Jorge Gómez Barata
Cubasí.cu
Hay una sola ─aunque extraordinariamente poderosa─ razón que explica por qué, a lo largo de una década y media, Hugo Chávez se ha mantenido en la cúspide de las preferencias políticas del pueblo venezolano y ha ganado una elección tras otra y, en la más reciente, enfermo y acosado desde todos los frentes y con todos los medios, se impuso a un candidato que en cualquier otra época hubiera sido ganador.
La razón por la cual el líder bolivariano, a pesar del cerco mediático y la hostilidad de la reacción mundial, se impone en los corazones, las mentes y en las urnas es la misma por la que antes lo hicieron Lázaro Cárdenas, Juan Domingo Perón, Getulio Vargas y Juan José Arévalos.
No se trata sólo de carisma sino de los motivos por los cuales, contra viento y marea y ante la opulencia del imperio, Fidel Castro, al frente de la Revolución Cubana sostuvo el poder mientras las fuerzas le alcanzaron y luego, sin desmovilizarse ni temer por el destino de la obra, se desplazó tranquilo a los cuarteles de invierno.
Por la vigencia de una regularidad política tan eficaz como universal, la razón por la que esos y otros líderes latinoamericanos sobrevivieron a circunstancias aterradoramente adversas, es la misma por la que Abraham Lincoln fue reelecto en medio de la Guerra Civil, Franklin D. Roosevelt gobernó cuatro períodos.
De lo que se trata es que allí donde la democracia alcanza mínimos de eficacia porque lo quieran las élites o porque la hace funcional la revolución, las fuerzas avanzadas ganaran siempre porque en todas partes los pobres y los que luchan por una vida mejor son más. El voto es la más grande conquista popular de todos los tiempos.
No hace falta ser un gurú para predecir que Lula, Cristina, Evo, Correa, Dilma y Ortega ganarán cuantas veces se postulen, ni experto para afirmar que si las circunstancias sobrevenidas impiden a Chávez gobernar, Maduro o cualquier otro candidato de la Revolución bolivariana ganarán, cosa que saben los sectores ilustrados de la oligarquía venezolana, entre otros Capriles Radonski a quien no le entusiasma la perspectiva de perder otra elección; también lo intuyen los tanques pensantes del Potomac que aconsejan moderación.
En el siglo XX la izquierda socialista de inspiración soviética imitó a Lenin y a Stalin, ambos muertos en el cargo e incurrió en el grave error de dudar de que la obra podía sobrevivir a los líderes, deificándolos hasta creerlos imprescindibles y sostenerlos más allá de lo razonable, creando efectos inversos.
La nueva izquierda latinoamericana no sólo no debe sino que no puede incurrir en tales errores. La profundidad de la revolución trasciende lo efímero de una vida para alcanzar a una época toda. El más allá político existe y es un capital que bien administrado sobrevive a los precursores y forjadores.
Por La Habana, aun cuando no pudieran verlo ni abrazarlo por prescripción médica, desfilan presidentes, enviados especiales y ministros de numerosos países que en solemne procesión vienen a patentizar su reconocimiento al hombre que cuando no pueda hacerlo en la existencia, lo hará en su obra, pero definitivamente, ¡vivirá y vencerá!
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