Enrique Ubieta Gómez
I
Un excelente
pelotero cubano abandona su equipo ganador en plena temporada beisbolera y se escabulle
hacia un país desconocido. Su razón: vender como agente libre su fuerza de
trabajo deportiva a las Grandes Ligas. Por las recientes cifras pagadas a otros
coterráneos y ex compañeros del equipo nacional –que “escaparon” antes, como
él–, podría aspirar con justificada razón a embolsarse una cifra superior a los
cuarenta millones de dólares. El pelotero no puede acceder a un contrato similar
desde su país, porque el gobierno estadounidense prohíbe que sea contratado si
antes no escenifica el show mediático de una “fuga”, y politiza su decisión. Prohíbe
incluso que las federaciones latinoamericanas, subordinadas a las Grandes
Ligas, lo contraten, si antes no deserta.
Ante la
disyuntiva, elige la “fuga”, es decir, asume que la pelea no es suya, sino
entre los gobiernos de Cuba y de Estados Unidos. Lo hace, sabiendo o
desconociendo (qué importa, para los adultos no vale la inocencia) que las
Grandes Ligas pagan su calidad y al mismo tiempo, el progresivo
desmantelamiento del deporte alternativo en Cuba, y que el gobierno enemigo lo
recibe y exhibe como “refugiado político”. No está de moda la palabra, pero
(se) traiciona. Algunos conocidos dicen, encogiéndose de hombros: es
inevitable, nada podemos hacer frente a la fiesta de los millones. El dinero
manda. Y es obvio que Cuba jamás podría ni querría pagar esa suma (si la
pagara, ella misma habría desmantelado el deporte alternativo). ¿Y qué
importancia tiene para unos u otros su existencia? Pues que es una de las
expresiones más exitosas de las nuevas relaciones anticapitalistas creadas por
la Revolución.
Las medallas
que Cuba obtuvo durante décadas en Olimpiadas y campeonatos del orbe eran de
verdad, aunque la propaganda enemiga trata de disminuirlas. Junto a esas
medallas están los records de nuestros atletas. Y la decisión de estos de no
traicionar el espíritu antimercantil del mal llamado deporte amateur. ¿Cuántos
millones rechazaron Teófilo Stevenson y Omar Linares, o más recientemente Alfredo Despaigne, para solo citar algunos ejemplos? Hoy, los peloteros y
deportistas cubanos son reconocidos como profesionales, eso está bien, lo que
no significa que estén sujetos a las leyes del profesionalismo, es decir, del
mercado, lo cual está mejor. Sí, es una manera conciente de ideologizar la
pelota, de preservarla como juego sano, porque si no la ideologizamos, la ideologiza
el mercado: transforma el juego sano en mercancía. “Sí, soy revolucionario”,
dijo firme y claro Antonio Muñoz, el Gigante del Escambray, en Miami, a los
interesados aduladores. “Con lo que gano en Cuba vivo”, agregó.
Hoy, nuestros
peloteros ganan un salario digno que se incrementa según el rendimiento, y reciben
otras facilidades materiales, pueden contratarse en el circuito profesional
japonés, y –acaba de suceder con algunos de ellos– ganar en apenas una
temporada hasta un millón de dólares. Pero no basta, dicen. Cuarenta millones
son más que un millón. La guerra es asimétrica, porque el desafío se plantea en
el terreno de los intereses materiales, que es el de ellos. Replanteémosla en
el nuestro: el de la conciencia. O se construye una muralla de principios, de
razones, de afectos, o habrá triunfado la cultura del tener, el “todo vale”
capitalista. ¿Acaso es inevitable?
II
No puedo decir
qué piensa o siente un médico cubano, intensivista, con varias misiones
cumplidas (Guatemala, Venezuela, Haití), cuando alguien aparece en su casa, el
día de su descanso, y le pregunta sin miramientos: ¿partirías mañana para
Liberia, o para Guinea Conakry o para Sierra Leona, a combatir el ébola, la
epidemia más letal que enfrenta hoy la Humanidad?, ¿pondrías en riesgo tu vida
por esa causa? Pero puedo contar lo que, a veces, sucede: el médico acepta y en
tres horas empaca y se despide de padres, esposa e hijas. Se une en La Habana a
otros cientos que también han aceptado.
La prensa de la
contrarrevolución –no la global, la que cotidianamente reproduce los valores de
la insolidaridad, sino la subalterna, la mediocre prensa que se empeña en
desmantelar la Solidaridad cubana, y elogia la actitud de los peloteros que por
cuarenta millones o más, creen que es lícito hacer cualquier cosa–, intenta
atemorizar a sus familiares, e insinúa sin pudor que esos médicos y enfermeros
viajan forzados por “el hambre”, a cambio de un pago escasamente superior. Para
los cínicos, es una respuesta tranquilizadora. Los que se encogen de hombros
ante cada deserción, porque, dicen, “hay que adaptarse al mundo en que
vivimos”, suspiran complacidos.
Como no puedo
decir qué piensa o siente un médico cubano que decide arriesgar su vida,
reproduzco la respuesta del doctor Iván Rodríguez Terrero –la suya, no la de otra persona interesada– en una
entrevista que le hiciera la periodista Yuliat Acosta para La Calle del Medio:
“Soy consciente de que es una misión a
la que sabemos que vamos, pero de la que no podemos garantizar el retorno. (…) Tus
hijos están dolidos, pero se sienten orgullosos. Tu esposa está triste porque
te vas y a veces las misiones traen miles de dificultades, pero a la vez se siente
orgullosa. Y que mis hijos digan: ¡mi papá fue a cumplir una misión arriesgada,
tuvo el valor de ir!, sirve de estímulo también para tu familia.
(…) Cuando a nosotros nos dijeron del
Ébola, nadie preguntó: ¿nos van a pagar? Nunca me ha preocupado eso. Mira, si
me hubiese interesado el dinero hubiese dicho: no, espérate, no voy. Yo tengo
ya un poco de misiones de riesgo, tengo derecho a cumplir una misión compensada
con mejores condiciones. Te digo más, yo estaba de certificado, tengo un dedo
del pie fracturado, eso aquí no lo sabe nadie, y me dije: ¡me voy!”
III
Esos
médicos y esos peloteros, los que rechazan las ofertas que pisotean principios y
los que las aceptan, viven en la misma sociedad. El problema no es que alguien
quiera ganar mucho dinero, es lo que estaría dispuesto a hacer para ganarlo,
qué entregaría a cambio. Habrá que construir consensos para la Cuba socialista
que queremos y rechazar los que construye la globalización capitalista. Los
consensos no son verdades. Fidel es irrepetible, pero ello no significa que
debamos domeñar los sueños. Los que creen que las cosas sin él ya no pueden
ser, no confían en el pueblo, en su historia heroica (ni entendieron a Fidel). Es lo que cree el
imperialismo, por eso podemos vencerlo. Los cientos de médicos y enfermeros que
partieron hacia África, son una prueba irrefutable: en el pueblo hay reservas
morales que esperan, que necesitan ser convocadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario