Atilio A. Boron
Alemania y Japón tienen el dudoso honor de ser dos países en los que jamás triunfó una revolución. No por casualidad fueron también los que, precisamente a causa de ello, dieron nacimiento a regímenes tan oprobiosos como el nazismo y el militarismo fascista japonés. Por contraposición la historia francesa está signada por recurrentes revoluciones y levantamientos populares. Aparte de la Gran Revolución de 1789 hubo estallidos revolucionarios en 1830, otro mucho más vigoroso en 1848 y la gloriosa Comuna de París de 1871, el primer gobierno de la clase obrera en la historia universal. Luego de su sangriento aplastamiento pareció que la rebeldía del pueblo francés se había apagado para siempre. Pero no fue así. Reapareció en la heroica resistencia a la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial y luego, con una fuerza arrolladora, en el Mayo francés de 1968.
¿Es esto lo único que hace de Francia un país tan peculiar? No. Más importante que este incesante fermento insurreccional que históricamente distingue a las capas populares francesas es que sus luchas resuenan como ninguna otra en la escena mundial. Ya lo había advertido Karl Marx en 1848 cuando, observando la revolución en Francia, dijera que “el canto del gallo galo despertará una vez más a Europa”. Y la despertó, aunque esos sueños fueron aplastados a sangre y fuego. Miremos la historia: la Revolución Francesa retumbó en Europa y América, con fuerza atronadora; la Comuna se convirtió en una fuente de inspiración para el movimiento obrero mundial, sus enseñanzas reverberando inclusive en algunos rincones apartados de Asia. El Mayo francés se reproduciría, con las lógicas características nacionales, por todo el mundo. En otras palabras: Francia tiene esa única capacidad de convertir lo suyo en un acontecimiento histórico-universal, como gustaba decir a Hegel. Y esa es, precisamente, la inimitable peculiaridad de lo francés.
La rebelión de los “chalecos amarillos” que comenzó hace pocas semanas cuando dos camioneros y la dueña de un pequeño comercio -desconocidas entre sí y habitando en distintos lugares del interior de Francia- lanzaron a través de las redes sociales una convocatoria a protestar en las rotondas de entrada de sus pequeñas ciudades por el aumento del precio del combustible. A los pocos días una de ellas tenía casi un millón de seguidores en su cuenta de Facebook. Luego vino la convocatoria del 17 de Noviembre en París y, a partir de allí, la protesta adquiriría una dimensión fenomenal que puso al gobierno de Macron entre la espada y la pared. Lo que no habían podido hacer en tres meses los sindicatos del ferrocarril lo lograron los “chalecos amarillos” en pocas semanas. Y la cosa sigue, y el “contagio” del virus rebelde que llega desde Francia ya se vislumbra más allá de sus fronteras. Se ha insinuado en Bélgica, Holanda y ahora en Polonia, con ocasión de la Cumbre del Clima en Katowice. En Egipto el régimen de Al Sisi prohibió la venta de chalecos amarillos en todo el país como una medida precautoria para evitar que el ejemplo francés cunda en su país.
La revuelta, de final abierto, no es sólo por el precio del combustible. Es una protesta difusa pero generalizada y de composición social muy heterogénea contra la Francia de los ricos y que en cuya abigarrada agenda de reivindicaciones se perciben los contornos de un programa no sólo pos sino claramente anti-neoliberal. Pero hay también otros contenidos que remiten a una cosmovisión más tradicional de una Francia blanca, cristiana y nacionalista. Ese heteróclito conjunto de reivindicaciones, inorgánicamente expresadas, alberga demandas múltiples y contradictorias aspiraciones producto de una súbita e inesperada eclosión de activismo espontaneísta, carente de dirección política. Esto es un grave problema porque toda esa enorme energía social liberada en las calles de Francia podría tanto dar lugar a conquistas revolucionarias como naufragar en un remate reaccionario. Sin embargo, más allá de la incertidumbre sobre el curso futuro de la movilización popular y la inevitable complejidad ideológica presente en todos los grandes movimientos espontáneos de masas no caben dudas de que su sola existencia ha socavado la continuidad de la hegemonía neoliberal en Francia y la estabilidad del gobierno de Emmanuel Macron.
Y en un mundo de superpoblado de esperpentos como los Trumps y los Bolsonaros, los Macris y los Macrones todo esto es una buena noticia porque el “canto del gallo galo” bien podría despertar la rebeldía dormida –o premeditadamente anestesiada- de los pueblos dentro y fuera de Europa y convertirse en la chispa que incendie la reseca llanura en que las políticas neoliberales han convertido a nuestras sociedades, víctimas de un silencioso pero mortífero holocausto social de inéditas proporciones. No es la primera vez que los franceses desempeñan esa función de vanguardia en la escena universal y su ardorosa lucha podría convertirse, sobre todo en los suburbios del imperio, en el disparador de una oleada de levantamientos populares –como ocurriera principalmente con la Revolución Francesa y el Mayo de 1968- en contra de un sistema, el capitalismo, y una política, el neoliberalismo, cuyos nefastos resultados son harto conocidos. No sabemos si tal cosa habrá de ocurrir, si el temido “contagio” finalmente se producirá, pero los indicios del generalizado repudio a gobiernos que sólo enriquecen a los ricos y expolian a los pobres son inocultables en todo el mundo. No habrá que esperar mucho tiempo pues pronto la historia dictará su inapelable veredicto.
Más allá de sus efectos globales la brisa que viene de Francia es oportuna y estimulante en momentos en que tantos intelectuales y publicistas de Latinoamérica, Europa y Estados Unidos se regodean hablando del “fin del ciclo progresista” en Nuestra América, que supuestamente sería seguido por el comienzo de otro de signo “neoliberal” o conservador que sólo lo pronostican quienes quieren convencer a los pueblos que no hay alternativas de recambio y que es esto, el capitalismo, o el caos, ocultando con malicia que el capitalismo es el caos en su máxima expresión. Por eso los acontecimientos en Francia ofrecen un baño de sobriedad a tanta mentira que pretende pasar por riguroso análisis económico o sociopolítico y nos demuestran que muchas veces la historia puede tomar un giro inesperado, y que lo que aparecía como un orden económico y político inmutable e inexpugnable se puede venir abajo en menos de lo que canta un gallo … francés.
La Isla Desconocida navega en pos de sí misma, la utopía en pos de la utopía, buscándose y hallándose siempre a medias, en mares cercanos a los dominios reales.
viernes, 14 de diciembre de 2018
lunes, 3 de diciembre de 2018
El Gigante dormido se levanta. ¡Arriba México!
Enrique Ubieta Gómez
Recuerdo haber visto, hace unos años, en ese vasto universo que llaman Internet, una frase lapidaria, muy mexicana, por su cáustico sentido del humor: “Se busca con urgencia –decía–, sangre tipo Zapata”. Así expresaban su desesperación los colegas de aquel país. Hace apenas unos días, de regreso de la 8va Conferencia de CLACSO celebrada en Buenos Aires, una amiga mexicana con ese tipo de sangre se quejaba en las redes de que México no hubiese tenido una presencia mayor en las mesas de debate: “podríamos haber estado en varias, por ejemplo: ‘derecho a la información’ con nuestros más de 110 periodistas asesinados pero también con nuestras muchas radios comunitarias; ‘contra el patriarcado’, con nuestras muertas y asesinadas todos los días; ‘la lucha por la paz y la justicia’ con nuestros cerca de 40,000 desaparecidos y 200,000 muertos sin verdad ni justicia; ‘poder ciudadano y justicia’ con nuestros múltiples empeños organizativos en lucha en todos los ámbitos de la vida social…” La inconformidad era justa, y los datos irrefutables. ¿Acaso los organizadores no convocaron a los especialistas y a los activistas mexicanos? Saltémonos el hecho comprensible de que argentinos y brasileños hayan querido centrar las miradas en el eje dictatorial que el imperialismo impuso en el Sur, en elecciones fraudulentas (dinero, consorcios de medios, sicariato judicial y paramilitar): Macri – Bolsonaro – Piñera. Quiero referirme a ese pedazo de la América del Norte que pertenece al Sur, y que hoy abre, con la toma de posesión del presidente Andrés Manuel López Obrador, un capítulo de esperanzas.
En América Latina han existido tres grandes revoluciones sociales: la haitiana (1793 - 1804), la mexicana (1910), y la cubana (1959). Por lo que significó la segunda, por sus extensiones simbólicas, por la inyección revitalizadora que el mandato de Lázaro Cárdenas (1934 – 1940) le proporcionó, por la fusión de arte de vanguardia y vanguardia política en creadores de la magnitud de David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, Frida Kalho, José Clemente Orozco, José Revueltas, Efraín Huerta, Xavier Guerrero, Tina Modotti, y también de León Trotsky y Julio Antonio Mella, entre otros; por las sucesivas oleadas de emigrados revolucionarios que asimiló, desde la España republicana, la Guatemala de Arbenz, la Cuba en lucha contra la dictadura de Batista –fue el escenario en el que se entrenaron los jóvenes Fidel Castro y Ernesto Guevara y desde donde partió el yate Granma para la liberación de Cuba--, el Chile de Allende y en general, de aquellos que escapaban de las dictaduras de los setenta y ochenta en Centroamérica y en el Cono Sur, etc., México es una tierra mítica. Por un breve instante, incluso, ya en tiempos de desesperanza, acaparó todas las atenciones con una subguerrilla en Chiapas, y un subcomandante.
Quizás por eso, y por aquello de estar tan cerca de los Estados Unidos y tan lejos de Dios –y por ser México, “nuestra Grecia”, un país tan apetecible: hermoso y rico en recursos--, el imperialismo y sus lacayos nacionales se empeñaron con furia y constancia en desarticular su historia y corromper su institucionalidad, en desnacionalizarlo. ¿Cómo olvidar a los estudiantes masacrados en la Plaza de Tlatelolco aquel año esencial de 1968? Medio siglo después, ¿cómo olvidar a los desaparecidos de Ayotzinapa?, ¿a los cientos de miles de muertos y desaparecidos? Yanquilandia parecía imponerse en el imaginario mexicano, millones de pobres cruzaban la frontera para buscar trabajo, y los güeros (rubios), se sobrevaloraban. Mientras el Sur rechazaba el ALCA, y construía nuevos espacios de unidad e independencia, México firmaba el TLCAN con las metrópolis del Norte, hoy rebautizado en nuevos e igualmente desiguales términos. El equívoco los alejaba no solo de Dios, también de América Latina.
Pero México es duro de roer. Ahí están los Mc Donalds, pero en la esquina, a dos pasos, la taquería, porque los hombres y mujeres de pueblo, no los fresas que hablan con la lengua enredada, prefieren la tortilla, la de maíz, aunque el neoliberalismo haya logrado lo que parecía imposible, que la planta sea importada. La cultura popular mexicana es insobornable y tiene mil cabezas. La aristocracia apostó al Dios dinero, y lo vendió todo, incluso el honor. Pero la soberanía se refugió en el pueblo. Cuando ya nada parecía funcionar, y la gente se sintió desprotegida, se organizaron aquí y allá brigadas de autodefensa. Porque México sabe, aunque los manuales de escuela digan lo contrario, que su ubicación geográfica no es la que proclaman los corruptos y los corruptores, y los expertos de la National Geographic; que esta gran nación no se encuentra en el Norte, sino en el Sur. Lo dice alguien que ha sido maltratado en la frontera como un sureño sospechoso, y aceptado como un hermano en las calles de la ciudad, que el día que impartió su primera conferencia en la UNAM, muchachos desconocidos escribieron en una pared, a la entrada del recinto docente: “Cuba, te amo”. Sí, el país que se desmembraba se irguió para aferrarse a la esperanza.
He visto y escuchado por TeleSur al Presidente López Obrador en su “toma de protesta”. Su victoria fue arrolladora en las elecciones pasadas e impidió que se repitiera el fraude. No se propone, al parecer, más que un cambio: extirpar la corrupción que los imperialistas y los vendepatrias promovieron a su favor. Pero la corrupción hizo metástasis en el sistema, ¿cómo lograrlo sin quebrar las bases del poder, sin afectar a todos los poderosos? Mientras hablaba, vi algún rostro sombrío. Fue indulgente con los que ostentan el Poder –no se olvide que López Obrador solo tiene el Gobierno--, pero tanto el orador como sus oyentes saben que su empeño los afectará. “Por el bien de todos –dijo--, primero los pobres”, y se desmarcó del rumbo neoliberal de los últimos tres sexenios. Canceló las reformas educativa y energética. ¿Encajará su discurso en el pacto tripartito del Norte? Extirpar la corrupción es el más profundo y radical ataque al sistema. La izquierda mexicana debe apoyarlo, no sé si todos lo han entendido, pero el imperialismo sí lo entendió, clarito, clarito. Por eso, con plena conciencia, el presidente declaró que se iniciaba la Cuarta Transformación (las tres primeras fueron la Independencia, la Reforma y la Revolución). Los latinoamericanos vibramos junto a nuestros hermanos de México. Allí estaban Maduro, Díaz Canel (“la hermana Cuba”, dijo López Obrador) y “el amigo” Evo; allí estaban, representados en ellos, los pueblos del Sur.
El Gigante dormido se levanta. México subyuga a sus visitantes, y duelen sus desvaríos de enfermo. No hay país que quiera más, después del mío. Quizás sea el sentido del humor y la música que compartimos (boleros, danzones, mambos, pero también rancheras) la empatía que surge, natural, entre cubanos y mexicanos (sellada con una Revolución que se planeó en su suelo), o la calidez de su incondicional hospitalidad. Este fin de semana, en la sala de mi casa, en esta capital de la resistencia, grité frente al televisor: ¡Arriba México!
Recuerdo haber visto, hace unos años, en ese vasto universo que llaman Internet, una frase lapidaria, muy mexicana, por su cáustico sentido del humor: “Se busca con urgencia –decía–, sangre tipo Zapata”. Así expresaban su desesperación los colegas de aquel país. Hace apenas unos días, de regreso de la 8va Conferencia de CLACSO celebrada en Buenos Aires, una amiga mexicana con ese tipo de sangre se quejaba en las redes de que México no hubiese tenido una presencia mayor en las mesas de debate: “podríamos haber estado en varias, por ejemplo: ‘derecho a la información’ con nuestros más de 110 periodistas asesinados pero también con nuestras muchas radios comunitarias; ‘contra el patriarcado’, con nuestras muertas y asesinadas todos los días; ‘la lucha por la paz y la justicia’ con nuestros cerca de 40,000 desaparecidos y 200,000 muertos sin verdad ni justicia; ‘poder ciudadano y justicia’ con nuestros múltiples empeños organizativos en lucha en todos los ámbitos de la vida social…” La inconformidad era justa, y los datos irrefutables. ¿Acaso los organizadores no convocaron a los especialistas y a los activistas mexicanos? Saltémonos el hecho comprensible de que argentinos y brasileños hayan querido centrar las miradas en el eje dictatorial que el imperialismo impuso en el Sur, en elecciones fraudulentas (dinero, consorcios de medios, sicariato judicial y paramilitar): Macri – Bolsonaro – Piñera. Quiero referirme a ese pedazo de la América del Norte que pertenece al Sur, y que hoy abre, con la toma de posesión del presidente Andrés Manuel López Obrador, un capítulo de esperanzas.
En América Latina han existido tres grandes revoluciones sociales: la haitiana (1793 - 1804), la mexicana (1910), y la cubana (1959). Por lo que significó la segunda, por sus extensiones simbólicas, por la inyección revitalizadora que el mandato de Lázaro Cárdenas (1934 – 1940) le proporcionó, por la fusión de arte de vanguardia y vanguardia política en creadores de la magnitud de David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, Frida Kalho, José Clemente Orozco, José Revueltas, Efraín Huerta, Xavier Guerrero, Tina Modotti, y también de León Trotsky y Julio Antonio Mella, entre otros; por las sucesivas oleadas de emigrados revolucionarios que asimiló, desde la España republicana, la Guatemala de Arbenz, la Cuba en lucha contra la dictadura de Batista –fue el escenario en el que se entrenaron los jóvenes Fidel Castro y Ernesto Guevara y desde donde partió el yate Granma para la liberación de Cuba--, el Chile de Allende y en general, de aquellos que escapaban de las dictaduras de los setenta y ochenta en Centroamérica y en el Cono Sur, etc., México es una tierra mítica. Por un breve instante, incluso, ya en tiempos de desesperanza, acaparó todas las atenciones con una subguerrilla en Chiapas, y un subcomandante.
Quizás por eso, y por aquello de estar tan cerca de los Estados Unidos y tan lejos de Dios –y por ser México, “nuestra Grecia”, un país tan apetecible: hermoso y rico en recursos--, el imperialismo y sus lacayos nacionales se empeñaron con furia y constancia en desarticular su historia y corromper su institucionalidad, en desnacionalizarlo. ¿Cómo olvidar a los estudiantes masacrados en la Plaza de Tlatelolco aquel año esencial de 1968? Medio siglo después, ¿cómo olvidar a los desaparecidos de Ayotzinapa?, ¿a los cientos de miles de muertos y desaparecidos? Yanquilandia parecía imponerse en el imaginario mexicano, millones de pobres cruzaban la frontera para buscar trabajo, y los güeros (rubios), se sobrevaloraban. Mientras el Sur rechazaba el ALCA, y construía nuevos espacios de unidad e independencia, México firmaba el TLCAN con las metrópolis del Norte, hoy rebautizado en nuevos e igualmente desiguales términos. El equívoco los alejaba no solo de Dios, también de América Latina.
Pero México es duro de roer. Ahí están los Mc Donalds, pero en la esquina, a dos pasos, la taquería, porque los hombres y mujeres de pueblo, no los fresas que hablan con la lengua enredada, prefieren la tortilla, la de maíz, aunque el neoliberalismo haya logrado lo que parecía imposible, que la planta sea importada. La cultura popular mexicana es insobornable y tiene mil cabezas. La aristocracia apostó al Dios dinero, y lo vendió todo, incluso el honor. Pero la soberanía se refugió en el pueblo. Cuando ya nada parecía funcionar, y la gente se sintió desprotegida, se organizaron aquí y allá brigadas de autodefensa. Porque México sabe, aunque los manuales de escuela digan lo contrario, que su ubicación geográfica no es la que proclaman los corruptos y los corruptores, y los expertos de la National Geographic; que esta gran nación no se encuentra en el Norte, sino en el Sur. Lo dice alguien que ha sido maltratado en la frontera como un sureño sospechoso, y aceptado como un hermano en las calles de la ciudad, que el día que impartió su primera conferencia en la UNAM, muchachos desconocidos escribieron en una pared, a la entrada del recinto docente: “Cuba, te amo”. Sí, el país que se desmembraba se irguió para aferrarse a la esperanza.
He visto y escuchado por TeleSur al Presidente López Obrador en su “toma de protesta”. Su victoria fue arrolladora en las elecciones pasadas e impidió que se repitiera el fraude. No se propone, al parecer, más que un cambio: extirpar la corrupción que los imperialistas y los vendepatrias promovieron a su favor. Pero la corrupción hizo metástasis en el sistema, ¿cómo lograrlo sin quebrar las bases del poder, sin afectar a todos los poderosos? Mientras hablaba, vi algún rostro sombrío. Fue indulgente con los que ostentan el Poder –no se olvide que López Obrador solo tiene el Gobierno--, pero tanto el orador como sus oyentes saben que su empeño los afectará. “Por el bien de todos –dijo--, primero los pobres”, y se desmarcó del rumbo neoliberal de los últimos tres sexenios. Canceló las reformas educativa y energética. ¿Encajará su discurso en el pacto tripartito del Norte? Extirpar la corrupción es el más profundo y radical ataque al sistema. La izquierda mexicana debe apoyarlo, no sé si todos lo han entendido, pero el imperialismo sí lo entendió, clarito, clarito. Por eso, con plena conciencia, el presidente declaró que se iniciaba la Cuarta Transformación (las tres primeras fueron la Independencia, la Reforma y la Revolución). Los latinoamericanos vibramos junto a nuestros hermanos de México. Allí estaban Maduro, Díaz Canel (“la hermana Cuba”, dijo López Obrador) y “el amigo” Evo; allí estaban, representados en ellos, los pueblos del Sur.
El Gigante dormido se levanta. México subyuga a sus visitantes, y duelen sus desvaríos de enfermo. No hay país que quiera más, después del mío. Quizás sea el sentido del humor y la música que compartimos (boleros, danzones, mambos, pero también rancheras) la empatía que surge, natural, entre cubanos y mexicanos (sellada con una Revolución que se planeó en su suelo), o la calidez de su incondicional hospitalidad. Este fin de semana, en la sala de mi casa, en esta capital de la resistencia, grité frente al televisor: ¡Arriba México!
jueves, 29 de noviembre de 2018
El tirano virtuoso y la vida de Jorge Glas
Atilio A. Boron
Conversando con algunos amigos y colegas ecuatorianos en diversos foros internacionales en los que participé en los últimos días logré interiorizarme de algunos detalles de la gestión del presidente Lenín Moreno que si bien no los ignoraba sólo los conocía un tantio superficialmente. A medida que el bagaje de información se acrecentaba y su nivel de precisión se agudizaba no podía dejar de asombrarme ante los inéditos alcances de su obra destructiva de la institucionalidad democrática del Ecuador y el espesor del blindaje mediático que ocultaba esos sistemáticos atropellos a la democracia y el estado de derecho perpetrados por el gobernante ecuatoriano.
El caso más dramático por sus probables fatales consecuencias fue la farsa construida para destituir al ex-vicepresidente Jorge Glas, acusado y condenado injustamente con falsas evidencias que nunca pudieron ser comprobadas. Pero, como lo enseña el caso de Lula y las declaraciones del juez Sergio Moro, ya no hacen falta pruebas. En la era del “lawfare” o del Plan Cóndor.2 lo que importan son las convicciones de los jueces, no las evidencias. Por eso Glas fue condenado. Para colmo, se lo condenó apelando a un Código que había sido derogado. La razón: poder aumentarle la pena a seis años de prisión y evitar de ese modo que recuperase a tiempo su libertad para cumplir con lo que le quedaba de su mandato y competir en la próxima contienda electoral. Empeorando aún más las cosas, en fechas recientes Glas fue trasladado fuera de Quito, a una prisión de máxima seguridad y deleznables condiciones de detención en Latacunga (a unos 80 kilómetros de la ciudad capital). Ningún ser humano – independientemente de su calidad de ex vicepresidente- debería ser tratado de manera tan humillante y violatoria de sus derechos humanos fundamentales, incluso alejándolo de su familia. Este maltrato motivó que Glas iniciara una huelga de hambre como protesta por dicha medida, misma que se mantiene hasta hoy, sumando ya 39 días en esas condiciones mientras el gobierno desoye las exhortaciones de la Asociación Iberoamericana para la Defensa de los Derechos Humanos y de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que aceptó la denuncia elevada por el abogado defensor de Glas en contra del gobierno ecuatoriano. A resulta de estos abusos su salud se encuentra seriamente deteriorada, pero el gobierno permanece inmutable ante esta lamentable situación. El odio ante cualquier persona, norma o institución sospechosa de “correísmo” prevalece sobre cualquier tipo de consideración moral. Ojalá que Glas reflexione y no prosiga con su huelga de hambre. No debe inmolarse a causa de los ataques de sus verdugos. Ecuador lo necesita para reconstruir su democracia dañada por obra de este tirano blindado mediáticamente y sus mandantes que, hace unos veinte años, hundieron al país en la peor crisis de su historia.
Pero hay más. De un plumazo Moreno descabezó la Corte Constitucional y suspendió su funcionamiento por tiempo indefinido. No sólo quedó acéfala: tampoco está en actividad. No escuché a ninguno de los “periodistas independientes” que sacan pecho en toda Latinoamérica y España denunciar una decisión de tamaño calibre. Imagine la lectora o el lector cómo este “paraperiodismo” (el “paraperiodista” es a los periodistas lo que los “paramilitares” son a los militares) habría reaccionado si algo semejante hubiera ocurrido en la Bolivia de Evo, en la Argentina de Cristina Fernández o en el Brasil de Lula y Dilma, para ni hablar de la Venezuela bolivariana. De igual modo Moreno intervino en el Consejo Nacional Electoral cuyo directorio, pluripartidista en la época de Correa, ahora está constituido exclusivamente por partidos adictos al régimen. Su misión: escrutar las listas de candidatos a todos los cargos de la próxima elección de alcaldes y concejales y proscribir, de modo irrefutable, cualquiera que incluya a “correístas” o candidatos desafectos al actual gobierno. La “limpieza” política, la proscripción, la persecución se realiza con una prolijidad y meticulosidad digna de mejores causas.Y ahora el dictador va por Correa, contra el cual elevó un pedido de captura a la Interpol que fue desestimado al carecer por completo de fundamento. Ya antes había manipulado un referendo y consulta popular (el 4 de Febrero de 2018) en el cual se había aprobado una reforma, ¡con efecto retroactivo!, que impediría -de por vida- que Correa se postulase como candidato presidencial o a cualquier cargo público. Aprobar leyes o dictar resoluciones con efecto retroactivo –una verdadera monstruosidad jurídica- es parte de lo que enseñan a sus alumnos latinoamericanos los profesores que dictan cursos de “buenas prácticas” en diversos programas del gobierno de Estados Unidos. Sergio Moro, el verdugo de Lula, fue un destacado estudiante en esos programas. Y esto no es todo: Moreno intervino el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, transitoriamente se dijo, pero esa medida provisoria se mantiene desde hace dos años sin perspectiva de normalización. En la misma línea, designó funcionarios del más alto nivel –nada menos que el Contralor General del Estado y el Superintendente de Bancos- soslayando la previsión constitucional que exige que para tal designación se requiere de la aprobación de la Asamblea Nacional. También intervino la Universidad de Guayaquil y nombró a su capricho al Rector, decanos y administradores sin atenerse a reglamento alguno. En línea con las órdenes que recibe con todo tipo de genuflexiones desde Washington, cierra el cerco sobre Julian Assange, y le impone condiciones propias de una celda de máxima seguridad a quien es un verdadero campeón de la libertad de prensa en el mundo moderno. Un gesto que ilustra la valentía y la calidad de estadista de Moreno es que en fechas recientes se le requirió a Assange que pagara por su comida, amén de otras exigencias que denotan una creciente animosidad hacia el australiano que tanto ha hecho para que la verdad sea conocida en el mundo. Obsecuente hasta lo indecible abandona la UNASUR, vitupera la memoria de sus fundadores e incorpora Ecuador al “Cartel de Lima” hegemonizado por los “narcogobiernos” del México de Peña Nieto y de Colombia mientras se apresta a restaurar la presencia de tropas norteamericanas no sólo en la Base de Manta sino en otras partes del territorio nacional. No es casual que este giro hacia una subordinación total y lambiscona al imperio se acentuó luego de la visita que el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, realizara al Ecuador en Junio del corriente año.
En suma, estamos en presencia de un siniestro personaje sólo homologable a los más infames que dejaran su estela en las tragedias de Shakespeare: traidor, artero, inescrupuloso. El pueblo ecuatoriano, bombardeado y atontado durante tanto tiempo por el coro monofónico de una prensa absolutamente controlada por la derecha y la reacción está comenzando a salir de su letargo. En sus recientes visitas a algunas ciudades de ese país: Manta, Bahía de Caráquez y Pedernales (de la provincia de Manabí) no hubo nadie que saliera a su encuentro para saludarlo. Más bien, la policía tuvo que trabajar duro para evitar insultos y agresiones. ¡Qué diferencia con las giras de Correa, que tenía invariablemente una multitud esperándolo, ansiosa de conversar con él, sea para reclamarle obras o políticas tanto como para agradecer su presencia y sus actos de gobierno! Pero, el consenso fabricado por el imperialismo y su impresionante aparato de medios y el “paraperiodismo” (eufemismo: “periodistas independientes”) hace que, por ahora, muy poco de esto aparezca ante los ojos de la opinión pública. Tamaña complicidad de los medios y de la opinión “bienpensante” con un déspota como Moreno nos lleva a preguntarnos: ¿será que hay tiranos virtuosos y otros que no lo son? O como decía Franklin D. Roosevelt cuando sus congresistas le reprochaban su apoyo a la tenebrosa dictadura de Anastasio Somoza. “Es un hdp”, le decían. “Es cierto”, respondía Roosevelt, “¡pero es nuestro hdp!” Reemplácese el nombre del nicaragüense por el de Moreno y descubriremos la razón por la cual un personaje de su calaña cuenta con todo el apoyo de la prensa y la clase dominante no sólo en Ecuador sino en todo el mundo capitalista. Por suerte la historia nos muestra que gobernantes como él no tienen mucha gasolina en su tanque y lo más probable es que más temprano que tarde el pueblo ecuatoriano diga basta y lo arroje a puntapiés del Palacio de Carondelet.
Conversando con algunos amigos y colegas ecuatorianos en diversos foros internacionales en los que participé en los últimos días logré interiorizarme de algunos detalles de la gestión del presidente Lenín Moreno que si bien no los ignoraba sólo los conocía un tantio superficialmente. A medida que el bagaje de información se acrecentaba y su nivel de precisión se agudizaba no podía dejar de asombrarme ante los inéditos alcances de su obra destructiva de la institucionalidad democrática del Ecuador y el espesor del blindaje mediático que ocultaba esos sistemáticos atropellos a la democracia y el estado de derecho perpetrados por el gobernante ecuatoriano.
El caso más dramático por sus probables fatales consecuencias fue la farsa construida para destituir al ex-vicepresidente Jorge Glas, acusado y condenado injustamente con falsas evidencias que nunca pudieron ser comprobadas. Pero, como lo enseña el caso de Lula y las declaraciones del juez Sergio Moro, ya no hacen falta pruebas. En la era del “lawfare” o del Plan Cóndor.2 lo que importan son las convicciones de los jueces, no las evidencias. Por eso Glas fue condenado. Para colmo, se lo condenó apelando a un Código que había sido derogado. La razón: poder aumentarle la pena a seis años de prisión y evitar de ese modo que recuperase a tiempo su libertad para cumplir con lo que le quedaba de su mandato y competir en la próxima contienda electoral. Empeorando aún más las cosas, en fechas recientes Glas fue trasladado fuera de Quito, a una prisión de máxima seguridad y deleznables condiciones de detención en Latacunga (a unos 80 kilómetros de la ciudad capital). Ningún ser humano – independientemente de su calidad de ex vicepresidente- debería ser tratado de manera tan humillante y violatoria de sus derechos humanos fundamentales, incluso alejándolo de su familia. Este maltrato motivó que Glas iniciara una huelga de hambre como protesta por dicha medida, misma que se mantiene hasta hoy, sumando ya 39 días en esas condiciones mientras el gobierno desoye las exhortaciones de la Asociación Iberoamericana para la Defensa de los Derechos Humanos y de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que aceptó la denuncia elevada por el abogado defensor de Glas en contra del gobierno ecuatoriano. A resulta de estos abusos su salud se encuentra seriamente deteriorada, pero el gobierno permanece inmutable ante esta lamentable situación. El odio ante cualquier persona, norma o institución sospechosa de “correísmo” prevalece sobre cualquier tipo de consideración moral. Ojalá que Glas reflexione y no prosiga con su huelga de hambre. No debe inmolarse a causa de los ataques de sus verdugos. Ecuador lo necesita para reconstruir su democracia dañada por obra de este tirano blindado mediáticamente y sus mandantes que, hace unos veinte años, hundieron al país en la peor crisis de su historia.
Pero hay más. De un plumazo Moreno descabezó la Corte Constitucional y suspendió su funcionamiento por tiempo indefinido. No sólo quedó acéfala: tampoco está en actividad. No escuché a ninguno de los “periodistas independientes” que sacan pecho en toda Latinoamérica y España denunciar una decisión de tamaño calibre. Imagine la lectora o el lector cómo este “paraperiodismo” (el “paraperiodista” es a los periodistas lo que los “paramilitares” son a los militares) habría reaccionado si algo semejante hubiera ocurrido en la Bolivia de Evo, en la Argentina de Cristina Fernández o en el Brasil de Lula y Dilma, para ni hablar de la Venezuela bolivariana. De igual modo Moreno intervino en el Consejo Nacional Electoral cuyo directorio, pluripartidista en la época de Correa, ahora está constituido exclusivamente por partidos adictos al régimen. Su misión: escrutar las listas de candidatos a todos los cargos de la próxima elección de alcaldes y concejales y proscribir, de modo irrefutable, cualquiera que incluya a “correístas” o candidatos desafectos al actual gobierno. La “limpieza” política, la proscripción, la persecución se realiza con una prolijidad y meticulosidad digna de mejores causas.Y ahora el dictador va por Correa, contra el cual elevó un pedido de captura a la Interpol que fue desestimado al carecer por completo de fundamento. Ya antes había manipulado un referendo y consulta popular (el 4 de Febrero de 2018) en el cual se había aprobado una reforma, ¡con efecto retroactivo!, que impediría -de por vida- que Correa se postulase como candidato presidencial o a cualquier cargo público. Aprobar leyes o dictar resoluciones con efecto retroactivo –una verdadera monstruosidad jurídica- es parte de lo que enseñan a sus alumnos latinoamericanos los profesores que dictan cursos de “buenas prácticas” en diversos programas del gobierno de Estados Unidos. Sergio Moro, el verdugo de Lula, fue un destacado estudiante en esos programas. Y esto no es todo: Moreno intervino el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, transitoriamente se dijo, pero esa medida provisoria se mantiene desde hace dos años sin perspectiva de normalización. En la misma línea, designó funcionarios del más alto nivel –nada menos que el Contralor General del Estado y el Superintendente de Bancos- soslayando la previsión constitucional que exige que para tal designación se requiere de la aprobación de la Asamblea Nacional. También intervino la Universidad de Guayaquil y nombró a su capricho al Rector, decanos y administradores sin atenerse a reglamento alguno. En línea con las órdenes que recibe con todo tipo de genuflexiones desde Washington, cierra el cerco sobre Julian Assange, y le impone condiciones propias de una celda de máxima seguridad a quien es un verdadero campeón de la libertad de prensa en el mundo moderno. Un gesto que ilustra la valentía y la calidad de estadista de Moreno es que en fechas recientes se le requirió a Assange que pagara por su comida, amén de otras exigencias que denotan una creciente animosidad hacia el australiano que tanto ha hecho para que la verdad sea conocida en el mundo. Obsecuente hasta lo indecible abandona la UNASUR, vitupera la memoria de sus fundadores e incorpora Ecuador al “Cartel de Lima” hegemonizado por los “narcogobiernos” del México de Peña Nieto y de Colombia mientras se apresta a restaurar la presencia de tropas norteamericanas no sólo en la Base de Manta sino en otras partes del territorio nacional. No es casual que este giro hacia una subordinación total y lambiscona al imperio se acentuó luego de la visita que el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, realizara al Ecuador en Junio del corriente año.
En suma, estamos en presencia de un siniestro personaje sólo homologable a los más infames que dejaran su estela en las tragedias de Shakespeare: traidor, artero, inescrupuloso. El pueblo ecuatoriano, bombardeado y atontado durante tanto tiempo por el coro monofónico de una prensa absolutamente controlada por la derecha y la reacción está comenzando a salir de su letargo. En sus recientes visitas a algunas ciudades de ese país: Manta, Bahía de Caráquez y Pedernales (de la provincia de Manabí) no hubo nadie que saliera a su encuentro para saludarlo. Más bien, la policía tuvo que trabajar duro para evitar insultos y agresiones. ¡Qué diferencia con las giras de Correa, que tenía invariablemente una multitud esperándolo, ansiosa de conversar con él, sea para reclamarle obras o políticas tanto como para agradecer su presencia y sus actos de gobierno! Pero, el consenso fabricado por el imperialismo y su impresionante aparato de medios y el “paraperiodismo” (eufemismo: “periodistas independientes”) hace que, por ahora, muy poco de esto aparezca ante los ojos de la opinión pública. Tamaña complicidad de los medios y de la opinión “bienpensante” con un déspota como Moreno nos lleva a preguntarnos: ¿será que hay tiranos virtuosos y otros que no lo son? O como decía Franklin D. Roosevelt cuando sus congresistas le reprochaban su apoyo a la tenebrosa dictadura de Anastasio Somoza. “Es un hdp”, le decían. “Es cierto”, respondía Roosevelt, “¡pero es nuestro hdp!” Reemplácese el nombre del nicaragüense por el de Moreno y descubriremos la razón por la cual un personaje de su calaña cuenta con todo el apoyo de la prensa y la clase dominante no sólo en Ecuador sino en todo el mundo capitalista. Por suerte la historia nos muestra que gobernantes como él no tienen mucha gasolina en su tanque y lo más probable es que más temprano que tarde el pueblo ecuatoriano diga basta y lo arroje a puntapiés del Palacio de Carondelet.
miércoles, 28 de noviembre de 2018
El hombre que siempre acompañará a Marx
Enrique Ubieta Gómez
Granma, 28 de noviembre de 2018
Un hombre muy nombrado y no tan conocido, cumple años hoy. Su silueta aparece junto a la de Carlos Marx en banderas e insignias comunistas. De larga y espesa barba, saber enciclopédico, aspecto burgués (las fábricas de su padre, que regenteó, no solo le proporcionaron el sustento a la familia de Marx, además del propio, sino que le permitieron conocer a fondo al proletariado) y alma inquieta, Federico Engels (1820-1895) fue amigo, colaborador y mecenas del gigante de Tréveris. La prensa burguesa intenta deshuesarlo y lo presenta como un «gentleman comunista», de amores herejes y vida mundana, muy diferente a la de su amigo.
Sin duda, el personaje es novelesco, y su conducta podría calificarse hoy de contracultural, pero en ella no puede ignorarse el hecho más relevante: Engels fue sobre todo un conocedor de la miseria que el capitalismo engendra, un estudioso de la sociedad de su tiempo y un revolucionario inclaudicable.
Desde su magistral y temprano estudio sobre la clase obrera de Inglaterra, la redacción a cuatro manos con Marx del Manifiesto Comunista, hasta el trabajo final de completamiento y edición de El Capital, ya fallecido su autor, los aportes de Engels no terminan en los textos que escribió o ayudó a escribir, porque su experiencia de vida, sus conocimientos y su sagacidad política, influyeron en Marx. Algunos de sus contemporáneos intentaron agregar su nombre a la doctrina marxista, pero él eludió la trampa: «Marx era un genio; los demás, a lo sumo, hombres de talento. Sin él la teoría no sería hoy, ni con mucho, lo que es. Por eso ostenta legítimamente su nombre».
¿Por qué lo recordamos los revolucionarios cubanos? La historia del colonialismo se entrelaza a la del capitalismo; eso que eufemísticamente llaman Modernidad, alude al proceso de formación y consolidación del nuevo sistema económico y social. Las guerras independentistas en las Américas recogen el legado de la Revolución francesa, pero José Martí comprendió desde muy temprano la contradicción implícita en ese legado. En 1871, el mismo año en que se produce el horrendo crimen contra los estudiantes de Medicina en La Habana, sentenció: «Pidieron ayer, piden hoy, la libertad más amplia para ellos, y hoy mismo aplauden la guerra incondicional para sofocar la petición de libertad de los demás». La lucha contra el colonialismo y contra el neocolonialismo, conducirían al anticapitalismo y al antimperialismo. No puede entenderse el mundo que debe ser transformado sin el conocimiento de la obra de esos dos colosos.
Cuando los marxistas doctrinales, ajenos a los graves problemas que enfrenta la humanidad, renunciaron al legado de Marx, Engels y Lenin, y se avergonzaron de haber sido sus discípulos, acaso porque la práctica que había engendrado la teoría parecía naufragar, y los ideólogos del imperialismo declaraban el fin de la Historia (y el triunfo del capitalismo), olvidaban el más elemental de sus preceptos: se es revolucionario no porque nos convenció una teoría, sino porque nos duele la injusticia, la explotación de unos seres humanos y de unos pueblos por otros, la pobreza extendida que sostiene la riqueza, el lujo y el despilfarro del 1 % de la humanidad.
Los avergonzados habían olvidado la relación primigenia y esencial del marxismo con la práctica liberadora. El marxismo es un instrumento científico, y solo la práctica puede ajustar sus desenfoques y errores de interpretación o de aplicación. En una frase de hondo sentido martiano y a la vez marxista y leninista, aclaraba Fidel en 1988: «haber interpretado de manera creadora y original el marxismo-leninismo, el no habernos dejado arrastrar por dogmas, fue lo que nos llevó a la victoria, fue lo que nos trajo hasta aquí». Y estar aquí, nos obliga también a no olvidar lo que fuimos y lo que somos.
Granma, 28 de noviembre de 2018
Un hombre muy nombrado y no tan conocido, cumple años hoy. Su silueta aparece junto a la de Carlos Marx en banderas e insignias comunistas. De larga y espesa barba, saber enciclopédico, aspecto burgués (las fábricas de su padre, que regenteó, no solo le proporcionaron el sustento a la familia de Marx, además del propio, sino que le permitieron conocer a fondo al proletariado) y alma inquieta, Federico Engels (1820-1895) fue amigo, colaborador y mecenas del gigante de Tréveris. La prensa burguesa intenta deshuesarlo y lo presenta como un «gentleman comunista», de amores herejes y vida mundana, muy diferente a la de su amigo.
Sin duda, el personaje es novelesco, y su conducta podría calificarse hoy de contracultural, pero en ella no puede ignorarse el hecho más relevante: Engels fue sobre todo un conocedor de la miseria que el capitalismo engendra, un estudioso de la sociedad de su tiempo y un revolucionario inclaudicable.
Desde su magistral y temprano estudio sobre la clase obrera de Inglaterra, la redacción a cuatro manos con Marx del Manifiesto Comunista, hasta el trabajo final de completamiento y edición de El Capital, ya fallecido su autor, los aportes de Engels no terminan en los textos que escribió o ayudó a escribir, porque su experiencia de vida, sus conocimientos y su sagacidad política, influyeron en Marx. Algunos de sus contemporáneos intentaron agregar su nombre a la doctrina marxista, pero él eludió la trampa: «Marx era un genio; los demás, a lo sumo, hombres de talento. Sin él la teoría no sería hoy, ni con mucho, lo que es. Por eso ostenta legítimamente su nombre».
¿Por qué lo recordamos los revolucionarios cubanos? La historia del colonialismo se entrelaza a la del capitalismo; eso que eufemísticamente llaman Modernidad, alude al proceso de formación y consolidación del nuevo sistema económico y social. Las guerras independentistas en las Américas recogen el legado de la Revolución francesa, pero José Martí comprendió desde muy temprano la contradicción implícita en ese legado. En 1871, el mismo año en que se produce el horrendo crimen contra los estudiantes de Medicina en La Habana, sentenció: «Pidieron ayer, piden hoy, la libertad más amplia para ellos, y hoy mismo aplauden la guerra incondicional para sofocar la petición de libertad de los demás». La lucha contra el colonialismo y contra el neocolonialismo, conducirían al anticapitalismo y al antimperialismo. No puede entenderse el mundo que debe ser transformado sin el conocimiento de la obra de esos dos colosos.
Cuando los marxistas doctrinales, ajenos a los graves problemas que enfrenta la humanidad, renunciaron al legado de Marx, Engels y Lenin, y se avergonzaron de haber sido sus discípulos, acaso porque la práctica que había engendrado la teoría parecía naufragar, y los ideólogos del imperialismo declaraban el fin de la Historia (y el triunfo del capitalismo), olvidaban el más elemental de sus preceptos: se es revolucionario no porque nos convenció una teoría, sino porque nos duele la injusticia, la explotación de unos seres humanos y de unos pueblos por otros, la pobreza extendida que sostiene la riqueza, el lujo y el despilfarro del 1 % de la humanidad.
Los avergonzados habían olvidado la relación primigenia y esencial del marxismo con la práctica liberadora. El marxismo es un instrumento científico, y solo la práctica puede ajustar sus desenfoques y errores de interpretación o de aplicación. En una frase de hondo sentido martiano y a la vez marxista y leninista, aclaraba Fidel en 1988: «haber interpretado de manera creadora y original el marxismo-leninismo, el no habernos dejado arrastrar por dogmas, fue lo que nos llevó a la victoria, fue lo que nos trajo hasta aquí». Y estar aquí, nos obliga también a no olvidar lo que fuimos y lo que somos.
lunes, 26 de noviembre de 2018
Crónica mínima
Cristina Híjar González,
orgullosa mexicana miembro del Colectivo Híjar.La 8º Conferencia de CLACSO en Buenos Aires fue como todos los actividades similares: cientos de ponentes, mesas paralelas y diversas sedes que impiden asistir a todo lo que uno quisiera. Los grupos de trabajo sesionaron por separado durante los últimos dos días, con intervenciones muy breves que no permitieron profundizar en ningún tema pero sí dejar apuntadas las preocupaciones o problemáticas. Sin embargo, la convivencia permitió el intercambio de ideas y proyectos que, esperemos, puedan concretarse.
Los dos primeros días el evento se realizó en un estadio en el que el auditorio, la cancha cubierta y una explanada al aire libre, fueron insuficientes para dar cabida a cientos de personas deseosas de escuchar a los invitados especiales, cosa que fue posible gracias a las pantallas gigantes que incluían un recuadro con expresivas compañeras en lenguaje de señas.
Hay algunas cosas por comentar, todas apreciaciones personales sobre lo acontecido. Por supuesto, Brasil ocupó un lugar protagonista. Ele naofue coreado más de una vez, lo mismo que el despliegue de los pañuelos verdes de las compañeras argentinas. Las participaciones de Dilma Rousseff y Cristina Fernández causaron gran expectativa, no sin razón con Macri y Bolsonaro en las presidencias. Pepe Mujica no asistió.
Dilma planteó, en su análisis, algo importante al recalcar que no se trataban de adversarios sino de enemigos, que destruyen, por ejemplo, la posibilidad de que millones de brasileños se sigan beneficiando con los médicos cubanos que serán expulsados por Bolsonaro.
Cristina fue recibida en medio de una enorme ovación y cánticos de “van a volver”, principalmente por jóvenes que refrendan su compromiso en la defensa de la democracia. Mucho más conciliadora que Dilma, hizo un recuento comparativo de lo logrado por los Kirchner contra el desastre económico-social de Macri. Recordó que ella encabezó el único gobierno que ha sido despedido por el pueblo en Plaza de Mayo y no pude evitar pensar en la bienvenida a AMLO en México. Invitó, sin embargo, a repensarse sin radicalismos (no más izquierda vs derecha), a formar un frente cívico amplio de oposición con nuevas arquitecturas institucionales.
Después de ellas, se desarrolló un amplio programa imposible de atender en su totalidad. Saludos de Podemos invitando al encuentro de los pueblos contra quienes se encuentran en todos lados por cumbres y reuniones como la del G20 en los próximos días. El homenaje al 60 aniversario de la Revolución Cubana con 2 de los 5 héroes cubanos recibidos con ovación. La lucha feminista presente en voz de varias mujeres como Rita Segato quien calificó de “crimen organizado” la esfera paraestatal de control de la vida en nuestros dolidos países “sitiados desde adentro” por la complicidad de poderes reales y de facto, como la iglesia, dueños de territorios y vidas, para acabar planteando la necesidad de desmontar el mandato de masculinidad y erigir una democracia realmente plural para no reducirse a la dictadura de la mayoría. La mesa dedicada a la lucha palestina con la conmovedora intervención de una niña y el alerta manifestado por el representante palestino ante la UNESCO respecto a que 8 de cada 10 niños palestinos quieren ser comandos suicidas. La entrega del Premio Juan Gelman al Equipo Argentino de Antropolgía Forense por sus aportes nacionales e internacionales, no por nada estuvo nuestra querida María Herrera, con las fotos de sus 4 hijos desaparecidos, como testigo silencioso y digna representante de México hoy.
Mención aparte merece la intervención de Boaventura De Sousa quien se negó a explicar la igualdad al 1% más rico de la humanidad, título de su intervención, argumentando en el sentido de que sería como pedir al cacomixtle que se vuelva vegetariano (frase tan citada por Alberto Híjar). Sin concesiones, comenzó señalando algunos “peros” fundamentales a quienes le antecedieron. A todos los felicitó y celebró peroa Dilma le sugirió un poco de autocrítica; a Cristina le hizo notar que hoy, más que nunca, es importante la distinción entre izquierda y derecha; a Álvaro García Linera le reclamó la nula referencia en su intervención, a la pachamama y al buen vivir. Perosfundamentales cuando de pensamiento crítico se trata. Siguió argumentando por la defensa de la vida señalando la necesidad de tomar el poder para transformar al mundo y transformar al poder para poderlo hacer. Recalcó la importancia insustituible de las calles como escenario de disputa y confrontación entre distintos proyectos de futuro y la necesidad de asumir esta lucha desde “la razón caliente” o en palabra de los indígenas ecuatorianos: corazonando.
Caracterizó la dominación del siglo XXI con la triada capitalismo-colonialismo-patriarcado y la necesidad de unirnos para superar las luchas fragmentadas. Epistemologías del sur y ecología de saberes, herramientas y recursos fundamentales nacidos al calor de nuestras luchas. Advirtió que en el futuro, los crímenes financieros y los ambientales serán los crímenes de lesa humanidad por castigar. Hizo mención a la Comuna de Oaxaca de 2006 señalando su importancia aún no advertida como ameritaría, en tanto ensayo de poder popular que duró más que la Comuna de París y finalizó invitando a transformarnos en “rebeldes competentes” para generar un gran proyecto alternativo de alternativas al desastre mundial actual.
La mesa de Brasil con excandidatos de oposición a la presidencia y a la vicepresidencia fue muy bien recibida. No pudo estar Haddad por enfrentar ya un proceso judicial pero sí los muy jóvenes Boulos y Manuela D’Avila, ubicados a la izquierda del PT. Al grito de ¡Lula libre! Se pusieron unas máscaras con el rostro del expresidente ahora preso. Boulos invitó a perder el miedo y a mantener viva la esperanza citando a Frei Betto y a Galeano cuando refirió a un grafiti que decía: “dejemos el pesimismo para tiempos mejores”.
México ausente. Dentro de los premios CLACSO 2018, la antropóloga y feminista mexicana María Mercedes Olivera, fue reconocida con uno. Fuera de eso, nada. Si uno ve los títulos de las mesas, podríamos haber estado en varias, por ejemplo: “derecho a la información” con nuestros más de 110 periodistas asesinados pero también con nuestras muchas radios comunitarias; “contra el patriarcado”, con nuestras muertas y asesinadas todos los días; “la lucha por la paz y la justicia” con nuestros cerca de 40,000 desaparecidos y 200,000 muertos sin verdad ni justicia; “poder ciudadano y justicia” con nuestros múltiples empeños organizativos en lucha en todos los ámbitos de la vida social… Bien señaló el representante cubano de ALBA movimiento: “la práctica va por delante de la academia”.
Me reservo compartir mis sensaciones y sentimientos dolidos pero sí señalo que me resulta increíble. No sé si es porque no tenemos dignos representantes en ciencias sociales, lo cual dudo, o porque el comité organizador nos dejó afuera, a México, el país solidario con exilios de todo tipo a lo largo del siglo XX, desde Sandino hasta todo el cono sur, la preparación de la expedición en el Granma, las revoluciones centroamericanas, etc. Y no solo, el México actual tan necesitado de solidaridades y empatía frente a la brutal crisis de violencia que enfrentamos a todo nivel. A 50 meses de la desaparición forzada de nuestros 43, de los miles amorosa y tenazmente buscados por los cientos de colectivos de familiares, de las caravanas migrantes, de nuestras mujeres y niñas asesinadas todos los días, de nuestros defensores de la tierra y sus recursos perseguidos, encarcelados y asesinados y suma y sigue… no hubo resonancia en el foro latinoamericano por excelencia, no porque no existan sino porque alguien, algunos, algunas, no nos incluyó. Y duele.
Jamás minimizaría lo que pasó y está pasando en Argentina y Brasil, ni comparo cifras del horror porque todxs y cada unx cuentan. María Herrera, su hijo y un compañero que la acompañaban pensaron que tendría oportunidad de dar un mensaje, no fue así, como subió la bajaron, ni siquiera fue presentada. Ante esto, imposible no pensar que los muchos llamados a la fraternidad latinoamericana, se quedaron cortos con nuestro que-herido país. ¿La solidaridad es la ternura de los pueblos? Un sabor amargo me acompaña en estos días a pesar de repartir postales de nuestros antimonumentos, aprovechar cualquier oportunidad para informar a queridxs compañerxs, hacer mención a nuestra memoria herida en este 2018: los 50 años de la masacre de Tlatelolco; los 20 años de la masacre del Charco en Guerrero en donde fueron asesinados por el ejército 11 indígenas campesinos y un estudiante de sociología de la UNAM, Ricardo Zavala; Erika Zamora, estudiante del CCH, permaneció 4 años presa. Y, hoy 26, ya llevamos más de 1500 días y noches esperando a los 43 estudiantes detenidos-desaparecidos de Ayotzinapa y exigiendo verdad, justicia y castigo a los responsables, que por nosotros no quede.
¡Viva México en lucha!
Buenos Aires, 26 de noviembre 2018.
orgullosa mexicana miembro del Colectivo Híjar.La 8º Conferencia de CLACSO en Buenos Aires fue como todos los actividades similares: cientos de ponentes, mesas paralelas y diversas sedes que impiden asistir a todo lo que uno quisiera. Los grupos de trabajo sesionaron por separado durante los últimos dos días, con intervenciones muy breves que no permitieron profundizar en ningún tema pero sí dejar apuntadas las preocupaciones o problemáticas. Sin embargo, la convivencia permitió el intercambio de ideas y proyectos que, esperemos, puedan concretarse.
Los dos primeros días el evento se realizó en un estadio en el que el auditorio, la cancha cubierta y una explanada al aire libre, fueron insuficientes para dar cabida a cientos de personas deseosas de escuchar a los invitados especiales, cosa que fue posible gracias a las pantallas gigantes que incluían un recuadro con expresivas compañeras en lenguaje de señas.
Hay algunas cosas por comentar, todas apreciaciones personales sobre lo acontecido. Por supuesto, Brasil ocupó un lugar protagonista. Ele naofue coreado más de una vez, lo mismo que el despliegue de los pañuelos verdes de las compañeras argentinas. Las participaciones de Dilma Rousseff y Cristina Fernández causaron gran expectativa, no sin razón con Macri y Bolsonaro en las presidencias. Pepe Mujica no asistió.
Dilma planteó, en su análisis, algo importante al recalcar que no se trataban de adversarios sino de enemigos, que destruyen, por ejemplo, la posibilidad de que millones de brasileños se sigan beneficiando con los médicos cubanos que serán expulsados por Bolsonaro.
Cristina fue recibida en medio de una enorme ovación y cánticos de “van a volver”, principalmente por jóvenes que refrendan su compromiso en la defensa de la democracia. Mucho más conciliadora que Dilma, hizo un recuento comparativo de lo logrado por los Kirchner contra el desastre económico-social de Macri. Recordó que ella encabezó el único gobierno que ha sido despedido por el pueblo en Plaza de Mayo y no pude evitar pensar en la bienvenida a AMLO en México. Invitó, sin embargo, a repensarse sin radicalismos (no más izquierda vs derecha), a formar un frente cívico amplio de oposición con nuevas arquitecturas institucionales.
Después de ellas, se desarrolló un amplio programa imposible de atender en su totalidad. Saludos de Podemos invitando al encuentro de los pueblos contra quienes se encuentran en todos lados por cumbres y reuniones como la del G20 en los próximos días. El homenaje al 60 aniversario de la Revolución Cubana con 2 de los 5 héroes cubanos recibidos con ovación. La lucha feminista presente en voz de varias mujeres como Rita Segato quien calificó de “crimen organizado” la esfera paraestatal de control de la vida en nuestros dolidos países “sitiados desde adentro” por la complicidad de poderes reales y de facto, como la iglesia, dueños de territorios y vidas, para acabar planteando la necesidad de desmontar el mandato de masculinidad y erigir una democracia realmente plural para no reducirse a la dictadura de la mayoría. La mesa dedicada a la lucha palestina con la conmovedora intervención de una niña y el alerta manifestado por el representante palestino ante la UNESCO respecto a que 8 de cada 10 niños palestinos quieren ser comandos suicidas. La entrega del Premio Juan Gelman al Equipo Argentino de Antropolgía Forense por sus aportes nacionales e internacionales, no por nada estuvo nuestra querida María Herrera, con las fotos de sus 4 hijos desaparecidos, como testigo silencioso y digna representante de México hoy.
Mención aparte merece la intervención de Boaventura De Sousa quien se negó a explicar la igualdad al 1% más rico de la humanidad, título de su intervención, argumentando en el sentido de que sería como pedir al cacomixtle que se vuelva vegetariano (frase tan citada por Alberto Híjar). Sin concesiones, comenzó señalando algunos “peros” fundamentales a quienes le antecedieron. A todos los felicitó y celebró peroa Dilma le sugirió un poco de autocrítica; a Cristina le hizo notar que hoy, más que nunca, es importante la distinción entre izquierda y derecha; a Álvaro García Linera le reclamó la nula referencia en su intervención, a la pachamama y al buen vivir. Perosfundamentales cuando de pensamiento crítico se trata. Siguió argumentando por la defensa de la vida señalando la necesidad de tomar el poder para transformar al mundo y transformar al poder para poderlo hacer. Recalcó la importancia insustituible de las calles como escenario de disputa y confrontación entre distintos proyectos de futuro y la necesidad de asumir esta lucha desde “la razón caliente” o en palabra de los indígenas ecuatorianos: corazonando.
Caracterizó la dominación del siglo XXI con la triada capitalismo-colonialismo-patriarcado y la necesidad de unirnos para superar las luchas fragmentadas. Epistemologías del sur y ecología de saberes, herramientas y recursos fundamentales nacidos al calor de nuestras luchas. Advirtió que en el futuro, los crímenes financieros y los ambientales serán los crímenes de lesa humanidad por castigar. Hizo mención a la Comuna de Oaxaca de 2006 señalando su importancia aún no advertida como ameritaría, en tanto ensayo de poder popular que duró más que la Comuna de París y finalizó invitando a transformarnos en “rebeldes competentes” para generar un gran proyecto alternativo de alternativas al desastre mundial actual.
La mesa de Brasil con excandidatos de oposición a la presidencia y a la vicepresidencia fue muy bien recibida. No pudo estar Haddad por enfrentar ya un proceso judicial pero sí los muy jóvenes Boulos y Manuela D’Avila, ubicados a la izquierda del PT. Al grito de ¡Lula libre! Se pusieron unas máscaras con el rostro del expresidente ahora preso. Boulos invitó a perder el miedo y a mantener viva la esperanza citando a Frei Betto y a Galeano cuando refirió a un grafiti que decía: “dejemos el pesimismo para tiempos mejores”.
México ausente. Dentro de los premios CLACSO 2018, la antropóloga y feminista mexicana María Mercedes Olivera, fue reconocida con uno. Fuera de eso, nada. Si uno ve los títulos de las mesas, podríamos haber estado en varias, por ejemplo: “derecho a la información” con nuestros más de 110 periodistas asesinados pero también con nuestras muchas radios comunitarias; “contra el patriarcado”, con nuestras muertas y asesinadas todos los días; “la lucha por la paz y la justicia” con nuestros cerca de 40,000 desaparecidos y 200,000 muertos sin verdad ni justicia; “poder ciudadano y justicia” con nuestros múltiples empeños organizativos en lucha en todos los ámbitos de la vida social… Bien señaló el representante cubano de ALBA movimiento: “la práctica va por delante de la academia”.
Me reservo compartir mis sensaciones y sentimientos dolidos pero sí señalo que me resulta increíble. No sé si es porque no tenemos dignos representantes en ciencias sociales, lo cual dudo, o porque el comité organizador nos dejó afuera, a México, el país solidario con exilios de todo tipo a lo largo del siglo XX, desde Sandino hasta todo el cono sur, la preparación de la expedición en el Granma, las revoluciones centroamericanas, etc. Y no solo, el México actual tan necesitado de solidaridades y empatía frente a la brutal crisis de violencia que enfrentamos a todo nivel. A 50 meses de la desaparición forzada de nuestros 43, de los miles amorosa y tenazmente buscados por los cientos de colectivos de familiares, de las caravanas migrantes, de nuestras mujeres y niñas asesinadas todos los días, de nuestros defensores de la tierra y sus recursos perseguidos, encarcelados y asesinados y suma y sigue… no hubo resonancia en el foro latinoamericano por excelencia, no porque no existan sino porque alguien, algunos, algunas, no nos incluyó. Y duele.
Jamás minimizaría lo que pasó y está pasando en Argentina y Brasil, ni comparo cifras del horror porque todxs y cada unx cuentan. María Herrera, su hijo y un compañero que la acompañaban pensaron que tendría oportunidad de dar un mensaje, no fue así, como subió la bajaron, ni siquiera fue presentada. Ante esto, imposible no pensar que los muchos llamados a la fraternidad latinoamericana, se quedaron cortos con nuestro que-herido país. ¿La solidaridad es la ternura de los pueblos? Un sabor amargo me acompaña en estos días a pesar de repartir postales de nuestros antimonumentos, aprovechar cualquier oportunidad para informar a queridxs compañerxs, hacer mención a nuestra memoria herida en este 2018: los 50 años de la masacre de Tlatelolco; los 20 años de la masacre del Charco en Guerrero en donde fueron asesinados por el ejército 11 indígenas campesinos y un estudiante de sociología de la UNAM, Ricardo Zavala; Erika Zamora, estudiante del CCH, permaneció 4 años presa. Y, hoy 26, ya llevamos más de 1500 días y noches esperando a los 43 estudiantes detenidos-desaparecidos de Ayotzinapa y exigiendo verdad, justicia y castigo a los responsables, que por nosotros no quede.
¡Viva México en lucha!
Buenos Aires, 26 de noviembre 2018.
sábado, 24 de noviembre de 2018
Yo soy Fidel
Al cumplirse el segundo aniversario de la desaparición física de Fidel, recurro a este artículo que publiqué en Granma el 5 de diciembre de 2016, durante sus honras fúnebres. El cartel que sirve de ilustración es de Ares.
Enrique Ubieta Gómez
No es posible ni sensato «hablar» en base a consignas, cuando se precisan explicaciones o argumentos. Pero hay momentos en los que las consignas, las buenas, son descargas de artillería, insustituibles definiciones colectivas.
De las multitudes que encauzan sentimientos o razones surgen las más variadas, pero hay algunas que por su exacta brevedad y contundencia prevalecen. Eso sentimos los cientos de miles de cubanos que asistimos a la Plaza de la Revolución José Martí para honrar a Fidel, para honrarnos por el privilegio histórico de haberlo tenido como líder de la primera Revolución socialista del hemisferio occidental. Entre todas las consignas necesarias, apareció la imprescindible: «yo soy Fidel», gritamos a pulmón abierto, con el puño en alto.
Unos días antes, frente al hecho insuperable de su desaparición física, algunos escribieron: «Fidel es Cuba»; otros, ante el huracán de sentimientos que desataba, pese a su edad, la inesperada noticia, sentenciaron: «Cuba es Fidel». Pero las revoluciones son mágicas en eso de convertir a las masas en colectivos de individuos conscientes, y Cuba es cada mujer, cada hombre, dispuestos a defenderla, es cada combatiente revolucionario. Fidel nos lo había pedido a su manera en 1992, en los inicios del duro periodo especial: «El imperialismo tratará de dividirnos para buscar cualquier pretexto con qué justificar sus acciones intervencionistas en nuestro país (…) cada hombre, cada revolucionario debe decir: Yo soy el ejército, yo soy la patria, yo soy la Revolución».
Martí escribió en su cuaderno de apuntes que ser cristiano significaba «ser como Cristo». No lo decía en el sentido de replicar la vida de Jesús o de igualar sus virtudes, humanas o divinas, sino en el de asumir sus fundamentos éticos. Susely, en nombre de los jóvenes cubanos, recordó en Santiago de Cuba que Fidel nos había pedido que fuéramos como el Che: ser como él tampoco significaba que alcanzaríamos, necesariamente, su estatura de revolucionario, sino que asumiríamos sus ideales humanistas. Pero no basta con el «seremos» de los niños cubanos —los que, por cierto, han ofrecido respuestas brillantes a los medios, en estas horas de duelo—, los adultos estamos obligados a definiciones de fondo: hoy somos Martí, el Che, Fidel, los nombres propios que la historia le puso a la Revolución. Soy Fidel, soy la Revolución, su continuidad: lo gritaron uno, cien, miles, millones de cubanos, cuando el cortejo fúnebre pasaba o cuando se detenía en Santa Clara, Camagüey, Bayamo o Santiago. Si millones exclamaron convencidos «yo soy Fidel», entonces, ciertamente, todos lo somos, Cuba es Fidel.
¿Querían saber qué pasaría en la era «post Fidel»? Los cubanos han respondido. Los que soñaban con una juventud apática, descomprometida, con un pueblo escéptico o desmovilizado, los que anidaban la esperanza de que este fuese el «fin de una época», deben sentirse frustrados. Los finales en la Historia no se producen cuando muere un Justiciero, sino cuando terminan las Injusticias. ¿Acaso alguien cree que esta no es la época de Martí?
Fidel, en su despedida, nos ha unido más y nos ha convocado al combate. «Yo soy Fidel» es un grito de guerra, que se vertebra en los principios éticos de su concepto de Revolución: humanismo, igualdad y libertad plenas, emancipación, modestia, desinterés, altruismo, solidaridad, heroísmo; para ello, hoy y siempre habrá que desafíar poderosas fuerzas, «luchar con audacia, inteligencia y realismo», «no mentir jamás ni violar principios éticos», tener «convicción profunda en la fuerza de la verdad y las ideas», y desde luego, «cambiar todo lo que tenga que ser cambiado», como hizo la nuestra, desde 1959.
La línea roja de la continuidad histórica es la eticidad revolucionaria: la de Céspedes, Agramonte, Maceo, Martí, Mella, el Che, Raúl y Fidel. Pero la victoria de esa eticidad, solo fue y será posible desde la unidad esencial. Solo Martí y Fidel la consiguieron, pero el primero murió sin alcanzar la victoria. Nadie pudo obtenerla en la historia de Cuba hasta 1959. Se frustró en 1878 por divisiones internas (regionalismos, caudillismos, intereses de clase), en 1898 por la intervención del imperialismo estadounidense y en 1933 por la ausencia de una fuerza rectora capaz de encauzar la voluntad popular. La unidad de los cubanos, sus más altos ideales, encarnan hoy en el Partido de la Revolución. «Te lo prometió Martí y Fidel te lo cumplió», escribió el poeta. «Yo soy Fidel» es una clara advertencia: nadie nos arrebatará esta victoria.
«Yo soy Fidel», es decir: soy David frente a Goliat, Espartaco ante el Imperio Romano, Maceo en la Protesta de Baraguá, Almeida gritando en Alegría de Pío, «aquí no se rinde nadie, c… »; es asumir el antimperialismo martiano y leninista, a noventa millas de sus costas, con fe en la victoria, porque se tiene fe en el pueblo; «sí fue posible», repitió una y otra vez Raúl en su discurso de despedida, al enumerar todos los «imposibles» que como nudos de la historia, su hermano desenhebró. Y si soy Fidel, soy Farabundo Martí, Fonseca Amador, Camilo Torres, Allende, Chávez, Amílcar Cabral, Ho Chi Minh, Neto, Mandela (solo menciono a sus contemporáneos); el imperialismo es trasnacional y el antimperialismo, internacionalista.
Ser Fidel es asumir la necesidad de reencauzar el desarrollo humano hacia metas no consumistas, anticapitalistas. No habrá Patria sin socialismo, eso es cierto, pero Fidel nos enseñó además que sin socialismo la especie humana —oprimidos y opresores por igual— estará, está, en peligro de extinción. Somos Fidel, porque entregaremos todas las energías a construir un socialismo eficiente, próspero, más solidario, justo, soberano, democrático y sostenible.
Solo una Revolución que se basa en ideas, en ideales, que ha sido consecuente con ellos, como la nuestra, puede sobrevivir a su fundador. «La Revolución no se basa en ideas caudillistas, ni en culto a la personalidad —le explicaba Fidel a Ramonet—. No se concibe en el socialismo un caudillo, no se concibe tampoco un caudillo en una sociedad moderna, donde la gente haga las cosas únicamente porque tiene confianza ciega en el jefe o porque el jefe se lo pide. La Revolución se basa en principios. Y las ideas que nosotros defendemos son, hace ya tiempo, las ideas de todo el pueblo».
Fidel no se va. Por propia decisión, no estará en los monumentos de mármol de las ciudades del país que refundó, no será un nombre en una avenida, una escuela o un hospital, a los que se consagró. Que nadie venga a buscarlo en las piedras, sino en las conciencias. Será el aire que respiramos los cubanos, el espíritu de lucha que nos inspirará. Nuevas y viejas generaciones –como Martí y Gómez, Mella y Baliño–, se unirán para defender el legado de la Historia. Fidel es Cuba, porque todos somos Fidel. Ese es el mensaje que los cubanos gritamos a pleno pulmón, con el puño en alto, para que el mundo lo sepa.
VEA también:
"Fidel es Cuba" (26 de diciembre de 2016) http://www.granma.cu/opinion/2016-11-26/fidel-es-cuba-26-11-2016-05-11-53
"Las bases de nuestro patriotismo" (23 de diciembre de 2017) http://www.granma.cu/fidel/2017-11-23/las-bases-de-nuestro-patriotismo-23-11-2017-22-11-47
"No ha muerto la leyenda" (26 de diciembre de 2017) http://www.granma.cu/opinion/2017-12-26/no-ha-muerto-la-leyenda-26-12-2017-22-12-45
Enrique Ubieta Gómez
No es posible ni sensato «hablar» en base a consignas, cuando se precisan explicaciones o argumentos. Pero hay momentos en los que las consignas, las buenas, son descargas de artillería, insustituibles definiciones colectivas.
De las multitudes que encauzan sentimientos o razones surgen las más variadas, pero hay algunas que por su exacta brevedad y contundencia prevalecen. Eso sentimos los cientos de miles de cubanos que asistimos a la Plaza de la Revolución José Martí para honrar a Fidel, para honrarnos por el privilegio histórico de haberlo tenido como líder de la primera Revolución socialista del hemisferio occidental. Entre todas las consignas necesarias, apareció la imprescindible: «yo soy Fidel», gritamos a pulmón abierto, con el puño en alto.
Unos días antes, frente al hecho insuperable de su desaparición física, algunos escribieron: «Fidel es Cuba»; otros, ante el huracán de sentimientos que desataba, pese a su edad, la inesperada noticia, sentenciaron: «Cuba es Fidel». Pero las revoluciones son mágicas en eso de convertir a las masas en colectivos de individuos conscientes, y Cuba es cada mujer, cada hombre, dispuestos a defenderla, es cada combatiente revolucionario. Fidel nos lo había pedido a su manera en 1992, en los inicios del duro periodo especial: «El imperialismo tratará de dividirnos para buscar cualquier pretexto con qué justificar sus acciones intervencionistas en nuestro país (…) cada hombre, cada revolucionario debe decir: Yo soy el ejército, yo soy la patria, yo soy la Revolución».
Martí escribió en su cuaderno de apuntes que ser cristiano significaba «ser como Cristo». No lo decía en el sentido de replicar la vida de Jesús o de igualar sus virtudes, humanas o divinas, sino en el de asumir sus fundamentos éticos. Susely, en nombre de los jóvenes cubanos, recordó en Santiago de Cuba que Fidel nos había pedido que fuéramos como el Che: ser como él tampoco significaba que alcanzaríamos, necesariamente, su estatura de revolucionario, sino que asumiríamos sus ideales humanistas. Pero no basta con el «seremos» de los niños cubanos —los que, por cierto, han ofrecido respuestas brillantes a los medios, en estas horas de duelo—, los adultos estamos obligados a definiciones de fondo: hoy somos Martí, el Che, Fidel, los nombres propios que la historia le puso a la Revolución. Soy Fidel, soy la Revolución, su continuidad: lo gritaron uno, cien, miles, millones de cubanos, cuando el cortejo fúnebre pasaba o cuando se detenía en Santa Clara, Camagüey, Bayamo o Santiago. Si millones exclamaron convencidos «yo soy Fidel», entonces, ciertamente, todos lo somos, Cuba es Fidel.
¿Querían saber qué pasaría en la era «post Fidel»? Los cubanos han respondido. Los que soñaban con una juventud apática, descomprometida, con un pueblo escéptico o desmovilizado, los que anidaban la esperanza de que este fuese el «fin de una época», deben sentirse frustrados. Los finales en la Historia no se producen cuando muere un Justiciero, sino cuando terminan las Injusticias. ¿Acaso alguien cree que esta no es la época de Martí?
Fidel, en su despedida, nos ha unido más y nos ha convocado al combate. «Yo soy Fidel» es un grito de guerra, que se vertebra en los principios éticos de su concepto de Revolución: humanismo, igualdad y libertad plenas, emancipación, modestia, desinterés, altruismo, solidaridad, heroísmo; para ello, hoy y siempre habrá que desafíar poderosas fuerzas, «luchar con audacia, inteligencia y realismo», «no mentir jamás ni violar principios éticos», tener «convicción profunda en la fuerza de la verdad y las ideas», y desde luego, «cambiar todo lo que tenga que ser cambiado», como hizo la nuestra, desde 1959.
La línea roja de la continuidad histórica es la eticidad revolucionaria: la de Céspedes, Agramonte, Maceo, Martí, Mella, el Che, Raúl y Fidel. Pero la victoria de esa eticidad, solo fue y será posible desde la unidad esencial. Solo Martí y Fidel la consiguieron, pero el primero murió sin alcanzar la victoria. Nadie pudo obtenerla en la historia de Cuba hasta 1959. Se frustró en 1878 por divisiones internas (regionalismos, caudillismos, intereses de clase), en 1898 por la intervención del imperialismo estadounidense y en 1933 por la ausencia de una fuerza rectora capaz de encauzar la voluntad popular. La unidad de los cubanos, sus más altos ideales, encarnan hoy en el Partido de la Revolución. «Te lo prometió Martí y Fidel te lo cumplió», escribió el poeta. «Yo soy Fidel» es una clara advertencia: nadie nos arrebatará esta victoria.
«Yo soy Fidel», es decir: soy David frente a Goliat, Espartaco ante el Imperio Romano, Maceo en la Protesta de Baraguá, Almeida gritando en Alegría de Pío, «aquí no se rinde nadie, c… »; es asumir el antimperialismo martiano y leninista, a noventa millas de sus costas, con fe en la victoria, porque se tiene fe en el pueblo; «sí fue posible», repitió una y otra vez Raúl en su discurso de despedida, al enumerar todos los «imposibles» que como nudos de la historia, su hermano desenhebró. Y si soy Fidel, soy Farabundo Martí, Fonseca Amador, Camilo Torres, Allende, Chávez, Amílcar Cabral, Ho Chi Minh, Neto, Mandela (solo menciono a sus contemporáneos); el imperialismo es trasnacional y el antimperialismo, internacionalista.
Ser Fidel es asumir la necesidad de reencauzar el desarrollo humano hacia metas no consumistas, anticapitalistas. No habrá Patria sin socialismo, eso es cierto, pero Fidel nos enseñó además que sin socialismo la especie humana —oprimidos y opresores por igual— estará, está, en peligro de extinción. Somos Fidel, porque entregaremos todas las energías a construir un socialismo eficiente, próspero, más solidario, justo, soberano, democrático y sostenible.
Solo una Revolución que se basa en ideas, en ideales, que ha sido consecuente con ellos, como la nuestra, puede sobrevivir a su fundador. «La Revolución no se basa en ideas caudillistas, ni en culto a la personalidad —le explicaba Fidel a Ramonet—. No se concibe en el socialismo un caudillo, no se concibe tampoco un caudillo en una sociedad moderna, donde la gente haga las cosas únicamente porque tiene confianza ciega en el jefe o porque el jefe se lo pide. La Revolución se basa en principios. Y las ideas que nosotros defendemos son, hace ya tiempo, las ideas de todo el pueblo».
Fidel no se va. Por propia decisión, no estará en los monumentos de mármol de las ciudades del país que refundó, no será un nombre en una avenida, una escuela o un hospital, a los que se consagró. Que nadie venga a buscarlo en las piedras, sino en las conciencias. Será el aire que respiramos los cubanos, el espíritu de lucha que nos inspirará. Nuevas y viejas generaciones –como Martí y Gómez, Mella y Baliño–, se unirán para defender el legado de la Historia. Fidel es Cuba, porque todos somos Fidel. Ese es el mensaje que los cubanos gritamos a pleno pulmón, con el puño en alto, para que el mundo lo sepa.
VEA también:
"Fidel es Cuba" (26 de diciembre de 2016) http://www.granma.cu/opinion/2016-11-26/fidel-es-cuba-26-11-2016-05-11-53
"Las bases de nuestro patriotismo" (23 de diciembre de 2017) http://www.granma.cu/fidel/2017-11-23/las-bases-de-nuestro-patriotismo-23-11-2017-22-11-47
"No ha muerto la leyenda" (26 de diciembre de 2017) http://www.granma.cu/opinion/2017-12-26/no-ha-muerto-la-leyenda-26-12-2017-22-12-45
sábado, 17 de noviembre de 2018
Programa Más Médicos: Humanidad vs. Fascismo
DECLARACIÓN DE LA RED EN DEFENSA DE LA HUMANIDAD
En contraste con su potencial económico, Brasil ocupa en el ranking mundial de la salud el lugar 125. En 2013, ante la precariedad de la atención en las regiones más pobres, el gobierno de Dilma Rousseff creó el Programa Más Médicos, basado en un convenio con la Organización Panamericana de la Salud, e impulsado sobre todo con la solidaria respuesta de Cuba.
A través de un anuncio por Twitter, el presidente electo Jair Bolsonaro decidió terminar con este proyecto que, según un estudio realizado por el Ministerio de Salud de Brasil y la Universidad Federal de Minas Gerais, tiene un grado de aceptación entre la población de un 95%. Así, a partir de 2019, cerca de 44 millones de brasileños y brasileñas de bajos ingresos quedarán sin asistencia médica en más de dos mil municipios del interior del país. El próximo gobierno de Brasil, que se autoproclama “sin sesgo ideológico”, perderá a 9 mil médicos cubanos precisamente por la obcecación ideológica de su desalmado presidente.
Las misiones médicas de Cuba comenzaron en 1963, en Argelia, y se extendieron a las regiones más pobres del planeta en los cuatro continentes. Han sido misiones basadas no en el lucro, sino en la comprensión y la sensibilidad ante las necesidades de cada pueblo. Hasta ahora, 164 naciones se han beneficiado con los servicios de más de 400 mil especialistas cubanos de la salud altamente calificados.
¿Qué puede esperarse de un gobernante que se vanagloria del odio, la misoginia, el racismo, que se vale de “listas negras” para amedrentar a sus adversarios políticos y adora las armas en un culto a la muerte? ¿Cómo explicar un proyecto humanitario a una persona que desprecia el sufrimiento y el dolor de los demás de este modo? ¿Cómo hacerles ver un proyecto social de la envergadura de Más Médicos a quienes sólo priorizan los intereses del capital y las ansias de dominación de los círculos de poder más reaccionarios?
Bolsonaro sabe que dejar a 44 millones de personas sin la asistencia vital de estos profesionales, significará para muchos una condena a muerte, pero poco le importa. El fascismo, en su visión siniestra de la realidad, desprecia a los enfermos, a los necesitados, a los diferentes y a los desamparados, lo que resulta coherente con su insensibilidad ante los más vulnerables. Los fascistas como Bolsonaro desconocen la solidaridad humana y cultivan el terror y el odio; son los monstruos que no saben de amor.
La Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad condena enérgicamente la actitud del presidente electo de Brasil y apoya la decisión soberana del gobierno cubano de salvaguardar la vida y la dignidad de sus especialistas, con la convicción de que la medicina solidaria, abnegada y altruista que ha irradiado Cuba con sus profesionales por todo el mundo, es la mejor forma de ejercer esta profesión, la única posible para la supervivencia de la especie y el mantenimiento de la paz en el planeta.
Exigimos al gobierno de Brasil un tratamiento respetuoso y digno a los médicos cubanos y la garantía del derecho a la salud de los ciudadanos y ciudadanas de aquel país, 44 millones de los cuales se verán privados de atención médica y, con toda seguridad, de cualquier otra que remedie las consecuencias de sus ya muy difíciles condiciones de vida.
Convocamos a las fuerzas progresistas del mundo y a todas las personas de buena voluntad a que condenen la actitud asumida por el futuro presidente de Brasil contra los médicos cubanos y hagan saber la verdad y los resultados de tales acciones.
Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad
En contraste con su potencial económico, Brasil ocupa en el ranking mundial de la salud el lugar 125. En 2013, ante la precariedad de la atención en las regiones más pobres, el gobierno de Dilma Rousseff creó el Programa Más Médicos, basado en un convenio con la Organización Panamericana de la Salud, e impulsado sobre todo con la solidaria respuesta de Cuba.
A través de un anuncio por Twitter, el presidente electo Jair Bolsonaro decidió terminar con este proyecto que, según un estudio realizado por el Ministerio de Salud de Brasil y la Universidad Federal de Minas Gerais, tiene un grado de aceptación entre la población de un 95%. Así, a partir de 2019, cerca de 44 millones de brasileños y brasileñas de bajos ingresos quedarán sin asistencia médica en más de dos mil municipios del interior del país. El próximo gobierno de Brasil, que se autoproclama “sin sesgo ideológico”, perderá a 9 mil médicos cubanos precisamente por la obcecación ideológica de su desalmado presidente.
Las misiones médicas de Cuba comenzaron en 1963, en Argelia, y se extendieron a las regiones más pobres del planeta en los cuatro continentes. Han sido misiones basadas no en el lucro, sino en la comprensión y la sensibilidad ante las necesidades de cada pueblo. Hasta ahora, 164 naciones se han beneficiado con los servicios de más de 400 mil especialistas cubanos de la salud altamente calificados.
¿Qué puede esperarse de un gobernante que se vanagloria del odio, la misoginia, el racismo, que se vale de “listas negras” para amedrentar a sus adversarios políticos y adora las armas en un culto a la muerte? ¿Cómo explicar un proyecto humanitario a una persona que desprecia el sufrimiento y el dolor de los demás de este modo? ¿Cómo hacerles ver un proyecto social de la envergadura de Más Médicos a quienes sólo priorizan los intereses del capital y las ansias de dominación de los círculos de poder más reaccionarios?
Bolsonaro sabe que dejar a 44 millones de personas sin la asistencia vital de estos profesionales, significará para muchos una condena a muerte, pero poco le importa. El fascismo, en su visión siniestra de la realidad, desprecia a los enfermos, a los necesitados, a los diferentes y a los desamparados, lo que resulta coherente con su insensibilidad ante los más vulnerables. Los fascistas como Bolsonaro desconocen la solidaridad humana y cultivan el terror y el odio; son los monstruos que no saben de amor.
La Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad condena enérgicamente la actitud del presidente electo de Brasil y apoya la decisión soberana del gobierno cubano de salvaguardar la vida y la dignidad de sus especialistas, con la convicción de que la medicina solidaria, abnegada y altruista que ha irradiado Cuba con sus profesionales por todo el mundo, es la mejor forma de ejercer esta profesión, la única posible para la supervivencia de la especie y el mantenimiento de la paz en el planeta.
Exigimos al gobierno de Brasil un tratamiento respetuoso y digno a los médicos cubanos y la garantía del derecho a la salud de los ciudadanos y ciudadanas de aquel país, 44 millones de los cuales se verán privados de atención médica y, con toda seguridad, de cualquier otra que remedie las consecuencias de sus ya muy difíciles condiciones de vida.
Convocamos a las fuerzas progresistas del mundo y a todas las personas de buena voluntad a que condenen la actitud asumida por el futuro presidente de Brasil contra los médicos cubanos y hagan saber la verdad y los resultados de tales acciones.
Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad
domingo, 4 de noviembre de 2018
El Sicario Judicial
Atilio A. Boron
La intempestiva designación del Juez
Sergio Moro como Ministro de Justicia de Brasil quedará registrada en la
historia como el caso paradigmático, por su desvergüenza rayana en lo obsceno,
de la emergencia de un siniestro actor en la siempre acosada democracia
latinoamericana: el “Sicario Judicial”.
A diferencia de sus predecesores que aniquilan a sus víctimas
físicamente, el sicario judicial como su colega económico de más antigua data
(como lo demuestra el conocido libro de John Perkins, Confesiones de un sicario
económico) el judicial los elimina utilizando un arma más silenciosa y casi
invisible a los ojos de sus contemporáneos: el “lawfare”. Esto es: la
utilización arbitraria y tergiversada del derecho para violar los principios y
procedimientos establecidos por el debido proceso con el objeto de inhabilitar
–por la cárcel o el exilio- a quien, por algún motivo, se constituye en una
figura molesta para las clases dominantes o el imperialismo. En otras palabras, matarlo políticamente.
El sicario judicial personifica el proceso
de putrefacción de la justicia de un país, desnudando impúdicamente su carácter
de clase y su abyecta sumisión a las órdenes de los poderosos. Por extensión,
revela asimismo la degradación de la vida democrática que tolera el accionar de
estos delincuentes. Cómo el pistolero, el sicario judicial actúa por encargo.
Se trata de un “killer” de nuevo tipo que gracias a su posición en la
estructura del poder judicial puede disponer a su antojo de la vida y la hacienda
de sus víctimas, para lo cual viola con
total impunidad no sólo la letra sino también el espíritu de las leyes,
torciendo premisas jurídicas fundamentales (la presunción de inocencia, por
ejemplo) y enviando a la cárcel a aquellos sin necesidad de contar con pruebas
fehacientes. Y al igual que sus tenebrosos precursores de pistola y explosivos
actúa bajo un manto de protección que le garantiza no sólo que sus delitos
permanecerán impunes sino que sus “asesinatos civiles” serán ensalzados como
ejemplos luminosos del respeto a la ley y las instituciones de la república.
Para perpetrar sus crímenes necesita estar
amparado por la complicidad de todo el poder judicial. Jueces, fiscales y los consejos de la
magistratura cierran sus ojos ante sus actos y la prensa hegemónica,
imprescindible cómplice del malhechor que con sus fake news y posverdades
produce el linchamiento mediático de sus adversarios, facilitando su posterior
condena, reclusión y ostracismo político. El renombre de este nuevo tipo de gangster
judicial reposa en las espectacularidad de sus intervenciones, casi siempre a
partir de datos y pistas procedentes de los organismos de inteligencia el Departamento de Justicia de Estados Unidos
y selectivamente dirigidas en contra de quienes se sospecha sean enemigos del
orden social vigente. Sergio Moro, fue un asiduo alumno de los cursos de
“buenas prácticas” que hace décadas Washington organiza para educar a jueces y
fiscales en la correcta administración de justicia. Una de las cosas que
aprendió fue sacar de la carrera electoral a un líder popular y crear las
condiciones para posibilitar la demolición de una construcción política
moderadamente reformista pero que, aún así, suscitaba el intenso repudio del
imperio. Este nuevo y desafortunado actor político que irrumpe en la escena
latinoamericana no dispara balas sino sentencias; no mata pero condena,
encarcela e instaura un fraude electoral gigantesco porque, como se decía en
Brasil, “sin Lula la elección es fraude”. Y así fue. Como todo sicario trabaja
por encargo y recibe magníficas recompensas por su deleznable labor. En el caso
que nos ocupa, su escandalosa violación del derecho fue retribuida por su
mandante con el Ministerio de Justicia, y desde allí seguramente organizará
nuevas cacerías para producir la “limpieza” política y social que prometiera el
energúmeno que a partir del año próximo será presidente de Brasil. Con su
designación los alcances de la conspiración para evitar, a cualquier precio, el
retorno de Lula al gobierno queda en evidencia. La irrupción de este nuevo
actor obliga acuñar una nueva –y
ominosa- categoría para el análisis político: el sicario judicial, tanto o más
dañino que los demás. Claro que sería un grave error pensar que lo de Moro es
una manifestación exótica de la política brasileña. El huevo de la serpiente,
dentro del cual madura este siniestro personaje, ya se advierte claramente en
Argentina, Ecuador, Bolivia y Paraguay.
martes, 30 de octubre de 2018
Intereses económicos, debates ideológicos
Enrique Ubieta Gómez
La Jiribilla
Mi primera visita a México —la primera a un Estado capitalista— ocurrió en 1989, en el borde de dos épocas: acababa de consumarse el más evidente fraude electoral de la historia mexicana y, a lo largo del año, el gobierno sandinista caería en elecciones condicionadas por la guerra sucia; la Alemania occidental se tragaría a la oriental para derribar la pieza decisiva de un juego de dominó puesto en fila, al que —como se vería después— Cuba no pertenecía, y entre otros hechos trascendentes, Panamá sería allanado como si fuese una casa en un barrio estadounidense para apresar a su presidente (y en la acción morirían masacrados miles de panameños “colaterales”). En Cuba comprobaríamos con dolor que algunos héroes también pueden degradarse hasta anular su pasado de glorias.
Yo era un simple estudiante de posgrado con una beca de investigación de tres meses, pero aquella estancia me obligaba a cargar con una representación que no había buscado ni recibido: para mis colegas sería, simplemente, el cubano (una definición de pertenencia a la Revolución, no una simple ubicación territorial), y como tal, debía responder todas las preguntas y ofrecer todas las explicaciones.
Recuerdo que en una de aquellas discusiones políticas un profesor estadounidense abandonó la argumentación para situarse retadoramente en una posición de fuerza: “Ok, no se trata de si tienes razón o no. Los Estados Unidos son más fuertes. Así es la política y la vida, y en ello no valen criterios morales. No te dejo avanzar y punto, ¿qué vas a hacer?”.
Cerca de la capital federal, en el México profundo, un campesino “desinformado” me haría una pregunta desconcertante que, sin saberlo, respondía a la del yanqui, porque anunciaba el nacimiento del mito: “¿Es verdad que Fidel existió?”. Si escribo estas líneas casi 30 años después, es porque la Revolución Cubana avanzó pese a todo. El sabio campesino intuía que Fidel no solo resistía, sino que junto a su pueblo vencía y vencería el acoso del guapetón del barrio, del Gigante de las Siete Leguas, al que paró en seco con su honda de ideas, con su actitud consecuente, con su desdén al miedo.
Traigo esta anécdota a colación porque la escalada injerencista del gobierno estadounidense vuelve a retomar, en la segunda década del siglo XXI, el espíritu de la Guerra Fría. El discurso contrarrevolucionario que siempre se proclamó anticastrista —porque negaba la adopción en Cuba de un sistema y de una ideología, en su intento de reducir el cambio social a la voluntad de un hombre— ha topado con una realidad: para restaurar el capitalismo, antes necesita liquidar, en la conciencia social, la versión del socialismo que se asocia al horizonte comunista. Mientras avanza en un laborioso proceso desideologizador —“necesitamos comer, no defender ideologías”, suele decir—, teje en revistas teóricas y en programas ligth la ideología sustituta. “¡Abajo los viejos dogmas!”, grita en tanto inocula verdaderos dogmas que son aún más viejos y rotundamente fracasados, pero nuevos para los que no vivieron el capitalismo. Quieren “vaciar” de ideología a las instituciones de la Revolución; es el camino que llevaría a su destrucción.
El debate de hoy es ideológico, aunque las motivaciones sean económicas. Hay una arista del conflicto que suele escamotearse: lo que nos sitúa como enemigos (del imperialismo) no son nuestras diferentes concepciones sobre la democracia y los derechos humanos; el conflicto real es de carácter económico y geopolítico. Nuestra diferente comprensión de la democracia es aborrecida por el poder global porque impide la neocolonización de Cuba, la sumisión de la Isla al orden internacional imperialista; porque atenta contra ese orden y lo cuestiona de raíz. Por eso nos llaman radicales.
Y el imperialismo, ¿respeta la democracia burguesa cuando falla en su función revitalizadora del poder burgués? Nadie ha seguido con más empeño en el continente americano las reglas de juego de esa democracia que la Revolución bolivariana. Al mismo tiempo, nadie ha despreciado más esas reglas que el imperialismo, ante el evidente descalabro de sus intereses: mienten, satanizan, organizan golpes de Estado (militares, parlamentarios, judiciales) y magnicidios, y asesinan física o moralmente. Han construido la matriz mediática, por solo citar un ejemplo, de que los venezolanos huyen de su país en crisis mientras silencian o criminalizan a las decenas de miles de centroamericanos que avanzan en caravana hacia la frontera estadounidense.
Sucede que los mecanismos tradicionales de la democracia burguesa para sostener en el poder a la burguesía trasnacional ya son inoperantes en las naciones del sur, por ello recurre a posiciones de fuerza abiertamente antidemocráticas o a la puesta en escena de actos fraudulentos, que la prensa a su servicio intenta legitimar. Cuando una farsa, impuesta a la fuerza, pretende ser tomada en serio —ya sea en la Cumbre de Panamá, en la de Lima, o en la sede de Naciones Unidas en Nueva York—, hay que abuchear a los timadores.
Estos, desde luego, dueños de las empresas trasnacionales para la conformación de estados de opinión —me refiero a lo que hoy llaman prensa—, se ofenden cuando quedan en ridículo, cuando un país rebelde o un niño dice, como en el clásico infantil: “El Rey está desnudo”, y añade: “Con Cuba no te metas”. Quieren que los que parecen menos fuertes callen y den por serio aquello que definitivamente mueve a la risa. Se molestan cuando los diplomáticos cubanos deciden (ante la negativa de otorgársele la palabra, lo cual permitiría revelar el absurdo tramado) dar golpes en la mesa, corear consignas y cantar himnos, mientras cipayos vestidos de doctores intentan actuar. Y aparecen, ya sabemos que siempre aparecen, los analistas que llaman a la mesura, al debate de argumentos. Pero, ¿realmente se trata de un debate académico?, ¿al imperialismo le interesa la verdad?
Desde luego, esos analistas son decentes. En un texto de fina arquitectura,[1] Arturo López Levy valida los desplantes cubanos ante la insolencia imperial, pero rechaza por inútil la confrontación, y se molesta con Trump, el presidente obtuso, y con la percepción de que esos jóvenes irreverentes se han comportado como héroes. La victoria, advierte, no sería la ya predecible votación, casi unánime, de los Estados miembros de Naciones Unidas contra el bloqueo; la victoria se alcanzaría solo si Estados Unidos —el “más fuerte” del barrio, que no hará caso del reclamo universal— accede benévolamente a levantar el bloqueo. ¿Cómo lograrlo? Los héroes de nuestro tiempo no serían los que “denuncian”, sino los que “anuncian” (son los verbos que emplea) los cambios que tanto desea: “que el Gobierno cubano se acabe de comprometer con un nuevo modelo económico y político”. Por eso le resulta incomprensible e irritante que los cubanos insistamos en “construir el comunismo”.
Entre dos políticas de fuerza —al parecer queda fuera de la discusión el “derecho” del imperialismo a ejercer una política de fuerza, como decía el profesor yanqui que hallé en aquella lejana visita a México—, como cualquier hijo de vecino, prefiere la más suave: “las acciones persuasivas de corte hegemónico” al estilo obamista, antes que la “estrategia de coacción imperial por sanciones y financiamiento directo de opositores”, según había escrito en un texto anterior.[2] El Padrino de Ford Coppola era “muy persuasivo”, dicho sea de paso. Obama fue el presidente que más dinero destinó a la subversión en Cuba; su gobierno tramó y respaldó los golpes de Estado en Honduras y Paraguay, calentó los disturbios callejeros en Venezuela y atizó la guerra en Irak y Siria. López Levy nos recomienda la discreta y negociable aceptación de los requerimientos del más fuerte, no porque los exija, aclara, sino porque nos conviene.
Esto lo que pide también James Williams, presidente de Engage Cuba, una coalición bipartidista que lucha por abrir compuertas a la “normalización” de las relaciones (la cual es bienvenida, aunque sus motivaciones no sean exactamente las nuestras) desde la frase que da título a su entrevista: “La esperanza es que el cambio venga desde el gobierno cubano”.[3] La diferencia es que Williams no es cubano, y su percepción está atravesada por el supremacismo yanqui: “Estados Unidos cree que tiene la responsabilidad de defender determinados valores e ideales. Y eso no quiere decir que todo el mundo vaya a seguir lo que decimos. Obviamente no lo hacen. China no está siguiendo nuestro ejemplo. Cuba no está siguiendo nuestro ejemplo. Pero creo que es nuestro imperativo moral intentarlo. No quiere decir que siempre estemos en lo correcto, nosotros cometemos muchos errores aquí. Pero creo que es importante que mostremos liderazgo”.
Williams se opone al bloqueo económico, financiero y comercial, porque es inoperante para lograr que Cuba adopte los “valores e ideales” estadounidenses. “Hay asuntos terribles en Cuba que necesitan ser atendidos”, afirma convencido. Su argumentación descarta, como es natural, los intereses imperialistas que subyacen tras esos “valores e ideales”.
Es difícil el camino a recorrer. No son simples naciones vecinas con espacios culturales e históricos comunes; una alberga al imperialismo hegemónico, y la otra simboliza la resistencia a la dominación imperial. ¿Cómo establecer relaciones normales?, ¿dejaremos de ser nosotros un coto de resistencia?, ¿dejarán ellos de ser imperialistas?, ¿tiene el imperialismo norteamericano relaciones normales con alguno de sus amigos o aliados? Cuba exige el cese incondicional del bloqueo. Aspira a relaciones normales y de respeto mutuo con todos sus vecinos, así como al cumplimiento de manera estricta de la Proclama de Paz que firmaron todos los presidentes latinoamericanos y caribeños, y a que las relaciones internacionales no se rijan por la fuerza, sino por la razón. ¿Alguien cree que pide demasiado?
Notas:
[1] Arturo López Levy: “Si quieres que te vaya diferente no puedes hacer lo mismo” (22 de octubre de 2018). Edición digital (https://oncubanews.com/cuba/si-quieres-que-te-vaya-diferente-no-puedes-hacer-lo-mismo/)
[2] Arturo López Levy: “La moderación probada del espíritu de Cuba”, 13 de julio de 2017. Edición digital (https://cubaposible.com/la-moderacion-probada-del-espiritu-cuba/)
[3] Marita Pérez Díaz: “James Williams: ‘La esperanza es que el cambio venga desde el gobierno cubano’”, 5 de octubre de 2018. Edición digital (https://oncubanews.com/cuba-ee-uu/james-williams-la-esperanza-es-que-el-cambio-venga-desde-el-gobierno-cubano/)
La Jiribilla
Mi primera visita a México —la primera a un Estado capitalista— ocurrió en 1989, en el borde de dos épocas: acababa de consumarse el más evidente fraude electoral de la historia mexicana y, a lo largo del año, el gobierno sandinista caería en elecciones condicionadas por la guerra sucia; la Alemania occidental se tragaría a la oriental para derribar la pieza decisiva de un juego de dominó puesto en fila, al que —como se vería después— Cuba no pertenecía, y entre otros hechos trascendentes, Panamá sería allanado como si fuese una casa en un barrio estadounidense para apresar a su presidente (y en la acción morirían masacrados miles de panameños “colaterales”). En Cuba comprobaríamos con dolor que algunos héroes también pueden degradarse hasta anular su pasado de glorias.
Yo era un simple estudiante de posgrado con una beca de investigación de tres meses, pero aquella estancia me obligaba a cargar con una representación que no había buscado ni recibido: para mis colegas sería, simplemente, el cubano (una definición de pertenencia a la Revolución, no una simple ubicación territorial), y como tal, debía responder todas las preguntas y ofrecer todas las explicaciones.
Recuerdo que en una de aquellas discusiones políticas un profesor estadounidense abandonó la argumentación para situarse retadoramente en una posición de fuerza: “Ok, no se trata de si tienes razón o no. Los Estados Unidos son más fuertes. Así es la política y la vida, y en ello no valen criterios morales. No te dejo avanzar y punto, ¿qué vas a hacer?”.
Cerca de la capital federal, en el México profundo, un campesino “desinformado” me haría una pregunta desconcertante que, sin saberlo, respondía a la del yanqui, porque anunciaba el nacimiento del mito: “¿Es verdad que Fidel existió?”. Si escribo estas líneas casi 30 años después, es porque la Revolución Cubana avanzó pese a todo. El sabio campesino intuía que Fidel no solo resistía, sino que junto a su pueblo vencía y vencería el acoso del guapetón del barrio, del Gigante de las Siete Leguas, al que paró en seco con su honda de ideas, con su actitud consecuente, con su desdén al miedo.
Traigo esta anécdota a colación porque la escalada injerencista del gobierno estadounidense vuelve a retomar, en la segunda década del siglo XXI, el espíritu de la Guerra Fría. El discurso contrarrevolucionario que siempre se proclamó anticastrista —porque negaba la adopción en Cuba de un sistema y de una ideología, en su intento de reducir el cambio social a la voluntad de un hombre— ha topado con una realidad: para restaurar el capitalismo, antes necesita liquidar, en la conciencia social, la versión del socialismo que se asocia al horizonte comunista. Mientras avanza en un laborioso proceso desideologizador —“necesitamos comer, no defender ideologías”, suele decir—, teje en revistas teóricas y en programas ligth la ideología sustituta. “¡Abajo los viejos dogmas!”, grita en tanto inocula verdaderos dogmas que son aún más viejos y rotundamente fracasados, pero nuevos para los que no vivieron el capitalismo. Quieren “vaciar” de ideología a las instituciones de la Revolución; es el camino que llevaría a su destrucción.
El debate de hoy es ideológico, aunque las motivaciones sean económicas. Hay una arista del conflicto que suele escamotearse: lo que nos sitúa como enemigos (del imperialismo) no son nuestras diferentes concepciones sobre la democracia y los derechos humanos; el conflicto real es de carácter económico y geopolítico. Nuestra diferente comprensión de la democracia es aborrecida por el poder global porque impide la neocolonización de Cuba, la sumisión de la Isla al orden internacional imperialista; porque atenta contra ese orden y lo cuestiona de raíz. Por eso nos llaman radicales.
Y el imperialismo, ¿respeta la democracia burguesa cuando falla en su función revitalizadora del poder burgués? Nadie ha seguido con más empeño en el continente americano las reglas de juego de esa democracia que la Revolución bolivariana. Al mismo tiempo, nadie ha despreciado más esas reglas que el imperialismo, ante el evidente descalabro de sus intereses: mienten, satanizan, organizan golpes de Estado (militares, parlamentarios, judiciales) y magnicidios, y asesinan física o moralmente. Han construido la matriz mediática, por solo citar un ejemplo, de que los venezolanos huyen de su país en crisis mientras silencian o criminalizan a las decenas de miles de centroamericanos que avanzan en caravana hacia la frontera estadounidense.
Sucede que los mecanismos tradicionales de la democracia burguesa para sostener en el poder a la burguesía trasnacional ya son inoperantes en las naciones del sur, por ello recurre a posiciones de fuerza abiertamente antidemocráticas o a la puesta en escena de actos fraudulentos, que la prensa a su servicio intenta legitimar. Cuando una farsa, impuesta a la fuerza, pretende ser tomada en serio —ya sea en la Cumbre de Panamá, en la de Lima, o en la sede de Naciones Unidas en Nueva York—, hay que abuchear a los timadores.
Estos, desde luego, dueños de las empresas trasnacionales para la conformación de estados de opinión —me refiero a lo que hoy llaman prensa—, se ofenden cuando quedan en ridículo, cuando un país rebelde o un niño dice, como en el clásico infantil: “El Rey está desnudo”, y añade: “Con Cuba no te metas”. Quieren que los que parecen menos fuertes callen y den por serio aquello que definitivamente mueve a la risa. Se molestan cuando los diplomáticos cubanos deciden (ante la negativa de otorgársele la palabra, lo cual permitiría revelar el absurdo tramado) dar golpes en la mesa, corear consignas y cantar himnos, mientras cipayos vestidos de doctores intentan actuar. Y aparecen, ya sabemos que siempre aparecen, los analistas que llaman a la mesura, al debate de argumentos. Pero, ¿realmente se trata de un debate académico?, ¿al imperialismo le interesa la verdad?
Desde luego, esos analistas son decentes. En un texto de fina arquitectura,[1] Arturo López Levy valida los desplantes cubanos ante la insolencia imperial, pero rechaza por inútil la confrontación, y se molesta con Trump, el presidente obtuso, y con la percepción de que esos jóvenes irreverentes se han comportado como héroes. La victoria, advierte, no sería la ya predecible votación, casi unánime, de los Estados miembros de Naciones Unidas contra el bloqueo; la victoria se alcanzaría solo si Estados Unidos —el “más fuerte” del barrio, que no hará caso del reclamo universal— accede benévolamente a levantar el bloqueo. ¿Cómo lograrlo? Los héroes de nuestro tiempo no serían los que “denuncian”, sino los que “anuncian” (son los verbos que emplea) los cambios que tanto desea: “que el Gobierno cubano se acabe de comprometer con un nuevo modelo económico y político”. Por eso le resulta incomprensible e irritante que los cubanos insistamos en “construir el comunismo”.
Entre dos políticas de fuerza —al parecer queda fuera de la discusión el “derecho” del imperialismo a ejercer una política de fuerza, como decía el profesor yanqui que hallé en aquella lejana visita a México—, como cualquier hijo de vecino, prefiere la más suave: “las acciones persuasivas de corte hegemónico” al estilo obamista, antes que la “estrategia de coacción imperial por sanciones y financiamiento directo de opositores”, según había escrito en un texto anterior.[2] El Padrino de Ford Coppola era “muy persuasivo”, dicho sea de paso. Obama fue el presidente que más dinero destinó a la subversión en Cuba; su gobierno tramó y respaldó los golpes de Estado en Honduras y Paraguay, calentó los disturbios callejeros en Venezuela y atizó la guerra en Irak y Siria. López Levy nos recomienda la discreta y negociable aceptación de los requerimientos del más fuerte, no porque los exija, aclara, sino porque nos conviene.
Esto lo que pide también James Williams, presidente de Engage Cuba, una coalición bipartidista que lucha por abrir compuertas a la “normalización” de las relaciones (la cual es bienvenida, aunque sus motivaciones no sean exactamente las nuestras) desde la frase que da título a su entrevista: “La esperanza es que el cambio venga desde el gobierno cubano”.[3] La diferencia es que Williams no es cubano, y su percepción está atravesada por el supremacismo yanqui: “Estados Unidos cree que tiene la responsabilidad de defender determinados valores e ideales. Y eso no quiere decir que todo el mundo vaya a seguir lo que decimos. Obviamente no lo hacen. China no está siguiendo nuestro ejemplo. Cuba no está siguiendo nuestro ejemplo. Pero creo que es nuestro imperativo moral intentarlo. No quiere decir que siempre estemos en lo correcto, nosotros cometemos muchos errores aquí. Pero creo que es importante que mostremos liderazgo”.
Williams se opone al bloqueo económico, financiero y comercial, porque es inoperante para lograr que Cuba adopte los “valores e ideales” estadounidenses. “Hay asuntos terribles en Cuba que necesitan ser atendidos”, afirma convencido. Su argumentación descarta, como es natural, los intereses imperialistas que subyacen tras esos “valores e ideales”.
Es difícil el camino a recorrer. No son simples naciones vecinas con espacios culturales e históricos comunes; una alberga al imperialismo hegemónico, y la otra simboliza la resistencia a la dominación imperial. ¿Cómo establecer relaciones normales?, ¿dejaremos de ser nosotros un coto de resistencia?, ¿dejarán ellos de ser imperialistas?, ¿tiene el imperialismo norteamericano relaciones normales con alguno de sus amigos o aliados? Cuba exige el cese incondicional del bloqueo. Aspira a relaciones normales y de respeto mutuo con todos sus vecinos, así como al cumplimiento de manera estricta de la Proclama de Paz que firmaron todos los presidentes latinoamericanos y caribeños, y a que las relaciones internacionales no se rijan por la fuerza, sino por la razón. ¿Alguien cree que pide demasiado?
Notas:
[1] Arturo López Levy: “Si quieres que te vaya diferente no puedes hacer lo mismo” (22 de octubre de 2018). Edición digital (https://oncubanews.com/cuba/si-quieres-que-te-vaya-diferente-no-puedes-hacer-lo-mismo/)
[2] Arturo López Levy: “La moderación probada del espíritu de Cuba”, 13 de julio de 2017. Edición digital (https://cubaposible.com/la-moderacion-probada-del-espiritu-cuba/)
[3] Marita Pérez Díaz: “James Williams: ‘La esperanza es que el cambio venga desde el gobierno cubano’”, 5 de octubre de 2018. Edición digital (https://oncubanews.com/cuba-ee-uu/james-williams-la-esperanza-es-que-el-cambio-venga-desde-el-gobierno-cubano/)