Ahmed Pérez Morejón.
El socialismo cubano, que vino al mundo fusionando las ideas sobre la lucha de clases de Marx, Engels y Lenin con el pensamiento independentista de Céspedes, Gómez, Maceo, Mella y Villena, y otros muchos patriotas, y que tiene en Martí su expresión más universal- unido al legado fecundo de los próceres del continente- nos ha regalado a lo largo de estos 50 años innumerables proezas.
A fuerza de llevar adelante, a contracorriente de élites imperiales que no renuncian a engullirnos, un sistema político y social que, para infortunio de los adversarios, jamás fue “copia y calco” sino “creación heroica” como deseaba Mariátegui, nos acostumbramos a suscribir paginas pletóricas de gloria donde el pueblo, desde su cotidianeidad inconmensurable, es el verdadero protagonista.
Por estos días, exactamente entre el 2 y el 18 de agosto, celebramos en el campo del deporte 20 años de una de esas hazañas de honda repercusión: los XI Juegos Panamericanos Habana 91.
En un acto de justicia aquella fiesta de la juventud fue calificada por Mario Vázquez Raña, presidente de la Organización Deportiva Panamericana (ODEPA), como “´los mejores de la historia”, reconociendo así cientos de jornadas de intensa labor donde millones de ciudadanos – desde la más alta dirección del país hasta el más humilde de sus trabajadores – se consagraron a garantizar la infraestructura atlética, y la logística complementaria, que asegurara el éxito de la justa multideportiva.
En realidad los cubanos tuvimos que esperar injustamente todo un ciclo para festejar, debido a que se nos impidió ser anfitriones de la X Edición, luego de que solicitásemos ese derecho, a partir de la renuncia del gobierno fascista de Pinochet y la imposibilidad económica de Ecuador, subsede previamente acordada, de asumir un compromiso de tal envergadura. En aquella ocasión la ODEPA decidió, luego de burdas manipulaciones yanquis, conferir a Indianápolis la convocatoria correspondiente a 1987.
La posición firme de nuestro gobierno, exigiendo de dicha organización disculpas públicas, y el incuestionable prestigio del movimiento deportivo peninsular, no dejaron márgenes a dudas para el certamen de 1991.
Fue entonces que comenzó la batalla del honor por cumplir los acuerdos contraídos, más que con una entidad específica con los hermanos de la región, de hospedar a los mejores exponentes de la actividad física regional, con el consiguiente honor que representaba para los cubanos brindarles el cariño y respeto que nos distingue como pueblo.
De esa manera nos dedicamos a trabajar, sin escatimar esfuerzos, aún en circunstancias adversas para la economía doméstica, dañada en la yugular a partir de los complejos acontecimientos que tenían lugar en la antigua URSS, y el resto de los países de Europa del Este, convencidos de que respaldaríamos con nuestra actitud consecuente la palabra empeñada, entregando instalaciones confortables, dotadas de las exigencias planteadas por cada Federación.
Los enemigos viscerales pretendieron boicotear las festividades valiéndose de los más insospechados ardides pero, como el resto de las veces, se fueron de bruces incluso antes del acto de apertura, debido a que se inscribieron 4519 participantes de 36 países, en ambos casos cifras récords para estos eventos. Por cierto la ceremonia inaugural, bellísima por su cubanía y espíritu latinoamericano y caribeño, estuvo cargada de emoción de principio a fin, demostrando que estos intercambios fraternos reclaman más la compenetración entre los diversos representantes culturales que fastuosidades tecnológicas inalcanzables para las grandes mayorías.
En el plano propiamente competitivo los 633 hombres y mujeres de casa aspiraban a preservar el segundo peldaño por naciones, conquistado invariablemente desde Cali en 1971, porque aunque algunas de las grandes estrellas norteñas no asistieron por causas de diversa índole, parecía lejana la posibilidad de destronarlos máxime si consideramos que su comitiva era la más numerosa, con 656 integrantes que intervendrían en 31 disciplinas.
Sin embargo nuestros muchachos, alentados hasta el delirio por una conocedora afición que repletó cada escenario, se crecieron de tal forma que enviaron a los de la tierra de Lincoln al subcampeonato. En este contexto dicha hombrada solo la protagonizaron con anterioridad los representantes de Argentina, durante la justa fundacional desarrollada precisamente en tierras gauchas, en 1951.
La demostración de la embajada caribeña se convirtió en algo sencillamente apoteósico al cosechar 140 coronas (Estados Unidos obtuvo 130), 82 preseas plateadas y 63 de bronce, incluyendo agenciarse la primera y última medallas puestas en disputa, mediante las piernas del maratonista Alberto Cuba y las manos de los voleibolistas, conducidos magistralmente por Orlando Samuells.
Sería imposible recoger todos los hitos acaecidos en la lid pero vale la pena resaltar, entre muchos descollantes, los 4 títulos, y una plateada, del imberbe gimnasta Eric López, quien comenzaba de esa forma una carrera brillante que lo llevaría a conseguir el mayor número de éxitos a este nivel de todos los tiempos, acumulando hasta la porfía de Santo Domingo, en el 2003, 19 trofeos.
Asimismo acaparó titulares la victoria en ambos sexos de las escuadras de voleibol (el sexto consecutivo hasta ese instante de las Espectaculares Morenas del Caribe) reeditando lo que, a la escala más elevada, alcanzamos en las Copas del Mundo de 1989. Algo similar correspondió al escopetero Guillermo Alfredo Torres, autor en el skeet de un récord mundial, y a la formación boxística comandada por el inigualable Alcides Sagarra, que se llevó 11 de las 12 diademas disputadas sobre el cuadrilátero. La misma suerte del colectivo femenino de judo que, de la mano del “General Veitía”, se agenció 8 medallas doradas en los tatamis de la hermosa Sala Polivalente Alejandro Urgellés, en la Heroica Ciudad de Santiago de Cuba, subsede fenomenal de diversas modalidades.
Y por supuesto los elogios devinieron completos con la sonrisa en el beisbol, teniendo como elemento primordial el no hit no run de Jorge Luis “Tati” Valdés, el Zurdo de Oro de la pelota nacional, frente a Canadá; el cuadrangular de Lourdes Gourriel y el fildeo de Germán Mesa contra los estadounidenses y los seis inatrapables, con 3 jonrones a cuesta, de Ermidelio “el Inmenso de Jobabo” Urrutia, en la final ante Puerto Rico.
Esas, y la victoria de Mayito en la natación – uno de los momentos más espectaculares junto con los triunfos del polo acuático masculino y de la estafeta larga en la pista con el cierre brillante de Lázaro Martínez – al igual que el resto, permanecerán grabadas de manera imborrable en la memoria de los que disfrutamos cada instante de los Juegos.
Y especialmente ningún cubano olvidará, ni por supuesto los atletas foráneos (ahí está la narración de la estelarísima canastera auriverde Hortensia Macari) la presencia permanente de Fidel en cada instalación desplazándose a velocidades siderales para no ausentarse a los momentos cumbres del Canal de Remo José Smith Comas al Coliseo de Vía Blanca y Boyeros, o del Complejo de Piscinas Baraguá al Latino.
Nosotros estábamos acostumbrados a su aliento, pero los visitantes quedaron atónitos por dialogar distendidamente con un Jefe de Estado. Indiscutiblemente que a lo largo de esas faenas observar a Fidel sonriente y feliz como un niño ante cada triunfo, fue la mayor recompensa para millones de cubanos que seguíamos la justa a través de la radio y la televisión.
En enhorabuena este aniversario que debe servir, a los deportistas de hoy – en circunstancias diferentes luego de la irrupción y dominio del profesionalismo en el concierto olímpico - como acicate para alcanzar nuevos éxitos, y para el pueblo como otro de sus testimonios sagrados, al igual que la Campaña de Alfabetización, las Misiones Internacionalistas en el África o la asistencia médica solidaria en Barrio Adentro, que refrenda el concepto de que para los revolucionarios no dejará de existir el ¡Si se puede!.
Yo estuve en Cuba desde el 19 de julio de 1991 hasta el 31 de julio. En un principio ibamos a estar hasta el 1 de agosto inclusive, por lo que yo tenía la idea de ir a ver la inauguración de los juegos. Pero lamentablemente la empresa de turismo nos informó que por un error la vuelta era para el 31, por lo tanto me tuve que conformar con ver la inauguración acá en Buenos Aires por TV. Fue una ceremonia maravillosa, lástima no haber podido presenciarla en vivo. Por lo menos me quedó de recuerdo un llavero con el tocoloro (mascota de los juegos) que tengo colgado en mi biblioteca. Saludos a los hermanos cubanos, ojalá algún día pueda regresar.
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