“Un hombre llamó a la puerta del rey y le dijo, Dame un barco”(1). Así comienza una hermosa narración de José Saramago, cuya primera edición se destinó a recaudar fondos de ayuda a Centroamérica. Pero los hechos ocurrieron de otra manera: el pueblo acudió impaciente al palacio real y no esperó a que el monarca concediera el deseo. Tomó el barco por asalto como el cielo de la esperanza. Desde entonces La Isla Desconocida --que así cuenta Saramago que se llamaba la embarcación-- navega en pos de sí misma, la utopía en pos de la utopía, buscándose y hallándose siempre a medias, en mares cercanos a los dominios reales.
Cuarenta años después, los tripulantes de ese barco –los hijos y en ocasiones, los hijos de los hijos de aquella primera hornada de revolucionarios--, han desembarcado también en Centroamérica como brujos modernos en batas blancas, transformando repentinamente en nueva embarcación la selva hondureña, guatemalteca y nicaragüense. Los reyes miran estupefactos, no pueden prohibir; los soldados inspeccionan los embarques, pero no hay armas; vidas que no estaban registradas se salvan; la selva que parecía tierra firme se ha hecho a la mar. Porque basta que los sueños se organicen –sin dejar de ser sueños--, para que un pedazo de tierra hinche sus velas y levante anclas.
Yo pertenezco a la generación de cubanos que no vivió la emoción de la partida. Soy un hijo de los primeros tripulantes. Mis juegos infantiles transcurrieron en la cubierta, las bodegas y los camarotes. Aprendimos a disfrutar una puesta de sol y a soportar las tempestades. Tan natural nos parecía el movimiento, que algunos llegaron a creer que era la tierra que se avizoraba en el horizonte la que se movía y otros añoraron desesperadamente la inmovilidad. Pronto comprendimos, sin embargo, que aunque los pueblos se muevan perviven en su seno hombres y mujeres inmóviles. Cada persona puede navegar o no, en sí misma.
Navegar es un oficio duro, expuesto, que curte la piel y el alma; pero nos hace dueños absolutos de la esperanza. Palabra abstracta esta para quienes viven y mueren en la quietud. Una esperanza abierta a los vientos, como las velas de un barco, no es una promesa. Se busca haciendo. El hacer diario produce el movimiento; un médico que cura a un enfermo o mitiga el dolor, iza una vela. Haciendo bien y mal las cosas –y de vez en vez, cosas que simultáneamente están bien y mal--, la Revolución nos crió, a sus hijos y a sus nietos. Fue severa y también paternalista con nosotros, prohibió y estimuló la rebeldía inaugural, quiso que leyéramos y quiso que creyéramos, enriqueció y cultivó la individualidad en la entrega colectiva. Nos legó la inconformidad y la necesaria autoestima para sobreponernos. Cada mañana de nuestras vidas hemos sentido en el rostro el viento cálido de la esperanza. Sentir, vivir la esperanza, no es esperar.
La cotidianidad nos hace reír, en ocasiones llorar; en la oscuridad de los apagones hablamos de París, del año 2000, dramáticamente cercano, y de la irresponsabilidad laboral del hombre o la mujer que mañana estará o estuvo ayer en la selva de algún país entregando su sangre, sus sueños, entregándose, y ahora se cansa de las guaguas, pero asiste a la marcha o se emociona en silencio hasta las lágrimas cuando depositan en tierra cubana los restos de Tania la Guerrillera. Durante los apagones, irreverentes, nos abrazamos a las estrellas, aunque hay quienes se esconden, amenazantes, en falsos oasis citadinos de luz. Los peligros de siempre acechan.
Algunos abuelos, algunos padres y también, naturalmente, algunos hijos, han regresado a tierra firme. Algunos más, han construido sus islotes en alta mar. Detestan los riesgos del movimiento, se cansan, tienen ese derecho. Pero otros muchos navegan, discrepan, se apasionan. Con buen tiempo, el barco parece ser sólo una isla. El mal tiempo une, borra las edades. Hacer, crear, es el verbo martiano; la creación es difícil, angustiosa, contiene y supera a la crítica necesaria. Aunque, frente al viejo mapa oceánico, discutimos con frecuencia: no hay rutas seguras para encontrar la isla desconocida. Y hemos hallado más de una. Cada generación debe enfrentar el reto de encontrar la suya.
En el puente de mando cuelga la vieja brújula. Y algunos retratos de ilustres navegantes: el Padre de las Casas, Antonio Maceo, Julio Antonio Mella, el Che y también, por supuesto, José Martí y Carlos Marx. El incipiente capitalismo nos amasó en el barro cultural de pueblos distantes, y sólo la integración de fuentes y aspiraciones pudo engendrar la nación. La justicia social es el acto fundacional de la independencia cubana. Cuba es la esperanza, en un nuevo mundo cada día más viejo. No somos nosotros los náufragos. Cuba es una isla que navega. El planeta es una isla que naufraga y que puede hacernos naufragar. Desde 1894, cuando el imperialismo norteamericano apenas iniciaba su ciclo hegemónico, está vigente la sentencia martiana: “Quien se levanta hoy con Cuba se levanta para todos los tiempos”. La Revolución martiana y fidelista es hoy un hecho de trascendencia mundial. En Centroamérica, en el Caribe, en África hay y habrá Revolución Cubana, porque nosotros encontraremos siempre la manera de hacernos a la mar.
(Texto leído en el Taller Internacional "Cultura y Revolución. A 40 Años de 1959", efectuado en Casa de las Américas, el 4 de enero de 1999. El 12 de abril de ese año el autor iniciaría un recorrido de once meses por Nicaragua, Honduras, Guatemala y Haití que posibilitaría la preparación de su libro La utopía rearmada, La Habana, Casa Editora Abril, 2002).
El cuento es muy bonito, pero carga una falacia implícita. El barco existía desde antes, no surgió de la nada el día en que el pueblo se presentó ante el rey. En ese barco ya vivían personas.
ResponderEliminarDe hecho el barco no es de la propiedad de los "primeros tripulantes", el barco es una nación que es de todos los ciudadanos, de los de antes pero también de los que nacieron en ella después.
La única solución para los que no estan de acuerdo con el rumbo que trazaron los "primeros navegantes" no puede ser "irse a vivir a tierra firme" porque entonces es un secuestro.
"Cada generación debe enfrentar el reto de encontrar la suya" nada más apartado de la realidad. Eso cómo único haciendo un motin. Porque los "primeros tripulantes" siguen con su rumbo.
Bienvenido Alejandro a mi blog. Gracias por comentar. Este texto toma como referente un cuento largo de Saramago (“El cuento de la isla desconocida”) que su autor publicó de forma independiente, como un pequeño libro. Acepto que toda obra literaria tiene diferentes interpretaciones. No obstante, para mí “la isla desconocida” es un país, pero también es un sueño, una esperanza, un proyecto: lanzar al mar, es decir, poner en movimiento un “lugar”, o un “grupo humano”, es empujarlo a soñar, a transformar su realidad en busca de un horizonte que nunca puede alcanzarse –siempre está allá, inatrapable, incitándonos a su conquista--: “Porque basta que los sueños se organicen –sin dejar de ser sueños--, para que un pedazo de tierra hinche sus velas y levante anclas”. El barco no es algo que estaba ahí desde antes, como dices, no es una población “secuestrada”; el barco no existía. Un barco en tierra es un edificio como cualquier otro. Regresar a tierra firme no es “irse del país”, no es un cambio de espacio físico, es dejar de soñar y de luchar por los sueños (por la utopía colectiva que cada generación debe enarbolar, continuidad y superación de la anterior, porque si el barco se ha movido, el horizonte, aunque siga pareciendo el mismo, ya es otro). “Tan natural nos parecía el movimiento, que algunos llegaron a creer que era la tierra que se avizoraba en el horizonte la que se movía –tan acostumbrados estábamos al movimiento que algunos creyeron, creen, que el Sueño Cuba, la Utopía Cuba o el Proyecto Cuba, como quieran llamarle, permanece estático, cuando en realidad solo la Isla Desconocida se mueve en un mundo petrificado-- y otros añoraron desesperadamente la inmovilidad. Pronto comprendimos, sin embargo, que aunque los pueblos se muevan perviven en su seno hombres y mujeres inmóviles. Cada persona puede navegar o no, en sí misma”. Los seres humanos se cansan de soñar y de luchar amigo mío, y a veces terminan por refugiarse en un individualismo cínico que garantice al menos el bienestar personal.
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