llegara al palacio presidencial.
Es que Honduras es una pieza de gran valor estratégico en el diseño geopolítico de Washington. Limita con dos países como El Salvador y Nicaragua que tienen gobiernos considerados como “enemigos” de los intereses norteamericanos y la base aérea Soto Cano, ubicada en Palmerola, tiene una de las tres mejores pistas de aviación de toda Centroamérica y, además, es escala obligada para el desplazamiento del Comando Sur hacia Sudamérica. Además, la base Soto Cano es la que alberga a la Fuerza de Tarea Conjunta “Bravo” compuesta por unos quinientos militares de EEUU dispuestos a entrar en combate en cuestión de horas. Hay que recordar que el ejército hondureño fue refundado por el embajador estadounidense John Negroponte y que, en los hechos, es un comando especial de las fuerzas armadas de Estados Unidos más que un ejército nacional hondureño. Todo esto es lo que está en juego en la elección presidencial de Honduras. Por ello Washington alentó el golpe contra “Mel” Zelaya y, en la actualidad, convalida la maniobra fraudulenta del presidente Hernández. La oposición jamás reconocerá la legalidad y la legitimidad de este proceso electoral, viciado desde sus raíces. La última aberración fue hace instantes comunicada por el TSE: procederá a contar los votos de las actas faltantes sin la presencia de los representantes de los partidos opositores. Es decir, el gobierno contará los votos y proclamará su fraudulenta victoria al margen de cualquier instancia de control independiente. Ante la monstruosidad de esta farsa electoral la oposición deberá exigir el llamado a nuevas elecciones pero bajo supervisión internacional porque está visto que el TSE es un apéndice del gobierno y que ni siquiera garantiza el correcto recuento de los votos, para ni hablar del entero proceso electoral. Y los gobiernos democráticos de Nuestra América deberán encolumnarse sin hesitar detrás de los reclamos de las fuerzas de la oposición para impedir la consumación de un “golpe blando preventivo” como el que está actualmente en curso hundiendo aún más a Honduras en una tremenda crisis nacional general. Por último, habrá que notificar al “Canalla Mayor” de las Américas que algunas anomalías están ocurriendo en el proceso electoral hondureño, sacándolo de su bien pagada obsesión por monitorear y desprestigiar al gobierno de Maduro y las elecciones venezolanas.