Juntos. Dilma y uno de sus ministros ayer en Brasilia, con tres representantes del Movimiento Pase Libre. /AP
Ángel Guerra Cabrera
La presidenta Dilma Rouseff mostró la madera de que está
hecha con la firme voluntad rectificadora expresada ante las grandes protestas
de las últimas semanas. Dialogó con el
Movimiento Pase Libre, lo que ningún gobernante ha hecho con sus indignados, llámese Piñera, Obama, Zapatero o Rajoy. Mandó la pelota al lado del parlamento
al proponer iniciativas en respuesta a varias de las demandas de las
insubordinadas calles a las que los legisladores tendrán que responde por su
aprobación. Con esa audaz jugada podría muy bien recuperar la iniciativa
política.
Es muy importante la propuesta de reforma política, que
regularía y reduciría sustancialmente los exorbitantes gastos de campaña de los
candidatos, financiados por empresarios a cambio de favores inconfesables. Igual
que las medidas para mejorar la educación, la salud y el trasporte público
busca dar respuesta a las protestas.
La ex guerrillera forma parte de una hornada de líderes
latinoamericanos de raíz popular que contrasta con la grisura, pusilanimidad y
sometimiento incondicional al capital financiero de una mayoría de sus pares en
el mundo actual.
Aunque las protestas evidencian errores de conducción de
los gobiernos de Lula y Dilma, en la explosividad social subyacen profundas, complejas y
multifacéticas causas, no todas imputables a la gestión de los últimos once
años. Paradójicamente, una parte importante de quienes protestan fue sacada de
la marginalidad precisamente por las políticas incluyentes de ese periodo. No
es la primera vez que ocurre en la historia de las rebeliones sociales pero es
un dato importante para el debate.
Brasil es un espejo en el que deben mirarse otros países
latinoamericanos. En el análisis de las causas del reciente estallido realizado
por el líder del Movimiento de los Trabajadores sin Tierra Joao Pedro
Stédile(La Jornada, 25 de julio), destaca una crisis urbana provocada por el
capitalismo financiero con una enorme especulación inmobiliaria, venta
incontrolada de automóviles, caos vehicular y una década sin invertir en el
trasporte público. Añadiría que un
ingrediente básico de esa crisis es la aplicación de las llamadas políticas de
modernización agrícola, expulsoras de millones a las ciudades y, en el caso de
México, también a Estados Unidos.
Otra necesidad urgente de Brasil es una profunda reforma
agraria. La brutal represión de las policías estaduales controladas por
gobernadores de oposición ha añadido mucha indignación pero nadie la para.
Para los gobiernos
anti Consenso de Washington y para las formaciones populares que aspiran a
gobernar queda claro el imperativo de impulsar extensamente el transporte
público gratuito o a muy bajo costo. Buscando de una vez los sistemas menos
contaminantes y desestimulando todo lo posible el uso del ecológica y
culturalmente dañino automóvil.
Después de la rebelión brasileña nadie debería tener
dudas sobre el deber de los estados de garantizar gratuitamente la educación y
la salud integrales como derechos humanos primordiales, universales e
inalienables. Cuba demuestra hace muchos años la enorme cohesión social y
política y la cultura solidaria que genera el asegurar esos derechos.
Pero la solución de graves y grandes problemas sociales
no sólo deriva apoyo y consenso social. También diversidad sociológica y nuevas
culturas, apetencias y aspiraciones. Nuevas contradicciones sociales y políticas
en fin. Por eso para los gobiernos de orientación popular cada meta es un nuevo
punto de partida.
Cuando crece el empleo y el poder adquisitivo de la
población es indispensable estimular una gran elevación del nivel cultural y
del espíritu asociativo pues solo así es
posible dotar al individuo de las herramientas para cribar el barraje mediático
consumista e individualista.
Las protestas han demostrado el hartazgo de la gente con
los partidos políticos, incluyendo al PT. Por eso Dilma hizo tabla rasa al
convocar al debate público y al plebiscito, propiciando a la protesta callejera
una solución institucional a sus demandas. En las protestas no han intervenido
hasta ahora la clase obrera y otros sectores de trabajadores, los sin tierra,
los indígenas y los quilombolas, integrantes fundamentales del pueblo
brasileño.
Es indispensable que ellos participen del debate ya,
única forma de evitar el riesgo de una deriva antipopular del movimiento. Justo
lo que buscan Washington, la derecha y la corrupta mafia mediática, locos por
hacerse del gobierno en 2014.
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