Durante la presentación del libro Sentido intelectual en era de globalización mecánica en la Feria Internacional de La Habana, junto a su autor Jorge Ángel y a Enid Vian, editora.
Rafael Pla LeónEl tema que aborda este libro es de esos que a los intelectuales no nos puede dejar indiferentes, pues se trata del sentido de nuestras propias vidas. Periódicamente se presenta y exige que se le considere, como si antes no se hubiese tratado ya, como si no hubiese quedado claro cuál es la posición que se debe tomar en situaciones de tensión. Ya fue tratado en los sesenta, cuando la Revolución cubana puso sobre el tapete el sentido de los intelectuales ante la realidad que los absorbía o los marginaba, según el caso. Lo trajo también la época de la “perestroika”, pero con otro designio. ¡Qué tiempos aquellos en que los tiempos mutaban de significado, poniendo a la derecha lo que estaba a la izquierda y a la izquierda, lo que estaba a la derecha! En esa época se requería de definiciones a la hora de orientar el pensamiento en sentido intelectual.
Pero nunca como la época actual, en que, agotado por sus propias contradicciones, el capitalismo se enreda en una crisis de turno, probablemente no la definitiva, pero no porque falten condiciones para ello. El sentído intelectual de la época vuelve a requerir un fino olfato para no equivocar de nuevo el tiro. Muchos son los retos, y nuevos; y muchas las esperanzas de que se renueven las fuerzas que quedaron vencidas ante la avalancha de la restauración antisocialista. Lo nuevo, lo verdaderamente nuevo de la situación contemporánea es el agotamiento absoluto de los recursos de seda del capitalismo. El neoliberalismo fue ya —ideológicamente hablando— un truco que pasaba por nuestras narices los conejos y las palomas. Hoy, dejarse engañar por esos trucos solo puede hacerlo alguien que preste a ello su voluntad.
El libro de Jorge Ángel es entonces un libro oportuno, que se inserta en la corriente de recuperación del pensamiento respecto de aquella ola de conservadurismo anticomunista que hizo leña del árbol caído —y bien caído, no digo que no. No está solo, pero es bastante raro en nuestros medios, donde abundan intelectuales críticos que la toman contra ideales sociales que no se vieron bien defendidos, o intelectuales “dóciles, al amparo del presupuesto”, que repiten verdades que quedan a medias, como dejando de decir la otra mitad que les pondría en peligro sus privilegios.
El libro está muy bien planteado como ensayo, y aunque no se han hecho concesiones al intelecto fácil, no es una lectura que se sufra. Se tratan en él los temas según una lógica que por momentos recuerda a la academia, se maneja una profusa bibliografía que muestra cuán enterado está el autor de las corrientes más contemporáneas y sus autores representativos. Pero lo más sintomático parece ser la orientación de pensamiento crítico que mantiene el autor con las tendencias dominantes de la globalización capitalista y no solo, sino también con aquellas tendencias de pensamiento que dieron al traste con la experiencia socialista del siglo XX.
Jorge Ángel rompe sables con los burócratas que no supieron —no les interesó— defender el socialismo frente a los embates neoliberales (no solo en Europa, en Cuba también). Un socialismo acomodado, como ciertos ancianos, a vivir con pocas cosas, pero con una mecánica estable y aburrida. Y supongo que deje decepcionados a aquellos que esperan de un intelectual crítico de la burocracia una identificación con los proyectos liberales que promete la sociedad de consumo (burgués). Ni con los burgueses, ni con los burócratas: ¡qué bueno, no estamos solos! Tampoco es que vaya dibujando un ideal específico, pero sí se alinea con los que con ética soportan los embates del capital para desideologizar a las masas.
Tres capítulos tiene la obra que parecen recorrer temáticas de lo general a lo particular, como aconseja el buen discurrir del pensamiento. Comienza con las definiciones más generales de las condiciones de producción espiritual contemporánea, apegado incluso a conceptos y términos de la tradición marxista que en otra época fueron comunes y hoy son una rareza (“clase dominante”, “ideología dominante”, “división social del trabajo”, “alienación”). Igualmente se expresa contra el “vacío teórico” de la Sociología en el socialismo, o la pretensión de construcciones políticas no respaldadas por estructuras económicas. Se introduce en las discusiones que plantearon autores como Hartd y Negri en torno a la denominación de “imperio”, suavizando las implicaciones imperiales del proceso de globalización que vino a consolidarse a fines del siglo pasado.
Se detiene con particular atención en los procesos tecnológicos asociados a la globalización, así como a sus manifestaciones sociológicas, fundamentalmente las concernientes a la clase trabajadora, que lleva sobre su peso la peor parte del proceso. Siente la necesidad de ubicar a la cultura en el complejo sistema de relaciones sociales que puede explicar sus tendencias, para caer en la constatación de los mecanismos de la industria cultural que llevan a su monopolización por los sectores pudientes de la burguesía e incluso del crimen.
“Tiempo y espacio del proletariado mundial —afirma en un fragmento— dependen cada vez más de líneas directrices ideológicamente sometidas al sistema global de significación. Del mismo modo en que un narcotraficante se camufla creando fundaciones antidroga, publicitando sus cheques para luchas contra el flagelo, etcétera, el discurso hegemónico proclama un proceso de desideologización para poder contener en el suyo el espectro ideológico que debe sustentarlo”.
Analiza el comportamiento de los medios de información, en el sentido de su ordenamiento en torno a la dominación cultural de las masas. Dos procesos han invadido la cultura luego de la Guerra Fría del siglo XX: se refiere al “exhibicionismo de la competencia comercial y la sutil ocupación de la cultura”. El cine y el rock, ciertamente, junto con la televisión con toda la variedad de “entretenimientos” para el hombre contemporáneo, hacen que se desplace la cultura del horizonte intelectual de los individuos, neutralizando a las masas para la acción revolucionaria. La identificación de estos mecanismos propios del capital contemporáneo se agradece en buena medida por un lector que, abrumado de tanta “información” no atina a la síntesis que profundice en las esencias.
Cuba no queda al margen de sus observaciones críticas, como pudiera hacer alguien enrolado en temas que cierta propaganda oficial designa como propios del cansado capitalismo. También en Cuba estamos a expensas de los fenómenos contra y subculturales, lo que trata el autor al comentar el desprecio a la lectura de jóvenes preuniversitarios contertulios o el espíritu simple de su novia presta a tararear baladas románticas de moda, sin comprender que a la postre lo separan de ella, y el tema de la cultura llevado a las relaciones de trabajo: “A menudo hallamos en los noticieros casos de trabajadores que declaran con orgullo que permanecen en labores durante una cantidad de horas que dejan sin sentido la historia de las luchas por la jornada laboral de ocho horas”.
Analizando la experiencia socialista europea, Jorge Ángel saca conclusiones teóricas que, aún hoy, es raro ver en nuestra literatura social: “…el socialismo global, al estancarse, reificó la condición del proletariado, escamoteando sobre todo la puesta en marcha de su reestructuración. El papel de las transformaciones sociales de bienestar, abundantes en numerosas esferas de la sociedad, en efecto superior, fue socavado de golpe. Contribuyeron a la estrategia enemiga de guerra los resultados de la instrucción y de la educación alcanzados dentro del sistema”.
Podrá considerarse atrevida la afirmación de que “el modelo de orden socialista sí había recibido la inyección que llevaba al desarrollo”, cuando tantos enemigos lo atacan y justamente ese punto es el que discuten. O el señalamiento de que “la nomenclatura partidista y gubernamental del socialismo prescindió, desde muy temprano, de adquirir un sentido profundo de cultura, una capacidad intelectual para el debate, la demostración y el convencimiento, y recurrió al viejo método de la coacción, el rumor cargado (…) y la indisposición a cualquier intento de ejercicio polémico”.
“La resistencia orgánica del intelectual —apunta en otro acápite— no deberá encontrarse atada a una salida grupal, a recursos de asociación que, en última instancia, arriesguen su capacidad especulativa, sus posibilidades de experimentación en el orden de su propia creación individual”. Habla ante todo de “búsqueda plural desde el punto de vista del individuo que ha de saberse sujeto y parte integral de la colectividad en la que sus ideas pudieran hacerse efectivas”.
Mucho me placería entrar en temas filosóficos como los del sujeto y el individuo, en el que Jorge Ángel incursiona con maestría propia de aquel que prepara una tesis de doctorado, pero comprendo el carácter de esta presentación y renunciaré. Sólo apuntaré aquí la acertada expresión de que “la vigencia del pensamiento de Marx, y su eficacia hoy día, dependen de que las interpretaciones que van consiguiendo hacerse pertinentes en el contexto social global, consigan una aplicación dialéctica cuya lógica implique sus preceptos en medio de las circunstancias que inciden, desde el ejercicio global, en la nomenclatura del comportamiento individual”. También resulta atrayente la cuestión de la relación entre socialismo y democracia, o entre socialismo y ética, o en la crítica a las condiciones de dominio de los partidos comunistas en los países socialistas donde el divorcio con las masas de la población condicionaron su debacle. Pero eso haría demasiado larga esta presentación. Con dejar apuntados estos temas, pienso que se estimulen más los posibles lectores del ensayo.
Por último, el ensayo desemboca en los problemas de la guerra cultural que se le hace al socialismo como alternativa al poder global del capitalismo imperialista. En especial, a Cuba, que con todos sus problemas se mantiene en actitud de resistencia frente al poder financiero y militar del capital norteamericano. Con profusión de cifras y ejemplos, el autor nos concede una reflexión sobre la condición de plaza sitiada que vive permanentemente el país y alude a la guerra que se nos hace desde el ángulo de la cultura. El ensayo termina con una frase asertiva: “La guerra cultural se gana, paradójicamente, con la paz”.
Congratulémonos por este libro que enriquece nuestro acervo cultural, nada menos que en el plano teórico de las Ciencias Sociales, en un empeño no limitado a una disciplina en específico, sino que porta el interés de variadas especialidades humanísticas: filosofía, historia, literatura, socioculturales y sociología, etcétera. Bienvenido sea, y sepamos sacarle provecho.
Santa Clara, 21 de febrero de 2012.
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