Rafael Hojas Martínez
Periódico Trabajadores
¿Cómo logra una persona desdoblarse en tres sin que medie la ficción y sí el compromiso y la responsabilidad por su vida y la de otros? ¿Cómo hacer que dos partes bien diferentes: aliados y enemigos, crean en ti? ¿Cómo retomar su propia identidad al dejar otras dos una vez develada su labor como doble agente?
Quizás estas hayan sido las preguntas más recurrentes en aquellos primeros tiempos en que el profesor universitario Raúl Antonio Capote, se convirtió en el agente Daniel para los órganos de la seguridad cubana y en Pablo para la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
“Para hacerme convincente ante los ojos de un enemigo que tiene todas las técnicas modernas y los medios para comprobar a quien admite en sus filas —al cual no se puede subestimar, pues ha tenido éxitos a lo largo de la historia—, tuve que montar un personaje que nada tenía que ver conmigo ni con mi realidad.
“Lo logré porque la Seguridad del Estado tiene la experiencia de preparar agentes durante muchísimos años y te aferras a la idea de que no estás solo enfrentando al peligro. Hay momentos en que, una vez dentro de la piel del personaje, te lo llegas a creer y eso te trae conflicto con el resto de las personas que te rodean; eso lleva un cambio en tu manera de ser, de actuar, en tus relaciones personales.
¿El peor de los costos?
Te quedas sin amigos. Uno evita mantener las amistades porque pueden estar bajo la mira constante de ese enemigo. Fidel lo definió en 1987, cuando se hizo pública la labor de un grupo de agentes y lo calificó como “el sacrificio aparente de tu honor”.
¿Puede una persona transitar de agente a espía?
En el caso de Cuba no. La tarea principal de la seguridad cubana es puramente defensiva, no se prepara a los hombres para conseguir información sensible de cualquier esfera en otro país; lo que hacemos es obtener información para detener acciones criminales. Yo me moví en la esfera de la guerra cultural, de la subversión político ideológica, nunca se me pidió información secreta. Tenemos el derecho legítimo a la defensa, a tratar de desentrañar todas las maniobras que se hacen contra Cuba y denunciarlas. Quizás somos el único servicio del mundo que periódicamente realiza denuncias públicas. Es inusual que una agencia o un servicio especial presente a sus agentes ante la prensa.
¿En tu accionar fuiste enemigo de ti mismo?
Siempre estuve consciente de quién era. Recuerdo que en un momento determinado tuve un encuentro con 12 oficiales de la CIA que cumplían misiones diferentes en Cuba —no todos eran estadounidenses—, tenían currículos impresionantes: graduados de universidades importantes en el mundo, con más de 10 años de experiencia en diferentes países del excampo socialista. Cuando salí de esa reunión, me pregunté cómo rayos iba a enfrentar a esos hombres si solo soy un maestro de la Universidad; paseé por el malecón y me dije: quizás Raúl no pueda hacerlo, pero Daniel va a tener que hacerlo. Daniel no era un ente individual, tenía la seguridad de un equipo muy bien preparado que estaba detrás de mí. Yo no tuve contacto con la contrarrevolución, quienes se relacionaban conmigo eran norteamericanos o gente que trabajaba para ellos de América Latina y Europa, eran las amistades que demandaba mi trabajo. Te acompaña siempre la razón de que de un error tuyo depende la vida de una o muchas personas. Detrás de un análisis mal hecho puede haber un plan de sabotaje contra la economía o la propia existencia del país.
¿El momento más difícil?
Fue en el 2006. Me tocó participar en una acción en que se preparaba una agresión militar contra Cuba. Después de la proclama anunciando la enfermedad de Fidel, me citaron a la Oficina de Intereses, en La Habana, para comunicarme que el 13 de agosto un contrarrevolucionario realizaría una provocación en Centro Habana, que justificara una gran campaña mediática contra Cuba. Mi misión en ella era solicitar, a nombre del pueblo cubano, la ocupación militar de la isla. Jamás haría algo semejante. La acción fue abortada porque el provocador escogió otro escenario y no logró hacer el show, pero su realización hubiera significado el fin de mi labor y enfrentar las consecuencias que pudieran derivarse de aquella situación. Después pude ver cómo en Libia, en marzo del 2011, se aplicó el mismo guión utilizando exactamente a un escritor y profesor universitario, que hizo lo mismo que debía hacer yo en La Habana.
¿Cuál fue la reacción del enemigo ante la operación Caguairán?
No contaron con la unidad del pueblo; ellos nos subestiman, no acaban de entender a los cubanos.
¿En algún momento de tu labor se trató el caso de los Cinco?
Cada vez que se hizo siempre hablaban mal de los Cinco, en particular del asunto del espionaje, el derribo de las avionetas y la acusación contra Gerardo. Al hombre que me reclutó, Gerardo se le hacía indescifrable porque en la lógica de un oficial de la CIA cada persona hace todo lo posible por salvarse. Visto así, los Cinco se hubiesen declarado culpables. Ellos tienen una manera particular de construir el mundo y a sus semejantes, y nada puede estar fuera de su formulación. La situación conmigo lo demuestra: luego de haberse hecho público que yo era agente de la Seguridad del Estado intentaron llevarme a su redil nuevamente. No entienden que uno combate por convicción. Para ellos el trabajo secreto es una profesión, y es común que un agente labore para dos o tres servicios. Todo implica un pago. Yo conocí a un oficial de la CIA que era admirador del Che. Venía a Cuba, iba a Santa Clara a visitar el monumento, se sabía pasajes completos de su diario de campaña. Un día le pregunté, ¿cómo puedes tener simpatía por él y al mismo tiempo enfrentar a la Revolución cubana? Con tremenda franqueza me dijo: “Una cosa son mis convicciones y otra es mi trabajo”. Por eso se les hace difícil concebir a hombres como los Cinco. Y se ensañan contra ellos y contra Cuba; es el castigo a la insumisión, a quienes se niegan a bajar la cabeza.
En tu opinión ¿cómo llegar al pueblo estadounidense?
Romper el silencio cuesta un trabajo enorme; hay espacios que no hemos podido conquistar como son las universidades donde los estudiantes tienen una visión deformada de nuestro país. El sistema político norteamericano tiende a aplastar la rebeldía de esos jóvenes cuando culminan sus estudios, pero les es muy difícil controlarlos cuando están en las aulas. Por eso, debemos concentrar esfuerzos para movilizarlos, tocarles el corazón en torno a este caso.
¿Dónde se conecta Raúl Capote con los Cinco?
De muchas maneras. En la vida de agentes como Daniel, existen momentos en que el agotamiento físico y mental pareciera vencerlos. La intensidad del trabajo es extenuante; muchas veces yo llegaba a la casa, me ponía a transmitir información hacia los Estados Unidos y a hacer análisis con los oficiales de la CIA hasta las cinco de la mañana, y tres horas después tenía que dar clases en la Universidad. Hubo momentos en que pensé que no podía resistir. Sin embargo, cuando piensas en Gerardo, en Fernando, en Tony, en Ramón y en René, nada tiene comparación. ¿Qué sacrificios hacemos nosotros semejantes a los de ellos?
¿Qué estás haciendo ahora?
Yo tenía una especie de desesperación por contarle a la gente lo que estaba pasando, porque veía las dudas de mis estudiantes, las lagunas que tienen en la asignatura de Historia y trataba de corregir eso con todos los argumentos posibles. Era muy sincero con mis alumnos; eso funcionaba para el enemigo, pues era muy importante que yo pareciera cada vez más revolucionario para escalar posiciones y ganarme la confianza de la gente. Hasta me enviaban a agentes de la CIA para prepararme sobre cómo debería portarse un revolucionario. Era muy extraño, pero ocurría. Mientras la CIA pensó que lo hacía para ellos, yo lo estaba haciendo por Cuba, estaba formando revolucionarios. Cuando salió a la luz Razones de Cuba, pedí recorrer el país, conversar con los estudiantes y explicarles qué cosa está pasando y quién es el enemigo. Llevo casi dos años de universidad en universidad, de escuela en escuela. Disfruto los encuentros con los miembros de la FEEM, esos muchachos son inquisitivos, irreverentes y eso les da una riqueza extraordinaria a los debates. Yo he aprendido mucho con ellos, más que ellos conmigo y lo que más he aprendido es a escucharlos. Hay que dedicarles tiempo, yo pienso que todo el que pueda ir a las secundarias básicas y a los pre a escucharlos debiera hacerlo: dirigentes del país, personas con información. No podemos subestimarlos. Es bueno que eso ocurra, ese contacto directo entre los dirigentes y los estudiantes es imprescindible, por el efecto que tiene. Voy en paz por las calles de mi país, y si el enemigo hiciera algo en mi contra se buscarían un lío del carajo, porque una de las experiencias más grandes que tengo y a lo que me cuesta acostumbrarme es al cariño de la gente.
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