martes, 28 de agosto de 2012

De héroes y proyectos nacionales

 
Enrique Ubieta Gómez
Hace algún tiempo visité una casa, cuyos dueños pretendían mudarse. Por entonces, un pariente mío aspiraba a encontrar otro lugar donde vivir y la propuesta de esa familia se avenía con sus necesidades. Me recibió una señora avezada en negocios "inmobiliarios" a la habanera, que ya había interiorizado las reglas del capitalismo y se preparaba para recibirlo gustosa en Cuba. La intermediaria había construido una compleja urdimbre de intercambio de viviendas. Mi pariente iría a parar, según su esquema, a un apartamento que reunía todas las condiciones excepto una: no poseía garaje. Ella me replicó que sí lo tenía, a pesar de que el supuesto garaje era actualmente un local declarado "sitio histórico", porque allí había dormido la noche antes del asalto al Palacio Presidencial en 1957 –con la intención de ajusticiar al dictador Fulgencio Batista–, y a Radio Reloj, la mayoría de sus asaltantes, incluyendo a José Antonio Echevarría que murió en la acción. Le recordé entonces la importancia histórica del lugar y ella, sin el más mínimo rubor, me espetó: "hay mi'jo, dentro de unos años nadie se va a acordar de ellos, ese lugar perderá su importancia". Su respuesta bastaba para saber que su mente había emigrado sin retorno a otro país, que ella ayudaba ya a "construir" para sí.
Recuerdo este incidente a propósito de un artículo que leí hace unos días en la publicación contrarrevolucionaria Cubaencuentro, firmado por Carlos Espinosa: "El Parque Jurásico del arte comunista". El hecho es que las repúblicas anticomunistas del Este de Europa se esfuerzan por borrar aquellas huellas del pasado que puedan despertar simpatías o curiosidad en las nuevas generaciones enfrentadas a las consecuencias del capitalismo. El panteón de los héroes comunistas fue borrado y sustituido por el del Capital. La historia fue re-escrita. Los viejos reclamos aparentemente democráticos de los grupos anticomunistas de construir una mirada más amplia que incluyera a tirios y troyanos, se esfumó de inmediato. Las estatuas de los héroes del comunismo fueron arrancadas por los mismos que denunciaron antes con razón, a quienes arrancaron las estatuas de los zares y los presidentes corruptos.
En Hungría, nos cuenta Carlos Espinosa, idearon un museo en las afueras de la capital, al aire libre, para depositar las estatuas del "comunismo". Lo llaman Parque Memento. No es un simple almacén, sino un museo, como ya dije. Eso significa que la colocación de los objetos tiene una dramaturgia que el espectador debe leer en clave anticomunista. A veces son estatuas de poca trascendencia artística, otras no. Pero lo que tiene que parecer deleznable no es el gusto estético de la época –marcado por el llamado "realismo socialista"–, sino los personajes y los hechos resaltados, expuestos en la plaza a escarnio público. La descripción de Carlos Espinosa es prodiga en anécdotas que manifiestan el desprecio "popular". Hay estatuas a Jorge Dmitrov (destacado combatiente antifascista), a Marx y Engels, y a Lenin, por supuesto, y un monumento a las brigadas internacionales que apoyaron a la República española, durante la Guerra Civil de aquel país. Los héroes y los hechos glorificados son sin embargo equiparados a los del fascismo, pero el fascismo está en la mirada, en las intenciones de los constructores del parque. Otra historia, otra nación.
¿O es que alguien cree que el panteón de los Estados Unidos seguiría exaltando a los Morgan, a los Rockefeller, a los Bill Gates, cuando la Humanidad alcance otros estadios de cordura y civilidad? Para los curiosos impacientes, Howard Zinn nos legó una historia de ese país que no aparece en los filmes de Hollywood, la de sus luchadores sociales. No existen panteones ecuménicos: así sean los héroes de la nación, así será su proyecto de vida.

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