Nicanor León Cotayo
Tuve el honor de escribir el primer libro sobre el vil sabotaje en pleno vuelo a un avión civil cubano, ejecutado el 6 de octubre de 1976 frente a las costas de Barbados, donde arrancaron la vida a 73 personas.
Nunca olvidaré ese día, luego que el hoy fallecido poeta Joaquín G. Santana me trasladara desde el aeropuerto internacional José Martí, donde arribé procedente de la entonces República Democrática Alemana, hasta la librería situada en las calles 27 y L del Vedado habanero.
En la fachada de su edificio habían colocado una gran reproducción de la cubierta (portada) del libro, y en la calle paralela observé un espectáculo que aún me acompaña: una muy larga hilera de personas de todas las edades en varias cuadras que aguardaban para adquirir Crimen en Barbados.
Solo algunos de sus pasajes iniciales, a pocos días de esa masacre, ya mostraban un conjunto de evidencias respecto a la ejecución de un sabotaje, y ya señalaban por sus nombres a los terroristas Luis Posada Carriles y Orlando Bosch Avila como los terroristas que planearon y dirigieron esa fechoría, no ajena a dictados de la CIA.
Primero fueron detenidos en Trinidad y Tobago los venezolanos Hernán Ricardo Losano y Freddy Lugo, quienes por órdenes impartidas en Caracas por Posada Carriles y Bosch colocaron los artefactos explosivos en el vuelo 455 de Cubana de Aviación, que luego de haber iniciado su recorrido en Guyana prosiguió hacia Trinidad y Tobago y más tarde hacia Barbados, de donde seguiría a Jamaica para terminar en La Habana.
Alrededor de diez minutos después que la aeronave CUT-1201 (modelo DC-8 salió de Seawell, aeropuerto internacional de la pequeña isla de Barbados, en la torre de control de esa terminal aérea se recibió un mensaje urgente reportando una explosión a bordo y a continuación un incendio, mientras la nave caía aceleradamente.
La primera versión difundida por medios de difusión masiva de los Estados Unidos fue que en aguas del mar Caribe un avión cubano de pasajeros había sufrido un “accidente”
Sin embargo, importantes periódicos del mundo, como el francés Le Figaro, luego de referir la conversación del piloto con la Torre de Control aseguró que la tragedia “podría tratarse de un atentado”.
Nueve días después del sabotaje, la policía de Venezuela emitió un comunicado en el que dio a conocer los nexos existentes entre los dos mercenarios de ese país detenidos en la capital de Trinidad y Tobago con Luis Posada Carriles y Orlando Bosch Avila.
Un reporte de la policía de Barbados que circuló entonces aseguró poseer elementos concretos acerca de los vínculos establecidos allí entre los involucrados en el planeamiento y ejecución del asesinato.
El 15 de octubre del mismo año, Fidel Castro habló ante un millón de cubanos que en La Habana despidieron a las victimas del genocidio, representadas por los restos de solo ocho de ellas que pudieron ser recuperados del mar.
Recordó que en ese acto vandálico murieron 57 cubanos, 11 jóvenes guyaneses, seis de ellos seleccionados para realizar estudios de medicina en Cuba, y cinco destacados ciudadanos de la República Popular Democrática de Corea que visitaban países de América Latina en viaje de amistad.
En otra parte de su discurso acusó a la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) de ser la máxima responsable de esa agresión contra un avión comercial de su país, afirmación que demostró con hechos concretos.
Trató de responderle el secretario norteamericano de Estado, Henry Kissinger, quien se atrevió a declarar que, a pesar del rumbo que iban tomando las investigaciones, su Gobierno “no tiene absolutamente algo que ver” con la destrucción de esa aeronave cubana.
Por aquellos días se reveló que fue localizado un gran arsenal de armamento moderno y una emisora de onda corta en la titulada empresa de Investigaciones Comerciales e Industriales, bajo la jefatura de un grupo terrorista que comandaba Luis Posada Carriles, un experto en explosivo acusado de aplicar torturas cuando fue jefe de operaciones de la policía secreta venezolana (DISIP)
Y ese conjunto de hechos tuvo lugar solo algunas semanas después del sabotaje en pleno vuelo al avión comercial cubano, hace ahora tres décadas y media.
Más tarde continuó un extenso rosario de agresiones terroristas que incluyeron, entre otros, desde ataques por mar a territorios de la isla, intentos de asesinatos a dirigentes del país, colocación de bombas en centros turísticos, introducción de virus que ocasionaron graves afectaciones a la vista, la muerte de numerosos animales del sector ganadero y daños a plantaciones.
De ahí que el Crimen de Barbados sea considerado por muchos como el acto más atroz llevado a cabo contra Cuba durante los últimos 50 años, pero no el único.
Elemento muy significativo en esa historia es que sus autores son conocidos, incluso, como en el caso de Luis Posada Carriles y Orlando Bosh Avila, quienes se han ufanado de ello con total impunidad en periódicos como The New York Times y la televisión de Miami.
En agosto de 1994, Posada Carriles Posada Carriles publicó un libro, Los Caminos del Guerrero, donde narró en detalle la forma en que la CIA y grupos terroristas de Miami lo “escaparon” de la prisión de alta seguridad donde estaba recluido en Caracas por su descubierta participación en los hechos de Barbados.
Pero cuando años después en El Paso, Texas, las autoridades norteamericanas le diseñaron una caricatura de juicio, lo acusaron de todo, menos de terrorista.
Gran incongruencia, cuando se recuerda que desde 1998 en Estados Unidos fue montado un proceso repleto de irregularidades contra cinco cubanos que se infiltraron allí en bandas terroristas asentadas en Miami para frustrarles planes que afectaban los intereses de ambas naciones.
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